OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (306)

El bautismo de Cristo

1147-1167

Antifonario

Viena, Austria

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis

Homilía XVI: José adquiere las tierras de Egipto para el Faraón

Sobre lo que está escrito: “José adquirió toda la tierra de los egipcios para el Faraón; los egipcios, en efecto, vendieron su tierra al Faraón, porque el hambre los venció. Y la tierra vino a ser del Faraón, y redujo al pueblo a servidumbre, desde un extremo al otro de Egipto” (Gn 47,20-21).

Egipto, país de esclavitud

1. Según el testimonio de la Escritura, ningún egipcio (era) libre. Porque el Faraón “redujo al pueblo a esclavitud” y no dejó a nadie libre dentro de los confines de Egipto, sino que suprimió la libertad en todo la tierra de Egipto. Por eso, sin duda, está escrito: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó del país de Egipto, de la casa de la esclavitud” (Ex 20,2). Egipto, por tanto, llegó a ser la casa de la esclavitud y, lo que es más desgraciado, de la esclavitud voluntaria.

En efecto, cuando se refiere de los hebreos que fueron reducidos a esclavitud y que, privados de la libertad, tuvieron que soportar el yugo de la tiranía, se recuerda no obstante que fueron conducidos a esa situación violentamente. Porque está escrito: “Los egipcios detestaban a los hijos de Israel, y los egipcios oprimían violentamente con su poder a los hijos de Israel y les amargaban la vida con duros trabajos de arcilla y ladrillos y con toda (clase) de labores del campo, con todos los cuales los reducían a esclavitud por la fuerza” (Ex 1,12-14). Medita diligentemente, por tanto, en lo que está escrito: cómo los hebreos fueron reducidos a esclavitud “violentamente”; ellos poseían, en efecto, una libertad natural que no les podía ser arrebatada fácilmente ni mediante engaño, sino (sólo) por la fuerza.

Pero el faraón redujo fácilmente a esclavitud al pueblo egipcio, y no está escrito que lo hiciese por la fuerza; puesto que los egipcios son proclives a una vida degenerada y caen en seguida bajo la esclavitud imperio de toda clase de vicios. Considera el origen de su raza y encontrarás que su padre, Cam, que se había burlado de la desnudez de su padre (cf. Gn 9,22), mereció esta sentencia: que su hijo Canaam sería esclavo de sus hermanos (cf. Gn 9,25), para que su condición de servidumbre atestiguase la corrupción de sus costumbres. No sin razón, por tanto, la degeneración de la posteridad reproduce la falta de nobleza de la raza.

Pero los hebreos, aun estando reducidos a servidumbre, aun padeciendo la tiranía de los egipcios, la padecen “violentamente” y por necesidad. Por eso son liberados “de la casa de la esclavitud” y llamados de nuevo a la libertad primera, que habían perdido contra su voluntad. Además, las leyes divinas también prevén que, si uno compra un esclavo hebreo, no lo mantenga en perpetua esclavitud, sino que le sirva seis años, y al séptimo lo deje libre (cf. Ex 21,2). En relación con los egipcios, nada parecido se dispone, ni la ley divina se ocupa en ninguna parte de la libertad de los egipcios, porque ellos la perdieron por propia voluntad; sino que les abandona al yugo eterno de su condición y a una esclavitud perpetua.

La esclavitud del pecado

2. Si comprendemos espiritualmente estas cosas, conocemos cuál fue la esclavitud de los egipcios, porque servir a los egipcios no es otra cosa que sujetarse a los vicios carnales y estar sometidos a los demonios. Ciertamente nadie está obligado a ello por una necesidad venida de fuera, sino que es empujado por la pereza del alma y por el deseo y el placer del cuerpo, al cual se somete el alma por desidia. Pero el que cuida la libertad del alma y ennoblece la dignidad de la mente con pensamientos celestiales, éste es de los hijos de Israel; y, aunque oprimido “con violencia” por un tiempo, sin embargo no pierde su libertad perpetuamente. Por último, también nuestro Salvador, hablando sobre la libertad y la servidumbre, dice así en el Evangelio: “Todo el que peca es esclavo del pecado” (Jn 8,34). Y de nuevo dice: “Si permanecen en mi palabra, conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8,31. 32).

“Los egipcios se vendieron a sí mismos”

Quizá alguien nos diga: ¿cómo (es) que toda la tierra le es entregada en posesión al faraón por medio de José y que se dice que toda esta esclavitud, que antes explicamos como condicionada por el pecado, (es) puesta al servicio del Faraón por un hombre santo? A esto podemos responder que la palabra misma Escritura justifica el ministerio del hombre santo cuando dice que los egipcios se vendieron a sí mismos y a sus posesiones (cf. Gn 47,20). La culpa no recae, por tanto, en el dispensador cuando se provee adecuadamente a los méritos de los dispensados.

Por tanto, encontrarás que también Pablo hace algo semejante cuando “entrega a Satanás” al que, por sus torpes acciones, se ha hecho indigno de la compañía de los santos, “para que aprenda a no blasfemar” (cf. 1 Co 5,5; 1 Tm 1,20). Ciertamente que nadie diría que Pablo ha actuado con dureza al expulsar a aquel hombre de la Iglesia, entregándolo a Satanás; sino que la culpa es, sin duda, de aquel que, por sus acciones, ha merecido no tener un lugar en la Iglesia, y ha merecido, en cambio, ser agregado a la comunidad de Satanás. Así también, por ende, también José, sabiendo de antemano que entre los egipcios no había nada de la libertad hebrea, nada de la nobleza de Israel, asoció a una digna soberanía dignos servidores.

Digo incluso algo más. También en la divina economía encontrarás que se ha verificado algo semejante en lo que dice Moisés: “Cuando el Altísimo dividía a las naciones y separaba los confines de los pueblos, los estableció según el número de los ángeles de Dios, y Jacob vino a ser la porción del Señor, Israel el lote de su heredad” (Dt 47,20). Ves, por tanto, que el dominio de los ángeles es fijado en función de los méritos de cada pueblo, pero que “la porción del Señor” es el pueblo de Israel.