OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (283)

La multiplicación de los panes y los peces

Hacia 1250-1260

Gradual

París

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis

Homilía V: Lot y sus hijas

   La hospitalidad de Lot

1. Los ángeles, enviados para la destrucción de Sodoma, deseando llevar a cumplimiento la misión encomendada, se cuidan primero de Lot, su huésped, para substraerlo, en consideración de su hospitalidad, a la destrucción del fuego inminente.

Oigan esto, los que cierran las puertas a los peregrinos; oigan esto, los que evitan al huésped como a un enemigo.

Lot vivía en Sodoma. (En la Escritura) no leemos ninguna otra buena acción suya; de él sólo se recuerda la hospitalidad habitualmente practicada; escapa a las llamas, escapa al incendio por el solo hecho de haber abierto su casa a los huéspedes. Los ángeles entraron en la casa hospitalaria; el fuego entró en las casas cerradas a los huéspedes.

Veamos, entonces, qué dicen los ángeles a su huésped por sus servicios (u: oficios) de hospitalidad. “Pon a salvo tu vida -dice- en la montaña, no vayas a ser apresado” (Gn 19,17). Ciertamente, Lot era hospitalario, quien también, según el testimonio de la Escritura, escapó a la muerte por haber dado hospitalidad a los ángeles (cf. Hb 13,2); pero no era tan perfecto como para poder subir al monte inmediatamente después de haber salido de Sodoma; puesto que es propio de los perfectos decir: “He levantado mis ojos a las montañas, de donde me vendrá el auxilio” (Sal 120[121],1). Él, por tanto, no era tal que tuviese que perecer entre los sodomitas, ni era tan grande que pudiese habitar con Abraham en lugares más elevados. Porque si hubiese sido tal, Abraham no le habría dicho nunca: “Si tu vas a la derecha, yo iré a la izquierda, y si tu vas a la izquierda, yo iré a la derecha” (Gn 13,9), y no le habrían agradado las moradas de los sodomitas. Estaba, por consiguiente, en un lugar intermedio entre los perfectos y los perdidos. Y sabiendo que no tenía fuerzas para subir a la montaña, se excusa respetuosa y humildemente diciendo: “No puedo ponerme a salvo en la montaña, pero he aquí esa ciudad que es pequeña; me salvaré allí, y no es pequeña” (Gn 19,19-20). Y entrando en Segor, ciudad pequeña, allí se salva (cf. Gn 19,23). Y después de esto, sube a la montaña con sus hijas (cf. Gn 19,30).

Porque desde Sodoma no podía subir a la montaña, aunque se haya escrito de la tierra de Sodoma que, antes de su destrucción, en el tiempo en que Lot la eligió como lugar para habitar, “era como el paraíso de Dios y como la tierra de Egipto” (cf. Gn 13,10). Y sin embargo, por hacer una pequeña disgresión, ¿qué proximidad se ve entre el paraíso de Dios y la tierra de Egipto, para que Sodoma sea comparada indistintamente a ellos? Yo pienso así: antes de que Sodoma pecase, cuando todavía guardaba la simplicidad de una vida irreprensible, era “como el paraíso de Dios”; pero cuando empezó a descolorarse y a oscurecerse con las manchas de los pecados, se hizo “como la tierra de Egipto”.

Pero nosotros nos preguntamos también otra cosa, porque el profeta dice: “Tu hermana Sodoma será devuelta a su antiguo estado” (Ez 16,55); (nos preguntamos) si en su restitución (o:  restablecimiento) también recibe (ser) “como el paraíso de Dios” o sólo “como la tierra de Egipto”. Yo, por mi parte, dudo de que los pecados de Sodoma hayan podido ser volatilizados hasta tal punto y sus crímenes purificados tan completamente que su restablecimiento pueda compararse no sólo a la tierra de Egipto, sino también al paraíso de Dios. Sin embargo, los que quieren confirmar esto nos urgirán a partir principalmente de esa palabra que aparece añadida a esta promesa; porque (la Escritura) no dice que “Sodoma será restablecida”, y basta, sino que dice: “Sodoma será restablecida en su antiguo estado” (Ez 16,55); y asegurarán que su antiguo estado no fue “como la tierra de Egipto”, sino “como el paraíso de Dios”.

