OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (338)

Cristo da la comunión con el cáliz a los apóstoles

Siglo VI

Codex Purpureus

Rossano, Italia

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Homilía XIII: Sobre las cosas que se ofrecen para el tabernáculo

En el libro del Éxodo se menciona con frecuencia el tabernáculo

1. Ya antes hemos hablado del tabernáculo según nuestras fuerzas (homilía 9); porque en verdad a menudo se repite en el libro de Éxodo esa misma descripción; puesto que también se habla (de él) cuando Dios ordena a Moisés cómo debe ser construido (cf. Ex 25 ss.), y de nuevo cuando Moisés manda al pueblo ofrecer materiales para construir la obra (cf. Ex 35,1 ss.), (tal) como esto se contiene en la lectura que se nos acaba de proclamar; pero también después se enumera detalladamente cada cosa, cuando son fabricadas por Besalel (Beselehel) y otros hombres sabios (cf. Ex 36,1 ss.); y de nuevo cuando (los materiales) son llevados a la presencia de Moisés (cf. Ex 39,32 ss.); y una vez más, cuando son consagrados por orden del Señor (cf. Ex 40,16 ss.). Además también en otros libros o pasajes se hace mención de ello y se repite frecuentemente, como si fuese necesario recordarlo.

Los materiales para el tabernáculo

Ahora, entonces, se nos ha proclamado[1] aquel pasaje donde dice: «Y dijo Moisés a toda la asamblea de los hijos de Israel: “Ésta es la Palabra que el Señor ha mandado diciendo: Tomen de ustedes mismos una ofrenda para el Señor. Todo el que ha concebido en su corazón, traiga las primicias al Señor: oro, plata, bronce, jacinto, púrpura, escarlata doble, lino fino doblado, pelo de cabra y pieles de corderos teñidas en rojo y pieles (teñidas) en violeta, maderas incorruptibles, piedras preciosas[2] y piedras de engaste para el humeral y el pectoral; y todo el que sea sabio en su corazón de entre ustedes, venga y fabrique todo lo que manda el Señor”» (Ex 35,4-10).

“Los intereses de la palabra de Dios”

Cuando me considero en primer lugar a mí mismo y me examino, vacilo en comenzar la explicación de estos misterios. En efecto, temo que, aunque el Señor se digne revelarlos, si por casualidad se digna (revelárselo a alguno) -no me atrevo a hablar de mí-, temo, digo, y dudo mucho, si encontrará[3] oyentes; y, si así es, (temo) que al que intente explicar estas cosas, se le pregunte dónde o cómo o a quiénes ha echado las perlas del Señor (cf. Mt 7,6). Pero puesto que ustedes esperan grandemente que se expliquen algunas de las cosas que se han leído, y mi Señor me ha mandado diciendo: “Convenía que hubieses dado mi dinero al banco, y yo, a mi regreso, lo habría recobrado con intereses” (Mt 25,27), le rogaré que se digne convertir mi palabra en su dinero, para que no sea mi dinero, para que no sea mi oro, sino el suyo el que yo les preste, para que yo les hable con su palabra y con su pensamiento (cf. 1 Co 2,16), y lo lleve al banco de la audición de ustedes.

Ya verán ustedes, cuando reciban el dinero del Señor, cómo preparan los intereses del Señor que viene. Los intereses de la palabra de Dios son: poner en práctica[4] en la vida y en las obras lo que manda la palabra de Dios. Por tanto, si, escuchando la Palabra, la ponen en práctica y obran según lo que oyen, y viven según esto, preparan los intereses del Señor; y puede ocurrir que cada uno de ustedes a partir de cinco talentos (cf. Mt 25,20) produzca diez y oiga del Señor: “Bien, servidor bueno y fiel, te daré poder sobre diez ciudades” (cf. Lc 19,17). Únicamente, miren aquello: que ninguno de ustedes envuelva el dinero recibido en un pañuelo (cf. Lc 19,20) o lo oculte en la tierra (cf. Mt 25,20), porque conocen bien qué será de este hombre a la llegada del Señor. Por consiguiente, trataremos pocos (detalles) de entre un gran número (lit.: muchos), o más bien muy poco de lo poco (entrevisto), en la medida en que podamos equilibrar nuestra palabra y la atención[5] de ustedes.

