OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (282)

La hospitalidad de Abraham

1197

Biblia

Pamplona, España

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Génesis

Homilía IV: La aparición de Dios a Abraham

   Dios se aparece a Abraham

1. Se nos ha leído otra aparición de Dios a Abraham, de este modo: “Dios se apareció a Abraham, dice, cuando estaba sentado a la entrada de su carpa (o: tienda) junto a la encina de Mambré. Y he aquí que tres hombres se pararon por encima de él[1] y, alzando sus ojos, Abraham miró, y he aquí que vio tres hombres por encima de él, y salió a su encuentro” (Gn 18,1-2), y lo demás.

Comparemos en primer lugar, si les parece bien, esta aparición con aquélla que sobrevino a Lot. “Tres hombres” vienen a Abraham y están “por encima de él”; a Lot vienen “dos” y se sientan “en la plaza” (cf. Gn 19,1). Mira (o: examina) si, por dispensación (o: disposición) del Espíritu Santo, las cosas no acontecen según (o: en proporción a) los méritos. Y Lot, en efecto, era muy inferior a Abraham. Si no hubiese sido inferior, no se habría separado de Abraham (y) no le habría dicho: “Si tú (vas) a la derecha, yo iré a la izquierda; si tú (vas) a la izquierda, yo iré a la derecha” (Gn 13,9). Y si no hubiese sido inferior, no le habría agradado la tierra y la permanencia entre los sodomitas.

Vienen, por tanto, a Abraham tres hombres “al mediodía” (Gn 18,1); a Lot vienen “dos” y “por la tarde” (Gn 19,1). Porque Lot no era capaz de recibir la gran luz del mediodía; pero Abraham fue capaz de recibir el pleno fulgor del mediodía.

Veamos ahora de qué modo recibe a los visitantes Abraham y de qué modo Lot, y comparemos los preparativos para la hospitalidad del uno y del otro. Por tanto, observa, en primer lugar, que a Abraham, (junto) con los dos ángeles, se presentó también el Señor, mientras que a Lot se le aparecen sólo dos ángeles. ¿Y qué dicen? “El Señor nos ha enviado a destruir la ciudad y a provocar su ruina” (Gn 19,13). Luego, él recibió a los que debían destruir, no recibió al que podía salvar; Abraham, en cambio, recibió tanto al que salva como a los que traen la perdición.

La solicitud de Abraham

Veamos ahora el modo en que cada uno les recibe. “Abraham, dice, (les) vio y corrió a su encuentro” (Gn 18,2). Considera inmediatamente la diligencia y la prontitud en el servicio de Abraham. Él mismo corre al encuentro y, tras haber salido al encuentro, «vuelve, dice, de prisa a la carpa (o: tienda) y dice a su mujer: “Ven en seguida a la carpa”» (Gn 18,6). Observa en cada gesto cuánta sea la prontitud del que recibe. Tiene prisa en todo; todo es movimiento; nada (se hace) con pereza (o: lentitud). Dice, por tanto, a Sara, su mujer: “Ven en seguida a la carpa, vierte tres medidas de flor de harina y haz (unos panes) bajo las cenizas” (Gn 18,6). En griego se emplea la palabra egkryphías, que indica panes ocultos y escondidos. “Luego, dice, Abraham corrió a la vacada y tomó un ternero” (Gn 18,7). ¿Qué ternero? ¿Tal vez el primero que encontró? No, sino un ternero “bueno y tierno” (cf. Gn 18,7). Y aún haciéndolo todo apresuradamente, sin embargo sabe muy bien qué (ofrendas) principales y grandes deben ofrecerse al Señor y a los ángeles.  Tomó, por tanto, o eligió del rebaño un ternero “bueno y tierno” y lo entregó a su servidor. “El servidor, dice, se apresuró a prepararlo” (Gn 18,7). Corre (Abraham), se da prisa su mujer, el servidor se apresura: no hay ningún perezoso en la casa del sabio. Sirve, por tanto, el ternero junto con los panes y la harina, pero también la leche y la manteca (cf. Gn 18,8). Éstos son los servicios de la hospitalidad de Abraham y de Sara.

Veamos ahora lo que (hace) Lot. Éste no tiene ni flor de harina, ni pan blanco, sino harina; no conoce las tres medidas de flor de harina y no puede ofrecer a sus visitantes las egkryphías, es decir, los panes escondidos y místicos.

Todo lo que hace Abraham es místico

2. Pero indaguemos ahora, entretanto, qué hace Abraham con los tres hombres que “se pararon por encima de él” (cf. Gn 18,1). Considera qué puede significar eso mismo de que vengan “sobre él”, no contra él. Puesto que se había sometido a la voluntad de Dios, por eso se dice que Dios estaba “por encima de él”.

