OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (300)

San Juan Bautista interrogado por los Judíos

Hacia 1266

Evangeliario

Cambrai, Francia

El conocimiento de la Trinidad

3. Después de esto Isaac excavó, en efecto, un tercer pozo y «llamó a aquel lugar: “Amplitud”, diciendo: “Ahora el Señor nos ha dilatado y nos ha hecho crecer sobre la tierra”» (Gn 26,22).

Por tanto, verdaderamente ahora Isaac ha sido dilatado y su nombre ha crecido sobre toda la tierra, cuando ha consumado para nosotros el conocimiento de la Trinidad. Porque en otro tiempo sólo “en Judea Dios era conocido y su nombre era invocado (solamente) en Israel” (cf. Sal 75 [76],2), pero ahora “el sonido de sus palabras se ha extendido por toda la tierra, y hasta los confines de la tierra” (Sal 18 [19],5). Porque salieron los servidores de Isaac por todo el orbe de la tierra, excavaron pozos y mostraron a todos "el agua viva" (cf. Gn 26,19), “bautizando a todas las naciones en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (cf. Mt 28,19). Porque “del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella” (Sal 23 [24],1).

Defensa de la interpretación alegórica de la Sagrada Escritura

Pero cualquiera de entre nosotros que administra[1] la palabra de Dios cava un pozo y busca "el agua viva", con la cual reconforta a los oyentes. Por tanto, si comienzo a explicar, yo también, las palabras de los ancianos y buscar en ellas un (sentido) espiritual, si trato de quitar el velo de la Ley y mostrar que las cosas que están escritas (tienen) un (sentido) "alegórico" (cf. Ga 4,24), ciertamente cavo pozos. Pero en seguida los amigos de la letra me levantan calumnias y me tienden trampas, al instante preparan medidas hostiles[2] y persecuciones, negando que la verdad pueda subsistir sino en la tierra.

Pero nosotros, si somos servidores de Isaac, amemos "los pozos de agua viva" y las fuentes. Alejémonos de los litigantes y calumniadores, y dejémoslos en la tierra que aman. Nosotros, en cambio, nunca dejemos de cavar "pozos de agua viva"; y explicando tanto lo antiguo como lo nuevo, hagámonos semejantes a aquel escriba evangélico, sobre el cual el Señor dijo que "saca de su tesoro cosas nuevas y viejas" (Mt 13,52).

Las limitaciones de las ciencias profanas en el ámbito de la fe

Pero si también entre quienes ahora me escuchan reflexionar, alguien que conoce las letras profanas, quizá dice: “Estas cosas que dices son nuestras, y es la ciencia de nuestra profesión; esa misma elocuencia con la que discurres y enseñas es nuestra”. Y me levanta pleitos, como un filisteo que diría: “En mi terreno has cavado pozos”, pensando reivindicar con razón para sí las cosas que son de su propia tierra.

A éste ciertamente yo le responderé que toda tierra contiene aguas, pero el que es filisteo y (sólo) "conoce las cosas terrenas" (cf. Flp 3,19), no sabe descubrir el agua en todo terreno; no sabe encontrar en todas las almas la razón[3] y la imagen de Dios; no sabe que se puede encontrar en todos fe, piedad, religión (o: sentido religioso). ¿Para qué te sirve tener la ciencia y no saber usarla, y la palabra y no saber hablar?

La obra de Pablo, servidor de Isaac

Ésta es propiamente la obra de los servidores de Isaac: en toda tierra excavan “pozos de agua viva”, esto es: a toda alma le anuncian “la palabra de Dios”, y encuentran fruto. ¿Quieres entonces ver cuántos pozos excavó en tierra extranjera un servidor de Isaac? Mira a Pablo, que “desde Jerusalén (y) los alrededores hasta Iliria llevó por todas partes el Evangelio de Dios” (cf. Rm 15,19). Pero por cada uno padeció persecuciones de los filisteos. Escúchalo a él mismo diciendo: “¿Cuántas persecuciones en Iconio, en Listra” (2 Tm 3,11), cuántas en Éfeso? (cf. 1 Co 15,32). ¿Cuántas veces azotado, cuántas lapidado (cf. 2 Co 11,25), cuántas combatió contra las fieras? Pero perseveró hasta la alcanzar “la amplitud” (cf. 2 S 22,20; Sal 17 [18],20), es decir, hasta establecer las Iglesias por toda la extensión del orbe de la tierra.

