OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (305)

La adoración de los Magos

Hacia 1416

Libro de las horas del duque de Berry

Chantilly, Francia

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis

Homilía XV: El regreso de Egipto de los hermanos de José. Jacob se entera que José está vivo (continuación)

Bajar a Egipto, subir de Egipto

5. Después de esto, nos parece conveniente considerar y examinar lo que Dios dice en visión a Israel mismo y cómo lo envía a Egipto robusteciéndolo y exhortándolo como a quien marcha hacia determinados combates.

Dice, en efecto: “No temas bajar a Egipto” (Gn 46,3), como si dijese: «Luchando “contra los principados, las potestades y los dominadores de este mundo de tinieblas”» (cf. Ef 6,12) -que figurativamente es llamado Egipto-, no temas, no vaciles. Y si quieres saber la causa por la que no debes temer, escucha mi promesa: “Porque allí haré de ti una gran nación; bajaré contigo a Egipto y al final yo mismo te haré volver de allí” (Gn 46,3-4).

Luego no teme “bajar a Egipto”, no teme soportar las luchas de este mundo ni los combates de los demonios opositores, aquel con el que Dios baja al combate. Escucha después al Apóstol que dice: “Yo he trabajado, dice, más que todos ellos, pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Co 5,10). Pero también en Jerusalén, cuando se hubo levantado una sedición contra él y después de haberse esforzado en un magnífico combate por la palabra y la predicación del Señor, se le apareció el Señor y le dijo lo que ahora se le dice a Israel: “No temas, Pablo, porque, como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo también en Roma” (Hch 23,11).

Pero yo pienso que en este pasaje se esconde todavía algún misterio más grande; porque me conmueve lo que dijo: “Haré de ti una gran nación; bajaré contigo a Egipto y al final te haré volver de allí” (Gn 46,3-4). ¿Quién es el que llegó a ser “una gran nación en Egipto y al final” fue llamado de nuevo? Podría considerarse que se trata de aquel Jacob de quien se habla, (pero) no parece correcto. A Jacob, en efecto, no se le llamo de nuevo de Egipto “al final”, puesto que murió en Egipto. Por tanto, sería absurdo decir que Jacob fue llamado de nuevo por Dios, puesto que su cuerpo fue devuelto. Si se admitiese esto, no sería verdad que Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mt 22,32). No conviene, por tanto, entender este (retorno) como el de un cuerpo muerto, sino que se atestigua de hombres vivos y en plenitud de fuerzas[1].

Veamos, entonces, si en estas palabras no se representa tal vez la figura del Señor, que baja a este mundo y llega a ser “una gran nación”, esto es, la Iglesia de los gentiles, y de su vuelta al Padre, una vez que todo se ha consumado; o la de la figura del “primer hombre (lit.: “protoplasto”; cf. Sb 7,1), que baja a Egipto en medio de luchas cuando, arrojado de las delicias del paraíso, es traído a los trabajos y fatigas (o: miserias) de este mundo, (y) se le propone el combate con la serpiente cuando se le dice: “Tú acecharás su cabeza y ella acechará tu talón” (cf. Gn 3,15); y de nuevo cuando se le dice a la mujer: “Pondré enemistad entre tú y ella, entre tu descendencia y su descendencia” (Gn 3,15)[2].

Con todo, Dios no abandona a los que fueron colocados en este combate, sino que está siempre con ellos. Se complace en Abel, reprende a Caín (cf. Gn 4,4 ss.); invocado, acude en auxilio de Enoc (cf. Gn 5,22); en el diluvio, manda a Noé construir el arca de la salvación (cf. Gn 6,14); hace salir a Abraham “de la casa de su padre y de su parentela” (Gn 12,1); bendice a Isaac (cf. Gn 25,11) y a Jacob (cf. Gn 32,27. 29); hace salir de Egipto a los hijos de Israel (cf. Ex 14). Por medio de Moisés escribe la Ley de la letra; por medio de los profetas completa lo que faltaba. Esto significa (lit.: es) “estar con ellos” en Egipto.

Cristo descendió a los infiernos para salvar a todo el género humano

Por lo que se refiere al texto: “Al final los haré salir de allí” (Gn 46,4), pienso, como dijimos más arriba, que signifique que al final de los tiempos su Hijo unigénito “descendió a los infiernos” (cf. Ef 4,9) por la salvación del mundo y desde allí reclamó al primer hombre (“protoplasto”; cf. Sb 7,1). Porque lo que le dijo al ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43), debes entenderlo no como dicho a él solo, sino a todos los santos por los que había descendido a los infiernos.

