OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (311)

Cristo cura al leproso

Hacia 1030

Echternach, Luxemburgo

Orígenes, Trece homilías sobre el Éxodo

Homilía II: Las parteras y el nacimiento de Moisés

La nefasta astucia del faraón

1. Muchas (maquinaciones) levanta contra el pueblo de Dios este “rey que no ha conocido a José” (cf. Ex 1,8) y busca continuamente nuevas artimañas para hacerle daño. Pero ahora su astucia sobrepasa toda medida, cuando trata de extinguir la descendencia del pueblo por el ministerio de las parteras, cuyo oficio suele ser conservar la vida. En efecto, ¿qué (es) lo que dice?

«Y dijo el rey de Egipto, dice (la Sagrada Escritura), a las parteras de los hebreos, una de las cuales se llamaba Séfora y la otra Phuá: “Cuando asistan a las hebreas, en el momento del parto, si se trata de un varón mátenlo, si es mujer, déjenla con vida”» (Ex 1,15-16). Pero en seguida esto se añade: “Las parteras temieron a Dios y no hicieron como les había mandado el rey de Egipto, y dejaban vivos a los varones” (Ex 1,17).

Sentido histórico

Si lo que ha sido escrito ha de ser tomado como una narración histórica, parece que no puede sostenerse lo que dice la Escritura, esto es, porque “las parteras no hicieron como les había mandado el rey de Egipto”. En efecto, no encontramos que las parteras no hayan dejado vivir a las niñas, a las que el rey de Egipto mandó dejar vivas. Porque así dijo: “Si se trata de un varón, mátenlo, si es mujer, déjenla viva” (Ex 1,16). Y si “no hicieron las parteras lo que les había mandado el rey de Egipto”, entonces, del mismo modo que dejaban vivos a los varones contra el precepto del rey, también habrían debido matar a las mujeres, que es lo que asimismo iba contra el precepto del rey. Puesto que dejar vivas a las mujeres era actuar según el precepto del faraón. Esto sea dicho de pasada por aquellos que son amigos de la letra, y no creen que la ley es espiritual (cf. Rm 7,14) y ha de ser comprendida espiritualmente.

Sentido espiritual

Pero nosotros, que sabemos que todo ha sido escrito, no para narrar hechos antiguos, sino para nuestra instrucción y utilidad, comprendemos que esto que se ha leído, también se realiza ahora y no solamente en este mundo, que figuradamente es llamado Egipto, sino también en cada uno de nosotros. Busquemos, por tanto, cómo el rey de Egipto, que es “el príncipe de este mundo” (cf. Jn 16,11), no quiere dejar vivos a los varones, y sí a las mujeres. Si recuerdan, a menudo -discutiendo estas cosas- hemos mostrado que las mujeres simbolizan (lit.: designan) la carne y el afecto de la carne, mientras que el hombre es el sentido racional y el espíritu inteligente. Por tanto, a este sentido racional, que puede saborear las cosas celestiales, que puede comprender a Dios y “buscar las cosas de arriba” (cf. Col 3,1), a éste odia el faraón, rey y príncipe de Egipto, a éste desea matar y destruir. Desea también que viva todo lo que es carnal y perteneciente al cuerpo material (cf. Flp 3,19), desea que esto no sólo viva, sino que crezca y se desarrolle. Quiere, entonces, que todos saboreen lo carnal, deseen lo temporal, busquen “lo que está sobre la tierra” (cf. Col 3,2), que nadie “eleve al cielo sus ojos” (cf. Lc 18,13), que nadie se pregunte de dónde ha venido, que nadie recuerde (su) patria, el paraíso. Por tanto, cuando veas a hombres que pasan la vida entre voluptuosidades y delicias, que se bañan en el lujo, que se dan a los festines, al vino, los banquetes, la lujuria y las impudicias (cf. Rm 13,13), sabe que en éstos el rey de Egipto mata a los varones y deja vivir a las mujeres. Pero si ves alguno excepcional, “uno entre mil” (cf. Qo 7,28 [29]), que se convierte a Dios, que levanta sus ojos, que busca las cosas que son perdurables y eternas, que contempla no “las cosas que se ven, sino las que no se ven” (cf. 2 Co 4,18), que odia las delicias, que ama la continencia, que huye de la lujuria, que cultiva la virtud, a éste, porque es varón, porque es hombre, desea matar el Faraón, lo persigue, lo acosa y (emplea) contra él mil maquinaciones para combatirlo. Odia a gente de tal clase, no permite que vivan en Egipto. De aquí, por tanto, que todos los que sirven a Dios en este mundo y todos que buscan a Dios, sean menospreciados y despreciados. Por eso son expuestos a insultos, colmados de oprobios; por eso también mueven contra ellos persecuciones y odio, porque los odia el Faraón, odia a los hombres de esta clase, quien ama a las mujeres. Intenta corromper a las parteras y cumplir lo que desea por medio de ellas, cuyos nombres también se nos dicen por previsión del Espíritu Santo, que ha querido que estas cosas fueran escritas. Séfora, dice (la Escritura), que se traduce por gorrión; y Puá, que entre nosotros puede significar que se ruboriza o vergonzosa. Así entonces, por medio de éstas quiere matar a los varones y dejar vivas sólo a las mujeres.

