OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (286)

Cristo y san Pedro

Hacia 1370

Misal romano

Nápoles, Italia

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis

Homilía VII: Nacimiento y destete de Isaac

   El Espíritu Santo nos guía en la lectura de los textos sagrados

1. Moisés nos es leído en la Iglesia. Pidamos al Señor, según la palabra del Apóstol, para que también entre nosotros no “haya un velo puesto sobre nuestro corazón cuando se lee a Moisés” (cf. 2 Co 3,15).

Se ha leído, en efecto, que Abraham engendró a su hijo Isaac cuando tenía cien años (cf. Gn 21,5). «Y Sara dijo: “¿Quién anunciará a Abraham que Sara amamanta a un niño?”» (Gn 21,7). “Y entonces, dice, Abraham circuncidó al niño al octavo día” (Gn 21,4). Abraham no celebra el día del nacimiento de este niño, sino que celebra el día del destete, “y hace un gran banquete” (Gn 21,8).

¿Y qué? ¿Pensamos que el Espíritu Santo se haya propuesto escribir historias y narrar cómo se destetó a un niño y se tuvo un banquete, o cómo jugaba este niño y hacía otras cosas propias de la infancia? ¿O hay que pensar, más bien, que por estas cosas nos quiere enseñar algo divino y digno de ser aprendido por el género humano mediante las palabras de Dios?

El destete espiritual

Isaac significa risa o alegría (cf. Gn 21,6). ¿Quién es, por tanto, el que engendra semejante hijo?

Ciertamente aquel que decía de los que había engendrado mediante el evangelio: “Ustedes son mi alegría y (mi) corona de gloria” (1 Ts 2,20. 19). Por estos hijos, una vez destetados, se celebra un banquete y (hay) gran alegría por causa de ellos que “ya no tienen necesidad de leche, sino de alimento sólido”, (y), supuesta su capacidad alimenticia, “tienen las facultades (lit.: sentidos) ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal” (Hb 5,12. 14). Por estos tales, cuando son destetados, se hace un gran banquete. Pero no puede ofrecerse un banquete ni tenerse alegría por aquellos de quienes dice el Apóstol: “Les di a beber leche, no alimento sólido, puesto que todavía no lo podían soportar, ni todavía ahora lo soportan. Y yo no pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo” (1 Co 3,2. 1). Que nos digan los que quieren entender las Escrituras divinas a la letra qué significa: “No pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo; les di a beber leche, no alimento sólido” (1 Co 3,1-2). ¿Se pueden aceptar estas cosas en su literalidad?

Interpretación de san Pablo. La vida según el Espíritu

2. Pero volvamos, mientras tanto, a aquello de lo que nos hemos alejado. Abraham se alegra y “hace un gran banquete en el día en que destetó a su hijo Isaac”. Después de esto, Isaac juega, y juega con Ismael (cf. Gn 21,9). Sara se indigna de que el hijo de la esclava juegue con el hijo de la libre, y piensa que aquel juego arruinarle, y da este consejo a Abraham: “Despide a esta criada y a su hijo. Porque no va a heredar el hijo de la criada con mi hijo Isaac” (Gn 21,10).

No haré yo ahora el comentario de cómo deban entenderse estas cosas. El Apóstol lo ha explicado diciendo: “Díganme, los que han leído la Ley, ¿no han escuchado la Ley? Está escrito, en efecto, que Abraham tuvo dos hijos: uno de la esclava y otro de la libre. Pero el de la esclava, nació según la carne; y el de la libre, en virtud de la promesa. Estas cosas son alegóricas” (Ga 4,21-24). ¿Qué, entonces? ¿Isaac “no nació según la carne”? ¿No le parió Sara? ¿No fue circuncidado? ¿Cuando jugaba con Ismael, no jugaba en la carne? Esto es, en efecto, lo que resulta admirable en el pensamiento del Apóstol: que llame “alegóricas” (cf. Ga 4,24) a esas cosas de las que no se puede dudar que fueron hechas según la carne, para que aprendamos cómo debemos actuar en los demás casos, y principalmente en aquellos en los que la narración histórica nada digno de la ley divina indica.

Por tanto, Ismael, el hijo de la esclava, nace “según la carne”; pero Isaac, que era “hijo de la libre”, no nace “según la carne”, sino “según la promesa” (cf. Ga 4,23). Y dice el Apóstol, sobre esto, que “Agar engendró para la esclavitud” (cf. Ga 4,24) un pueblo carnal; Sara, en cambio, que era libre, engendró un pueblo que no es “según la carne”, sino que fue llamado en la libertad (cf. Ga 5,2), “libertad con la que Cristo lo liberó” (cf. Ga 5,13). Porque Él mismo dijo que “si el Hijo los hace libres, serán verdaderamente libres” (Jn 8,36).

