OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (279)

La parábola del sembrador

Hacia 1180

Herrada de Landsberg

Landsberg am Lech, Alemania

Homilía II: El arca de Noé (continuación)

   Las tablas cuadradas

4. Veamos, por tanto, qué son esas tablas cuadradas.

Cuadrado es lo que no vacila por ninguna parte, sino que, de cualquier lado que lo gires, se mantiene firme y sólidamente estable. Estas son las tablas que soportan todo el peso de los animales, por dentro, o de las olas, por fuera. A mi parecer, éstas son (o: representan) en la Iglesia, los doctores, maestros y celadores de la fe que, por un lado, reconfortan a los pueblos que están dentro con la palabra de la advertencia y la gracia de la enseñanza (o: doctrina) y, por otro, se oponen con el poder de la palabra y la sabiduría de la razón los paganos o los herejes que la impugnan desde el exterior, y a los que remueven las olas de los problemas y las tempestades de las disputas (o: de los conflictos).

¿Quieres ver que la Escritura divina conoce tablas espirituales? Recordemos lo que está escrito en el profeta Ezequiel: «Y sucedió, dice, que en el año undécimo, el día uno del tercer mes, me fue dirigida la palabra del Señor en estos términos: “Hijo del hombre, di al Faraón, rey de Egipto, y a sus súbditos: ¿A quién te comparas en su orgullo? He aquí que a Assur, ciprés del Líbano, espléndido en ramas, frondoso en sombras y excelso en altura. Su copa despuntaba entre las nubes, las aguas lo nutrieron, el abismo lo exaltó, llevando todas sus ríos en torno a él y enviando la reunión de sus (aguas) a todos los árboles del campo. Por eso, su tronco superaba en altura a todos los árboles del campo”» (Ez 31,1-5). Y poco después dice: “Muchos cipreses y pinos, en el paraíso de Dios, no se pueden igualar a sus ramas, ni siquiera los abetos se les pueden comparar. Ningún árbol en el jardín de Dios se le pudo comparar, y todos los árboles del jardín de las delicias de Dios le envidiaron” (Ez 31,8-9).

¿Comprendes sobre qué tipo árboles habla el profeta? ¿Cómo puede describir a un ciprés del Líbano al que no podrían compararse ninguno de los árboles que están en el jardín de Dios? Y, al final, añade incluso esto, que todos los árboles del paraíso de Dios le tuvieron envidia, mostrando evidentemente que, según el sentido espiritual, los árboles llamados racionales que están en el jardín de Dios son aquellos en los que describe que hay una cierta envidia hacia los árboles que están en el Líbano.

De donde que, como en un excursus también digamos esto, considera si tal vez incluso lo que está escrito: “Maldito de Dios todo el que pende del madero” (Dt 21,23), no deba entenderse tal vez en el mismo sentido de aquello que se dice en otro lugar: “Maldito el hombre que pone su esperanza en el hombre” (Jr 17,5). Porque nosotros debemos pender sólo de Dios y no de ningún otro, aunque ese tal pretenda venir del paraíso de Dios, como dice también Pablo: “Incluso si nosotros o un ángel del cielo les anunciase un evangelio distinto al que nosotros les hemos anunciado, sea anatema” (Ga 1,8). Pero dejemos esto para otra ocasión.

El betún interior y exterior

Entretanto has visto cuáles son las tablas cuadradas que el Noé espiritual pone como un muro y una defensa contra las olas que sobrevienen desde fuera para los que están dentro; estas tablas son untadas “de betún por dentro y por fuera” (cf. Gn 6,14). Porque el arquitecto de la Iglesia, Cristo, no quiere que seas como aquellos “que por fuera aparecen justos a los ojos de los hombres, pero por dentro son sepulcros de muertos” (cf. Mt 23,27), sino que también te quiere santo en el cuerpo por fuera y puro de corazón por dentro, prudente por todas partes y protegido por la virtud de la castidad y la inocencia. Esto es estar untado de betún por dentro y por fuera.

Longitud, anchura y profundidad

5. Después de esto se recuerda la longitud, la anchura y la altura del arca y se les atribuyen algunos números consagrados a grandes misterios; pero antes de tratar sobre los números, veamos lo que entiende (la Escritura) por longitud, anchura y altura.