Demos gracias a Cristo que nos ha abierto los pozos de las Escrituras

Por tanto, Abraham excavó pozos, esto es, los escritos del Antiguo Testamento, que fueron tapados con tierra por los filisteos, ya sea por los malos doctores, los escribas y fariseos, ya sea por las potestades adversas; y sus canales fueron obturados, para que no ofrecieran bebida a los que son de Abraham. Por eso el pueblo no podía beber de las Escrituras, sino que padecía “sed de la palabra de Dios” (cf. Am 8,11), hasta que vino Isaac y los abrió, para que bebieran sus servidores. (Demos) gracias a Cristo, hijo de Abraham, de quien está escrito: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mt 1,1), que vino y nos abrió los pozos. Porque abrió esos mismos (pozos) para aquellos que decían: “¿No ardía nuestro corazón dentro nuestro cuando nos abría las Escrituras?” (Lc 24,32). Abrió entonces esos pozos y “los llamó, dice (la Escritura), como los había llamado Abraham su padre” (cf. Gn 26,18). Puesto que no cambió los nombres de los pozos.

Y es admirable que Moisés también sea llamado Moisés entre nosotros, y que cada uno de los profetas sea llamado por su nombre. Porque Cristo no cambió sus nombres, sino la forma de comprenderlos (lit.: la comprensión). La cambió en esto: para que ya no atendamos a “las fábulas judaicas” (cf. Tt 1,14) y a “las genealogías interminables” (cf. 2 Tm 1,4), porque “apartan de la verdad al oyente, volviéndolo hacia las fábulas” (cf. 2 Tm 4,4).

Dios habita en quienes tienen un corazón puro

Abrió, por tanto, los pozos y nos enseñó, para que no busquemos a Dios en algún lugar, sino que sepamos que “en toda la tierra se ofrece un sacrificio a su nombre” (cf. Ml 1,11). Porque ahora es el tiempo “en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre”, no en Jerusalén ni en el monte Garizín, sino “en espíritu y verdad” (cf. Jn 4,20-23). Dios, en efecto, no habita en un lugar ni en la tierra, sino que habita en el corazón. Y si buscas la morada de Dios, el corazón puro es su morada. Porque Él ha dicho que habitará en esa morada, cuando dice por el profeta: “Yo habitaré y caminaré en medio de ellos; y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, dice el Señor” (2 Co 6,16; cf. Lv 26,12).

En nuestras almas hay un pozo de agua viva

Considera, por tanto, que quizá también en el alma de cada uno de nosotros hay “un pozo de agua viva”, y está oculto en él un cierto sentido celestial y la imagen de Dios, y este pozo (es ) el que los filisteos, es decir, las potestades adversas, han llenado de tierra. ¿Qué tierra? Los sentimientos carnales y los pensamientos terrenos, y esto porque “llevábamos la imagen terrena” (cf. 1 Co 15,49). En efecto, cuando llevábamos “la imagen terrena”, los filisteos tapaban nuestros pozos. Pero ahora que ha venido nuestro Isaac, recibamos su venida y cavemos nuestros pozos; saquemos la tierra de ellos, purifiquémoslos de toda inmundicia y de todos los pensamientos fangosos y terrenos, y encontraremos en ellos “el agua viva”, aquella de la cual dice el Señor: “Quien cree en mí, de su seno manarán ríos de agua viva” (Jn 7,38). Mira qué generoso es el Señor: los filisteos taparon los pozos y nos disputaron pobres y magras venas de agua; y en su lugar, nos se devuelven fuentes y ríos.

