OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (319)

La incredulidad del apóstol Tomás

Hacia 1180

Salterio

Fécamp, Francia

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Homilía VI: Sobre el cántico que cantaron Moisés con el pueblo y María con las mujeres

Cantemos un himno de acción de gracias a Dios

1. Leemos en las divinas Escrituras que se compusieron muchos cánticos. Sin embargo, el primero de ellos es el cántico que cantó el pueblo de Dios después de la victoria, una vez sumergidos los egipcios y el faraón. Ciertamente es costumbre de los santos, cuando el adversario es derrotado, en tanto que saben que la victoria obtenida no se debe a su fuerza, sino a la gracia de Dios, ofrecer a Dios un himno de acción de gracias. Con todo, mientras cantan el himno, también toman tímpanos (o: tambores; atabales) en sus manos, como se nos refiere de María, hermana de Moisés y de Aarón (cf. Ex 15,20).

También tú, si has cruzado el mar Rojo, si ves que los egipcios son sumergidos y que el faraón es exterminado, precipitado en lo profundo del abismo, puedes cantar un himno a Dios, puedes lanzar tu grito de acción de gracias y decir: “Cantemos al Señor, porque se ha glorificado gloriosamente; caballo y jinete ha arrojado al mar” (Ex 15,1). Dirás esto mejor y más dignamente si tienes un tambor en tu mano, esto es, si “crucificas tu carne con sus vicios y concupiscencias y si mortificas tus miembros terrenos” (cf. Ga 5,24).

Se ha glorificado gloriosamente

Sin embargo, veamos también qué significa (lit.: dice): “Cantemos al Señor, porque se ha glorificado gloriosamente” (Ex 15,1); como si no fuera suficiente: “se ha glorificado”, añade: “gloriosamente se ha glorificado”. Sin duda, por lo que puedo deducir, me parece que una cosa es que se haya glorificado y otra gloriosamente glorificado. Puesto que mi Señor Jesucristo, cuando tomó carne de la Virgen por nuestra salvación, ciertamente se glorificó, porque “vino a buscar lo que estaba perdido” (cf. Mt 18,11), pero no se glorificó gloriosamente (cf. Ex 15,1). Se dice, en efecto, sobre Él: “Lo vimos y no tenía belleza ni apariencia y su rostro era despreciable para los hijos de los hombres” (Is 53,2-3). Se ha glorificado también cuando fue a la cruz y sufrió la muerte. ¿Quieres saber por qué se glorificó? Él mismo decía: “Padre, llega la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique” (Jn 17,1). Por tanto, para Él la pasión de la cruz era también una gloria; pero esta gloria no era gloriosa, sino humilde. Finalmente, se dice de Él: “Se humilló hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,8), de la que también el profeta había predicho: “Condenémoslo a una muerte ignominiosa” (Sb 2,20). Pero también Isaías dice de Él: “En la humildad su juicio fue exaltado” (Is 53,8). Por tanto, en todo esto se ha glorificado el Señor, pero por así decir, humildemente, no se ha glorificado gloriosamente. Verdaderamente, porque “convenía que el Cristo padeciese estas cosas y entrar así en su gloria (Lc 24,26), cuando venga en la gloria de su Padre y de los santos ángeles (Lc 9,26), cuando venga en su majestad a juzgar la tierra” (Sal 95 [96],13; 97 [98],9), cuando mate también al verdadero faraón, esto es, al diablo, “con el soplo de su boca” (cf. 2 Ts 2,8), cuando resplandezca en la majestad de su Padre y después de su venida en humildad, nos muestre su segunda venida en gloria, entonces no sólo se glorificará el Señor, sino que se glorificará gloriosamente, cuando “todos honren al Hijo como honran al Padre” (Jn 5,23).

La caballería del Señor y la caballería del demonio

2. “Caballo y jinete ha arrojado al mar; se ha hecho ayuda y protector para mi salvación” (Ex 15,1-2).