Pero veamos lo que añade en (su) exposición el Apóstol: “Mas como entonces, dice, el que es según la carne perseguía al que es según el espíritu, así también ahora” (Ga 4,29). Mira cómo nos enseña el Apóstol que la carne se opone al espíritu en todo (cf. Ga 5,17), sea que aquel pueblo carnal se oponga a este pueblo espiritual, sea que, también entre nosotros mismos, si todavía alguno es carnal, se oponga a los espirituales. Porque también tú, si vives “según la carne” y te comportas “según la carne”, eres hijo de Agar y, en consecuencia, te opones a los que viven “según el espíritu”. Si también indagamos en nuestro interior, encontramos “que la carne tiene apetencias contrarias al espíritu y el espíritu contrarias a la carne y que éstos son adversarios entre sí” (cf. Ga 5,17); y encontramos “en nuestros miembros una ley que se opone a la ley de nuestra mente y que nos hace esclavos de la ley del pecado” (cf. Rm 7,23). ¿Ves cuántas son las batallas de la carne contra el espíritu?

Hay asimismo todavía otro combate, más violento quizá que todos estos, ya que los que comprenden la ley “según la carne” se oponen a los que la entienden “según el espíritu” y los persiguen. ¿Por qué? Porque “el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios. Puesto que son para él una locura, y no las puede comprender, porque sólo el Espíritu puede juzgarlas” (1 Co 2,14).

Pero tú también, si tienes en ti “el fruto del Espíritu, que es alegría, caridad, paz, paciencia” (cf. Ga 5,22), puedes ser Isaac, no “según la carne nacido, sino según la promesa, y eres hijo de la libre” (cf. Ga 4,23. 30), si con todo tú también puedes decir con Pablo: “Puesto que caminamos en la carne, no combatimos según la carne -porque las armas de nuestra milicia (o: combate) no (son) carnales, sino potentes ante Dios para destruir las fortificaciones-; destruimos los razonamientos y toda altanería que se levanta contra la ciencia de Dios” (2 Co 10,3-5). Si puedes ser tal que dignamente también se te aplique aquella sentencia del Apóstol que dice: “Pero ustedes no están en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros” (Rm 8,9), también tú, por tanto, si eres tal, no eres “nacido según la carne”, sino “según el espíritu por la promesa”, y serás heredero de las promesas según lo que se dijo: “Sin duda herederos de Dios, coherederos de Cristo” (Rm 8,17). No serás coheredero del que “nació según la carne”, sino coheredero de Cristo, porque “si conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no le conocemos así” (2 Co 5,16).

El juego de Isaac e Ismael

3. Y sin embargo, conforme a lo que se escribió, no veo qué cosa movió a Sara a ordenar la expulsión del hijo de la esclava. Jugaba con su hijo Isaac (cf. Gn 21,9). ¿A quién perjudicaba o a quién dañaba, si jugaba? Como si no debiese agradar que, en aquella edad, el hijo de la esclava jugase con el hijo de la libre. En este caso, además, me admira también que el Apóstol haya declarado este juego una persecución, diciendo: “Pero, como entonces, el que es según la carne perseguía al que es según el espíritu, así también ahora” (Ga 4,29), cuando, en todo caso, no se menciona ninguna persecución de Ismael contra Isaac, a no ser este solo juego de infancia.

Pero veamos qué ha comprendido Pablo en este juego y por qué se ha indignado Sara.

Ya anteriormente, en el lugar en que (hicimos) la explicación espiritual, pusimos a Sara como tipo de la virtud[1]. Si, por tanto, la carne, de la cual es figura Ismael, que nace según la carne, lisonjea al espíritu, que es Isaac, y se obra con él con seducciones engañosas, se lo atrae con deleites y lo ablanda con placeres, un juego como éste, de la carne con el espíritu, ofende sobremanera a Sara, que es la virtud, y Pablo juzga estos halagos cruelísima persecución.

Y entonces tú, oh oyente de estas cosas, no pienses en aquella sola persecución, cuando el furor de los paganos te empuja a inmolar a los ídolos; pero si, por casualidad, te atrae el deleite de la carne, si juegan contigo los atractivos del placer, huye de estas cosas como de la mayor persecución, si eres hijo de la virtud. Por eso el Apóstol dice también: “!Huyan de la fornicación!” (1 Co 6,18). Pero si también te ablanda la injusticia para que, en consideración de “un personaje poderoso” (cf. Lv 19,15), cuyo favor te influye, te dejes llevar por un juicio injusto, debes entender que, bajo forma de juego, padeces una blanda persecución de parte de la injusticia. Verdaderamente también por cada especie de malicia: aunque sea blanda y delicada y semejante al juego, considérala una persecución del espíritu, porque en todo esto se ofende a la virtud.



[1] Cf. Homilía 6,1.