OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (314)

Jesucristo expulsa a los vendedores del templo

1210-1220

París

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Homilía III: Sobre lo que está escrito: “Soy de voz débil y de lengua torpe” (Ex 4,10) [continuación]

Sentido espiritual de la salida de Egipto

3. Pero como resulta largo hablar sobre cosa por su orden, veamos lo que dicen Moisés y Aarón (cuando) entraron en presencia del Faraón: «Esto dice el Señor: “Deja marchar a mi pueblo, para que me sirva en el desierto”» (Ex 5,1). Moisés no quiere que el pueblo sirva a Dios establecido en Egipto, sino que salga al desierto y allí sirva al Señor. Esto muestra sin ninguna duda que mientras uno permanece en los tenebrosos actos del mundo (lit.: siglo) e inmerso en la obscuridad de los negocios, no puede servir al Señor; porque “no se puede servir a dos señores; no se puede servir a Dios y al dinero” (cf. Lc 16,13). Por eso debemos salir de Egipto; debemos abandonar el mundo, si queremos servir al Señor. Pero digo abandonar no geográficamente[1], sino con el alma, no avanzando por un camino, sino progresando en la fe. Escucha a Juan diciendo esto mismo: “Hijitos, no amen este mundo, ni lo que está en el mundo; porque todo lo que está en el mundo, es deseo de la carne y deseo de los ojos” (1 Jn 2,15-16).

¿Qué dice, sin embargo? Veamos cómo o por cuánto tiempo manda salir de Egipto. Dice: “Haremos un camino de tres días en el desierto y allí haremos sacrificios al Señor nuestro Dios” (Ex 3,18). ¿Cuál es este camino de tres días por el que debemos avanzar, para que saliendo de Egipto podamos llegar al lugar en el que debemos ofrecer el sacrificio? Yo entiendo por camino a Aquel que dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Por este camino debemos avanzar tres días. Porque quien “confiesa con su boca al Señor Jesús, y cree en su corazón que Dios lo ha resucitado al tercer día, será salvado” (cf. Rm 10,9). Éste, por tanto, es el camino de tres días por el que se llega al lugar en el que se inmola al Señor y se ofrece “un sacrificio de alabanza” (cf. Sal 49 [50],14). Esto por lo que se refiere a la comprensión (lit.: inteligencia) mística.

Sentido moral de la salida de Egipto

Pero si ahora buscamos también el sentido moral que para nosotros es muy útil, partimos de Egipto por un camino de tres días, si de tal modo nos guardamos de toda mancha en el alma, en el cuerpo y en el espíritu para que, como dijo el Apóstol, “nuestro espíritu, alma y cuerpo se conserven íntegros para el día de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts 5,23). Salimos de Egipto por un camino de tres días si, dejando la sabiduría racional, natural, moral de las cosas del mundo, nos convertimos a las disposiciones divinas; salimos de Egipto por un camino de tres días si, purificando en nosotros palabras, hechos o pensamientos -porque éstas tres son (los modos) con los que los hombres pueden pecar-, quedamos “limpios (o: puros) de corazón”, para que podamos “ver a Dios” (cf. Mt 5,8). ¿Pero quieres ver que son estas cosas las que el Espíritu Santo indica en las Escrituras? Ese faraón, que es el príncipe de Egipto, cuando se ve fuertemente presionado para dejar partir al pueblo de Dios, entonces quiere conseguir que no se marchen lejos, que no marchen los tres días enteros, y dice: “No marchen lejos” (Ex 8,28. 24). No quiere que el pueblo de Dios se aleje de él; quiere que peque, si no con las obras, al menos con la palabra; si no con la palabra, por lo menos con el pensamiento. No quiere que se alejen de él tres días completos. Quiere tener en nosotros al menos un día suyo; él mismo posee en algunos, dos, en otros, los tres enteros. Pero felices aquellos que se separan de él tres días completos, y en ellos no posee ningún día suyo.

