OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (317)

La entrada de Jesucristo en Jerusalén

Hacia 1100

Sacramentario

París

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Homilía V: Sobre la salida de los hijos de Israel

El apóstol Pablo nos ha enseñado cómo interpretar los libros de la Ley

1. “Doctor de los pueblos en la fe y la verdad” (cf. 1 Tm 2,7), el apóstol Pablo ha transmitido a la Iglesia, que congregó de entre las naciones, cómo deben ser usados[1] los libros de la Ley, que fueron recibidos de otros y que antes eran desconocidos y muy extraños para ella, para que, al recibir enseñanzas ajenas y sin conocer la regla de estas enseñanzas, no vacile con un escrito (lit.: instrumento) extraño. Por eso entonces él mismo, en algunos (pasajes), pone ejemplos de interpretación, para que también nosotros hagamos de modo semejante en los demás (casos), no sea que por la semejanza de la lectura y del escrito de los judíos, creamos que nos hemos convertido en discípulos suyos. Él quiere, por tanto, que los discípulos de Cristo se diferencien de los discípulos de la sinagoga en que si ellos, interpretando mal la Ley rechazaron a Cristo, nosotros, interpretándola espiritualmente, mostremos que con razón ha sido dada para la instrucción de la Iglesia. 

Lectura histórica y lectura espiritual

Los judíos, por tanto, entienden sólo que los hijos de Israel partieron de Egipto, que su primera partida fue desde Ramesés (cf. Ex 12,37), que desde allí llegaron a Sukot, y que de Sukot llegaron a Etam cerca de Epauleum junto al mar (cf. Ex 13,20; 14,2); además, que después allí les precedió la nube (cf. Ex 13,21) y les siguió la roca, de la que bebían el agua (cf. Ex 17,6), que pasaron a través del mar Rojo y que llegaron al desierto del Sinaí (cf. Ex 14,22; 16,1). Nosotros, sin embargo, veamos qué regla para interpretar estas cosas nos ha transmitido el apóstol Pablo. Escribiendo a los corintios en algún pasaje dice así: “En efecto, sabemos que todos nuestros padres estuvieron bajo la nube, y que todos fueron bautizados en Moisés en la nube y en el mar, y todos comieron la misma comida espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual. Bebían de la roca espiritual que les seguía; y esta roca era Cristo” (1 Co 10,1-4). 

Ven cuánto difiere la lectura histórica de la enseñanza de Pablo: lo que los judíos piensan que es el paso del mar, Pablo lo llama bautismo; lo que ellos consideran nube, Pablo lo presenta como el Espíritu Santo; y de este mismo modo que éste quiere que sea entendido lo que el Señor manda en los Evangelios diciendo: “El que no renazca de agua y de Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de los cielos” (Jn 3,5). Y además, el maná, que los judíos consideran como alimento del vientre y saciedad de la garganta, Pablo lo llama alimento espiritual (cf. 1 Co 10,3). Y no sólo Pablo, sino que también el Señor dice sobre lo mismo en el Evangelio: “Sus padres comieron el maná en el desierto, y murieron. El que coma del pan que yo le daré, no morirá jamás” (Jn 6,49. 50). Y después de esto, dice: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo” (Jn 6,51). En cuanto a la roca que les seguía, Pablo proclama abiertamente y dice: “La roca era Cristo” (1 Co 10,4).

¿Qué haremos, por consiguiente, nosotros que hemos recibido de Pablo, maestro de la Iglesia, tales reglas de interpretación? ¿Acaso no es justo que observemos en los demás (casos) esta regla que nos ha transmitido en un ejemplo similar? ¿O bien, como algunos quieren, debemos volver a las fábulas judaicas (cf. Tt 1,4), abandonando lo que nos ha transmitido tan grande e ilustre Apóstol? Para mí, ciertamente, exponer otra cosa distinta de lo que se ve que (enseña) Pablo, esto creo que es tender las manos a los enemigos de Cristo, y esto es lo que dice el profeta: “¡Ay del que hace beber a su prójimo un veneno embriagante!” (Ha 2,15). Por tanto, cultivemos las semillas de la inteligencia espiritual recibidas del bienaventurado apóstol Pablo, en la medida en que se digne iluminarnos el Señor gracias a sus oraciones.

