OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (326)

La Santísima Trinidad

Hacia 1170-1185

Salterio - Himnario

Saint-Fuscien-aux-Bois, Amiens, Francia

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Homilía VIII: Sobre el inicio del Decálogo (continuación)

Dios es bueno. En cambio, el diablo es el padre de la maldad

6. Veamos ahora también lo que sigue, en qué sentido se dice que son castigados “los pecados de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación” (Ex 20,5).

Porque a propósito de esta palabra los herejes suelen afrentarnos[1]: no es palabra de un Dios bueno, decir que alguien es castigado por los pecados de otro. Pero según su misma teoría, dicen que el Dios de la Ley que manda esto, aunque no (sea) bueno, sin embargo, es justo, ciertamente no pueden probar cómo puede estar de acuerdo con su sentido de la justicia, que uno sea castigado por el pecado de otro. Nos queda, entonces, orar al Señor, para nos muestre de qué modo estos preceptos convienen a un Dios justo y bueno.

Hemos dicho ya a menudo que las Escrituras divinas no hablan todas al hombre exterior, sino, en su mayoría, al interior. Ahora bien, nuestro hombre interior, se dice que o tiene por padre a Dios, si vive según Dios (cf. 1 P 4,6) y hace las (obras) de Dios, o al diablo, si vive en los pecados y cumple las órdenes de aquel[2]; como evidentemente muestra el Salvador en los Evangelios cuando dice: “Ustedes tienen por padre al diablo y quieren cumplir (lit.: hacer) los deseos de su padre. Él fue homicida desde el principio, y no permanece en la verdad” (Jn 8,44). Por tanto, así como se dice que la semilla de Dios permanece en nosotros, cuando guardando la palabra de Dios en nosotros no pecamos, como dice Juan: “El que es de Dios no peca, porque la semilla de Dios permanece en él” (1 Jn 3,9), así también cuando somos persuadidos por el diablo para pecar, recibimos su semilla. Pero también cuando hacemos las obras que él nos ha insinuado, entonces ya nos ha engendrado; porque nacemos hijos suyos por el pecado. Pero, puesto que, al pecar casi nunca ocurre que pequemos sin ayuda, sino que siempre buscamos o bien servidores o bien cómplices del pecado -por ejemplo, si alguno trama un adulterio, no puede cometerlo solo, sino que también es necesario que haya una compañera adúltera y que se haga cómplice del pecado-; además, aunque no sean muchos, con todo, es necesario que haya alguno o alguna que sean ayuda o cómplice del pecado; todos ellos, como engendrados uno por el otro según el orden en que se persuaden, sacan de (su) padre, el diablo, la progenie de un nacimiento culpable.

Y para venir a las Escrituras: “El Señor de la majestad” (cf. Sal 28 [29],3) Jesucristo, nuestro Salvador, ha sido crucificado. El autor de esta impiedad (o: sacrilegio) y el padre de (este) crimen es, sin duda, el diablo. Porque así está escrito: “Pero cuando el diablo entró en el corazón de Judas Iscariote, para entregarlo” (Lc 22,3; Jn 13,2). Por tanto, el padre del pecado es el diablo. Éste, en ese crimen engendra un primer hijo, Judas, pero Judas solo eso no podía realizarlo. ¿Qué es, en este caso, lo que está escrito? «Marchó, dice, Judas a los escribas, los fariseos y sacerdotes, diciéndoles: “¿Qué me darán, y yo se los entregaré?”» (f. Mt 26,14-15; Lc 22,2-3; Mc 14,10). Nacen, por consiguiente, de Judas una tercera y una cuarta generación de pecado. Y este orden lo podrás reconocer también en cada uno de los pecados.

El diablo será castigado en el siglo futuro

Ahora, veamos, según esta descendencia (lit.: progenie) de la que hemos hablado, cómo Dios “castiga los pecados de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación” (cf. Ex 20,5), y no castiga a los mismos padres; porque nada se dice sobre los padres. Por tanto, el diablo, que pecando ha excedido ya la medida, como dice el profeta: “Al modo de un vestido manchado[3] de sangre que no será limpiado” (cf. Is 14,19), así también él mismo no será puro en este siglo, ni es corregido por (su) pecado, ni castigado; puesto que todo le está reservado para el futuro. De aquí que también, sabiendo él mismo que ya le ha sido establecido el tiempo de las penas, decía al Salvador: “¿Por qué has venido antes de tiempo a atormentarnos?” (Mt 8,29). Por consiguiente, mientras dure este mundo, el diablo, que es el padre de todos los que pecan, no recibe (conforme) a sus pecados; pero son castigados en sus hijos, esto es, en aquellos que él ha engendrado por el pecado.

