OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (288)

El evangelista san mateo y su símbolo: el Ángel

Siglo XI

Evangeliario

Mainz, Alemania

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis

Homilía VIII: El sacrificio de Abraham

   Cavar hondo en la palabra de Dios

1. Apliquen aquí los oídos, ustedes, que se han acercado a Dios, que se creen fieles, y consideren con más diligencia cómo, a partir de esto que nos ha sido proclamado, se pone a prueba la fe de los fieles.

«Y sucedió, dice, que después de estas palabras, Dios tentó a Abraham y le dijo: “Abraham, Abraham”. Y él respondió: “Aquí estoy”» (Gn 22,1). Observa cada una (de las expresiones) que han sido escritas; en cada una, si se sabe cavar hondo, se encontrará un tesoro; y quizá también, donde no se piensa, estén escondidas las perlas preciosas de los misterios.

El nombre de Abraham y la promesa

Este hombre se llamaba antes Abram, pero en ninguna parte leemos que Dios le haya llamado por este nombre o le haya dicho: Abram, Abram. Porque no podía ser llamado por Dios con un nombre que (sería) borrado; sino que lo llama con ese nombre que Él mismo le ha dado, y no sólo lo llama con este nombre, sino que también lo reitera. Y cuando (Abraham) respondió: “Heme aquí”, le dijo: “Toma a tu hijo muy querido, al que amas, a Isaac, y ofrécemelo. Ve, dice, a un lugar elevado y allí ofrécemelo en holocausto en una de las montañas que yo te mostraré” (Gn 22,2).

Dios mismo le explicó por qué le había dado un nombre y le había llamado Abraham: “Porque, dice (la Escritura), te he constituido padre de una muchedumbre de pueblos” (Gn 17,5). Dios le hizo esta promesa cuando tenía por hijo a Ismael, pero le prometió que esa promesa se cumpliría en el hijo que naciese de Sara. Encendió, por tanto, su alma en el amor de un hijo, no sólo por causa de la posteridad, sino también por la esperanza de las promesas.

La fe de Abraham

Pero he aquí que a éste, en el que reposan (lit.: han sido puestas) tan grandes y admirables promesas para él, a este hijo, digo, por el cual Abraham había recibido su nombre, “el Señor le manda ofrecerlo en holocausto en una de las montañas”.

¿Qué (dices) tú sobre esto, Abraham? ¿Qué pensamientos y de qué género se agitan en tu corazón? De Dios ha salido una voz para romper y probar tu fe. ¿Qué dices tú a esto? ¿Qué piensas? ¿Qué revisas? Acaso piensas (y) revuelves en tu corazón: si en Isaac me fue hecha la promesa, pero ahora lo ofrezco en holocausto, ¿sólo queda que no espere en esta promesa? ¿O piensas más bien y dices que el que ha hecho la promesa es imposible que mienta (cf. Hb 6,18) y que, suceda lo que suceda, la promesa permanecerá?

Pero yo, que “soy el más pequeño” (cf. 1 Co 15,9), no me siento capaz de escrutar los pensamientos de tan gran patriarca, ni puedo saber qué pensamientos haya movido en él la voz de Dios, o qué sentimientos le haya despertado esta voz que se había manifestado para tentarlo, cuando le mandó matar a (su hijo) único. Pero, dado que “el espíritu de los profetas está sometido a los profetas” (1 Co 14,32), el Apóstol Pablo, que, por medio del Espíritu, había aprendido, creo yo, qué sentimientos, qué pensamientos había llevado en sí Abraham, los indicó diciendo: “Por la fe, Abraham no dudó al ofrecer a su hijo único, en el que había recibido las promesas, pensando que Dios es poderoso incluso para resucitarlo de entre los muertos” (Hb 11,17. 19).

El Apóstol nos ha revelado, por tanto, los pensamientos del hombre fiel: que ya entonces, en Isaac, tuvo sus comienzos la fe en la resurrección. Abraham, entonces, esperaba que Isaac resucitase y creía que llegaría a producirse lo que aún no se había verificado. ¿Cómo pueden ser, por consiguiente, “hijos de Abraham” (cf. Jn 8,37) los que no creen que se haya cumplido en Cristo lo que él creyó que se cumpliría en Isaac? Más aún, para hablar con mayor claridad, Abraham sabía que él estaba prefigurando una imagen de la verdad futura, sabía que de su linaje nacería Cristo y que éste sería ofrecido como verdadera víctima por todo el mundo y que resucitaría de entre los muertos.

2. Pero, entretanto, dice: «Dios tentaba a Abraham, y le dice: “Toma a tu hijo muy querido, al que amas”» (Gn 22,1-2). No le basta con decir “hijo”, sino que añade también: “muy querido”. Sea, pues, esto; mas ¿por qué dice todavía: “Al que amas”? Considera la gravedad de la prueba: con estos dulces y queridos nombres, una y mil veces repetidos, se excitan los sentimientos del padre, para que, al recuerdo vivo de su amor, cuando vaya a inmolar al hijo, se detenga la mano del padre y toda la milicia de la carne luche contra la fe del alma.

“Toma, entonces, dice, a tu hijo muy querido, al que amas, a Isaac” (Gn 22,2). Admitamos (lit.: sea), Señor, que (le) recuerdes (su) hijo al padre; que añadas también: “muy querido” a quien mandas matar. Baste esto para suplicio del padre; pero agregas nuevamente “al que amas”. Se triplican también en esto los suplicios del padre. ¿Por qué es necesario que todavía le recuerdes también (su nombre): “Isaac”? ¿Acaso Abraham no sabía que su hijo muy querido, aquel al que amaba, se llamaba Isaac? ¿Pero por qué agregar esto en este momento? Para que Abraham se acordase lo que le habías dicho: “Que en Isaac llevará tu nombre una descendencia y que en Isaac se realizarán para ti las promesas” (cf. Gn 21,12; Rm 9,7. 8; Hb 11,18; Ga 3,16. 18; 4,23). Y se le recuerda el nombre para que se introduzca (en él) la desesperanza en las promesas que le habían sido hechas bajo este nombre.

Pero todo esto, porque Dios tentaba a Abraham.

El lugar elevado y la montaña del sacrificio

3. ¿Qué viene después de esto? “Ve, dice, a un lugar elevado, a una de las montañas que yo te mostraré, y allí lo ofrecerás en holocausto” (Gn 22,2).

Observa, por los detalles, cómo se aumenta la prueba. “Ve a un lugar elevado”. ¿Acaso Abraham no podía ser conducido antes con el niño a ese lugar elevado y, ya situado en la montaña que Dios había elegido, y allí haberle dicho que ofreciese a su hijo? Pero primero se le dice que debe ofrecer a su hijo y después se le manda ir “a un lugar elevado” y subir a la montaña. ¿Con qué intención?

Para que, mientras camina, mientras va de camino, sea desgarrado por los pensamientos durante todo el trayecto; para instarlo vivamente por esta (urgencia) del mandato, y  por el afecto hacia el hijo único que, torturado, se resiste. Por eso, entonces, se le impone también el camino y la subida a la montaña, para que en todos estos pasos puedan librar su combate el afecto paternal y la fe, el amor de Dios y el amor de la carne, la gracia de las cosas presentes y la espera de las futuras.

Es enviado, por tanto, “a un lugar elevado”; (sin embargo), a un patriarca que va a cumplir una obra tan grande para el Señor no le basta un lugar elevado; por eso se le manda también subir a una montaña, es decir, que, elevado por la fe, abandone las cosas terrenas y ascienda a las realidades celestiales.