El Apóstol, en un lugar donde habla más místicamente del misterio de la cruz, dice así: “Para que conozcan cuál es la longitud, la anchura, la altura y la profundidad” (Ef 3,18). La profundidad y la altura indican lo mismo, salvo que la altura parece medir el espacio de abajo a arriba y la profundidad, en cambio, empieza arriba y desciende hacia lo inferior. Por tanto, consecuentemente, el Espíritu de Dios, tanto por medio de Moisés como por medio de Pablo, anuncia las figuras de grandes misterios. En efecto, Pablo, al predicar el misterio del descenso de Cristo, mencionó la profundidad como para significar al que venía desde lo alto hasta abajo; sin embargo, Moisés, porque quiere indicar la reintegración de los que, por medio de Cristo, son llamados de la muerte y de la perdición del mundo, como de la aniquilación del diluvio, de las cosas inferiores a las superiores y celestiales, en las medidas del arca menciona no la profundidad, sino la altura, como ese espacio en el que uno se eleva desde las regiones terrenas y humildes hasta las celestiales y excelsas.

Significado de los números

También se ponen los números: trescientos codos de longitud, cincuenta de anchura y treinta de altura.

Trescientos es tres veces cien y cien aparece en todas las cosas como número pleno y perfecto, conteniendo en sí el misterio de toda criatura racional, como leemos en el Evangelio, donde se dice que “(un hombre) tenía cien ovejas, y, como una de éstas se perdiese, dejando las noventa y nueve en el monte, descendió a buscar a la que se había perdido y, encontrándola, la cargó sobre sus hombros y la puso con aquellas noventa y nueve que no se habían perdido” (cf. Lc 15,4-5; Mt 18,12-13). Porque este cien, número de toda criatura racional, no subsiste por sí mismo, sino que procede de la Trinidad y ha recibido la largura de la vida, esto es, la gracia de la inmortalidad, del Padre por el Hijo y el Espíritu Santo, se pone por ello triplicado en relación con el que crece hasta la perfección por la gracia de la Trinidad y con el que, por reconocimiento de la Trinidad, es restituido a los trescientos después de haber caído por ignorancia del grupo de los cien.

La anchura tiene el número cincuenta, número consagrado a la remisión y al perdón. Puesto que, según la ley, en el año quincuagésimo había remisión (cf. cf. Lv 25,10), es decir, que si uno había vendido un bien, lo recuperaba; (y) si un hombre libre había caído en esclavitud, recobraba la libertad; el deudor recibía la indulgencia, el exiliado volvía a su patria.

Ahora bien, Cristo, el Noé espiritual, ha colocado este número quincuagésimo de la remisión en la anchura de su arca, es decir, en su Iglesia, en la que libera de la muerte al género humano. Porque, si no hubiese concedido a los creyentes la remisión de los pecados, no se habría difundido por todo el mundo “la anchura” de la Iglesia.

El número de la altura, el treinta, encierra un misterio semejante al de trescientos. Porque éste (viene de multiplicar por tres) la centena; aquel, de multiplicar por tres la decena.

Pero la suma de toda la construcción se remite al uno, porque “uno es Dios Padre, del cual (proceden) todas las cosas, y uno el Señor” (1 Co 8,6), “y una es la fe de la Iglesia, uno el bautismo, uno el cuerpo y uno el espíritu” (Ef. 4,5. 4), y todas las cosas concurren al único fin de la perfección de Dios.

Pero también tú, que escuchas estas cosas, si te aplicas con tranquilidad (lit.: ocio) a las santas Escrituras, encontrarás que bajo los números treinta y cincuenta se esconden muchas y grandes gestas. A los treinta años José es sacado de la cárcel y recibe el gobierno de todo Egipto para apartar con la previsión divina el azote del hambre inminente (cf. Gn 41,46). Se refiere que Jesús tenía treinta años (cf. Lc 3,23; Mt 3,16) cuando vino a bautizarse y “vio los cielos abiertos y al Espíritu de Dios venir sobre él en forma de paloma” (Mc 1,10). Donde también comenzó a manifestarse por primera vez el misterio de la Trinidad. Y encontrarás otras muchas cosas semejantes a éstas.

Pero hallarás también que el día quincuagésimo era la fiesta de la consagración de las nuevas mieses (cf. Lv 23,16; Dt 16) y que la quincuagésima parte de los despojos de los madianitas se reservaba para el Señor (cf. Nm 31,28. 30). Encontrarás además que Abraham vence a los sodomitas con trescientos [hombres] (cf. Gn 14,14) y Gedeón logra la victoria con los trescientos que lamen el agua con la lengua (cf. Jc 7,6. 8).