El Señor quiere la salvación de todos los seres humanos

En efecto, los hombres que viven en la carne son corregidos por el Señor, son castigados, azotados. Porque “no quiere el Señor la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (cf. Ez 33,11). Y por eso “el Señor benigno y misericordioso” (cf. Sal 102 [103],8) castiga el pecado de los padres en los hijos, porque, puesto que los padres, esto es, “el diablo y sus ángeles” (cf. Mt 25,41), y los otros “príncipes de este mundo y dominadores de esas tinieblas” (cf. Ef 6,12) -también ellos, por ende, son padres del pecado, como asimismo el diablo-, puesto que, digo, estos padres son indignos de ser corregidos en el presente siglo, pero en el futuro recibirán lo que merecen, sus hijos, esto es, los que han sido persuadidos para pecar y fueron igualmente admitidos al consorcio y a la sociedad del pecado, éstos reciben el precio de lo que hicieron, para que lleguen más purificados al siglo futuro, y más adelante no sean socios del diablo en la pena. Porque Dios es misericordioso y “quiere que todos los hombres se salven” (cf. 1 Tm 2,4), por eso dice: “Visitaré con una vara de hierro sus crímenes y con azotes sus pecados. Pero no retiraré de ellos mi misericordia” (Sal 88 [89],32-33; 2,9).

Dios nos busca para salvarnos

Así, el señor visita las almas y busca las que este pésimo padre ha engendrado persuadiéndolas a pecar, y dice a cada una de ellas: “Escucha, hija, mira, inclina tu oído y olvida tu pueblo y la casa paterna” (Sal 44 [45],11). Te visita, por tanto, después del pecado y te amonesta, te visita con el látigo y la vara por el pecado, que el diablo (tu) padre te ha sugerido, para castigarlo en tu seno, esto es, mientras estés en el cuerpo. Y así se cumple que son castigados “los pecados de los padres en el seno de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Jr 39 [32],18 y Ex 20,5).

Porque “Dios es celoso” (Ex 20,5), y no quiere que aquella alma que Él se ha desposado en la fe, permanezca en la contaminación del pecado; sino que quiere es que sea rápidamente purificada, quiere alejar velozmente de ella todas sus inmundicias, si acaso se han introducido en ella. Pero si el alma permanece en sus pecados y dice: «No escucharemos la voz del Señor sino que haremos nuestras voluntades y encenderemos (un fuego) a “la Reina del cielo”» (cf. Jr 7,18), como lo reprocha el profeta: entonces, también ella es conservada para aquella sentencia de la Sabiduría que dice: “Porque ciertamente llamaba y no escuchaban, sino que se reían de mis palabras; por lo cual, yo también me reiré de la perdición de ustedes” (Pr 1,24-26), o aquella otra que está puesta en el Evangelio para ellos, al decir al Señor: “Apártense de mi, al fuego eterno, que Dios ha preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25,41).

Agradecer al Señor las correcciones de la vida presente

Yo deseo que, mientras estoy en este mundo, el Señor visite mis pecados y que me los perdone[4] aquí, para que allí también diga sobre mi Abraham lo que dijo del pobre Lázaro al rico: “Acuérdate, hijo, que recibiste tus bienes en tu vida y Lázaro a su vez males. Pero él ahora descansa aquí y tú (estás) en los tormentos” (Lc 16,25). Por eso, entonces, cuando somos corregidos, cuando somos castigados por el Señor, no debemos ser ingratos; sino comprender (lit.: comprendamos) que somos corregidos en el siglo presente para conseguir el reposo futuro, como dice el Apóstol: “Cuando somos castigados por el Señor, somos corregidos, para no ser condenados con este mundo” (1 Co 11,32). Por eso entonces también el beato Job voluntariamente aceptaba todos los suplicios y decía: “Si hemos recibido bienes de la mano del Señor, ¿no deberemos tolerar también los males?” (Jb 2,10). “El Señor lo dio, el Señor lo quitó, como al Señor le ha parecido, así ha sucedido. Bendito sea el nombre del Señor” (Jb 1,21).

Pero también manifiesta “misericordia por mil (generaciones) a esos que le aman[5]” (cf. Ex 20,6). Los que le aman, no necesitan corrección, ni pecan, como dice el Señor: “El que me ama, guardará mis mandamientos” (cf. Jn 14,21). Y por eso “el amor perfecto arroja fuera el temor” (1 Jn 4,18). Por esto, en consecuencia, para los que le aman se establece sólo la misericordia; “bienaventurados los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos” (Mt 5,7) en Cristo Jesús nuestro Señor, “a quien sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (cf. 1 P 4,11).



[1] Suggillo: insultar, infamar, sugerir.

[2] Voluntates illius gerit, que también podría traducirse: ama las voluntades de aquel.

[3] Concretum: espesado.

[4] Restituo: restablecer, reparar, rehabilitar.

[5] Reddit autem et “misericordiam in milia his qui diligunteum”.