OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (318)

La Resurrección de Cristo

Hacia 1156

Namur, Bélgica

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Homilía V: Sobre la salida de los hijos de Israel (continuación)

Los auxilios divinos

4. Pero si, siguiendo a Moisés, esto es, la Ley de Dios, recorres este camino, el egipcio te perseguirá y te atacará, pero mira lo que ocurre: “Se levantó, dice (la Escritura), el ángel del Señor, que precedía al campamento de Israel, y se puso tras ellos. Se levantó también la columna de nube de delante de ellos y se colocó tras ellos, y entró entre el campamento de los egipcios y el de los israelitas” (Ex 14,19-20). Esta columna de nube se convirtió en muralla para el pueblo de Dios, pero impuso a los egipcios oscuridad y tinieblas. Porque no se dirige la columna de fuego a los egipcios para que vean la luz, sino para que permanezcan en las tinieblas, puesto que “amaron las tinieblas más que la luz” (Jn 3,19). 

Por tanto, también tú, si te marchas de Egipto y huyes del poder de los demonios, mira cuántos auxilios te son divinamente preparados, mira cuántos auxilios tendrás. Hasta tal punto que si, permaneces fuerte en la fe, ni te aterrorizarán la caballería y las cuadrigas amedrantadoras de los egipcios, ni te quejarás contra Moisés -la Ley de Dios-, (ni) dirás, como algunos de ellos dijeron: “Como si no hubiese sepulcros en Egipto, nos ha sacado para morir en el desierto. Mejor nos habría sido servir a los egipcios que morir en este desierto” (Ex 14,11. 12). Éstas son palabras de un alma que se debilita (o: decae) en la tentación. Pero ¿quién es tan feliz que esté libre del peso de las tentaciones, de modo que ningún pensamiento de duda sorprenda su espíritu? Mira lo que el Señor dice al gran fundamento de la Iglesia, a aquella roca solidísima sobre la cual Cristo fundó la Iglesia (cf. Mt 16,18): “Hombre, dice, de poca fe, ¿por qué has dudado?” (Mt 14,31).

Es mejor morir en el desierto que permanecer en Egipto

Sin embargo, ciertamente las palabras: “Mejor nos habría sido servir a los egipcios que morir en el desierto” (Ex 14,12), son palabras de tentación y de fragilidad. Por otra parte, es falso. Es mucho mejor morir en el desierto que servir a los egipcios. El que muere en el desierto, precisamente por haberse separado de los egipcios y haberse alejado de los rectores de las tinieblas (cf. Ef 6,12) y de la potestad de Satanás, ha hecho algún progreso, incluso si no ha podido llegar a la plenitud. Porque es mejor morir en el camino buscando una vida perfecta, que no partir en búsqueda de la perfección. Por donde, también parece falsa la opinión de los que, mientras exponen que el camino de la virtud es demasiado arduo y mientras enumeran sus muchas dificultades, sus muchos peligros y caídas, no juzgan necesario recorrerlo o comenzarlo. Pero es mucho mejor morir en este camino, si fuera necesario, que, por permanecer entre los egipcios, ser entregado a la muerte y ser sepultado (o: engullido) por olas saladas y amargas.

“El clamor silencioso de los santos”

Pero entre tanto, Moisés clama al Señor. ¿Cómo clama? No se oye la voz de su grito y sin embargo, Dios le dice: “¿Por qué me gritas?” (Ex 14,15). Querría ya saber cómo lo santos claman a Dios sin (usar) la voz. El Apóstol enseña: «Dios nos ha dado el Espíritu de su Hijo que clama en nuestros corazones: “¡Abba, Padre!”» (Ga 4,6); y añade: “El mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables”. Y de nuevo: “El que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede en favor de los santos según Dios” (Rm 8,26-27). Así, por tanto, el clamor silencioso de los santos se oye ante Dios por la intercesión  (lit.: interpelación) del Espíritu Santo.

