OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (336)

El profeta Elías

1197

Biblia de Pamplona

Navarra, España

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Homilía XII: Sobre el rostro de Moisés glorificado y el velo que ponía sobre su cara (continuación)

La imagen de la Ley 

3. Considera también qué significado tiene aquello que se nos refiere en la Ley, que el rostro de Moisés fue glorificado, aunque oculto con un velo; pero su mano, puesta en el seno, se volvió leprosa como la nieve (cf. Ex 4,6).

Me parece que aquí se designa en plenitud la imagen de toda la Ley: en su rostro se simboliza la palabra de la Ley, en la mano las obras. Porque “por las obras de la Ley ninguno era justificado” (cf. Rm 3,20), ni podía la Ley llevar a alguien a la perfección (cf. Hb 7,19), por eso la mano de Moisés se vuelve leprosa y se esconde en el pecho como incapaz de producir una sola obra perfecta; en cambio, su cara fue glorificada, pero oculta por un velo, porque su palabra tiene la gloria del conocimiento, aunque oculta. De donde también dice el profeta: “Si no escuchan en lo oculto[1], el alma de ustedes llorará” (Jr 13,17), y dice David: “Me has manifestado las cosas inciertas y ocultas de tu sabiduría” (Sal 50 [51],8).

La gloria de los Evangelios

Por tanto, en la Ley, Moisés sólo tiene glorificada la cara, (pero) sus manos no tienen gloria, sino más bien vergüenza; del mismo modo que sus pies. Por ello, se le manda quitarse su calzado (cf. Ex 3,5), porque ninguna gloria había en sus pies; ahora bien, esto también no sucedió sin alguna forma de misterio[2]; porque la última parte del hombre son los pies. Se mostraba así que en los últimos tiempos Moisés se quitará su calzado, para que otro reciba a la esposa, y ella sea llamada la casa del descalzado (cf. Dt 25,10), hasta el día de hoy (cf. 2 Co 3,15).

La Transfiguración

Por consiguiente, en la Ley Moisés no tiene nada glorioso, sino sólo la cara; en cambio, en los Evangelios es glorificado todo entero. Escucha, en efecto, lo que (se) dice en los Evangelios: “Cuando Jesús subió a una alta montaña, llevando consigo a Pedro, Santiago y Juan y allí se transfiguró delante de ellos; y he aquí que aparecieron -dice- Moisés y Elías en la gloria, hablando con Él” (cf. Mt 17,1 ss.). Aquí no se dice que su rostro estaba glorificado, sino que todo él apareció en la gloria hablando con Jesús; y allí se le cumplió la promesa que recibió en el monte Sinaí, cuando se le dijo: “Me verás mis espaldas[3]” (Ex 33,23). Por tanto, le vio por detrás. Porque vio lo que había de suceder en los días posteriores y últimos, y se alegró.

Así como Abraham deseó ver el día del Señor, “lo vio y se alegró” (cf. Jn 8,56), así también Moisés deseó ver el día del Señor, lo vio y se alegró; y necesariamente se alegró, porque ya no sólo descendió del monte glorificado en el rostro, sino que subió al monte completamente glorificado. Se alegró sin duda Moisés por Aquél sobre quien decía: “El Señor Dios les suscitará un profeta de entre sus hermanos, como a mí mismo, lo escucharán en todo” (Dt 18,15-16), que ahora estaba presente y daba (lit.: hacía) fe a sus palabras. Y para que no hubiese duda, escuchó la voz del Padre diciendo: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco, escúchenlo” (Mt 17,5). Antes, Moisés dijo: “Lo escucharán”; ahora dice el Padre: “Éste es mi Hijo, escúchenlo”, y muestra ya presente a aquel de quien habla. Me parece que se alegró Moisés también por esto otro: porque de algún modo también es él mismo quien se quita “el velo, convertido al Señor” (cf. 2 Co 3,16), cuando con toda evidencia se cumplen las cosas que él predijo, o bien porque llega el tiempo en el que, por el Espíritu, se revelan las cosas que estaban ocultas.



[1] Lit.: occulte: ocultamente.

[2] O: “sin figurar un misterio” (sine alicuius forma mysterii).

[3] Posteriora me.