OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (293)

Jesús discute con los fariseos sobre el pago del impuesto 

1866

Grabado realizado por Gustave Doré (+ 1883)

París

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis

Homilía X: Rebeca sale a recoger agua y el servidor de Abraham se la encuentra

   Reproche a los oyentes poco asiduos

1. “Isaac, dice la Escritura, crecía” (cf. Gn 21,8) y se fortalecía; es decir, crecía “la alegría” para Abraham, que consideraba no “las cosas visibles, sino las invisibles” (cf. 2 Co 4,18). Abraham, en efecto, no se alegraba con las cosas presentes, ni con las riquezas del mundo ni con los eventos del siglo. ¿Pero quieres saber con qué se alegraba Abraham? Oye al Señor que dice a los Judíos: “Abraham, su padre, deseó ver mi día, lo vio y se alegró” (Jn 8,56). Por tanto, eso que “hacía crecer a Isaac” (cf. Gn 21,8), era lo que aumentaba la alegría de Abraham, esa visión en la que veía el día de Cristo y la esperanza puesta en él. ¡Y ojalá que también ustedes se convirtieran en Isaac y fuesen la alegría de su madre, la Iglesia!

Pero me temo que la Iglesia engendre todavía hijos en la tristeza y en el llanto. ¿O es que ella no se entristece y aflige cuando ustedes no se reúnen para escuchar la palabra de Dios y apenas si se acercan a la iglesia en los días de fiesta?, y esto no tanto por el deseo de la palabra cuanto por disfrutar de la solemnidad y obtener en cierto modo la remisión pública[1].

Así, entonces, ¿qué debo hacer yo, a quien se le confió el ministerio de la palabra (cf. 1 Co 9,17)? Yo, que, aún siendo “siervo inútil” (cf. Lc 17,10), sin embargo, recibí del Señor “la medida de trigo para ser distribuida a la familia del dueño” (cf. Lc 12,42)? Pero mira lo que agrega el final de la frase del Señor: “Medida de trigo, dice, para distribuir en el tiempo oportuno” (Lc 12,42). Luego ¿qué debo hacer? ¿Dónde y cuándo encontraré el tiempo que les conviene (a ustedes)? La mayor parte del mismo, más aún, casi todo, lo emplean en ocupaciones mundanas; una parte lo consumen en el foro, la otra en los negocios; uno [tiene tiempo] para el campo; otro, para los litigios; y ninguno o muy pocos tienen tiempo para escuchar la palabra de Dios.

Pero ¿por qué los culpo de sus ocupaciones? ¿Por qué me lamento de los ausentes? También ustedes, los presentes, que están ya en la iglesia, no están atentos, sino que se dedican a charlar de cosas banales, volviendo la espalda a la palabra de Dios y a las lecturas divinas. Temo que también a ustedes el Señor les diga aquello que dijo por medio del Profeta: “Me volvieron la espalda y no la cara” (cf. Jr 39,33).

Por tanto, ¿qué debo hacer yo, a quien se le confió el ministerio de la palabra?

Los misterios de la alegoría exigen oyentes bien dispuestos

Las cosas que acaban de leerse son místicas; por eso deben ser explicadas mediante los misterios de la alegoría.

Pero ¿puedo acaso yo hacer penetrar en oídos sordos y mal dispuestos “las perlas” (cf. Mt 7,6) de la palabra de Dios? No obró así el Apóstol. Considera, entonces, lo que dice: “Ustedes, dice,  que leen la Ley, no escuchan la Ley. Abraham, en efecto, tuvo dos hijos” (Ga 4,21-22), y lo demás; a lo cual añade: “Estas cosas tienen un sentido alegórico” (Ga 4,24). ¿Ha desvelado los misterios de la Ley a quienes no leen ni escuchan la Ley? Pero a los que leían la Ley les decía: “No escuchan la Ley” (Ga 4,21). ¿Cómo, entonces, podré abrir y desvelar los misterios de la Ley y las alegorías, que nos ha enseñado el Apóstol, a quienes no saben escuchar ni leer la Ley?

Les pareceré quizá demasiado rígido, pero no puedo “recubrir [de cal] una pared” (cf. Ez 13,10) que se derrumba (cf. Ez 13,10-15); porque temo lo que está escrito: “Pueblo mío, quienes los beatifican los seducen y destruyen los caminos de sus pies” (Is 3,12); “los amonesto como a hijos muy queridos” (cf. 1 Co 4,14). Me admiro de que aún no hayan conocido el camino de Cristo, ni hayan oído decir que no es “ancho y espacioso, sino estrecho y angosto es el camino que conduce a la vida; y ustedes, por tanto, entren por la puerta estrecha” (cf. Mt 7,13-14), dejando la anchura para los que se pierden. “La noche está avanzada y el día se acerca (Rm 13,12), caminen como hijos de la luz (Ef 5,8). El tiempo es breve; queda que los que poseen[2] vivan como si no poseyeran, y los que usan de este mundo como si no usaran de él” (1 Co 7,29. 31).

