OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (339)

Jesús discute con los fariseos

Siglo XIX

Bowyer Bible

Londres

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Homilía XIII: Sobre las cosas que se ofrecen para el tabernáculo

Cómo concebir en el corazón

3. ¿Qué diremos sobre las otras cosas? Son muchas y examinar cada una es un trabajo inmenso. ¿Pero de qué servirá tan ingente trabajo para exponerlo[1] si los oyentes, ocupados, y presentes apenas por espacio de una hora a la palabra de Dios, la desprecian y la dejan perder? Porque “si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los constructores” (Sal 126 [127],1). Sin embargo, nosotros, como ya se ha dicho antes, traemos al banco el dinero del Señor (cf. Mt 25,7); que cada uno de los oyentes vea cómo recibe lo que se le entrega. “Que cada uno, dice (la Escritura), según lo que ha concebido en su corazón, ofrezca las primicias al Señor” (cf. Ex 35,5). Ya que ha dicho primicias, pregunto cuáles son las primicias del oro, y cuáles las primicias de la plata. ¿Cómo ofrecer primicias de escarlata, de púrpura, de lino fino? ¿Cómo ofrece uno según ha concebido en el corazón? Esto ya nos toca a todos nosotros; veamos todos juntos cómo concebimos en el corazón, cómo es nuestra presencia aquí y cómo tratamos la palabra de Dios.

Tener el corazón disponible

Hay algunos que conciben en el corazón lo que se ha leído; hay otros que no conciben nada de lo que se dice, sino que su mente y su corazón (están) en los negocios, o en las acciones del mundo o en los cálculos de (sus) ganancias; y sobre todo las mujeres, ¿cómo piensas que conciben en su corazón si charlan tanto, hacen tanto ruido conversando que no permiten que haya silencio? ¿Cómo hablaré de su espíritu, de su corazón, si están pensando en sus hijos, o en la lana, o en las necesidades de la casa? En verdad temo que sigan a aquellas de las que dice el Apóstol: “Aprenden a recorrer las casas no solamente charlatanas, sino también indiscretas, hablando lo que no conviene” (1 Tm 5,13). ¿Cómo concebirán éstas su corazón? No concibe en el corazón quien no tiene el corazón disponible, si no tiene el espíritu libre y totalmente atento; a no ser que uno sea vigilante en el corazón, no puede concebir en el corazón y ofrecer dones a Dios.

Nuestra parte en el tabernáculo del Señor

Y si hasta ahora hemos sido negligentes, desde ahora estemos atentos y apliquémonos solícitamente, para que podamos concebir en el espíritu. Porque es justo que cada uno encuentre que tiene su parte en el tabernáculo del Señor. Puesto que no está oculto al Señor lo que cada uno ofrece. Qué gloria para ti si se dice en el tabernáculo del Señor: este oro, por ejemplo, con el que está cubierta el arca de la alianza (cf. Ex 25,10), es de aquél; la plata de las bases y de las columnas (cf. Ex 26,19) es de aquél; el bronce de que están hechos los anillos, los vasos y algunas bases de las columnas (cf. Ex 27,17. 4; 30,18; 26,37), de ese otro; pero también esas piedras (cf. Ex 28,11. 17) del humeral y del pectoral, de aquél otro; la púrpura, con la que se viste el pontífice, es de otro; la escarlata (cf. Ex 28,5 ss.), es de otro, y así de cada uno de los restantes materiales.

Tener un memorial en el tabernáculo del Señor

Por el contrario, qué deshonroso y desgraciado será, si viniendo el Señor a inspeccionar el edificio del tabernáculo no encuentra en él ninguna ofrenda tuya, no reconoce en él nada ofrecido por ti. ¿Has vivido con tan poca devoción, con tanta infidelidad, que nada digno has hecho que te recuerde en el tabernáculo de Dios? Porque así como el príncipe de este mundo (cf. Jn 12,31) viene a cada uno de nosotros y busca a ver si encuentra algo de sus acciones en nosotros, y si lo encuentra, nos reclama para él; así también, por el contrario, si viniendo el Señor encuentra algo suyo en su tabernáculo, te defiende para Él y te proclama suyo. ¡Señor Jesús, concédeme merecer tener algún memorial en tu tabernáculo!

