OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (298)

Cristo Pantocrátor

Hacia 1275-1299

Antifonario

Bologna, Italia

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis 

Homilía XII: Sobre la concepción y el parto de Rebeca (continuación)

Jacob suplanta a Esaú

4. “Salió el hijo primogénito, dice (la Escritura), rubio y todo velloso como un (manto de) piel. Y le llamaron Esaú. Y después salió su hermano, y su mano agarraba el talón de Esaú, y se le llamó Jacob” (Gn 25,25-26).

Otro (pasaje) de la Escritura refiere de ellos que “Jacob suplantó a su hermano en el vientre de la madre” (Os 12,4) y signo de esto es que la mano de Jacob agarraba el talón de su hermano Esaú.

Este Esaú salió del útero de la madre “todo velloso como un (manto de) piel” (cf. Gn 25,25); Jacob, en cambio, [salió] liso y desnudo. De donde también Jacob recibió el nombre de la lucha y la suplantación; mientras que Esaú -como dicen lo que los interpretan los nombres hebreos- parece haber sido llamado (así) por el color rojo o de tierra, o, según otros intérpretes, creatura[1].

Pero no es mi intención explicar cuáles son estos privilegios de nacimiento, por qué uno “ha suplantado al hermano” y ha nacido liso y desnudo, cuando ciertamente, como dice el Apóstol, los dos hijos han sido concebidos “de uno solo, Isaac, nuestro padre” (cf. Rm 9,10), o por qué el otro está “todo velloso” y erizado y, por así decir, envuelto en la suciedad del pecado y de la maldad. Porque si yo quisiese excavar en profundidad y descubrir las venas latentes del “agua viva” (cf. Gn 26,19), sobrevendrían de inmediato los filisteos para litigar conmigo, promoverían contra mí disputas y calumnias y empezarían a llenar mis pozos de su tierra y de su lodo[2]. En efecto, si ciertamente estos filisteos me lo permitiesen, también yo querría acceder a mi Señor, al Señor pacientísimo, que dice: “Al que viene a mí, yo no rechazó” (Jn 6,37), querría acceder en el modo en que le dijeron los discípulos: “Señor, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciese ciego?” (Jn 9,2); también yo querría interrogarlo y decir: “Señor, ¿quién pecó,” este Esaú o sus padres, para que naciese así, “todo velloso y erizado, y para que fuese suplantado por su hermano en el seno (materno)? Pero si quiero interrogar y escrutar la palabra de Dios sobre estas cosas, en seguida levantarán litigios y calumnias contra mí los filisteos. Y por eso, abandonando este pozo, al que llamaremos “enemistad” (cf. Gn 26,21. 22), excavaremos otro.

La cebada y el trigo de la Escritura

5. Después de esto, dice: “Isaac sembró cebada y cosechó el ciento por uno. El Señor lo bendijo y aquel hombre se engrandeció y se iba enriqueciendo cada vez más, hasta que se hizo muy grande” (cf. Gn 26,12).

¿Qué significa que Isaac “sembró cebada” y no trigo, y que es bendecido por sembrar la cebada; y que es engrandecido “hasta ser grande”? Resulta claro, por tanto, que aún no era grande; pero, después que “sembró la cebada” y recogió “el céntuplo, se hizo muy grande”.

La cebada es principalmente el alimento de los animales de carga y de los esclavos del campo. Porque su aspecto es áspero y da la impresión de aguijonear como con estiletes al que la toca. Isaac es la palabra de Dios, palabra que siembra cebada en la Ley y trigo en los Evangelios. Él prepara, en efecto, este alimento para los más perfectos y espirituales, y aquél, para los ignorantes y animales; porque está escrito: “Salvarás a hombres y animales, Señor” (Sal 35 [36],7). Por tanto, Isaac, en cuanto palabra de la Ley, siembra la cebada y, sin embargo, en la cebada misma obtiene como fruto “el ciento por uno” (cf. Mt 13,8), puesto que también en la Ley encontrarás mártires, que recogen “el ciento por uno”.

Pero también nuestro Señor, el Isaac de los Evangelios, hablaba a los Apóstoles cosas más perfectas, a las multitudes, en cambio, cosas simples y ordinarias (cf. Mt 13,34 ss.). ¿Quieres comprobar que también él ofrece alimentos de cebada a los principiantes? Está escrito en los Evangelios que dio de comer a la multitud por segunda vez (cf. Mt 15,32 ss. y 14,13 ss.). Pero aquellos a los que da de comer por vez primera, es decir, a los principiantes, los alimenta “con panes de cebada” (cf. Jn 6,9; Mt 14,19 ss.). Pero después, cuando ya han progresado en la palabra y en la doctrina, les ofrece panes de trigo[3].