La obra actual del Verbo de Dios

4. Por tanto, si también ustedes, que escuchan esto hoy, recogen fielmente lo que oyen, Isaac trabaja también en ustedes (y) purifica sus corazones de los sentimientos terrenos. Y viendo qué profundos misterios están ocultos en las divinas Escrituras, progresan en la comprensión, progresan en los sentimientos espirituales. Comienzan asimismo a ser doctores ustedes mismos, y “ríos de agua viva” (cf. Jn 7,38) brotan de ustedes. Porque allí está el Verbo de Dios y ésta es su obra actual: remover la tierra del alma de cada uno de ustedes y abrir tu fuente[4]. Porque está dentro de ti, y no viene de fuera, como también “el reino de Dios está dentro de ti” (cf. Lc 17,21).

Cristo habita en nosotros

Y la mujer aquella que había perdido su dracma, no la encontró afuera, sino en su casa, después que “encendió la lámpara y limpió la casa” (cf. Lc 15,8) de suciedades e inmundicias, que por largo tiempo habían juntado la pereza y la estupidez, y allí encontró la dracma. Y tú, por tanto, si enciendes la lámpara, si pides para ti la iluminación del Espíritu Santo y “en su luz ves la luz” (cf. Sal 35 [36],10), encontrarás dentro de ti la dracma. Puesto que dentro de ti ha sido puesta la imagen del rey celestial.

Cuando en el principio Dios hizo al hombre, “lo hizo a su imagen y semejanza” (cf. Gn 1,26; 5,1); y esta imagen no la puso fuera, sino dentro de él. Ella no podrá aparecer en ti, mientras tu casa estaba sucia, repleta de inmundicias y escombros (o: desechos). Esta fuente de conocimiento estaba situada dentro de ti, pero no podía fluir, porque los filisteos la habían tapado con tierra y habían producido en ti “la imagen terrena”. Por tanto, tú ciertamente en otro tiempo llevaste “la imagen terrena”, pero ahora que has escuchado esto, purificado por el Verbo de Dios de toda esa mole de tierra y de la opresión terrena, haz resplandecer en ti “la imagen celestial”.

La imagen de Dios en nosotros

Esta es, en efecto, la imagen de del la cual el Padre decía al Hijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26). El pintor de esta imagen es el Hijo de Dios. Y porque tal y tan (grande) es el pintor, su imagen puede ser oscurecida por la negligencia, pero no puede ser destruida por la maldad. Porque la imagen de Dios permanece siempre en ti, aunque tú mismo le superpongas “la imagen terrena”.

Esta pintura la pintas tú mismo para ti. Por tanto, cuando la lujuria te oscurece, la cubres con un color terreno; si en cambio la avaricia te quema, le mezclas también otro (color). Pero cuando la cólera te hace cruel, agregas nada menos que un tercer color. La soberbia también añade otro color (lit.: otra tintura), y la impiedad otro. Y así por cada una de las especies de maldad, como por el conjunto de los diversos colores, tú mismo te pintas esa “imagen terrena” que Dios no puso (lit.: hizo) en ti. Por eso, entonces, debemos orar a Aquél que nos dice por el profeta: “He aquí que yo borro tus iniquidades como una nube, y tus pecados como el humo” (Is 44,22). Y cuando haya borrado en ti todos esos colores, que fueron tomados de las tinturas de la maldad, entonces resplandecerá en ti aquella “imagen” que fue creada por Dios. Ves, por tanto, de qué modo la Escritura introduce formas y figuras para enseñar al alma a conocerse y purificarse.