Los israelitas salen de Egipto: significado alegórico

2. “Partiendo, dice (la Sagrada Escritura), de Ramasés los hijos de Israel llegaron a Sukot, y partiendo de Sukot llegaron a Etam (Othon)” (cf. Ex 12,37 y 13,20). 

Si hay alguno que se prepara para marcharse de Egipto, si hay alguno que quiere abandonar las obras oscuras de este mundo y las tinieblas de los errores, ante todo debe salir de Ramesés. Ramesés significa erosión de la polilla[2]. Por tanto, si quieres llegar a esto: que el Señor sea tu guía, te preceda en la columna de nube (cf. Ex 13,21) y te siga la piedra que te ofrece un alimento espiritual y una bebida igualmente espiritual (cf. Ex 17,6; 1 Co 10,3-4), parte y sal de Ramesés, “no atesores allí donde la polilla destruye, y donde los ladrones socavan y roban” (Mt 6,20). Esto es lo que dice abiertamente el Señor en los Evangelios: “Si quieras ser perfecto, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven, sígueme” (Mt 19,21). Esto es, por tanto, partir de Ramesés y seguir a Cristo.

Interpretación alegórica de las tiendas

Y veamos cuál es el lugar del campamento, al que se llega desde Ramesés. “Llegaron -dice- a Sukot” (Ex 12,37). Los intérpretes de los nombres refieren que entre los hebreos Sukot significa tiendas (tabernacula). Por tanto, cuando, abandonando Egipto, apartes de ti las polillas de toda corrupción y rechaces las excitaciones de los vicios, habitarás en tiendas. En efecto, habitamos en tiendas, de las que “no queremos ser despojados, sino revestidos” (cf. 2 Co 5,4). Y habitar en tiendas, disponible y sin ningún impedimento, señala al que corre hacia Dios.

El misterio del tercer día

Pero no hay que permanecer en este (lugar), sino que urge partir, mover los campamentos de Sukot y apresurarse hasta llegar a Etam (cf. Ex 13,20). Etam en nuestra lengua se traduce por: signos para ellos. Y con razón, puesto que aquí oirás decir: “Dios los precedía, durante el día en la columna de nube y por la noche en la columna de fuego” (Ex 13,21); no encuentras este hecho junto a Ramesés, ni junto a Sukot, que son los segundos campamentos de los que se dice que partieron, sino que se produjeron en el tercer campamento, en donde sucedieron los signos divinos. Recuerda lo que se ha leído antes, cuando Moisés decía al Faraón: “Haremos un camino de tres días por el desierto, y ofreceremos sacrificios al Señor Dios nuestro” (Ex 5,3). Por tanto, éste era el triduo al que Moisés se apresuraba y al que se oponía el Faraón, porque él decía: “No vayan demasiado lejos” (Ex 8,28 [24]). El Faraón no permitía que los hijos de Israel llegasen al lugar de los signos, no les permitía avanzar hasta el punto de poder gozar de los misterios del tercer día. Escucha, en efecto, al profeta que dice: “Después de dos días nos resucitará, y al tercer día resurgiremos y viviremos en su presencia” (Os 6,2). Para nosotros el primer día es la pasión del Salvador, el segundo, aquel en que descendió al infierno y el tercero es el día de la resurrección (cf. Mt 16,21); y por eso en el día tercero “Dios los precedía, durante el día en la columna de nube, por la noche en la columna de fuego” (cf. Ex 13,21). Porque, si, según hemos dicho antes (cf. hom. 5,1), el Apóstol nos enseña con razón que en estas palabras se contienen los misterios del bautismo (cf. 1 Co 10,2), es necesario que “los que han sido bautizados en Cristo, hayan sido bautizados en su muerte y con Él hayan sido sepultados” (cf. Rm 6,3), y con Él al tercer día resuciten de entre los muertos aquellos que, según lo que dice el Apóstol, “Él ha resucitado consigo y los ha hecho sentar en los cielos[3]” (Ef 2,6). Por tanto, cuando hayas sido recibido en el misterio del tercer día, Dios comenzará a conducirte y Él mismo te mostrará el camino de la salvación.