Por tanto, en él, con más verdad que en Jacob, se cumple lo que se dijo: “Al final te haré salir de allí”.

Estamos llamados a la felicidad eterna

6. Pero cada uno de nosotros entra también entre combates en Egipto en el mismo orden y por el mismo camino, y, si merece que Dios permanezca siempre con él, le hará una “gran nación”. Porque esta gran nación es el número de las virtudes y la abundancia de la justicia; en ella, se dice, se multiplican y crecen los santos.

En cada uno también se cumple lo que ha sido dicho: “Al final te haré volver de allí” (Gn 46,4). Por “final”, en efecto, se entiende la perfección de las cosas y la consumación de las virtudes. Por eso también otro de los santos decía: “No me hagas volver en la mitad de mis días” (Sal 101 [102],25). Y la Escritura a su vez da testimonio del gran patriarca Abraham: “Abraham murió lleno de días” (Gn 25,8). Luego decir: “Al final te haré volver de allí”, es como decir: Puesto que “has combatido el buen combate, has conservado la fe, has corrido hasta la meta” (cf. 2 Tm 4,7), ahora te llamaré de este mundo a la bienaventuranza futura, a la perfección de la vida eterna, a “la corona de la justicia que el Señor dará al fin de los tiempos a todos los que le aman” (cf. 2 Tm 4,8; St 1,12).

José pondrá sus manos sobre tus ojos

7. Pero veamos ahora también cómo debe entenderse lo que dice: “Y José pondrá sus manos sobre tus ojos” (Gn 46,4). Pienso que, tras el velo de esta frase, se ocultan muchos misterios de sentido arcano, que en otro momento habrá que tocar y tratar (lit.: golpear). Entretanto, ahora no será inútil decir que algunos de nuestros predecesores han creído ver ahí la indicación de una profecía: porque de la tribu de José fue aquel Jeroboam que hizo dos vacas de oro (cf. 1 R 12,28) para inducir (lit.: seducir) al pueblo a adorarlas y, por este medio, como imponiendo sus manos, cegó y cerró los ojos de Israel para que no viesen su impiedad; sobre lo cual se dijo: “Todo esto, por causa de la impiedad de Jacob y por causa del pecado de la casa de Israel. Y ¿cuál es la impiedad de Jacob? ¿No es acaso Samaría?” (Mi 1,5).

Pero si uno (afirma) que las palabras con las que Dios se refiere a cosas futuras bajo apariencia de piedad no deben plegarse a una acción reprensible (o: vituperable)[3], diremos que el verdadero José, nuestro Señor y Salvador, del mismo modo que puso su mano corporal sobre los ojos del ciego y le devolvió la vista que había perdido (cf. Mt 20,34; Mc 10,52), así también puso sus manos espirituales sobre los ojos de la Ley, que estaban cegados por la inteligencia carnal de los escribas y fariseos, y les devolvió la vista, para que aquellos a quienes el Señor les abre las Escrituras (cf. Lc 24,32) descubran la visión y la comprensión espirituales de la Ley.

Ojalá que el Señor “ponga sus manos sobre nuestros ojos”, para que también nosotros empecemos a mirar no “las cosas que se ven, sino las que no se ven” (2 Co 4,18), y nos abra esos ojos que no contemplan las cosas presentes, sino las futuras, y nos quite el velo de la mirada del corazón (cf. Ef 1,18) a fin de ver a Dios en espíritu, por el mismo Señor Jesucristo, a quien (sean) “la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (Ap 5,13).



[1] Ante la dificultad de entender literalmente el texto que se refiere a la vuelta de Jacob de Egipto (cf. Gn 46,4), cuando se sabe que Jacob murió en Egipto, Orígenes ofrece una interpretación alegórica del mismo, presentando dos posibilidades: 1) el Jacob a que se refiere Gn 46,3-4 es Cristo que baja al mundo, funda la Iglesia de los gentiles y torna al Padre; 2) o es el “primer hombre”, quien, expulsado de paraíso, viene a este mundo de fatigas y miserias, hasta ser llamado de nuevo por el Salvador.

[2] El relato del Génesis dirige estas palabras a la serpiente y no al hombre. Asimismo no es la mujer, sino a la serpiente que le dice: “Pondré enemistad...”. Orígenes, que cita de memoria, acomoda por tanto el texto a su propósito (SCh 7 bis, p. 367, nota 2).

[3] Orígenes no acepta la interpretación tipológica (José = Jeroboam) que se ofrece de Gn 46,4 por considerar incompatibles la acción (aparentemente) piadosa de José (cerrando los ojos a su padre) y la acción reprensible de Jeroboam (que cierra los ojos a Israel para que no vea su impiedad).