También ahora Moisés quiere sacarnos de Egipto

Por tanto, no piensen que sólo en aquel tiempo Moisés condujo al pueblo fuera de Egipto: también ahora Moisés, esto es, la Ley de Dios, que tenemos con nosotros -“tenemos, en efecto, a Moisés y los profetas” (cf. Lc 16,29)-, quiere sacarte de Egipto. Si la escuchas, quiere llevarte lejos del faraón; quiere arrancarte del trabajo del barro y de las pajas, si escuchas la Ley de Dios y la comprendes espiritualmente. No quiere que permanezcas en las obras de la carne y de las tinieblas, sino que salgas al desierto, que vengas a un lugar libre de las perturbaciones y agitaciones del mundo, que vengas a la quietud del silencio. Porque “las palabras de la Sabiduría se aprenden en el silencio y en la quietud” (Qo 9,17). Por tanto, cuando llegues a este lugar de quietud, entonces podrás ofrecer sacrificios al Señor, allí conocerás la Ley de Dios y el poder de la voz divina. Por eso, entonces, Moisés quiere sacarte de en medio de las agitaciones de los negocios y de en medio del tumulto de los pueblos. Por eso desea sacarte de Egipto, estos es, de las tinieblas de la ignorancia, para que escuches la Ley de Dios y adquieras la luz del conocimiento.

El endurecimiento del faraón

Pero el Faraón se opone; no quiere soltarte “el gobernador de esas tinieblas” (cf. Ef 6,12); no quiere que seas arrancado de sus tinieblas y conducido a la luz del conocimiento. Y escucha lo que dice: “¿Quién es, dice (la Escritura), aquel cuya voz escucho? No conozco al Señor, y no dejaré marchar a Israel” (Ex 5,2). Escucha lo que responde “el príncipe de este mundo” (cf. Jn 16,11), dice que no conoce a Dios. ¿Ves lo que obra una soberbia desvergonzada? Hasta que no participe “en los trabajos de los hombres y sea castigado con los hombres” (cf. Sal 72 [73],5), el orgullo lo domina. Y poco después verás cuánto provecho halla en las aflicciones, cuánto mejor se vuelve con el castigo. Éste que ahora dice: “No conozco al Señor” (Ex 5,2), después cuando haya experimentado la fuerza de los golpes dirá: “Rueguen por mi al Señor” (Ex 8,8. 4); y no sólo esto, sino que, incluso contra la declaración de sus magos, confesará que “el dedo de Dios estaba” (cf. Ex 18,19. 15) en el poder de los signos. Nadie es tan ignorante de la pedagogía divina que considere los flagelos divinos como una calamidad, que crea que (son) como un suplicio mortal los azotes del Señor. He aquí todavía al Faraón endurecido; sin embargo, progresa cuando es azotado. Antes de los azotes no conoce al Señor; después de azotado, ruega que se suplique al Señor por él. Es un progreso reconocer, en los castigos, por qué ha merecido el castigo. Dice por tanto: “No conozco, dice entonces, al Señor, y no dejo salir a Israel” (Ex 5,2). Pero mira en los Evangelios cómo, después de azotado, cambia esta voz. Está escrito, en efecto, que gritaron los demonios al Señor y dijeron: “¿Por qué has venido a atormentarnos antes de tiempo? Sabemos quién eres: Tú eres el Hijo de Dios vivo” (Mt 8,29; Mc 1,24; cf. Mt 16,16; Jn 11,27). Cuando han experimentado los tormentos, conocen al Señor. Antes de los azotes dice: “No conozco al Señor, y no dejo salir a Israel” (Ex 5,2); pero dejará salir a Israel, y no sólo lo dejará salir, sino que también él mismo urgirá su salida. Porque no hay “alianza entre la luz y las tinieblas”; no hay “participación entre el fiel y el infiel” (cf. 2 Co 6,14-15).

