OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (313)

La Transfiguración de Jesucristo

1025-1050

Evangeliario

Colonia, Alemania

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Homilía III: Sobre lo que está escrito: “Soy de voz débil y de lengua torpe” (Ex 4,10).

El hombre ante la Palabra de Dios queda como mudo

1. Mientras estaba Moisés en Egipto y “se instruía en toda la sabiduría de los egipcios” (cf. Hch 7,22), no era de débil voz ni tardo de lengua, ni se declaraba sin elocuencia. Porque era, en cuanto a los egipcios, de voz sonora y de elocuencia incomparable. Pero cuando (lit.: donde) empezó a oír la voz de Dios y a recibir la divina elocuencia, entonces sintió que su voz era débil y tenue; comprendió que su lengua era torpe y confusa; entonces se proclamó mudo, cuando comenzó a conocer aquella verdadera Palabra que “estaba en el principio junto a Dios” (cf. Jn 1,1).

Pero usemos una comparación para que pueda percibirse más fácilmente lo que decimos. Si se compara a un hombre racional (o: razonable), aunque sea ignorante e indocto, con los animales mudos, parecerá elocuente en comparación con aquellos que están desprovistos de voz y de razón; pero si fuere comparado con hombres eruditos y elocuentes, y muy experimentados en toda sabiduría, parecerá falto de elocuencia y mudo. Pero si alguien contempla a la misma Palabra divina y considera la misma Sabiduría divina, por grande que sea su erudición y su sabiduría, declarará que ante Dios es como un animal mudo, más que las bestias ante nosotros. Sin duda, con esta mirada atenta y esta manera de sopesarse a sí mismo y a la Sabiduría divina, decía David: “Como un animal soy ante ti” (Sal 72 [73],22). En este sentido, por tanto, también Moisés, el mayor de los profetas, dice a Dios en la presente lectura, que es de voz débil y torpe de lengua, y que no es elocuente. En efecto, todos los hombres, en comparación de la Palabra divina, no sólo deben ser considerados faltos de elocuencia, sino también mudos.

Debemos dejar que Dios nos enseñe qué decir

2. Por haber llegado a tal grado de inteligencia, el conocimiento de sí mismo, en lo cual consiste la cumbre de la sabiduría, la generosidad divina lo recompensa. Escucha con qué dones óptimos y magníficos. “Yo, dice, abriré tu boca, y te enseñaré lo que debes decir” (Ex 4,12). Son felices aquellos a quienes Dios abre la boca para que hablen. A los profetas, Dios les abre la boca y se la llena con su palabra, como dice ahora: “Yo abriré tu boca y te enseñaré lo que debes decir”. Igualmente por David dice Dios: “Abre tu boca que te la llenaré” (Sal 80 [81],11). Del mismo modo dice Pablo: Para que me sea dada la palabra al abrir mi boca” (Ef 6,19). Por tanto, Dios abre la boca de los que hablan palabras de Dios.

La gracia del discernimiento de espíritus

Pero temo que haya, por el contrario, alguno cuya boca abre el diablo. Porque el que habla mentira, es seguro que el diablo abre su boca para que hable mentira. El que da falso testimonio (cf. Mt 15,19), los que profieren con su boca bufonerías, obscenidades y cosas semejantes, el diablo abre su boca. Temo que no (sea) también el diablo quien abre la boca de los “maledicentes y calumniadores” (cf. Rm 1,29-30), sino igualmente de “los que profieren palabras ociosas de las que deberán dar cuenta en el día del juicio” (cf. Mt 12,36). Porque ¿quién duda que es el diablo quien abre la boca de “los que altivamente hablan iniquidad” (cf. Sal 72 [73],8), de “los que niegan que mi Señor Jesucristo ha venido en carne” (cf. 2 Jn 7), o “que blasfeman contra el Espíritu Santo” (cf. cf. Lc 12,10), a quienes “no se perdonará ni en el siglo presente, ni en el futuro” (cf. cf. Mt 12,32)? ¿Quieres que te muestre también con la Escritura de qué modo el diablo abre la boca de estos hombres que hablan contra Cristo? Mira lo que está escrito de Judas, cómo se refiere que “entró en él Satanás” y que “el diablo metió en su corazón el entregarlo” (cf. Jn 13,27. 2). Por tanto, él mismo le abrió la boca cuando “habló con los príncipes y los fariseos sobre la manera de entregarlo” (cf. Lc 22,4), habiendo aceptado el dinero. De donde me parece que no es pequeña gracia poder comprender qué boca es la que abre el diablo. No es sin la gracia del Espíritu Santo que se discierne boca y palabras de este género; y por eso en la repartición de las gracias espirituales se añade asimismo esa que se da a algunos del “discernimiento de espíritus” (cf. 2 Co 12,10). Por tanto, es espiritual la gracia por la que se discierne el espíritu, como también en otra parte dice el Apóstol: “Prueben los espíritus, para ver si son de Dios” (1 Jn 4,1).