El camino angosto

3. Pero veamos qué se dice después de esto a Moisés, qué camino se le manda elegir. “De Etam, dice, cambiando de dirección, hagan el camino entre Epauleum y Magdolum, que está frente a Beelsefon” (cf. Ex 14,2). Esto significa: Epauleum, subida tortuosa; Magdolum, torre; Beelsefon, subida al lugar alto (o: atalaya), o que tiene un lugar alto. Quizá tú creerás que el camino que Dios muestra es un camino llano y fácil, y sin ninguna dificultad ni esfuerzo: (no), es una subida, y una subida tortuosa. Porque no es un camino descendente el que conduce a las virtudes, sino ascendente, y una ascensión angosta y difícil. Escucha también al Señor que dice en el Evangelio: “El camino que conduce a la vida es estrecho y angosto” (Mt 7,14). Observa, entonces, qué consonancia hay entre el Evangelio y la Ley. En la Ley se muestra que el camino de la virtud es una ascensión tortuosa; en el Evangelio se dice que el camino que conduce a la vida es estrecho y angosto. ¿Acaso no (es verdad) que incluso los ciegos pueden ver claramente que la Ley y el Evangelio han sido escritos por uno y el mismo Espíritu? El camino, por tanto, por el que marchan es una ascensión tortuosa, y una ascensión a lo alto o que tiene un lugar alto; la ascensión concierne a los actos, el lugar alto a la fe. Así muestra que tanto en las obras como en la fe hay mucha dificultad y mucho esfuerzo. Porque a quienes quieren obrar según Dios se les oponen muchas tentaciones, muchos estorbos. Así, te encontrarás en la fe con muchas cosas tortuosas, muchas preguntas, muchas objeciones de los herejes, muchas contradicciones de los infieles. Éste, entonces, es el camino que deben recorrer los que siguen a Dios; pero en este camino también hay una torre. ¿Qué es esta torre? Seguramente, aquella de la que dice el Señor en el Evangelio: “¿Quién de ustedes, queriendo edificar una torre, no comienza por sentarse y calcular los gastos, a ver si tiene para terminar?” (Lc 14,28). Esta torre es, por tanto, la sede ardua y excelsa de las virtudes. 

“No dudes de tu fe”

Pero al ver el faraón estas cosas, escucha lo que dice: “Éstos, dice, se equivocan”. Para el faraón, el que sigue a Dios se equivoca, porque, como ya hemos dicho, el camino de la sabiduría es tortuoso, tiene muchas curvas, muchas dificultades y muchos recodos. Por consiguiente, cuando confiesas que hay un solo Dios, y en la misma confesión afirmas que el Padre, el Hijo y el Espíritu (son) un solo Dios, ¡cuán tortuoso, cuán difícil, cuán inextricable parece esto a los infieles! Aún más, cuando dices que “el Señor de la majestad” (cf. Sal 28 [29],3) fue crucificado y que el Hijo del hombre es el que “ha bajado del cielo” (cf. Jn 6,33), ¡cuán tortuosas y difíciles parecen estas cosas! El que las oye, si no las oye con fe, dice que éstos se equivocan; pero tú mantente firme, no dudes de esta fe, sabiendo que Dios te muestra el camino de esta fe. Porque Él mismo dice: “Levanten el campamento de Etam, establézcanlo entre Epauleum y Magdolum frente a Beelsefon” (cf. Ex 14,2). Por tanto, huyendo de Egipto llegas a estos lugares, llegas a las subidas (o: ascensiones) de las obras y de la fe, llegas al edificio de la torre, llegas también al mar y las olas vienen a tu encuentro. Puesto que el camino de la vida no se recorre sin las olas de las tentaciones; como dice el Apóstol: “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo, sufrirán persecución” (2 Tm 3,12). También Job proclama lo mismo: “Tentación es nuestra vida sobre la tierra” (Jb 7,1). Esto es, por tanto, haber llegado al mar.



[1] Advertere: dirigir, encaminar.

[2] Commotio tineae: conmoción de la polilla.

[3] Lit.: caelestibus (regiones celestiales).