Acusaciones contra los cristianos

¿Pero qué añade todavía en sus respuestas? Dice: “¿Por qué, Moisés y Aarón, desvían a mi pueblo de sus trabajos? Vaya cada uno a su trabajo” (Ex 5,4). Mientras que el pueblo está con él y trabaja el barro y el ladrillo, mientras está ocupado en las pajas, él no piensa que el pueblo se desvía, sino que avanza por el recto camino. Pero si dice: “Quiero hacer un camino de tres días y servir al Señor”, dice que el pueblo ha sido desviado por Moisés y Aarón. Esto se decía, ciertamente, a los antiguos (cf. Mt 5,21). Pero también hoy si Moisés y Aarón, esto es, la palabra profética y sacerdotal, mueven al alma al servicio de Dios, la invitan a salir del mundo, a renunciar a todo lo que posee, a cumplir la Ley divina y seguir la Palabra de Dios, (entonces) oyes continuamente decir a esos que están de acuerdo con el faraón y son (sus) amigos: “Vean cómo seducen a los hombres y los desvían, como a adolescentes, para que no trabajen, no cumplan el servicio militar, no hagan nada de lo que les resulta útil, y para que, habiendo dejado todas las cosas necesarias y útiles, se dediquen a cosas inútiles y al ocio. ¿Qué significa seguir a Dios? No quieren trabajar y buscan ocasiones para un ocio inerte”. Éstas eran entonces las palabras del faraón, esto lo que dicen también ahora sus amigos y familiares.

Los verdaderos israelitas

Pero no sólo se trata una cuestión de las palabras, siguen también los golpes; manda que sean azotados los escribas hebreos, que no se les dé paja, que se les exija el trabajo (cf. Ex 5,14. 7); esto soportaron (nuestros) padres, a cuya imagen también a menudo padece el pueblo de Dios, que es la Iglesia. Encontrarás, en efecto, si consideras a los que se han entregado por completo al “príncipe de este mundo” (cf. Jn 16,11), que tienen éxito en sus empresas, y que todo les sucede felizmente, tal como piensan; pero los siervos de Dios a menudo no (tienen) ni aun esos medios de vida humildes y pequeños de subsistencia humana. Pienso que estos medios son figurados en la paja que proporciona el faraón. Ocurre a menudo que los que temen a Dios carecen incluso de esos medios de subsistencia viles comparables a la paja; a menudo también soportan las persecuciones de los tiranos, sobrellevan suplicios y tormentos crueles, de modo que algunos, fatigados, dicen al faraón: “¿Por qué afliges a tu pueblo?” (cf. Ex 5,22). En efecto, algunos, vencidos por los golpes, abandonan la fe y se confiesan pueblo del faraón. “Porque no todos los que son de Israel, ésos son israelitas; puesto que no todos los que son descendencia (de Abraham)[2], (son) también hijos” (Rm 9,6-7).

Las quejas del pueblo judío

Éstos que dudan y se fatigan de las tribulaciones, hablan también contra Moisés y Aarón y dicen: “Desde el día en que entran y salen de la presencia del Faraón, han hecho nuestro olor execrable ante él” (cf. Ex 5,23. 21). Éstos dicen verdad, aunque tal vez ignoran lo que dicen, como también Caifás decía la verdad: “Les conviene que muera un solo hombre por el pueblo” (Jn 11,50), pero no sabia lo que decía. Puesto que, como dice el Apóstol, “somos buen olor de Cristo; pero para algunos -dice- olor de vida para la vida, para otros olor de muerte para la muerte” (cf. 2 Co 2,15. 16). Así también la palabra profética es suave olor para los creyentes, pero para los que dudan, para los incrédulos y para los que se confiesan pueblo del Faraón, se torna olor execrable.

