OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (304)

La presentación de Jesús en el templo

Hacia 1200

Evangeliario bizantino

Turquía

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis 

Homilía XV: El regreso de Egipto de los hermanos de José. Jacob se entera que José está vivo (continuación)

La dominación de Egipto 

Pero no sólo se conmovió al oír que “su hijo José estaba vivo”, sino también y sobre todo al anunciársele que era José el que “tenía el principado de todo Egipto” (Gn 45,26). Gran cosa para él era, en efecto, haber sometido a Egipto a su dominio (o: autoridad). Porque, pisotear el apetito sexual, escapar a la lujuria y contener y frenar todas las voluptuosidades del cuerpo esto es “tener el principado de todo Egipto”. Y esto es lo que Israel estima grande y lo que suscita su admiración.

Ciertamente si uno somete algunos vicios del cuerpo, pero cede y se deja dominar por otros, de él no se puede decir plenamente que “tenga el principado de todo el país de Egipto”, sino que, por ejemplo, parecerá dominar sobre una o tal vez sobre dos o tres ciudades. Pero José, a quien ninguna pasión corporal dominó, fue amo y señor “de todo Egipto”.

La mentira, tinieblas del alma

Dice, entonces, no ya Jacob, sino Israel, estando reanimado su espíritu: “Gran cosa es para mí que mi hijo esté vivo. Iré y lo veré antes de morir” (Gn 45,28).

Pero esto no (debemos) dejar pasar descuidadamente: (la Escritura) dice que no (fue) el alma, sino el espíritu, como a su parte mejor, la que fue reanimada y reavivada. En efecto, aunque el esplendor de la luz que había en él no se extinguió completamente cuando sus hijos le presentaron la túnica de José manchada por la sangre del cabrito y él pudo ser engañado por la mentira de ellos, hasta el punto de “rasgar sus vestidos y ponerse un cilicio alrededor de la cintura y de llorar a su hijo, rehusando todo consuelo”, diciendo: “Voy a bajar en duelo donde mi hijo, al infierno” (Gn 37,31-35); aunque entonces, como ya hemos dicho, no se extinguió totalmente la luz que había en él, sin embargo en su mayor parte se había oscurecido, puesto que pudo ser engañado, rasgó sus vestidos, lloró inútilmente, imploró la muerte, deseó bajar en duelo al infierno. Por eso, ahora revive y “reaviva su espíritu” (Gn 45,27), porque era lógico que la audición de la verdad reavivase y reanimase, como una luz, lo que en él había oscurecido el fraude de la mentira.

Jacob e Israel

4. Pero, puesto que dijimos que Jacob es el que “reavivó su espíritu” e Israel el que dice: “Gran cosa es para mí que mi hijo José todavía viva” (Gn 45,28), también tú, que oyes esto, puedes, empezando desde el pasaje donde está escrito: «Le dijo: “Tu nombre ya no será Jacob, sino Israel, porque prevaleciste sobre Dios y te hiciste poderoso entre los hombres”» (Gn 32,28), recorriendo toda la Escritura, encontrar la diferencia de este vocablo.

Por ejemplo, cuando dice: “Dame a conocer tu nombre” (Gn 32,29), éste, que manifiesta ignorancia, no es llamado Israel, sino Jacob; en cambio, cuando los patriarcas “no comen el nervio que ha quedado paralizado en la articulación del muslo” (Gn 32,32), no se dice que son hijos de Jacob, sino de Israel. Pero aquel que, “levantando los ojos, vio venir a Esaú y con él a cuatrocientos hombres y se postró siete veces” (cf. Gn 33,1. 3), (delante) del fornicador, del impío, y que por una comida “vendió su primogenitura” (cf. Gn 25,33; cf Hb 12,16), no es llamado Israel, sino Jacob. Pero no era Israel, sino Jacob el que le ofrece dones y dice: “Si he hallado gracia a tus ojos, acepta estos dones de mis manos, porque he visto tu rostro como quien ve el rostro de Dios” (Gn 33,10). Y cuando oyó que su hija Dina había sido violada y “Jacob calló hasta la vuelta de sus hijos” (cf. Gn 34,5), tampoco es llamado Israel.

Pero también tú, como ya dije, si prestas atención, descubrirás casos semejantes.

Así, por tanto, en la presente lectura, no es Jacob, sino Israel el que dice: “Gran cosa es para mí que mi hijo José todavía viva” (Gn 45,28). Pero tampoco es llamado Jacob, sino Israel, cuando llega al pozo del juramento y “ofrece un sacrificio al Dios de su padre Isaac” (Gn cf. Gn 46,1). Si realmente te preguntas por qué Dios, hablándole en sueños, por la noche, no le dice: Israel, Israel, sino “Jacob, Jacob” (cf. Gn 46,2), tal vez sea porque era de noche y todavía no merecía escuchar la voz de Dios abiertamente, sino sólo en sueños. Y cuando entra en Egipto, “y sus hijos con él” (cf. Gn 46,6), se le llama no Israel, sino Jacob; y cuando está “ante el Faraón” (cf. Gn 47,7) para bendecirlo, no es llamado Israel, sino Jacob, porque el Faraón no podía recibir la bendición de Israel. Y es Jacob y no Israel el que dice al Faraón que “los días de su vida son pocos y malos” (cf. Gn 47,9); puesto que ciertamente Israel jamás habría dicho eso. Después de esto, no de Jacob, sino de Israel se dice: «Llamó a su hijo José y le dijo: “Si he encontrado gracia a tus ojos, pon tu mano bajo mi muslo y hazme este favor y lealtad”» (Gn 47,29). Y el que se postró sobre la punta del bastón de José (cf. Gn 47,31) no era Jacob, sino Israel. Después, cuando bendice a los hijos de José (cf. Gn 48,14), es llamado Israel. Y cuando convoca a sus hijos, dice: “Vengan y les contaré lo que les sucederá al fin de los días. Reúnanse, hijos de Jacob, y escuchen a Israel, su padre” (Gn 49,1-2).

Pero te preguntarás, probablemente, por qué son llamados “hijos de Jacob” los que se reúnen, e Israel el que los bendice. Mira a ver si tal vez esto no quiera indicar que aún no habían llegado a la medida de los méritos de Israel; y por eso, en cuanto inferiores, son llamados “hijos de Jacob”; en cambio, el que ya era perfecto y daba bendiciones con plena conciencia de las cosas futuras es llamado “Israel”.

Ciertamente el que se diga que los “sepultureros” de Egipto sepultaron a Israel (cf. Gn 50,3), y no a Jacob, puede parecer una cuestión complicada (lit.: grande); pero yo pienso que con esto se quiere indicar el vicio de aquellos que aborrecen todo sentido del bien y toda perspicacia de la inteligencia celestial. (Por eso) se dice que Israel fue sepultado por ellos, porque para los impíos los santos están muertos y sepultados.

He aquí, en cuanto a lo que por el momento se nos ocurre, sobre lo que debíamos decir de la diferencia entre Jacob e Israel.