El Apóstol manda que se ore “sin interrupción” (cf. 1 Ts 5,17). Ustedes, que no se reúnen para la oración, ¿cómo van a cumplir “sin interrupción” lo que siempre omiten? Pero también el Señor manda: “Velen y oren, para que no caigan en tentación” (Mc 14,38; Mt 26,41). Si los que velan y oran y no cesan de aplicarse a la palabra de Dios con todo no escapan a la tentación, ¿qué sucederá con los que vienen a la iglesia sólo en los días solemnes? “Si el justo difícilmente se salva, ¿qué pasará con el impío y el pecador?” (Pr 11,31; 1 P 4,18).

Lamento tener que decir algo de lo que se ha leído; pero también el Apóstol dice, a propósito de textos semejantes, que “no pueden explicarse con palabras, porque ustedes, dice, se han hecho débiles para escuchar (o: comprender)” (Hb 5,11).

Interpretación alegórica de Rebeca en los pozos de agua

2. Pero examinemos lo que se nos acaba de leer: “Rebeca, dice, venía con las hijas de la ciudad a sacar agua del pozo” (cf. Gn 24,15-16).

Todos los días Rebeca venía a los pozos, todos los días sacaba agua. Y porque todos los días pasaba tiempo[3] en los pozos, por eso pudo ser encontrada por el servidor de Abraham y unirse en matrimonio con Isaac.

¿Piensas que se trata de fábulas y que el Espíritu Santo cuenta historias en las Escrituras? Es esta (narración) una instrucción para las almas y una doctrina espiritual que te instruye y te enseña a venir diariamente a los pozos de las Escrituras, a las aguas del Espíritu Santo, y a sacar constantemente agua, llevando a casa el recipiente lleno, como hacía también santa Rebeca. Ésta no hubiese podido unirse en matrimonio a un patriarca tan grande como Isaac, que había nacido “de la promesa” (cf. Ga 4,23), si no hubiese sacado este agua, y habiéndola sacado en tal cantidad que pudiese dar de beber no sólo a los de la casa, sino también al servidor de Abraham, y no sólo al servidor, sino hasta tener tal abundancia de agua sacada de los pozos que pudiese abrevar también a los camellos, “hasta que, dice (la Escritura), acabaron de beber” (Gn 24,22).

El matrimonio de Rebeca

Todas las cosas que han sido escritas son misterios. Cristo quiere desposarte con él también a ti; a ti, en efecto, te habla por medio del profeta que dice: “Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en fidelidad y en misericordia, y conocerás al Señor” (Os 2,21-22). Por tanto, puesto que quiere desposarte con él, te envía por delante a este servidor. Este servidor es la palabra profética. Si antes no recibes esta palabra, no podrás unirte en matrimonio con Cristo.

Pero debes saber que nadie recibe la palabra profética sin ejercicio y sin conocimiento, sino el que sabe sacar agua de lo profundo del pozo y el que sabe sacarla en tal cantidad que basta incluso para los que parecen irracionales y perversos -de ellos son figura los camellos-, hasta poder decir también él mismo, porque: “Soy deudor de los sabios y de los ignorantes” (Rm 1,14).

Así, abreviando, el servidor de Abraham se había dicho a sí mismo: «Aquélla, dice, de entre las vírgenes que vengan a (sacar) agua, aquélla que me diga: “Bebe tú, (y) daré agua también a tus camellos”, ésa misma será la esposa de mi señor» (Gn 24,14). Así, entonces, Rebeca, que significa “paciencia”, cuando vio al servidor y examinó la palabra profética, “depuso el cántaro de su hombro” (cf. Gn 24,18). Depone, en efecto, la elevada arrogancia de la elocuencia griega e, inclinándose al humilde y simple lenguaje profético, dice: “Bebe tú, (y) daré agua también a tus camellos” (Gn 24,14).

Cristo, el agua viva, pide de beber

3. Pero tal vez me digas: si el servidor es figura de la palabra profética, ¿cómo Rebeca le da de beber cuando debería más bien ser él el que le diese de beber?

