OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (328)

La parábola de la semilla de mostaza

1791-1795

Jan Luyken. Bowyer Bible

Bolton, Inglaterra

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Homilía IX: Sobre el tabernáculo (continuación)

La construcción del tabernáculo

3. Se manda, por consiguiente, a todo el pueblo, colaborando cada uno según sus fuerzas, hacer un tabernáculo, de manera que todos juntos sean un solo tabernáculo. Pero la contribución misma no es forzosa, sino espontánea. Porque dice Dios a Moisés, que cada uno, como le parezca en su corazón, ofrezca para la construcción del tabernáculo oro, plata, piedras preciosas, bronce; además después de eso, lino fino, escarlata, jacinto y púrpura; también pieles de carnero rojas y pieles violáceas; pero también maderas incorruptibles e incluso pelo de cabra (cf. Ex 25,1 ss.). Se buscan también mujeres expertas en el arte de tejer, y artesanos que sepan tallar el oro, la plata o el bronce, e incluso las piedras; y dar forma al oro y a la madera (cf. Ex 35,25. 29 ss).

La disposición interior y exterior del tabernáculo

Después se dan las medidas de los atrios (cf. Ex 26,2 ss.). Esos atrios se afianzan con la extensión de tiendas, con la erección de columnas, con el establecimiento de encadenados y con el tensado de cuerdas. Hay además algunos (espacios) separados por velos, que son llamados: el Santo, e igualmente otra división, separada por segundo un velo, llamada “el Santo de los santos” (cf. Ex 26,34). En el interior se coloca el Arca de la Alianza, sobre la cual se alzan los querubines, con las alas extendidas tocándose uno al otro, y allí, de oro, como base y asiento, se coloca lo que se llama propiciatorio, y también el altar de oro del incienso (cf. Ex 25,20). En un lugar exterior se pone además el candelabro de oro, del lado sur, como mirando hacia el norte (cf. Ex 26,35); en cambio, al norte se coloca la mesa y sobre ella los panes de la proposición (cf. Ex 26,35; 25,30). Y asimismo, junto al velo interior, se pone el altar de los holocaustos (cf. Ex 27,1). ¿Pero por qué expongo uno por uno estos elementos? Si apenas somos capaces de enumerarlos, si apenas podemos evocar ante nuestros ojos la forma de estas cosas materiales, ¿cómo podremos explicar suficientemente los misterios ocultos en ellas?

Construyamos en nosotros un tabernáculo para el Señor

Sin embargo, la causa por la que debía hacerse el tabernáculo se encuentra predicha más arriba, (cuando) dice el Señor a Moisés: “Me harás, dice, un santuario y allí seré visto[1] por ustedes” (Ex 25,8 LXX). Por tanto, Dios quiere que le hagamos un santuario. Porque promete que, si le hacemos un santuario, podrá ser visto por nosotros. De ahí que también el Apóstol diga a los hebreos: “Busquen la paz y la santidad, sin la cual nadie verá a Dios” (Hb 12,14). Éste, por ende, es el santuario que Dios manda hacer, y que el Apóstol quiere que esté en las vírgenes, “para que sean santas en el cuerpo y en el espíritu” (cf. 1 Co 7,34), sabiendo sin duda que quien edifique un santuario al Señor por la pureza de su corazón y de su cuerpo, ése mismo verá a Dios (cf. Mt 5,8). Hagamos entonces también nosotros un santuario al Señor, todos a una y cada uno individualmente.