Pero también el mismo Moisés dice al Señor: “Desde que he hablado con el Faraón, ha maltratado a tu pueblo” (cf. Ex 5,23). Es cierto, en efecto, que antes de escuchar la Palabra de Dios, antes de conocer la predicación divina, no hay tribulación, no hay tentación, porque, si la trompeta no resuena, no comienza la guerra (cf. 1 Co 14,8); pero donde la trompeta de la predicación ha dado la señal de guerra, allí sobreviene la aflicción, surgen todos los combates de las tribulaciones. Desde que Moisés y Aarón han comenzado a hablar al Faraón, es afligido el pueblo de Dios. Desde que la Palabra de Dios ha llegado a tu alma, se suscita necesariamente un combate dentro de ti de las virtudes contra los vicios; pero antes de llegar la palabra acusadora de Dios, los vicios moraban dentro de ti en paz; mas cuando la Palabra de Dios comienza a juzgar (lit.: dividir, separar) a cada uno, entonces surge una gran perturbación y nace una guerra sin tregua. “Porque cuándo la injusticia puede estar de acuerdo con la justicia” (cf. 2 Co 6,14), la impudicia con la sobriedad, la verdad con la mentira?

Permanezcamos de pie en la lucha contra Satanás

Y por eso no nos turbemos demasiado si parece que nuestro olor es execrable para el Faraón, porque la virtud es tenida por execrable para los vicios. Más bien, como se dice a continuación que Moisés estuvo en pie “ante el faraón”, estemos también nosotros en pie “contra el faraón” (Ex 8,20. 16; 9,13), y no nos doblemos ni nos inclinemos, sino que estemos en pie “ceñidas nuestras cinturas (o: lomos) en la verdad y calzados nuestros pies en la preparación del Evangelio de la paz” (Ef 6,14. 15). Puesto que así nos exhorta el Apóstol diciendo: “Por tanto, permanezcan firmes y no se aten (lit.: adhieran) nuevamente al yugo de la servidumbre” (Ga 5,1). Y de nuevo dice: “En él permanecemos y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (cf. Rm 5,2). Pero nos mantenemos en pie confiadamente, si rogamos al Señor que “asiente nuestros pies sobre la roca” (cf. Sal 39 [40],3), para que no nos ocurra lo que dice el mismo profeta: “Por poco mis pies se me extravían, y por poco mis pasos resbalan” (Sal 72 [73],2). Por tanto, estemos en pie ante el faraón, esto es, resistámosle en el combate, como dice el apóstol Pedro: “Resístanle fuertes en la fe” (1 P 5,9). Pero también Pablo dice: “Resístanle firmes en la fe y obren virilmente” (1 Co 16,13). Porque si permanecemos en pie con fuerza también se conseguirá aquello que ruega el apóstol Pablo para los discípulos, diciendo: “Bien pronto Dios quebrantará a Satanás bajo sus pies” (Rm 16,20). Puesto que, cuanto más constante y fuertemente permanezcamos en pie, tanto más débil e impotente será el faraón; pero si nosotros comenzamos a debilitarnos o a dudar, él se hará contra nosotros más fuerte y más constante.

 Alcemos los brazos en el poder de la Cruz

Y verdaderamente se cumple en nosotros aquello de lo cual Moisés fue figura: cuando él alzaba las manos, Amalec era vencido; pero si las dejaba caer cansadas y bajaba sus débiles brazos, Amalec prevalecía (cf. Ex 17,11). Por tanto, así también nosotros alcemos los brazos en el poder de la Cruz y elevemos en la oración “unas manos santas en todo lugar sin ira ni discusiones” (cf. 1 Tm 2,8), para que merezcamos el auxilio del Señor. A esto mismo, en efecto, nos exhorta el apóstol Santiago diciendo: “Resistan al diablo y huirá de ustedes” (St 4,7). Actuemos, entonces, con toda (nuestra) fe, para que no sólo huya de nosotros, sino que también “Satanás sea triturado (o: pulverizado) bajo nuestros pies” (cf. Rm 16,20), como asimismo el faraón fue sumergido en el mar y aniquilado en lo profundo del abismo (cf. Ex 15,4 ss.). En cuanto a nosotros, si nos alejamos del Egipto de los vicios, escaparemos de las olas del mundo como por un camino sólido por medio de nuestro Señor Jesucristo; “a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (cf. 1 P 4,11).



[1] Non loco.

[2] El texto latino dice sólo: semen.