OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (303)

La Natividad del Señor

1130

Salterio

St. Albans Abbey, Inglaterra

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis

Homilía XV: El regreso de Egipto de los hermanos de José. Jacob se entera que José está vivo[1]

Sobre el pasaje de la Escritura que dice: «Y subieron de Egipto y llegaron a la tierra de Canaán, a donde su padre Jacob, y le anunciaron esta noticia (lit.: diciendo): “Tu hijo José vive y él mismo detenta el principado de toda la tierra de Egipto”» (Gn 45,25-26).

Ascensos y descensos místicos

1. Al leer las Sagradas Escrituras, debemos prestar atención al modo de usar los términos “subir” y “bajar” en cada uno de los pasajes. Puesto que si los consideramos diligentemente, encontraremos que casi nunca se dice que alguien haya “bajado” a un lugar santo, ni se recuerda que haya “subido” a un lugar vituperable. Estas observaciones muestran que la divina Escritura no se ha compuesto, como lo consideran algunos, en un estilo poco delicado (o: sin erudición) e inculto, sino según una disciplina adaptada a la enseñanza divina y que se aplica menos a los narraciones históricas que a las realidades y sentidos místicos.

Encontrarás, por tanto, escrito que los que nacen del linaje de Abraham “han bajado” a Egipto, y en seguida que los hijos de Israel “han subido” de Egipto. Y después también del mismo Abraham se dice así: “Abraham subió desde Egipto, él mismo y su esposa y todo lo que le pertenecía y Lot con él, al desierto” (Gn 13,1). Además, más adelante se dice también sobre Isaac: «El Señor se le apareció y le dijo: “No bajes a Egipto”» (Gn 26,2). Pero también se refiere que los ismaelitas, que llevaban aromas, resina y mirra, y que procedían asimismo del linaje de Abraham, bajan a Egipto (cf. Gn 37,25 ss.), con ellos se dice que también José baja a Egipto. Pero después de esto también dice (la Escritura): «Viendo Jacob que había mercado de grano en Egipto, dijo a sus hijos: “¿Por qué están ociosos? He aquí que he oído que hay grano en Egipto; bajen allá y cómprennos de comer, para que vivamos y no muramos”» (Gn 42,1-2). Y poco después dice: “Bajaron los hermanos de José a Egipto para procurarse grano” (Gn 42,3).

Ciertamente, cuando Simeón fue hecho prisionero en Egipto y sus nueve hermanos, una vez soltados, volvieron al padre, no se dice que subieron desde Egipto, sino: “Poniendo, dice, el grano sobre sus burros, se fueron” (cf. Gn 42,26). Puesto que no se habría podido decir dignamente que subieron aquellos, cuyo hermano quedaba prisionero en Egipto, con el cual, encadenados como por vínculos de amor, sufrían angustiados en su mente y en su espíritu. Pero cuando, después de haber recuperado al hermano, haberse dado a conocer José y haberle sido presentado Benjamín, vuelven con alegría, entonces se dice que “subieron de Egipto y llegaron al país de Canaán, a donde Jacob, su padre” (Gn 45,25). Entonces es cuando le dicen al padre: “Tu hijo José vive y él mismo detenta el principado sobre toda la tierra de Egipto” (Gn 45,26). Es, en efecto, necesario decir que los que anuncian que José vive y detenta el principado en todo Egipto, suben de las realidades bajas y humildes a las elevadas y excelsas.

Estas son, por el momento, las cosas que nos han venido a la mente sobre “subir” y “bajar”; los que lo deseen pueden sacar de ellas ocasión para recoger de las Sagradas Escrituras un mayor número de testimonios en favor de esta proposición.

La muerte del pecado

2. Pero veamos cómo hay que entender la palabra escrita: “Tu hijo José vive” (Gn 45,26). Ciertamente yo no entiendo esta (palabra como) dicha en sentido ordinario[2]. Supongamos, por ejemplo, que José se hubiese dejado vencer por la lujuria y hubiese pecado con la mujer de su señor (cf. Gn 37,9 ss.), no creo que los patriarcas le hubiesen dado a su padre, Jacob, esta noticia: “Tu hijo José vive”. Porque si hubiese hecho eso, sin duda no habría estado vivo. Porque “el alma que peca, morirá” (Ez 18,4).

