OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (302)

La Anunciación

1475

Evangeliario

Anatolia, Turquía

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis 

Homilía XIV: Aparición del Señor a Isaac y alianza con Abimélek (continuación)

Abimélek e Isaac: la filosofía y la Ley

3. Pero también Abimélek -aquel que hacía algún tiempo había rendido homenaje a Abraham- “viene” ahora con sus amigos “desde Guerar” a Isaac «e Isaac les dice: “¿Por qué vienen a mí, ustedes que me odian y me han echado de su compañía?”. A esto ellos responden: “Hemos visto claramente que el Señor está contigo y hemos dicho: Que haya un juramento entre nosotros, entre nosotros y tú, y establezcamos contigo un pacto para que no nos hagas mal”» (Gn 26,26-29), y lo demás.

Este Abimélek, según veo, no siempre está en paz con Isaac, sino que a veces está en desacuerdo (y) a veces busca la paz. Si se acuerdan, cómo en (homilías) anteriores[1] dijimos sobre Abimélek que era figura de los sabios y estudiosos del mundo que, por el estudio de la filosofía, han llegado también a la comprensión de buena parte de la verdad; pueden comprender por esto como no puede estar ni siempre en desacuerdo, ni siempre en paz con Isaac, que es figura del Verbo de Dios que está en la Ley. La filosofía, en efecto, ni está totalmente en contra de la Ley de Dios, ni concuerda en todo (con ella).

Por tanto, muchos son los filósofos que escriben que hay un solo Dios, que ha creado todas las cosas. En esto están de acuerdo con la Ley de Dios. Algunos también añadieron esto: que Dios ha hecho y rige todas las cosas mediante su Verbo y que es el Verbo de Dios el que lo regula todo. En esto que escriben están de acuerdo no sólo con la Ley, sino también con los Evangelios. Y casi toda la filosofía llamada moral y natural piensa como nosotros. Pero disiente de nosotros cuando dice que la materia es coeterna con Dios[2]. Disiente cuando niega que Dios se ocupa de los seres mortales, y que su providencia se reduce al círculo de los espacios supralunares. Están en desacuerdo con nosotros cuando hacen depender la vida de la posición de las estrellas al momento de nacer[3]. Disienten cuando dicen que este mundo es eterno y no tendrá fin. Pero hay también otros muchos puntos en los cuales ya disienten ya concuerdan con nosotros.

Y por eso Abimélek, en conformidad con la figura (de los filósofos), es representado a veces en paz, a veces en desacuerdo con Isaac.

Abimélek, Ochozath y Fikol representan la lógica, la física y la moral

Pienso, además, que no sin razón (lit.: ociosamente) el Espíritu Santo, que escribe estas cosas, se ha preocupado de decir que con Abimélek vinieron otros dos, a saber, “Ochozath, su yerno, y Fikol (lit.: Phicol), su jefe de tropa” (cf. Gn 26,26).

Ochozath significa “el que tiene”, Fikol “la boca de todos” y Abimélek “mi padre es rey”. Estos tres, en mi opinión, son figura de toda la filosofía que, entre ellos, se divide en tres partes: lógica, física y ética, es decir, (la filosofía) racional, la natural y la moral. La racional es la que reconoce a Dios como padre de todos, igual que Abimélek; la natural es la que, siendo estable, sostiene todas las cosas como apoyándose en las fuerzas de la naturaleza misma; tal es que profesa Ochozath, que significa “el que tiene”; la moral es la que está en boca de todos y a todos atañe, y se encuentra en boca de todos por la semejanza de los preceptos comunes; este (es) Fikol quien la representa, que significa “la boca de todos”.

Todos estos, por tanto, instruidos por doctrinas de este género, vienen a la Ley de Dios y dicen: «Hemos visto claramente que el Señor está contigo y hemos dicho: “Que haya un juramento entre nosotros, entre tú y nosotros, y establezcamos contigo un pacto para que no nos hagas mal, sino que, como nosotros no te hemos maldecido, así también (no nos maldigas), tú, bendecido del Señor”» (Gn 26,28-29).

La figura de los Magos de Oriente

Estos tres, que piden paz al Verbo de Dios y desean prevenir con un pacto la comunión con él, pueden ser figura de los Magos que vienen de las regiones de Oriente, instruidos por los libros de sus padres y las tradiciones de sus antepasados, y dicen: “Porque hemos visto claramente (cf. Gn 26,28) al rey que acaba de nacer (cf. Mt 2,2), y hemos visto que Dios está con él (cf. Gn 26,28), y venimos a adorarlo (Mt 2,2)”.