Los hombres que nos persiguen son caballos, y por así decir, todos los que han nacido en la carne son, en sentido figurado, caballos. Pero éstos tienen sus jinetes. Hay caballos que monta el Señor y recorren toda la tierra, sobre los cuales se dice: “Tu caballería es salvación” (Ha 3,8). Pero hay también caballos que tienen como jinetes al diablo y sus ángeles. Judas era un caballo, pero mientras tuvo como jinete al Señor, perteneció a la caballería de la salvación. Enviado, en efecto, con los otros apóstoles, procuró a los enfermos la salvación y a los débiles la salud (cf. Mt 10,1); pero cuando se sometió al diablo -porque “después del bocado entró en él Satanás” (Jn 13,27)- Satanás se convirtió en su jinete, y conducido por sus riendas comenzó a cabalgar contra nuestro Señor y Salvador. Así, todos los que persiguen a los santos son caballos que relinchan, pero tienen jinetes que los conducen, los ángeles malos, y por eso son feroces. Por tanto, si alguna vez ves que un perseguidor tuyo es demasiado cruel, sabe que es espoleado por su jinete, el demonio, y por eso es cruel, por eso (es) feroz.

Debemos glorificar y exaltar a nuestro Dios

Por tanto, el Señor “ha arrojado al mar caballo y jinete, y se ha hecho salvación para mi. Éste es mi Dios, yo lo honraré; el Dios de mi Padre, y yo lo exaltaré” (Ex 15,1-2).

Éste es, entonces, mi Dios y el de mi Padre. Nuestro Padre, que nos creó y engendró, es Cristo, y Él dice: “Voy a mi Padre y al Padre de ustedes, a mi Dios y al Dios de ustedes” (Jn 20,17). Por consiguiente, si yo reconozco que Dios es mi Dios, lo glorificaré; y si también reconozco que el Dios de mi Padre es Cristo, lo exaltaré: puesto que la interpretación más profunda es que Cristo, para precisar y fortalecer la verdad de un único Dios, llama Dios suyo al que llama Padre por naturaleza.

El Señor combate a nuestro favor

“El Señor destruye las guerras, su nombre es el Señor” (Ex 15,3). No pienses que el Señor destruye solamente las guerras visibles, sino que también destruye las que están en nosotros “no contra la carne y la sangre, sino contra los principados y potestades y contra los rectores de este mundo de tinieblas” (cf. Ef 6,12). Porque “su nombre es Señor” (Ex 15,3), y no hay ninguna criatura de la que no sea Señor.

Los carros del faraón

3. “Precipitó en el mar los carros del Faraón y su ejército, hundió en el mar Rojo a sus jinetes elegidos y a sus tres oficiales[1]” (Ex 15,4).

El faraón, como el más potente en malicia y dominando (o: jefe) el reino de la maldad, conduce cuadrigas. No le es suficiente montar un caballo; conduce varios al mismo tiempo, excita a varios al mismo tiempo con los golpes del torcido látigo. A los que veas más desvergonzados en la lujuria, más feroces en crueldad, más corrompidos en la avaricia, más infames en la impiedad, sabe que éstos son de las cuadrigas del faraón; sobre éstos se sienta, a éstos unce a su carro, con éstos corre y se mueve rápidamente, y a éstos, a toda rienda[2], los conduce por los anchos campos de los crímenes. Hay otros jinetes elegidos; elegidos, sin duda, por (su) maldad.