Mira, entonces, no suceda quizá como también con el Señor Jesús: que, aunque él mismo es “el pan de vida” (cf. Jn 6,35. 48) y él mismo alimenta a las almas hambrientas, confiesa, por otro lado, tener hambre, cuando dice: “Tuve hambre y me dieron de comer” (Mt 25,35); y de nuevo, aunque él es “el agua viva” (cf. Jn 7,38) y da de beber a todos los que tienen sed, sin embargo, él mismo dice a la Samaritana: “Dame de beber” (Jn 4,7); así también la palabra profética, aun siendo ella la que da de beber a los sedientos, no obstante se dice que es dada de beber por ellos, cuando es objeto de los ejercicios y de las atenciones de los [cristianos] celosos. Por tanto, un alma de este tipo, que lo hace todo con paciencia (y) que está tan dispuesta y sostenida por una enseñanza tan grande -que suele sacar de las profundidades de las aguas la ciencia-, esa misma (alma) puede unirse en matrimonio con Cristo.

Por tanto, si no vienes cada día a los pozos, si no sacas agua diariamente, no sólo no podrás dar de beber a los demás, sino que tú mismo padecerás “la sed de la palabra de Dios” (cf. Am 8,11). Oye también al Señor que dice en los Evangelios: “El que tenga sed, que venga y beba” (Jn 7,37). Pero me parece que tú “no tienes hambre y sed de justicia” (cf. Mt 5,6); ¿y cómo podrás decir: “Como el ciervo desea las fuentes de agua, así mi alma te desea a ti, oh Dios. Mi alma tiene sed del Dios viviente; cuándo vendré y compareceré en su presencia” (Sal 41[42],2-3)?

Nuevos reproches a los indiferentes: es necesario acercarse cada día a la Palabra

Les ruego que siempre asistan a escuchar la palabra, que tengan paciencia mientras amonestamos un poco a los negligentes y perezosos. Tengan paciencia, porque nuestro sermón versa sobre Rebeca, es decir, sobre la paciencia. Es necesario castigar un poco con la paciencia a los que descuidan la reunión y evitan escuchar la palabra de Dios, a los que no desean “el pan de vida” (cf. Jn 6,35. 48) ni “el agua viva” (cf. Jn 7,38), a los que no salen de los campamentos (cf. Hb 13,13) ni marchan desde sus “casas de barro” (cf. Jb 4,19) para recoger el maná (cf. Ex 4,19-20), a los que no vienen a la piedra para beber de la “piedra espiritual. La piedra, en efecto, es Cristo”, como dice el Apóstol (cf. 1 Co 10,4). Tengan un poco de paciencia, les digo; puesto que nuestro discurso se dirige a los negligentes y a “los enfermos; porque no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos” (Lc 5,31).

Díganme ustedes, que vienen a la iglesia sólo los días festivos: ¿(es) que los demás días no son festivos[4]? ¿No son días del Señor? Los judíos observan (como) solemnes ciertos y raros días; y por eso les dice Dios: “No soporto sus novilunios, sábados y su día grande. Mi alma odia el ayuno, las ferias y sus días festivos” (Is 1,13-14). Dios, por tanto, odia a los que piensan que el día de fiesta del Señor sea un solo día.

Los cristianos comen todos los días las carnes del cordero, es decir, cada día se alimentan de las carnes del Verbo. “Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1 Co 5,7); y, puesto que la ley de la Pascua (prescribe) que se coma al atardecer (cf. Ex 12,6 ss.; 16,8), por eso el Señor ha padecido en el atardecer del mundo, para que tú, que estás siempre en el atardecer, comas siempre las carnes del Verbo, hasta que llegue la mañana. Y si en este atardecer fueras solícito y pasas la vida “en el llanto y en los ayunos” (cf. Jl 2,12) y en (cumplir) toda obra de justicia, también tú podrás decir: “Al atardecer nos visitará el llanto, por la mañana el júbilo” (Sal 29[30],6). Por tanto, te alegrarás por la mañana, es decir, en el siglo futuro, si en este siglo recoges “el fruto de la justicia” (St 3,18; Flp 1,1; Hb 12,11) en las lágrimas y el trabajo[5].

Vengan, entonces, y, mientras haya tiempo, bebamos del “pozo de la visión”, por donde Isaac “pasea” (cf. Gn 24,62-63) y donde avanza por la ascesis[6].



[1] Este texto parece indicar la existencia de días determinados expresamente para la pública remisión. Pero ¿de qué remisión se trata? ¿Era un levantamiento de penas? ¿Era una remisión de pecados ordinarios? La información de que disponemos es muy escasa (SCh 7bis, pp. 254-255, nota 2).

[2] San Pablo no dice qui habent (que poseen), sino qui habent uxores (los que poseen mujeres): cf. 1 Co 7,29.

[3] Vacabat.

[4] “(Dios) quiere enseñar al que tiende a la perfección y a la santidad que no hay días de fiesta y días sin fiesta consagrados a Dios, sino que el justo debe celebrar una fiesta perpetua”: Orígenes, Homilías sobre los Números 23,3 (SCh 29, p. 440).

[5] Cf. Sal 125[126],5-6.

[6] Lit.: ejercicio (exercitium).