Simbolismo de la puerta

En cuanto a la puerta, no está colocada ni de frente ni por encima, sino de costado y transversalmente, porque es el tiempo de la ira divina; puesto que “el día del Señor es el día de la ira y del furor” (cf. Sb 1,15), como está escrito; y aunque algunos parece que se salvan, sin embargo, otros muchos, a quienes condenan sus acciones (lit.: méritos), son destruidos y perecen. (Por eso), la puerta se pone transversalmente, para mostrar lo que se dice por el profeta: “Si caminan conmigo torcidos, yo también caminaré con ustedes con ira torcida” (Lv 16,27-28).

Los compartimentos: el cielo, la tierra y el infierno

Después de esto, veamos también (si el pasaje) que designa por separado “las partes inferiores de dos compartimentos y las superiores de tres compartimentos” (Gn 6,16), no aluda tal vez a aquello que dice el Apóstol: “En el nombre de Jesús toda rodilla se doble de los seres celestiales, terrestres y de los infiernos” (Flp 2,10); así, en el arca, las partes inferiores significarían lo que el Apóstol llama seres infernales, las superiores contiguas a esas serían los seres terrestres, y las superiores de tres compartimentos, tomadas todas en su conjunto, los seres celestiales, pero distinguiendo en ellos los méritos de los que, según el apóstol Pablo, pueden subir “hasta el tercer cielo” (cf. 2 Co 12,2).

Y los nidos y nidos, puesto que se dan muchos en el arca, indican que junto al Padre hay muchas moradas (cf. Jn 14,2).

La cohabitación de los animales, símbolo de la unión de todos en el reino

Sobre los animales, las bestias salvajes y el ganado y los diversos (seres) animados, ¿qué otra figura hemos de retener sino la que muestra Isaías cuando dice que, en el reino de Cristo, pastarán juntos el lobo y el cordero, la pantera y el cabrito, el león y el buey, y que sus pequeños comerán juntos la paja; más aún, que un niño pequeño -semejante sin duda a aquel del que decía el Salvador: “Si no se convierten y se hacen como este niño, no entrarán en el reino de Dios” (Mt 18,3)- meterá la mano en la cueva de las serpientes y nada lo dañará (cf. Is 11,6-8)? O también la figura aquella que Pedro nos enseña realizada ya ahora en la Iglesia, cuando nos refiere haber tenido una visión en la que vio todos los cuadrúpedos, bestias de la tierra y aves del cielo aparecían contenidos dentro del lienzo único de la fe, atado a los ángulos de los cuatro Evangelios (cf. Hch 10,11-12).

Explicación moral

6. Pero, puesto que el arca que tratamos de describir, es construida por mandato de Dios no sólo con “dos compartimentos”, sino también con “tres”, esforcémonos también nosotros por añadir una tercera a esta doble explicación que ha precedido, según el precepto de  Dios.

El sentido moral

Porque la primera explicación que se dio, la histórica, es como el fundamento puesto en la base. La segunda, la explicación mística, es superior y más elevada. Tratemos de añadir, si nos es posible, una tercera, la moral. El hecho de no haber dicho sólo “de dos compartimentos” y haber callado (después), ni sólo “de tres compartimentos” sin agregar nada más, sino de haber dicho “de dos compartimentos” añadiendo también “de tres compartimentos”, parece no estar falto de misterio para la misma explicación que ahora tenemos entre manos. Porque “tres compartimentos” designa esta triple explicación. Pero, puesto que en las Escrituras divinas no siempre puede sostenerse la continuidad (lógica) del (sentido) literal, sino que a veces falla, como, por ejemplo, cuando se dice: “En la mano del ebrio nacen espinas” (Pr 26,9), o cuando, a propósito del templo construido por Salomón, se dice: “En la casa de Dios no se oyó la voz del martillo y del hacha” (1 R 6,7), y todavía en el Levítico, cuando “se manda que los sacerdotes examinen la lepra de las paredes, de las pieles y de los tejidos para purificarlos” (cf. Lv 14,34; 13,48). A causa de estos y de otros (pasajes) semejantes, el arca está compuesta no sólo “de tres compartimentos”, sino también “de dos compartimentos”, para que sepamos que en las Escrituras no siempre se encierra un triple sentido para la exposición, porque no siempre (podemos) seguir (en ellas) la historia, sino, en ocasiones, sólo un doble sentido.

Intentemos, por tanto, exponer también el tercer sentido, según el género moral.