Desearía, si fuese posible, que hubiese algo mío en aquel oro con que está fabricado el propiciatorio (cf. Ex 25,16), o con el que está recubierta el arca (cf. Ex 25,10 ss.), o del que están hechos el candelabro luminoso y las lámparas (cf. Ex 25,30. 37). O bien si no tengo oro, que al menos encontrase para ofrecer algo de la plata que sirve para las columnas o para sus bases (cf. Ex 26,19; 27,17); o que al menos mereciese tener en el tabernáculo algo de bronce del que se hacen los anillos (cf. Ex 27,4) y las otras cosas que describe la palabra de Dios. Ojalá me fuese posible ser uno de los príncipes y ofrecer piedras preciosas para el ornamento del humeral y del pectoral del pontífice (cf. Ex 35,27). Pero puesto que estas cosas están por encima mío, que al menos merezca tener pelo de cabra (cf. Ex 35,6) en el tabernáculo de Dios, para no ser encontrado del todo estéril e infecundo.

Valorar la palabra de Dios

Por tanto, “cada uno según lo que ha concebido en el corazón” (Ex 35,5). Miren si conciben, miren si retienen, no sea que estas palabras que se dicen se escapen, y se pierdan. Quiero advertirles con ejemplos de nuestra práctica religiosa; saben, (ustedes) que suelen estar presentes en los misterios divinos, de qué manera, cuando reciben el cuerpo del Señor, lo conservan con toda cautela y veneración, para que no caiga la mínima parte de él, para que no se pierda nada del don consagrado. En efecto, se consideran culpables, y con razón, si cae algo por negligencia. Por lo que si tenemos tanta cautela para conservar su cuerpo, y la tenemos con razón, ¿por qué creen que despreciar la palabra de Dios es menor sacrilegio que despreciar su cuerpo? Se nos manda ofrecer lo primero, es decir, las primicias (cf. Ex 25,2 ss.). Quien ofrece lo primero, tiene necesariamente lo restante. Mira cuánto nos conviene abundar en oro, cuánto en plata y en todas las otras cosas que se nos manda ofrecer, para que ofrezcamos al Señor y aún sobre para nosotros. En primer lugar, es mi inteligencia la que debe comprender a Dios y ofrecerle las primicias de su inteligencia para que, después de haber comprendido bien a Dios, conozca consecuentemente las restantes cosas. Haga también esto la palabra, hagan también esto todas las cosas que están en nosotros.

Ofrecer de nosotros mismos al Señor

Pero veamos también lo demás. “El jacinto, la púrpura, la escarlata doble y el lino fino doblado” (Ex 25,4). Cuatro son estas cosas, con las que se confeccionan los vestidos del pontífice o las otras cosas que se disponen para el ornamento sagrado. Sobre ellas algunos han hablado también antes que nosotros, y como no conviene robar las cosas de otro, considero conveniente servirme abiertamente[2] de lo que otros han dicho de bueno. Así, estas cosas, como ya pareció a los antiguos, son figuras de los cuatro elementos de los que se componen el mundo y el cuerpo humano, esto es, el aire, el fuego, el agua y la tierra. El jacinto, por consiguiente, se corresponde[3]con el aire -porque esto lo indica el color mismo-, al igual que la escarlata al fuego. La púrpura es figura del agua, puesto que de las aguas recibe su tinte; el lino es figura de la tierra, porque nace de la tierra. Tenemos, por tanto, todas estas (materias) también en nosotros mismos, y puesto que se nos manda ofrecer de estas primicias al Señor, por eso dice: “Tomen de ustedes mismos, y ofrecerán las primicias al Señor” (Ex 35,5).



[1] Lit.: decirlo (dicantur).

[2] Abuti fatentem: emplear confesando.

[3] Refertur.