La grandeza de la bondad de Dios

5. ¿Y qué (hay) después de esto? Se manda a Moisés golpear el mar con (su) bastón (lit.: vara; cf. Ex 14,26), para que, al entrar el pueblo de Dios, se abra y ceda, de modo que la obediencia de los elementos se ponga al servicio de la voluntad divina y las aguas que temían, formando una muralla a derecha y a izquierda de los siervos de Dios (cf. Ex 14,29), no sólo no produzcan daño, sino que manifiesten (su) protección. Por consiguiente, el mar se reúne en un cúmulo, y las olas, contenidas en sí mismas, se curvan. El líquido recibe solidez y el fondo del mar se seca como polvo. Comprende la bondad de Dios Creador; si obedeces a su voluntad, si sigues su Ley, Él obliga a los mismos elementos a servirte, incluso contra su naturaleza.

He oído que los antiguos han transmitido que, al retirarse el mar, se produjeron divisiones de aguas singulares para cada una de las tribus de los hijos de Israel, y verdaderamente en el mar se abrió un camino para cada tribu;  y esto muestra lo que está escrito en los Salmos: “¿Quién dividió en partes el mar Rojo?” (Sal 135 [136],13). Se nos enseña con ello que se hicieron muchas divisiones, no una. Pero también por esto que se dice: “Allí se encuentra Benjamín, el más joven, estupefacto (o: fuera de sí), los príncipes de Judá con sus jefes, los príncipes de Zabulón, los príncipes de Neftalí” (Sal 67 [68],28), parece igualmente enumerar un camino (lit.: ingreso) propio para cada tribu. Esta observación de los mayores (o: antiguos) sobre las divinas Escrituras, he creído religioso (o: piadoso) no callarla.

El cambio que se ha producido en el bautismo

¿Qué se nos enseña, entonces, con ello? Ya antes hemos hablado del pensamiento del Apóstol sobre esto (cf. hom. V,1). Lo llama “un bautismo consumado en Moisés, en la nube y en el mar” (cf. 1 Co 10,2), para que también tú, que has sido bautizado en Cristo, en el agua y en el Espíritu Santo (cf. Rm 6,3; Jn 3,5), sepas que los egipcios, te persiguen por detrás y quieren llamarte de nuevo a su servicio, esto es, los jefes de este mundo y los espíritus del mal (cf. Ef 6,12), a los que antes serviste. Ellos intentan perseguirte, pero tú desciendes al agua y escapas incólume y, borradas las manchas de los pecados, asciendes como un hombre nuevo (cf. Ef 2,15; 4,24), preparado para cantar un cántico nuevo (cf. Is 42,10). Los egipcios, en cambio, mientras te persiguen, serán sumergidos en el abismo, aunque parezcan rogar a Jesús para que nos los arroje en el abismo (cf. Lc 8,31).

Pero también podemos comprenderlo de otra forma. Si huyes de Egipto, si abandonas las tinieblas de la ignorancia y sigues a Moisés, la Ley de Dios (hom. V,4); si se opone el mar y salen a tu encuentro las turbulencias de los contradictores, golpeando las olas que te atacan con la vara de Moisés, esto es, con la palabra de la Ley, con la custodia de las Escrituras, discutiendo, ábrete un camino por en medio de los adversarios. Al punto cederán las olas, y, superados los torbellinos, dejarán paso a los vencedores; quedarán admirados, atónitos y asustados los que poco antes eran tus adversarios; abrirás (lit.: secarás) el recto camino de la fe, con las legítimas normas (lit.: sendas) de tu disputa; y harás tales progresos en la predicación de la doctrina que tus oyentes, a los que has enseñado con la vara de la Ley, ellos mismos se levantarán como las olas del mar contra los egipcios y no sólo los combatirán, sino que los vencerán y exterminarán. Porque extermina al egipcio el que no hace “las obras de las tinieblas” (cf. Rm 13,12); extermina al egipcio el que no vive carnal sino espiritualmente; extermina al egipcio el que expulsa de su corazón los pensamientos sórdidos e impuros, o no los recibe de ninguna manera, como dice el Apóstol: “Tomando el escudo de la fe, para que podamos apagar todos los dardos ardientes del maligno” (Ef 6,16). Así, de este modo podemos también hoy “ver a los egipcios muertos y yaciendo en la orilla” (cf. Ex 14,30), sumergidos sus cuadrigas y sus caballos. Podemos también ver sumergido al mismo faraón, si vivimos con una fe tan grande como para que “Dios destruya velozmente a Satanás bajo nuestros pies” (cf. Rm 16,20), por Jesucristo Señor nuestro; “a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (cf. 1 P 4,11).