Pero también cualquiera que esté versado en doctrinas de este género, viendo que “Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo” (cf. 2 Co 5,19) y admirando la grandeza de sus obras, debe decir: «Hemos visto claramente que el Señor está contigo y hemos dicho: “Que haya un juramento entre nosotros”» (Gn 26,28). Puesto que el que accede a la Ley de Dios dice necesariamente: “He jurado y decidido guardar sus mandamientos” (Sal 118 [109],106).

El banquete de Isaac

4. Pero ¿qué piden? “No nos hagas mal, dicen, sino que, como nosotros no te hemos maldecido, así también (no nos maldigas), tú, bendito del Señor” (Gn 26,29). Me parece que con estas palabras piden expresamente el perdón de los pecados para no recibir males. Piden una bendición, no una retribución. En seguida considera lo que sigue.

Dice (la Escritura): “Isaac les dio un gran banquete, y comieron y bebieron” (Gn 26,30). Porque entonces es cierto que el que sirve la palabra “es deudor de los sabios y de los ignorantes” (cf. Rm 1,14). Por tanto, puesto que éste ofrece un banquete a los sabios, por eso se dice que “dio” no un pequeño, sino “un gran banquete”.

Y tú, si no eres todavía “pequeño” y necesitas “leche”, sino que muestras “sentimientos probados” (cf. Hb 5,12 ss.) y, después de mucha instrucción, te has llegado a ser más capaz de comprender la palabra de Dios, también para ti hay “un gran banquete”. No se te prepararán “legumbres” (cf. Rm 14,2), la comida de los débiles, ni se te alimentará con “la leche” con que se nutren “los pequeños”, sino que el ministro de la palabra te dará (o: hará) “un gran banquete”. Te hablará de “la sabiduría” que se profiere “entre los perfectos”; te manifestará “la sabiduría de Dios, escondida en el misterio, que ninguno de los príncipes de este mundo conoció” (cf. 1 Co 2,6-8); te revelará a Cristo como aquel en el que “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría” (cf. Col 2,3).

Prepara, entonces, para ti “un gran banquete” y él mismo come contigo, sino te encuentra tal que tenga que decirte: “No pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo” (1 Co 3,1-2).

El banquete de los corintios

Esto les dice a los corintios, a quienes también añade: “Puesto que mientras haya entre ustedes rivalidades y discordias, ¿no son carnales y viven a lo humano?” (1 Co 3,3). Para éstos Pablo no hizo “un gran banquete”, hasta el punto de que, estando entre ellos y padeciendo necesidad, no fue “carga para nadie” ni comió gratis el pan de ninguno, sino que ganó para sí y para todos los que con él estaban, trabajando con sus manos día y noche (cf. 1 Co 4,12). Por tanto, tan lejos estaban los corintios de que se les diera “un gran banquete”, que el predicador de la palabra de Dios no pudo tener con ellos (ni) un mínimo y exiguo banquete.

Pero, para los que saben escuchar más perfectamente, para los que presentan un espíritu formado y ejercitado (cf. Hb 5,14) en la escucha de la palabra de Dios, para estos hay “un gran banquete”, Isaac come con ellos, y no sólo come, sino que se levanta y les promete con juramento la paz para el futuro (cf. Gn 26,31).

El banquete de la sabiduría

Oremos, por tanto, también nosotros para que podamos acceder a la escucha de la palabra de Dios con tal ánimo, con tal fe, que se digne preparar para nosotros “un gran banquete”. En efecto, “la sabiduría ha degollado sus víctimas, ha mezclado su vino en la copa y ha enviado a sus servidores” (Pr 9,1-3), para llevar a su banquete a cuantos encuentren (cf. Mt 22,9).

Es suficiente que nosotros, una vez ingresados al banquete de la sabiduría, no nos pongamos de nuevo los vestidos de la ignorancia (o: necedad; cf. Mt 22,11-12), no revistamos las vestimentas de la infidelidad, no estemos manchados con las ignominias de los pecados, sino que abracemos en la simplicidad y pureza de corazón la palabra y nos pongamos al servicio de la divina Sabiduría, que es Jesucristo nuestro Señor, “a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (cf. 1 P 4,11; Ap 1,6).



[1] Cf. Hom. 6,2.

[2] Así el platonismo.

[3] Orígenes rechaza de plano la idea de que los astros puedan influir directamente en la vida humana, es decir, en las decisiones libres del hombre, responsable de sus acciones y sujeto de méritos. El alejandrino condena resueltamente la necesidad ciega en la que los astrólogos pretenden encerrar las acciones humanas (cf. SCh 7 bis, pp. 340-341, nota 2).