Las parteras son figuras de ambos Testamentos

2. Pero ¿qué dice la Escritura? “Temían, dice, las parteras a Dios y no hicieron como les había mandado el rey de Egipto” (cf. Ex 1,17).

Estas parteras, se ha dicho antes de nosotros, son figura del conocimiento razonable. Porque las parteras son como neutrales, y favorecen el nacimiento tanto de los varones como de las mujeres. Por tanto, la enseñanza común del conocimiento razonable llega a casi todo entendimiento, instruye a todos y favorece a todos. Si hubiera en él algún espíritu viril, y quiere buscar las realidades celestiales y seguir las divinas, gracias al cuidado y protección de este tipo de enseñanza, llegará mejor preparado a la inteligencia de las realidades divinas. En efecto, una es como el gorrión: enseña las verdades superiores y provoca a los espíritus a volar hacia lo alto con las alas razonables de la doctrina. La otra, que se ruboriza o es vergonzosa, es moral, dispone las costumbres, enseña el pudor, establece la honestidad.

Me parece, sin embargo, ya que la Escritura dice sobre ellas “que temían a Dios y no hicieron lo que les había mandado el rey de Egipto” (cf. Ex 1,17), que estas dos parteras pueden ser figura de ambos Testamentos, y Séfora, que se traduce por gorrión, puede corresponder a la Ley que “es espiritual” (cf. Rm 7,14), mientras que Puá, que se ruboriza o es vergonzosa, puede indicar los Evangelios, que se ruborizan por la sangre de Cristo y resplandecen en el mundo entero por la sangre de su pasión. Por ellas, por tanto, como parteras, son cuidadas las almas que nacen en la Iglesia, puesto que por la lectura de las Escrituras se les administra toda la medicina de la enseñanza. Sin embargo, el Faraón intenta servirse de ellas para matar a los varones de la Iglesia cuando sugiere a cualquier estudioso de las divinas Escrituras opiniones heréticas y perversas doctrinas. A pesar de todo permanece inmóvil el fundamento de Dios. En efecto, “temen las parteras a Dios” (cf. Ex 1,17), esto es, enseñan el temor de Dios, porque “el principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Sal 110 [111],10).

Así, en fin, pienso que puede aplicarse en manera más apropiada también aquello que está escrito a continuación, donde dice: “Porque las parteras temían a Dios, se hicieron para sí mismas casas” (Ex 1,21). Esta expresión no puede tener, según la letra, ninguna lógica. ¿Qué coherencia hay en decir: “Porque temían a Dios, se hicieron casas”? Como si por hacerse una casa, por eso se temiese a Dios. Si tomamos (la frase) tal como está escrita, no sólo parece que carece de lógica, sino que también tiene mucho de absurdo (lit.: vacío). Pero si se observa cómo las escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento, enseñando el temor de Dios, edifican las casas de la Iglesia y llenan todo el orbe de la tierra con casas de oración (cf. Lc 19,46), entonces lo escrito parece razonablemente escrito.

Las parteras: sentido moral de su proceder

Así, por tanto, estas parteras que temen a Dios y enseñan el temor de Dios, no hacen como les había mandado el rey de Egipto, sino que dejan vivir a sus (hijos) varones. Sin embargo, no se dice que cumplieran el precepto del rey de dejar vivir a las (hijas) mujeres. Yo me atrevo a decir confiadamente, según el sentido de la Escritura: estas parteras no dejan vivir a las (hijas) mujeres. Porque en las Iglesias ni se enseñan los vicios, ni se predica la lujuria, ni se alimentan los pecados, -esto (es), en efecto, lo que quiere el Faraón cuando manda que se deje con vida a las (hijas) mujeres-, sino que en ellas se cultiva solamente la virtud y sólo a ella se alimenta.

Pero también apliquémonos esto a cada uno de nosotros. Y tú, si temes a Dios, no haces lo que ha mandado el rey de Egipto. Porque él te manda que vivas en las delicias, que ames el presente siglo, que desees los bienes presentes. Tú, si temes a Dios y ofreces a tu alma el cuidado (lit.: oficio) de las parteras, si deseas procurarle la salud, no haces estas cosas, sino que dejas vivir al hombre que está en ti, cuidas y fortaleces a tu hombre interior y, por tus buenas acciones y pensamientos, conquistas para él la vida eterna.