Pero también Susana enseña lo mismo cuando dice: “Me estrechan angustias por todas partes. Puesto que si hago esto -es decir, si peco-, es la muerte para mí; y si no lo hago, no escaparé de sus manos” (Dn 13,22). Ves, por tanto, que también (ella) considera el pecado como la muerte misma.

Pero incluso la recomendación hecha por Dios al primer hombre contiene la misma (enseñanza), cuando dice: “El día en que comieren de él, morirán sin remedio” (Gn 2,17). Y, en efecto, apenas hubo transgredido el mandato, murió. Murió el alma que pecó, y a la serpiente que dijo: “No morirán” (Gn 3,4), se le acusa de haber engañado.

Esto sobre la palabra dicha por los hijos de Israel a Jacob: “Tu hijo José vive” (Gn 45,26).

La luz del alma

También en lo que sigue se refieren cosas semejantes, cuando se dice: «Y el espíritu de Jacob, su padre, revivió. Y dijo Israel: “Gran cosa es para mí que mi hijo José esté vivo todavía”» (Gn 45,26).

La expresión latina “el espíritu revivió” en griego se escribe “anezopyresen”, que significa no tanto resucitar como, por así decir, reavivar o volver a encender[3]. Esto es lo que suele decirse cuando en una materia combustible viene a faltar el fuego, hasta el punto de parecer que se apaga; pero si, vuelto a atizar, se repone, se dice de él que se ha “reavivado”. O si a la luz de una lámpara, que parece estar a punto de apagarse, se la reanima vertiendo aceite en ella, puede decirse, aunque con una expresión menos pulida, que la lámpara ha sido reavivada. Lo mismo se dirá también de una antorcha o de otras luminarias de este género.

Por tanto, esta manera de hablar, por tanto, parece indicar también algo semejante en Jacob; porque, mientras estuvo lejos de José y hasta que no le anunciaron que [su hijo] estaba vivo, (estaba) como si su espíritu hubiese desfallecido en él y la luz que en él había se hubiese oscurecido ya por falta de combustible. Pero, cuando vinieron a anunciarle que José vivía, es decir, que “la vida era la luz de los hombres” (Jn 1,4), su espíritu se reavivó en él y se restableció en él el fulgor de la luz verdadera.

3. Sin embargo, puesto que el fuego divino puede apagarse algunas veces incluso en los santos y en los fieles, escucha al apóstol Pablo enseñando a esos que merecían recibir los dones del Espíritu y la gracia, y dice: “No apaguen el Espíritu” (1 Ts 5,19). Por tanto, como si Jacob hubiese experimentado algo parecido a lo que Pablo enseña que no debe hacerse y se hubiese recuperado con la noticia de que José estaba vivo, se dice sobre él: «Jacob reavivó su espíritu, y dijo Israel: “Gran cosa es para mí que mi hijo José esté todavía vivo”» (Gn 45,27-28).

Pero debemos considerar también que “el que reavivó su espíritu”, ese espíritu que parecía casi extinguido, es llamado Jacob; en cambio, el que dice: “Gran cosa es para mí que mi hijo José esté vivo”, como si comprendiese y viese que la vida que está en el José espiritual es (algo) grande, éste no es llamado ya Jacob, sino Israel, como el que ve con la mente la vida verdadera, que es Cristo, verdadero Dios.



[1] Esta homilía es de una lectura más difícil que las anteriores. Abunda en citas bíblicas, justificaciones de palabras y textos concordantes. El pensamiento se encuentra fragmentado. Con todo, la manera de hacer es origeniana. Se tiene la impresión de que Orígenes utiliza, y abundantemente, una especie de concordancia de textos bíblicos que le permite tener presente los diversos usos de las palabras “subir”, “bajar”, “Jacob” e “Israel” (SCh 7 bis, p. 350, nota 1).

[2] Es decir, literal.

[3] Se trata de una explicación de Rufino, necesaria para comprender el comentario de Orígenes a la palabra (griega) en cuestión. Pero el traductor, tal vez, haya amplificado el párrafo (cf. SCh 7 bis, pp. 354-355, nota 1).