Sirve, por tanto, los panes amasados “con tres medidas de flor harina” (cf. Gn 18,6). Recibió a tres hombres, amasó los panes “con tres medidas de flor de harina”. Todo lo que hace es místico; todo está repleto de misterios. Se sirve el ternero: he aquí otro misterio. El ternero mismo no es duro, sino “bueno y tierno”. ¿Y qué (hay) tan tierno, qué (hay) tan bueno como Aquél que “se humilló por nosotros hasta la muerte” (cf. Flp 2,8) y “dio su vida” (cf. 1 Jn3,16) “por sus amigos” (cf. Jn 15,13)? Él (es) “el ternero cebado” (cf. Lc 15,23) que sacrifica el Padre para recibir al hijo arrepentido. “En efecto, amó tanto este mundo, que le dio a su hijo único” (Jn 3,16) para la vida de este mundo.

Sin embargo, al sabio no se le oculta a quiénes recibe. Sale al encuentro de los tres, (pero) adora a uno y a uno le habla, diciendo: “Baja hacia tu servidor y refréscate bajo el árbol” (Gn 18,3. 4).

Pero ¿cómo es que añade de nuevo, como hablando a los hombres: “Que traigan agua, dice, y se laven sus pies” (Gn 18,4)?

Con esto, Abraham, padre y maestro de las naciones, te enseña cómo debes recibir a los huéspedes y cómo (debes) lavarles los pies a los huéspedes; sin embargo, también esto se dice a modo de misterio. Sabía, en efecto, que los misterios (o: sacramentos) del Señor no se consuman sino en el lavatorio de los pies (cf. Jn 13,6). Pero no se le ocultaba la importancia del precepto pronunciado por el Salvador: “Si no los reciben, sacudan el polvo que se ha adherido a sus pies en testimonio contra ellos. En verdad les digo que, en el día del juicio, habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para aquella ciudad” (Mc 6,11; Mt 10,15). Quería, por tanto, adelantarse y lavar los pies, no sea que quedase tal vez algo de polvo, que pudiese ser “reservado para el día del juicio” como testimonio de incredulidad.

Por eso, en efecto, dice el sabio Abraham: “Que se traiga agua y se laven sus pies” (Gn 18,4).

Interpretación alegórica del árbol de Mambré

3. Veamos ahora también lo que se dice a continuación: “Abraham mismo estaba de pie junto a ellos, bajo el árbol” (Gn 18,8).

Pidamos oídos circuncisos para estas narraciones; porque no debe creerse que el Espíritu Santo haya puesto tanta solicitud para escribir en los libros de la Ley dónde estaba Abraham. ¿En qué me ayuda, en efecto, a mí, que he venido a escuchar lo que el Espíritu Santo enseña al género humano, si oigo que “Abraham estaba bajo un árbol” (cf. Gn 18,8)?

Pero veamos cuál es el árbol, bajo el que se encontraba Abraham y en el que ofrecía un convivio al Señor y a sus ángeles. “Bajo el árbol, dice (la Escritura), de Mambré” (Gn 18,1). “Mambré” significa en nuestra lengua visión o perspicacia. ¿Ves cuál y de qué género es el lugar en el que el Señor puede tener un convivio (o: convite)? Le ha deleitado la visión y la perspicacia de Abraham; porque era limpio de corazón, para poder ver a Dios (cf. Mt 5,8). Por tanto, en tal lugar y en tal corazón, el Señor puede tener un convivio con sus ángeles. Efectivamente, en otro tiempo los profetas eran llamados videntes (cf. 1 S 9,9).

Sara está detrás de Abraham

4. ¿Qué le dice, entonces, el Señor a Abraham? «“¿Dónde está, dice, Sara, tu mujer?”. Y él: “Ahí, en la carpa”, contestó. Y dijo el Señor: “Vendré a ti en un año en este tiempo, y tu mujer, Sara, tendrá un hijo”. Sara escuchaba tras la entrada de la carpa, detrás de Abraham» (Gn 18,9).

Aprendan las mujeres por los ejemplos de los patriarcas, aprendan, digo, a seguir a sus maridos; porque no sin motivo está escrito que “Sara estaba detrás de Abraham” (cf. Gn 18,9), sino para mostrar que, si el varón va por delante hacia el Señor, la mujer debe seguirlo. Digo que la mujer debe seguirlo en esto: si ve a su marido estar delante de Dios.