El nuevo tabernáculo: la Iglesia

El santuario que todos hacemos es, quizá, la Iglesia que es santa, que “no tiene mancha ni arruga” (Ef 5,27), (pero) esto solamente si tiene como columnas a sus doctores y ministros, sobre los cuales dice el Apóstol: “Pedro, Santiago y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron su mano derecha a Bernabé y a mi como signo de comunión” (Ga 2,9). En ese tabernáculo, por tanto, las columnas están unidas por barras interpuestas; en la Iglesia los doctores se unen (lit.: asocian) por la mano derecha que se dan. Pero esas columnas son de plata y sus fundamentos plateados[2]. A cada columna se le destinan dos bases, una llamada capitel que va superpuesta, (y) otra que es llamada verdaderamente base y va colocada debajo como fundamento de la columna (cf. Ex 26,19). Por eso, entonces, son columnas plateadas, porque los que predican la Palabra de Dios reciben por el Espíritu las palabras del Señor, que son palabras puras, plata probada por el fuego (cf. Sal 11 [12],7). Éstos tienen como fundamento de su predicación a los profetas; puesto que establecen la Iglesia “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas” (cf. Ef 2,20), (y) sirviéndose de sus testimonios confirman la fe de Cristo. El capitel de las columnas, según creo, es aquel de quien dice el Apóstol que “la cabeza del hombre es Cristo” (1 Co 11,3). Las barras de las columnas (son), como se ha dicho más arriba, las manos derechas entrelazadas de la comunión apostólica. Las tiendas que, cosidas a las bridas, suspendidas por anillos y unidas con cuerdas, a modo de cortinas, se extienden veintiocho codos a lo largo y cuatro a lo ancho[3] (cf. Ex 26,2-3), han de ser tenidas por el resto del pueblo de los creyentes que está unido y pende de las cuerdas de la fe. Porque “no se rompe el triple vínculo” (Qo 4,12), que es la fe en la Trinidad, del cual pende y por la cual se sostiene toda la Iglesia. En cambio, los veintiocho codos de longitud y los cuatro de ancho: medida de un solo atrio, designan, pienso, la Ley inserta en los Evangelios. El número siete, en efecto, suele significar, entre los muchos misterios del número siete, la Ley; que cual, cuando se asocia al cuatro, cuatro veces siete hacen consiguientemente el número veintiocho. Se hacen diez atrios para formar el número entero de la perfección y significar el Decálogo de la Ley. Por último, la escarlata, el jacinto, el lino fino y la púrpura explican muchas y diversas obras. Además las tiendas, además el velo exterior e interior, además todas las vestimentas sacerdotales y pontificales están guarnecidas[4] con oro y piedras preciosas.

Las diversas especies de virtudes simbolizadas espiritualmente en los adornos del tabernáculo

Pero para no demorarnos largo tiempo en cada una de las especies de las virtudes, podemos decir brevemente que ellas son simbolizadas (lit.: significadas) en las cosas con cuales la Iglesia es adornada. Su fe puede ser comparada al oro; la palabra de la predicación a la plata; el bronce a la paciencia; la madera incorruptible al conocimiento que viene por el árbol (cf. Gn 2,9), o a la incorrupción de la castidad, que nunca envejece; el lino fino a la virginidad; la escarlata a la gloria de la confesión (= martirio), la púrpura al fulgor de la caridad, el jacinto, a la esperanza del reino de los cielos. Éstas son, por el momento, las materias con las que se construye todo tabernáculo, con las que se visten los sacerdotes, se engalana también el pontífice. De qué vestimentas, cuáles y de qué calidad sean lo declara el profeta en otro lugar y dice: “Tus sacerdotes se revisten de justicia” (cf. Sal 131 [132],9); todos éstas son, por tanto, vestimentas de justicia. Y dice de nuevo el apóstol Pablo: “Revístanse de entrañas de misericordia” (Col 3,12); son, entonces, vestimentas de misericordia. Pero también el mismo Apóstol designa igualmente otras vestimentas más nobles, cuando dice: “Revístanse del Señor Jesucristo, y no se preocupen de la carne para (satisfacer) las concupiscencias” (Rm 13,14). Éstas son, por consiguiente, las vestimentas con los que se adorna la Iglesia.



[1] O: me mostraré, me apareceré a ustedes (videbor vobis).

[2] O: recubiertos de plata (inargentatae).

[3] Las Biblias castellanas traducen: catorce metros de largo y dos ancho.

[4] Expeditur adiuntis.