La mujer de Lot

2. Pero volvamos a Lot que, huyendo de la destrucción de Sodoma con su mujer y sus hijas, habiendo recibido de los ángeles el mandato de no mirar hacia atrás (cf. cf. Gn 19,17), se dirigía hacia Segor. Pero su mujer se olvidó del precepto: “(Ella) miró hacia atrás”, violando la ley impuesta, “se convirtió en estatua de sal” (cf. Gn 19,26). ¿Pensamos que con esto cometía una falta tan grande que, por haber mirado hacia atrás, la mujer incurrió en la muerte, a la que parecía escapar por favor divino? ¿Qué delito tan grave hubo en el mirar atrás del espíritu angustiado de esa mujer aterrada por un fantástico crepitar de llamas?

Pero, puesto que “la Ley es espiritual” (cf. Rm 7,14) y lo que acaecía a los antiguos “acaecía en figura” (cf. 1 Co 10,11), veamos si tal vez Lot, que no miró hacia atrás, no sea el sentido racional y el alma viril, y su mujer no (sea) aquí imagen (o: figura) de la carne. Porque la carne, que mira siempre a los vicios, es la que torna con su vista hacia atrás, a la búsqueda de las voluptuosidaes, mientras el alma tiende a la salvación. De donde por eso, también el Señor decía: “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios” (Lc 9,62). Y añade: “Acuérdense de la mujer de Lot” (Lc 17,32). Lo de que “se transforma en estatua de sal” parece expuesto para indicar su falta de sabiduría (insipientiae). La sal significa, en efecto, la prudencia que le faltó.

Lot, por tanto, se dirige a Segor y allí, recuperadas un poco las fuerzas que no pudo tener en Sodoma, subió a la montaña y allí habitó, como dice la Escritura, “él y sus dos hijas con él” (Gn 19,30).

La falta de Lot: la embriaguez

3. Después de esto se refiere el famosísimo relato en el que se cuenta que sus hijas, con astucia, se acostaron con su padre (cf. Gn 19,31-38). En lo cual no sé si puede excusar a Lot hasta el punto de hacerlo inmune al pecado. Pero pienso que tampoco se le debe acusar tanto que se le haga reo de tan grave incesto; puesto que no encuentro que él haya puesto acechanzas o haya arrebatado con violencia la pureza de sus hijas, sino más bien cayó en una emboscada y se ha visto envuelto en una hábil estratagema. Pero, lo vuelvo a repetir, no habría sido engañado por las hijas si hubiese podido mantenerse sobrio. De ahí que me parezca que se lo (puede) encontrar en parte culpable (y) en parte excusable. Se le puede, en efecto, excusar, porque está libre de la culpa de la concupiscencia y de la voluptuosidad, y porque no se le acusa de haberlo querido ni de haber consentido; pero es culpable porque se dejó engañar, abandonándose en exceso al vino, y esto no una sola vez, sino más de una vez.

En efecto, me parece que también la misma Escritura en cierto modo lo justifica cuando dice: “Porque no sabía cuándo dormía con ellas y cuándo se levantaba” (Gn 19,35). No dice esto de las hijas, que engañan al padre con astucia y habilidad. Él, sin embargo, está de tal manera inmerso en el sopor del vino que no sabe que ha dormido con la hija mayor ni con la menor.

Oigan lo que hace la embriaguez; oigan qué maldades procura la ebriedad; escuchen y estén en guardia, ustedes, los que no consideran este mal un delito, sino un hábito. La embriaguez engaña al que no engaña Sodoma. Es abrasado por las llamas de las mujeres aquel al que no quemó la llama de azufre.

Por tanto, Lot había sido engañado por la astucia, no por la voluntad. Por eso está en el medio entre los pecadores y los justos, como el que ha salido de Abraham por el parentesco, pero ha habitado en Sodoma. Puesto que también el hecho (mismo) de haber escapado de Sodoma, como indica la Escritura, se debe más al honor de Abraham que al mérito de Lot. Porque dice así: “Y sucedió que, cuando Dios destruyó las ciudades de los sodomitas, Dios se acordó de Abraham e hizo salir a Lot de aquella tierra” (Gn 19,29).