Los tres oficiales

Pero ya antes hemos hablado de los jinetes. Ahora veamos qué son los tres oficiales. A mí me parece que se habla de tres oficiales porque los hombres tienen un triple camino para el pecado; puesto que se peca con las obras, o con las palabras o con el pensamiento. Y por eso se llama “tres oficiales” a cada uno de los que ponen en nosotros estos caminos para pecar y siempre espían y preparan trampas: uno, para sacar de un pobre hombre una palabra mala, otro, para arrancar una acción inicua, el otro, para robar un mal pensamiento. Después también se describe un triple lugar donde cae y muere la semilla de la Palabra de Dios: se refiere que una parte cae a lo largo del camino, (y) que es pisada por los hombres; otra, entre espinas; otra, entre piedras. Y al contrario, se dice que la tierra buena produce un triple fruto, el ciento, el sesenta o el treinta por uno (cf. Mt 13,4-8). Hay, en efecto, también un triple camino para hacer el bien; porque se hace el bien igualmente con las obras, con el pensamiento o con la palabra. Esto mismo indica el Apóstol, cuando dice: “El que edifica sobre este fundamento, oro, plata y piedras preciosas” (1 Co 3,12), indicando el triple camino del bien. Con todo, añade también el triple camino del mal, cuando dice: “Madera, heno, paja” (1 Co 3,12). Por tanto, estos tres oficiales son los ángeles malos del ejército del faraón, que, puestos en estos caminos, nos observan a cada uno de nosotros para conducirnos por ellos al pecado; a ellos los hundirá Dios en el mar Rojo, los entregará en el día del juicio a olas encendidas y los sumergirá en un océano de penas, si tú, siguiendo a Dios, te sustraes de su poder.

“Los pecadores son pesados”

4. “Cayeron en el abismo como una piedra” (Ex 15,5). ¿Por qué cayeron en el abismo como una piedra? Porque no eran “piedras de las que se pueden suscitar hijos de Abraham” (cf. Mt 3,9), sino de las que aman el abismo y estiman el elemento líquido, esto es, que son seducidos por el placer amargo y efímero de las cosas presentes. Por eso se dice de ellos: “Se hundieron como plomo en las aguas caudalosas” (Ex 15,10). Los pecadores son pesados. Por eso también se muestra a la iniquidad sentada sobre una masa (lit.: cantidad) de plomo, como dice el profeta Zacarías: «Vi, dice, una mujer sentada sobre una masa de plomo, y dije: “¿Quién es ésta?”. Y respondió: “La iniquidad”» (Za 5,7). Es por este motivo, entonces, que los inicuos “son sepultados en el abismo, como el plomo en las aguas caudalosas” (cf. Ex 15,5. 10).

Lo santos son livianos

Pero los santos no se hunden, sino que caminan sobre las aguas, porque son livianos (o: ligeros) y no están gravados (o: lastrados) por el peso del pecado. Así el Señor y Salvador “caminó sobre las aguas” (cf. Mt 14,25), porque Él es quien verdaderamente no conoció pecado (cf. 2 Co 5,21). Caminó también su discípulo Pedro, aunque temblase un poco (cf. Mt 14,29-30); puesto que no era tan grande ni tan perfecto que no tuviese en sí mezclado ni siquiera un poco de plomo. Tuvo, aunque poco. Por eso le dice el Señor: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” (Mt 14,31).

El fuego purificador

Por esta razón, en consecuencia, el que es salvado es salvado por el fuego, para que si por casualidad alguno tuviese mezclado algo de plomo, sea reducido y disuelto por el fuego, para que todos devengan un oro bueno, porque se dice que “el oro de aquella tierra”, que han de habitar los santos, “es bueno” (cf. Gn 2,12), y como “el horno prueba el oro” (cf. Pr 27,3), así la tentación prueba a los hombres justos. Por tanto, todos deben ir al fuego, deben ir al horno. “Por tanto, se sienta el Señor y funde y purifica a los hijos de Judá” (cf. Ml 3,3). Pero cuando se llega allí, si alguno presenta muchas obras buenas y un poco de iniquidad, ese poco será fundido y purificado por el fuego como el plomo, y queda todo oro puro. Y si alguno ofreciese más plomo, más será consumido, para que más sea reducido, de modo que aunque tuviese poco oro, no obstante quede purificado. Ahora bien, si alguno llegase allí siendo todo plomo, se hará con él lo que está escrito: Será sumergido “en el abismo, como plomo en las aguas caudalosas” (cf. Ex 15,5. 10). Pero sería largo si quisiéramos exponerlo (todo) por orden; basta limitarse a unos pocos (pasajes).



[1] Stator: ministro, auxiliar, alguacil.

[2] Cf. Luis MACCHI, Diccionario de la lengua latina, Rosario (Argentina), Ed. “Apis”, 21941, p. 175: «“Effusissimus habenis invadere”: dar sobre los enemigos a toda rienda (Tito Livio)».