Los engrandecimientos de Isaac

Después de esto, dice (la Escritura): “El Señor bendijo a Isaac y [éste] se hizo muy grande” (Gn 26,12).

Isaac era pequeño en la Ley; pero, con el tiempo, se hace grande. Con el tiempo se hace grande en los profetas. Porque, mientras está solamente en la Ley, todavía no es grande, puesto que la Ley está cubierta por un velo (cf. 2 Co 3,14). Crece, por tanto, ya en los profetas; pero, cuando llega hasta el punto en que le sea quitado también el velo, entonces se hará “muy grande”. Cuando la letra de la Ley empiece a ser separada como la paja de la cebada y se ponga de manifiesto que “la Ley es espiritual” (cf. Rm 7,14), entonces Isaac se engrandecerá y se hará “muy grande”.

El pan de la palabra divina

Mira, en efecto, que el Señor en los Evangelios parte unos pocos panes, y ¡a cuántos miles de personas alimenta y “cuántos cestos” de restos quedaron! (cf. Mt 14,18 ss.; 15,36 ss.; 16,9). En tanto que los panes están enteros, nadie se sacia, nadie es alimentado, ni siquiera los mismos panes parecen aumentar. Así, considera ahora cómo partimos pocos panes: las palabras que tomamos de las divinas Escrituras son pocas, y ¡a cuántos miles de hombres sacian! Pero si estos panes no se hubiesen partido, si los discípulos no los hubiesen reducido a pedazos, esto es, si la letra no hubiese sido minuciosamente examinada y partida[4], su sentido no hubiese podido llegar a todos. Cuando empecemos a examinar diligentemente y a tratar cada cosa en su singularidad, entonces las turbas se alimentarán de ello en la medida en que puedan; lo que no puedan (tomar), deberá recogerse y guardarse “para que no se pierda” (cf. Jn 6,12).

Conservemos, por tanto, también nosotros lo que “las multitudes” no puedan entender y recojámoslo en “cestos y canastos”. En seguida, (consideremos) los fragmentos que sobraron de aquel pan que, sobre Jacob y de Esaú, hemos partido hace poco; nosotros los recogimos con gran cuidado para que no se perdiesen y los conservamos en “canastos y cestos hasta que veamos qué nos manda el Señor hacer también con ellos.

Aprender a beber de la propia fuente

Y ahora, en cuanto es posible, comamos de los panes o saquemos agua de los pozos. Intentemos hacer también lo que recomienda la Sabiduría cuando dice: “Bebe las aguas de tus fuentes y de tus pozos, y que tu propia fuente sea para ti” (Pr 5,15. 18).

Procura, entonces, también tú, oh oyente, tener tu propio pozo y tu propia fuente, para que, cuando tomes el libro de las Escrituras, empieces también a producir de tu propio pensamiento alguna interpretación, y, según lo que aprendiste en la Iglesia, intenta beber también tú de la fuente de tu espíritu. Está en tu interior el origen del “agua viva” (cf. Gn 26,19), están (dentro de ti) las venas perennes y los afluentes que riegan el sentido racional, si no están obstruidas por la tierra y los escombros. Pero haz lo necesario por excavar tu tierra y purificarla de las inmundicias, es decir, por remover la desidia de tu espíritu y sacudir la indolencia del corazón. Escucha, en efecto, lo que dice la Escritura: “Punza el ojo y saldrá una lágrima; punza el corazón y saldrá la comprensión espiritual” (Si 22,19).

Purifica, por tanto, tú también, tu espíritu, para que algún día también “bebas de tus fuentes” (cf. Pr 5,15) y saques “agua viva” (cf. Gn 26,19) de tus pozos. Porque si has recibido en ti la palabra de Dios, si recibiste de Jesús “el agua viva” y la aceptaste fielmente, se hará en ti “una fuente de agua que brota para la vida eterna” (cf. Jn 4,14), por el mismo Jesucristo nuestro Señor, “a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (cf. 1 P 4,11; Ap 1,6).



[1] Lit.: fabricado.

[2] Cf. Gn 26,18. Estos filisteos enigmáticos son los amigos de la letra.

[3] Cf. Jn 6,9; Mt 14,19 ss. Sólo Juan (6,9. 13) habla de un pan de cebada, pero no alude a una segunda multiplicación. Mateo y Marcos, en cambio, que narran dos multiplicaciones, emplean el mismo término para ambas: artos (el pan ordinario, de trigo), sin ningún calificativo (Mt 14,17; 15,36; Mc 6,41; 8, 4.5). Lucas (9,13. 16) menciona solamente el pan de trigo (artos; SCh 7bis, pp. 304-305, nota 2).

[4] Fracta: quebrada, molida.