Dios nos abre los oídos y los ojos

Pero del mismo modo que Dios abre la boca de los santos, así también pienso que abre los oídos de los santos para oír las palabras divinas. En efecto, así dice el profeta Isaías: “El Señor me abrió el oído, para que sepa cuándo debe ser dicha la palabra” (Is 50,5. 4). Así también el Señor abre los ojos, como “abrió el Señor los ojos a Agar, y vio el pozo de agua viva” (Gn 21,19). Pero también el profeta Eliseo dice: “Abre, Señor, los ojos de tu siervo para que vea que hay más con nosotros que con los adversarios. Y abrió, dice, el Señor los ojos de su siervo, y he aquí que todo el monte estaba lleno de jinetes, de carros y de ejércitos celestiales” (2 R 6,16-17). Porque “el ángel del Señor da vueltas en torno a los que le temen y los libra” (Sal 33 [34],8). Por tanto, como hemos dicho, Dios también nos abre la boca, los oídos y los ojos, para que hablemos, veamos o escuchemos las cosas de Dios.

Abrir los oídos a la palabra de Dios

Pero también considero no ocioso lo que dice el profeta: “La enseñanza, dice, del Señor me ha abierto el oído” (Is 50,5). Me parece que esto va dirigido a nosotros, esto es, en general a todo lo que se refiere a la Iglesia de Dios. Porque, si estamos versados en la enseñanza del Señor, también a nosotros la enseñanza del Señor nos abre el oído. Pero el oído abierto por la enseñanza del Señor, no siempre está abierto, sino que está a veces abierto, a veces cerrado. Escucha al legislador diciendo: “No recibas una noticia (lit.: una audición) vana” (Ex 23,1). Por tanto, si se dicen cosas vanas, si se cuando profieren (palabras) vacías, ineptas, indecentes, profanas, impías, el que conoce la enseñanza del Señor cierra los oídos, desvía su atención y dice: “Pero yo como un sordo, no escuchaba, y como un mudo que no ha abierto su boca” (Sal 37 [38],14). Pero si lo que se dice concierne a la utilidad del alma, si es palabra sobre Dios, si enseña las buenas costumbres, invita a las virtudes y cercena los vicios, deben abrirse los oídos a palabras de tal clase; y no sólo los oídos, sino también el corazón, la mente y todas las puertas del alma deben abrirse a tal escucha.

No escuchar cosas vanas

Sin embargo, la Ley ha usado máxima moderación en el precepto que dice: “No recibas una noticia vana” (Ex 23,1); no ha dicho: “No escuches una noticia vana”, sino “no recibas”; puesto que frecuentemente oímos cosas vanas. Las cosas que dice Marción son vanas; las que dice Valentín son vanas; y son cosas vanas las que dicen todos los que hablan contra Dios Creador. Pero, no obstante, , nosotros las escuchamos frecuentemente, para poder responder contra ellas, no sea que vayan a seducir por la belleza de su discurso a los más simples de nuestros hermanos. Oímos, entonces, estas cosas, pero no las recibimos. Son dichas, en efecto, por una boca que ha abierto el diablo. Y por eso tenemos que orar, para que el Señor se digne abrir nuestra boca, para que podamos refutar (lit.: amarrar) a los contradictores y cerrar la boca que ha abierto el diablo. (Sea dicho) esto sobre eso que está escrito: “Yo abriré tu boca, y te enseñaré lo que debes decir” (Ex 4,12).

Ascender al sentido espiritual de la Ley

Pero no se promete sólo a Moisés que el Señor le abrirá su boca, sino también a Aarón. Porque se dice también de él: “Yo abriré tu boca y su boca, y les enseñaré lo que deben hacer” (Ex 4,15). Puesto que también Aarón salió al encuentro de Moisés y salió de Egipto. ¿Pero dónde sale al encuentro de él, en qué lugar? Porque importa saber dónde salió al encuentro de Moisés aquel cuya boca ha de ser abierta por Dios. “Le sale al encuentro, dice, en la montaña de Dios” (Ex 4,27). Ves que no sin razón es abierta la boca de aquel que puede acudir a un encuentro en la montaña de Dios. Pedro, Santiago y Juan subieron a la montaña de Dios, para merecer ver a Jesús transfigurado, y vieron a Moisés con Él y a Elías en la gloria (cf. Mt 17,1 ss.). Por tanto, también tú, si no subes a la montaña de Dios y allí te encuentras con Moisés, esto es, si no asciendes al sentido excelso de la Ley, si no alcanzas la cima de la inteligencia espiritual, tu boca no es abierta por el Señor. Si tú permaneces en el bajo (lit.: humilde) lugar de la letra y entrelazas narraciones judaicas con el texto de la historia, no sales al encuentro de Moisés “en la montaña de Dios” (cf. Ex 4,27), ni Dios “ha abierto tu boca, ni te ha enseñado lo que debes decir” (cf. Ex 4,12). Por tanto, si “Aarón no hubiese salido al encuentro de Moisés en la montaña”, si no hubiese visto su sentido sublime y arduo, si no hubiese reconocido claramente su excelsa inteligencia, nunca le habría dicho las palabras de Dios, nunca le habría transmitido el poder de realizar signos y prodigios, ni le habría hecho participe del conocimiento de un misterio tan grande.