Por lo demás, ascendamos a un grado más alto de comprensión (o: inteligencia) y digamos que el varón es en nosotros el sentido racional y la mujer, que está unida a él como a su marido, nuestra carne. Entonces que la carne siga siempre al sentido racional (y) que no llegue nunca a una tal desidia que el sentido racional, reducido a las sumisión, condescienda con la carne que flota en la lujuria y en las voluptuosidades. “Sara, por tanto, estaba detrás de Abraham” (cf. Gn. 18,9).

Pero, en este lugar podemos encontrar también un (sentido) místico, si consideramos cómo en el Éxodo “Dios iba por delante, en la columna de fuego por la noche y en la columna de nube por el día” (cf. Ex 13,21), y la sinagoga del Señor le seguía detrás.

Así, por tanto, también entiendo que Sara seguía o estaba “detrás de Abraham”.

¿Qué se dice después? “Y eran ambos presbíteros -es decir, ancianos- y avanzados en años (lit.: en sus días)” (Gn 18,11). Por lo que atañe a la edad del cuerpo, muchos antes que ellos habían llevado una vida más larga en años, sin embargo ninguno fue llamado presbítero. Por donde se ve que este nombre se otorga a los santos no en razón de su longevidad, sino de su madurez.

El descenso del Señor a la tierra

5. ¿Entonces qué sucede después de este convivio tan grande que Abraham ofreció al Señor y a los ángeles bajo el árbol de la visión? Los huéspedes se marchan. «Pero Abraham les acompañaba -dice (el texto)- y caminaba con ellos. Entonces el Señor dijo: “No puedo ocultar a Abraham, mi siervo, lo que haré. Abraham llegará a ser un pueblo grande y numeroso y en él serán benditas todas la naciones de la tierra”. Sabía, en efecto, que habría de dar órdenes a sus hijos y que guardarían los caminos del Señor, practicando la equidad y la justicia, para que el Señor cumpliese con Abraham lo que le había mostrado. Y dijo: “El clamor de Sodoma y de Gomorra ha llegado a su colmo y sus pecados son demasiado grandes. Por tanto, he bajado para ver si, según este clamor suyo que ha llegado hasta mí, han llegado al colmo; y si no es así, para saberlo”» (cf. Gn 18,16-21). Estas son las palabras de la divina Escritura.

Veamos, por tanto, ahora lo que debe entenderse dignamente en ellas.

“He bajado -dice- para ver” (Gn 18,21). Cuando le son dirigidos a Abraham mensajes (lit.: respuestas), no se dice que Dios baja, sino que está sobre él, como lo expusimos más arriba: “Tres hombres, dice, se pararon por encima de él” (Gn 18,2). Pero ahora que se trata de una cuestión de pecadores, se dice que Dios baja. Ten cuidado de no dejarte llevar por la imaginación pensando en una subida o bajada locales; puesto que esto se encuentra con frecuencia en las divinas Letras, como en el profeta Miqueas: “He aquí, dice, que el Señor salió de su lugar santo, bajó y caminará sobre las alturas de la tierra” (Mi 1,3). Se dice, por tanto, que Dios baja, cuando se digna tener cuidado de la fragilidad humana; (y) esto debe pensarse especialmente de nuestro Señor y Salvador, que “no retuvo celosamente (lit.: no estimó rapiña) ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo” (Flp 2,6-7). Luego descendió. Porque “ningún otro subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo” (Jn 3,13). El Señor, en efecto, descendió no sólo para curar, sino también para llevar lo que es nuestro. “Porque asumió la forma de siervo” y, aunque él mismo era invisible por naturaleza, en cuanto igual al Padre, recibió sin embargo una forma visible “y fue hallado en su porte como hombre” (cf. Flp 2,7).

Pero, incluso cuando descendió, para algunos está abajo; para otros, en cambio, subió y está en lo alto. Puesto que, (tras) haber elegido a los apóstoles, subió “a un monte elevado y allí se transfiguró delante de ellos” (cf. Mc 9,2). Por tanto, para aquellos a quienes enseña los misterios del reino de los cielos (cf. Mt 13,11) está en alto; pero para las turbas y los fariseos, a quienes reprocha (sus) pecados, está en bajo y está con ellos donde hay hierba (cf. Mt 14,19). Pero no habría podido transfigurarse en (un lugar) bajo, sino que sube a lo alto con aquellos que podían seguirlo, y allí se transfiguró.

Objeción sobre “la ignorancia de Dios”

6. “Por tanto he bajado -dice- para ver si, según este clamor de ustedes que ha llegado hasta mí, sus pecados han llegado hasta el colmo; y si no es así, para saberlo” (Gn 18,21).