La falta de las hijas de Lot. Sobre los pecados carnales

4. Pero yo pienso también que hay que considerar diligentemente el propósito de sus hijas, no sea que no merezcan recibir también una acusación tan grave como se imagina. En efecto, la Escritura refiere que se dijeron la una a la otra: “Nuestro padre, dice, es viejo y no hay nadie sobre la tierra que venga a nosotras, como se hace en todo el mundo. Ven y demos de beber vino a nuestro padre, y acostémonos con él y engendremos descendencia de nuestro padre” (Gn 19,31-32).

En cuanto a lo que sobre ellas dice la Escritura, se ve que en cierto modo también las justifica a ellas. Al parecer, las hijas de Lot habían aprendido ciertas cosas sobre el fin del mundo, que era inminente mediante el fuego; pero, como niñas que eran, no lo habían aprendido íntegra y perfectamente. Ignoraban que, aunque las regiones de Sodoma hubieran sido devastadas por el fuego, todavía quedaba en el mundo mucho espacio intacto. Oyeron que al fin de los siglos la tierra y todos los elementos habían de ser quemados por el ardor del fuego (cf. 2 P 3,12). Veían el fuego, veían las llamas de azufre, veían todas las cosas devastadas; veían también que su madre no se había salvado; sospecharon que había sucedido algo semejante a lo que habían oído decir que sucedió en tiempos de Noé, y que sólo ellas y su padre habían sobrevivido para regenerar la posteridad de los mortales. Conciben, entonces, el deseo de restaurar el género humano y entienden que deben dar principio desde sí mismas a la restauración del mundo; y, aunque considerasen gran delito obtener con engaño el concúbito del padre, les parecía mayor impiedad destruir, como pensaban, la esperanza de la posteridad humana por conservar la castidad. Por eso toman, entonces, una decisión en la que, a mi juicio, hay tanta menos culpabilidad cuanto mayor es el peso de la esperanza y las motivaciones que les asisten.

Ellas suavizan y disipan con vino la aflicción y el rigor del padre; y, entrando una noche cada una, conciben de él, en su inconsciencia; pero no repiten, no lo buscan de nuevo. ¿Dónde se prueba (o: denuncia) en esto la culpa de la lujuria, dónde el delito del incesto? ¿Cómo considerar vicio el acto que no se repite? Tengo miedo de expresar lo que siento; tengo miedo, digo, de que el incesto de aquéllas sea más casto que la pureza de muchas. Examínense las mujeres casadas y pregúntense si se acuestan con sus maridos sólo para tener hijos y si dejan de hacerlo después de la concepción. Puesto que éstas, que parecen reas de incesto, una vez que han concebido, no se acercan más a la unión marital. Sin embargo, hay mujeres -no a todas sin distinción les hacemos el reproche-, pero hay algunas- que como animales, sin ninguna discreción, se entregan incesantemente al placer; yo no las compararía siquiera a los animales mudos, porque también las reses hembras, cuando han concebido, saben no conceder más a los machos la posesión de sí. A estos tales también les denuncia la Escritura divina, cuando dice: “No sean como el caballo y el mulo, que no tienen inteligencia” (Sal 31[32],9); y de nuevo: “Se han convertido en caballos sementales” (Jr 5,8).

Pero ustedes, oh pueblo de Dios, “que amáis a Cristo en la incorrupción” (cf. Ef 6,24), comprendan el lenguaje del Apóstol, que dice: “Ya sea que coman, o beban, o cualquier otra cosa que hagan, háganlo todo para gloria de Dios” (1 Co 10,31). Porque lo que dice después de comer y beber: “O cualquier otra cosa que hagan”, indica con palabras pudorosas el comercio impúdico de la unión conyugal, mostrando que también esto se hace para gloria de Dios, si se procura únicamente con vistas a la descendencia.

Hemos expuesto, como hemos podido, sea lo concerniente a las culpas de Lot y de sus hijas, sea, por otra parte, lo que las hace excusables.