Las dimensiones del arca

Si hay alguno que, a pesar del acrecentamiento del mal y de la inundación de los vicios, es capaz de convertirse de las cosas pasajeras, perecederas y caducas y escuchar la palabra de Dios y los preceptos celestiales, éste edifica en el interior de su corazón el arca de la salvación y consagra, por así decir, dentro de sí la biblioteca de la palabra de Dios, colocando como longitud, latitud y altura la fe, la caridad y la esperanza. Extiende la fe en la Trinidad a la longitud e inmortalidad de la vida, funda la latitud (o: amplitud) de la caridad en el sentimiento de la indulgencia y de la benignidad, y eleva la altura de la esperanza a las cosas celestiales y excelsas; porque, aun viviendo en la tierra, “tiene su morada en los cielos” (cf. Flp 3,20). Refiere a un solo objetivo la suma de sus acciones, porque sabe que “todos corren, pero uno solo recibe el premio” (1 Co 9,24), es decir, que no se ha multiplicado en la variedad de los pensamientos y en la inestabilidad de la mente.

Las tablas cuadradas y el betún

Pero él construye esta biblioteca no con tablas agrestes y sin pulir, sino con tablas cuadradas y rectas, conforme a la línea de la justicia (o: equidad), es decir, no con volúmenes de autores profanos, sino con los de los profetas y apóstoles. Porque estos mismos son los que, cepillados por pruebas diversas, después de haber cortado y arrojado todos sus vicios, contienen la vida cuadrada y equilibrada por todas partes. Pero los autores de los libros profanos pueden ser llamados “árboles excelsos y árboles frondosos” -Israel es acusado de haber fornicado “bajo todo árbol excelso y frondoso” (cf. Jr 2,20; 3,6)-, porque ellos hablan de cosas excelsas y se sirven de una elocuencia florida, pero no obran en conformidad con lo que dicen; y por eso no se les puede llamar “maderas cuadradas” (cf. Gn 6,14), ya que en ellos no se equilibran nunca vida y palabra.

Tú, por tanto, si haces un arca, es decir, si reúnes una biblioteca, reúnela con las predicaciones de los profetas y de los apóstoles, y de cuantos les siguieron con fe rectilínea, hazla “de dos compartimentos y de tres compartimentos”. Aprende de ella las narraciones históricas; reconoce por ella el “gran misterio” (cf. Ef 5,32) que se cumple en Cristo y en la Iglesia; aprende también de ella a enmendar las costumbres, a cortar los vicios, a purificar el alma y a despojarla de todos los vínculos de la cautividad, colocando en ella los “nidos y nidos” de las diversas virtudes y progresos. Sin duda, “la untarás de betún por dentro y por fuera” (cf. Gn 6,14), “teniendo la fe en el corazón y confesándola con la boca” (cf. Rm 10,10), teniendo por dentro la ciencia y por fuera las obras, marchando con el corazón limpio por dentro y con el cuerpo casto por fuera.

Simbolismo de los animales puros e impuros

Por tanto en esa arca, o bien coloquemos la biblioteca de los libros divinos, o bien al alma fiel, provisoriamente, según el (sentido) moral, debes introducir también animales de toda especie, no sólo puros, sino también impuros. Por animales puros podemos entender fácilmente la memoria, la erudición, la inteligencia, el examen y el discernimiento de lo que leemos y (también) podemos entender otras facultades semejantes a éstas. Sobre los animales impuros, en cambio, es difícil pronunciarse, dado que se les designa “de dos en dos” (cf. Gn 6,19). Sin embargo, en cuanto podemos atrevernos a penetrar en pasajes tan difíciles, pienso que se llaman inmundas (o: impuras) necesariamente a la concupiscencia y a la ira, que están en toda alma, según aquello de que sirven al hombre para pecar. Pero, puesto que la sucesión de la posteridad no se renueva sin la concupiscencia, ni sin la ira puede subsistir corrección y disciplina alguna, se dice que son necesarias y que deben guardarse.

Y, aunque parezca que hemos discutido estas cosas no según la razón moral, sino según la (razón) natural, sin embargo tratamos de cuanto se ha traído a colación para la edificación.

Conclusión

En verdad que si alguno pudiese comparar sosegadamente la Escritura divina consigo misma y relacionar “cosas espirituales con cosas espirituales” (cf. 1 Co 2,13), no se nos oculta que encontraría en este pasaje muchos secretos de un misterio profundo y arcano que ahora no podemos tratar, ya sea por la brevedad del tiempo, ya sea por la fatiga de los oyentes.

Sin embargo, pidamos la misericordia de Dios Todopoderoso para que nos haga “no solamente oyentes de (su) palabra”, sino que también “la practiquemos” (cf. St 1,22), para que inunde nuestras almas con el diluvio de su agua y borre en nosotros lo que Él sabe que debe ser borrado y vivifique lo que juzga que deba ser vivificado, por Cristo Señor nuestro y por su Espíritu Santo. A Él la gloria por los eternos siglos de los siglos. Amén (cf. Rm 11,36).