A partir (lit: desde) de este texto, los herejes suelen impugnar a mi Dios, diciendo: “He aquí que el Dios de la Ley habría ignorado lo que pasaba en Sodoma, si no hubiese bajado para ver y hubiese enviado a quienes le informasen”.

Respuesta a la objeción planteada

Pero nosotros, a quienes se nos ha ordenado combatir los combates del Señor, afilemos contra ellos la “espada de la palabra de Dios” y salgamos a su encuentro para el combate. Mantengámonos en línea de batalla, ceñidos los lomos con la verdad, y, presentando el escudo de la fe” (cf. Ef 6,14-17), recibamos los dardos venenosos de sus disputas y, blandidos de nuevo, lancémoslos más diligentemente contra ellos. Tales son, en efecto, las batallas del Señor que combatieron David y los demás patriarcas. Resistamos contra ellos por nuestros hermanos; “porque mejor es para mí morir” (cf. 1 Co 9,15) que dejar que (los herejes) roben y saqueen a algunos de mis hermanos y que, con las insinuaciones astutas de las palabras, conduciendo a la cautividad a los pequeños y lactantes en Cristo (cf. 1 Co 3,1. 2). Con los perfectos, en cambio, no podrán llegar a las manos ni osarán entablar combate. Nosotros, por tanto, implorando la ayuda del Señor en primer lugar y con la ayuda de sus oraciones, emprenderemos contra ellos la batalla de la palabra.

Decimos, por tanto, con franqueza, que, según las Escrituras, Dios no conoce a todos (los hombres). Dios no conoce el pecado y Dios no conoce a los pecadores: ignora a cuantos le son ajenos. Oye la Escritura que dice: «El Señor conoce a los que son suyos, y: Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor”» (2 Tm 2,19; cf. Nm 18,5). El Señor conoce a los suyos, pero ignora a los malvados y a los impíos. Oye al Salvador que dice: “Apártense de mí, todos los obradores de iniquidad, no los conozco” (Mt 7,23). Y de nuevo, Pablo dice: “Si hay entre ustedes un profeta o un (hombre) espiritual, reconozca que lo que escribo viene del Señor. Pero el que lo ignora es ignorado” (1 Co 14,37-38).

Pero decimos estas cosas sin tener de Dios (una noción) blasfema, como hacen ustedes, y sin atribuirle ignorancia, sino que lo comprendemos de este modo: aquellos cuyas acciones son indignas de Dios son también juzgados indignos del conocimiento de Dios. Dios no se digna conocer al que se ha apartado de él y le ignora. Y por eso dice el Apóstol que “el que lo ignora es ignorado” (1 Co 14,38).

Por tanto, tal (es) el significado de lo que también se dice ahora sobre aquellos que habitan en Sodoma, de modo que, si “según el clamor” que ha subido hasta Dios “sus (malas) acciones han alcanzado su colmo” (cf. Gn 18,21), sean juzgados indignos del conocimiento (de Dios); pero si hay en ellos alguna conversión o si al menos diez de ellos son hallados justos (cf. Gn 18,22), entonces Dios todavía les conoce. Y por eso dijo: “Y si no es así, para saberlo” (Gn 18,21). No dijo: para saber qué hacen, sino para conocerles y hacerles dignos de mi conocimiento, si encuentro entre ellos a algunos justos, si encuentro a algunos penitentes, (si encuentro) a algunos tales que deba conocerles.

Finalmente, puesto que no se encontró a ninguno que se arrepintiese, a ninguno que se convirtiese, fuera de Lot, él sólo es reconocido, él sólo es liberado del incendio (cf. Gn 19). Ni yernos, ni vecinos, ni parientes, aun estando advertidos, le siguen; ninguno quiere conocer la clemencia de Dios, ninguno quiere refugiarse en su misericordia; por eso, tampoco es reconocido ninguno.

Queden dichas estas cosas contra los que “hablan altivamente de iniquidad” (cf. Sal 72[73],8). Pero nosotros esforcémonos porque nuestros actos sean tales y tal nuestra vida, que seamos considerados dignos del conocimiento de Dios, que Él se digne conocernos, que seamos tenidos por dignos del conocimiento de su Hijo Jesucristo y del conocimiento del Espíritu Santo, para que, conocidos por la Trinidad, también nosotros merezcamos reconocer plena, total y perfectamente, el misterio de la Trinidad, que se nos revela por el Señor Jesucristo, “a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (cf. 1 P 4,11).



[1] Super eum = “por encima de él” y no “delante de él”. Es preciso prestar atención a este matiz, porque Orígenes lo comenta más abajo: super eum veniunt, non contra eum. Se trata de una visión que obliga a levantar la cabeza a Abraham (SCh 7bis, p. 144, nota 1).