Las cartas del pecado y las cartas de Dios

¿Quieres ver todavía otra forma de esta imagen? Están las cartas (lit.: letras) que Dios escribe, (y) las cartas que nosotros escribimos. Nosotros escribimos las cartas del pecado. Oye al Apóstol diciendo: “Destruyendo, dice, el acta en contra nuestra, con las cláusulas que nos eran contrarias, la hizo desaparecer clavándola en su cruz” (Col 2,14). Esta acta de la que se habla era una caución de nuestros pecados. Porque cada uno de nosotros es considerado deudor por aquello en lo que ha delinquido, y escribe el recibo (o: carta) de sus pecados. Puesto que también en el juicio de Dios, del cual Daniel describe la sesión, (había), dice, “libros abiertos” (cf. Dn 7,10), que sin duda contenían los pecados de los hombres. Por tanto, estos lo escribimos nosotros mismos, con nuestras faltas. Y esto también (es) ilustrado en el Evangelio con aquella (parábola) del “administrador injusto” (cf. Lc 16,8), que dijo a cada uno de los acreedores: “Toma tu recibo, siéntate y escribe ochenta” (Lc 16,7), y lo demás que se refiere. Ves, en efecto, que a cada uno se le dice: “Toma tu recibo”. De donde consta que nuestras cartas son de pecado; pero Dios escribe cartas de justicia. Por eso el Apóstol dice: “Ustedes son una carta escrita no con tinta, sino por el Espíritu de Dios viviente, no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón” (2 Co 3,2-3). Tienes, por tanto, en ti las cartas de Dios y las cartas del Espíritu Santo. Pero si pecas, tú mismo firmas en ti un acta de pecado. Pero mira que, cuando te acercaste de una vez para siempre a la cruz de Cristo y a la gracia del bautismo, tu acta fue clavada en la cruz (cf. Col 2,14) y borrada en la fuente del bautismo. No escribas de nuevo lo que fue borrado, no restablezcas lo que fue abolido, guarda en ti sólo las cartas de Dios, que permanezca en ti solamente la escritura del Espíritu Santo.

Excavemos pozos con Isaac

Pero regresemos a Isaac y excavemos con él “los pozos de agua viva”; y aun cuando los filisteos se opongan, y aun cuando nos combatan, sin embargo, nosotros perseveremos con (Isaac) excavando los pozos, para que también a nosotros se nos diga: “Bebe el agua de tus recipientes y de tus pozos” (Pr 5,15). Y cavemos tanto que sobreabunde el agua de los pozos “en nuestras plazas públicas” (Pr 5,16), para que el conocimiento de las Escrituras no nos alcance sólo a nosotros, sino que también enseñemos a otros y a otros instruyamos, para que beban los hombres y beban las rebaños. Escuchen los sabios, escuchen también los simples: “El doctor de la Iglesia es deudor de los sabios y de los ignorantes” (cf. Rm 1,14), debe abrevar a los hombres,  debe abrevar también a los rebaños; puesto que el profeta dice: “Señor, tú salvarás a hombres y animales” (Sal 35 [36],7). Que el Señor mismo nos ilumine y que Jesucristo, nuestro Salvador, purifique nuestros corazones, “a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (cf. 1 P 4,11; Ap 1,6).



[1] O: sirve, procura.

[2] Lit.: enemistades.

[3] Lit.: el sentido racional; o también: el sentido espiritual.

[4] “Los pozos, más arriba, representaban a la Escritura; aquí a las almas. Son dos ideas no yuxtapuestas sino unidas estrechamente en el pensamiento de Orígenes, por un vínculo que no es artificial ni gobernado por un simple paralelismo literario. El alma y la Escritura palpitan con una misma vida, son habitadas por el Verbo, que expresa en ella sus riquezas, bajo formas más o menos veladas en el caso de la Escritura, por la profundidad de la vida interior en el caso del alma. En un y otro caso, es la misma vida espiritual, nacida de la vida misma de Dios, la que se manifiesta. La Trinidad es la napa profunda e inextinguible en la que se alimentan estos dos pozos. Por eso la Escritura debe necesariamente interpretarse en un sentido espiritual, como el alma debe llevar en sí la imagen divina” (SCh 7 bis, pp. 326-327).