Nuestras riquezas interiores

2. En primer lugar, entonces, veamos qué es lo que dice Moisés a los hijos de Israel: “Tomen de ustedes mismos una ofrenda[6] para el Señor; todo el que ha concebido en su corazón, ofrezca las primicias al Señor” (Ex 35,5). No quiere Moisés que ofrezcas al Señor algo que es exterior a ti: “Tomen de ustedes mismos, dice, y ofrezcan las primicias al Señor, según lo que cada uno ha concebido en su corazón”. Se manda ofrecer oro, plata, bronce y otros materiales; ¿cómo puedo ofrecer esto de mi mismo? ¿Acaso nacen dentro de mi el oro, la plata o las otras cosas que se mandan? ¿Acaso cada uno no saca estas cosas de sus armarios y de sus cofres? ¿Qué es, por tanto, esto que dice Moisés: “Ofrezcan de ustedes mismos, y cada uno según (lo que) ha concebido en su corazón?

“Sacar de nosotros mismos”

Ciertamente, ese oro, (esa) plata y los demás materiales con los que el tabernáculo está construido, evidentemente fueron sacados de los cofres y de los armarios de cada uno; pero la Ley espiritual requiere para el tabernáculo un oro que está dentro de nosotros, una plata que está dentro de nosotros, y reclama todos los otros materiales que podemos tener dentro de nosotros y sacar de nosotros mismos. Puesto que la Escritura dice: “La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón; porque, si confiesas que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás” (Rm 10,8-9). Por tanto, si crees en tu corazón, tu corazón y tu inteligencia son de oro, tú ofreces entonces como oro para el tabernáculo la fe de tu corazón; y si también confiesas con tu palabra, ofreces como plata la palabra de la confesión. Por eso dice Moisés, que es la Ley espiritual: “Tomen de ustedes mismos”. Toma estas cosas de ti mismo, están dentro de ti; estas cosas puedes tenerlas incluso estando desnudo.

“Concebir en el corazón lo que está escrito”

Pero también lo que añade: “Cada uno según lo que ha concebido en su corazón” (Ex 35,5), se refiere esto. En efecto, no podrás ofrecer a Dios algo de tu pensamiento, o de tu palabra, si antes no has concebido en tu corazón lo que está escrito; a no ser que hayas estado atento y hayas escuchado diligentemente, no puede tu oro ser probado, ni tampoco tu plata; se requiere que sean probados. Escucha la Escritura que dice: “Las palabras del Señor son palabras puras, plata probada por el fuego, siete veces purificada” (Sal 11 [12],6). Por tanto, si has concebido en tu corazón lo que está escrito, tu oro, es decir, tu pensamiento, será probado, y tu plata, que es tu palabra, será probada.

La voz y la palabra

¿Qué diremos del bronce? Es necesario también el bronce para la construcción del tabernáculo. Parece que ciertamente el bronce es tomado aquí por la fortaleza, y puede indicar el lugar de la fortaleza y de la constancia[7]; pero para que ninguno diga que esto es adivinar más que explicar, cuando lo que se dice no parece apoyado en la autoridad de la Escritura, creo que el bronce puede recibir (aquí el significado) de voz. En efecto, una cosa es la palabra, otra la voz. Se llama palabra al lenguaje sometido[8]a la razón; en cambio, la voz es, por ejemplo, el expresarse en latín, en griego, más fuerte o más suave. Pero también esto exigen necesariamente que lo probemos por la Escritura. Escucha lo que dice el Apóstol: “Si, dice, hablo las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo caridad, soy como un bronce que suena o un címbalo que retiñe” (1 Co 13,1). Así, por consiguiente, hablar en lenguas y traducir de una lengua a otra es ofrecer bronce. Porque es necesario que haya de todo en el tabernáculo del Señor y que nada falte en la casa de Dios. La voz, como hemos dicho, es la oblación del bronce. La voz traduce el pensamiento de uno a otra lengua; pero la palabra es la que profiere el pensamiento propio. Por tanto, que todo ello se ofrezca a Dios; que se ofrezcan a Dios el pensamiento, la palabra y la voz.



[1] Recitatus: leído en alta voz.

[2] Lapides sardios.

[3] Lit.: si encuentre oyentes (si inveniat auditores).

[4] Habere in usu: tener en uso.

[5] Lit.: el oído, o la audición (auditus).

[6] Redemptionem, que también podría traducirse por: rescate.

[7] Et loco poni posse fortitudinis et constantiae. Otra trad: puede reemplazar los términos de fortaleza y constancia.

[8] O: apoyada (subnixa).