OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (273)

La última cena

1099-1105

Breviario

París

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, ¿QUÉ RICO SE SALVA?

Conclusión

   La excelencia de la caridad cristiana

38.1. Pero tú aprende “el camino por excelencia” (1 Co 12,31), el que muestra Pablo para salvación: “La caridad no busca lo suyo” (1 Co 13,4-5), sino que se derrama sobre el hermano; por él se sobrecoge, por él se arrebata (o: enloquece) con inteligencia.

38.2. “La caridad cubre muchedumbre de pecados” (1 P 4,8; Pr 10,2); “la caridad perfecta expulsa el temor” (1 Jn 4,18); “no es jactanciosa, no se engríe, no se complace en la iniquidad, sino que se congratula en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. La caridad nunca desfallece (o: caduca); las profecías se acaban, las lenguas cesan, las curaciones se quedan sobre la tierra. Pero permanecen estas tres cosas: fe, esperanza y caridad; pero la más grande éstas es la caridad” (1 Co 13,4. 6-8. 13).

38.3. Y con razón, ciertamente la fe se aparta, cuando estemos convencidos de ver a Dios con nuestros propios ojos. También desaparece la esperanza, una vez concedido lo esperado; pero la caridad entra en la plenitud y aumenta mucho más cuando se conceden las cosas perfectas.

38.4. Si uno pone de esta caridad en el alma, aunque haya sido engendrado en pecados (cf. Jn 9,34), aunque haya realizado muchas acciones prohibidas, aumentando la caridad y recibiendo una penitencia pura, puede recuperar lo perdido (o: combatir de nuevo [después] del revés).

38.5. Puesto que tampoco esto ha de incitarte a desesperación y desaliento, si también has aprendido quién es el rico que no tiene lugar (o: morada) en los cielos.

Siempre es posible arrepentirse y obtener el perdón de Dios

39.1. Y de qué modo, sirviéndose de las cosas presentes y escapando del desprestigio de la riqueza y de su peligrosidad (o: dificultad) respecto a la vida, uno podría gozar de los bienes eternos. Pero si sucede que por ignorancia, por debilidad o por alguna circunstancia involuntaria, después de recibido el sello [del bautismo] y la redención, cae en algunos pecados o faltas, como (hasta el punto de estar) absolutamente (o: perfectamente) dominado, ése tal (no) está totalmente condenado por Dios.

39.2. Porque a todo el que de verdad se convierte a Dios de todo corazón se le abren las puertas, y el Padre recibe con los brazos abiertos (lit.: muy gustoso) al hijo verdaderamente arrepentido (cf. Lc 15,23-24). Pero el verdadero arrepentimiento es no someterse a los mismos (pecados), sino en arrancar completamente del alma aquellos por los que uno se reconoció reo (o: se pensó enfermo) de muerte, puesto que una vez eliminados, Dios se establecerá de nuevo en ti.

39.3. Porque dice [el Señor] que el Padre y los ángeles tienen una alegría y fiesta grande e insuperable en los cielos, cuando un solo pecador se convierte y se arrepiente (cf. Lc 15,7. 10).

39.4. Por eso también ha gritado: “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13; 12,7; Os 6,6); “no quiero la muerte del pecador, sino la conversión” (Ez 18,23), y aunque sus pecados fuesen como lana roja, los haré blancos como la nieve, y si fuesen más negros que las tinieblas, lavándolos los haré como lana blanca” (Is 1,18).

39.5. Porque sólo Dios puede conceder el perdón de los pecados y no contabilizar las caídas (cf. Mc 2,7; Lc 5,21; 2 Co 5,19), puesto que también a nosotros nos exhorta el Señor a perdonar cada día a los hermanos que se arrepienten (cf. Lc 17,3-4).

39.6. Si nosotros, que somos malos, sabemos dar buenos regalos (cf. Mt 7,11; Lc 11,13), mucho más “el Padre de las misericordias” (Mt 7,11), el Padre bueno “de toda consolación” (o: de todo consuelo; 2 Co 1,3), el lleno muy misericordioso y compasivo (cf. St 5,11; Sal 85 [86],5; Ex 34,6), que por naturaleza es muy paciente (o: longánime). Él aguarda a los que se convierten; y convertirse es realmente desistir de los pecados y no mirar más hacia atrás (cf. Lc 9,62; 15,11 ss.).

Dios nos perdona por su gran misericordia

40.1. Ciertamente Dios concede perdón de las cosas acontecidas anteriormente, pero de las que suceden (después) cada uno (se lo da) a sí mismo. Y esto es arrepentirse, el censurarse por las cosas pasadas y pedir perdón (lit.: amnistía) de ellas al Padre, que es el único entre todos capaz de hacer inútil (o: vano) lo que se ha realizado, perdonando los pecados anteriormente (cometidos) con la misericordia que de Él procede y con el rocío del Espíritu.

40.2. “Porque los juzgaré en las acciones en que los encuentre” (podría ser un agraphon; cf. Ez 33,20), dice [la Escritura], y por cada una de ellas grita el fin de todo.

40.3. De manera que a quien ha cumplido las cosas más grandes durante la vida, pero al fin cae en la maldad, le resultan inútiles todas las fatigas precedentes: deviene incapaz de seguir el desenlace (lit.: catástrofe) del drama; y a quien por el contrario ha vivido antes peor y con languidez, es posible que después, una vez convertido, venza el mal comportamiento de largo tiempo con el periodo posterior a la conversión.

40.4. Pero se necesita una gran atención, como los que están cansados corporalmente por una larga (o: gran) enfermedad necesitan de una dieta y curación mayor.

40.5. Ladrón, ¿quieres obtener el perdón? No robes más. Adúltero, no te abrases más. Fornicador, sé puro en adelante. Saqueador, restituye y da de más. Testigo falso, practica la verdad. Perjuro, no jures más. Corta también las otras pasiones: ira, concupiscencia, tristeza, miedo, para que te encuentres en el éxodo (de la vida) ante el adversario, ya liberado (o: adelantado en la liberación) de las cosas anteriores.

40.6. Ciertamente es imposible eliminar igualmente de una vez las pasiones habituales, pero con el poder de Dios, la súplica humana, la ayuda de los hermanos, el arrepentimiento sincero y cuidado continuo se arrancan de raíz.

Importancia del acompañamiento espiritual

41.1. Por eso (es) totalmente necesario que tú, altanero, poderoso y rico, te pongas al cuidado de un hombre de Dios como entrenador (o: maestro) y guía. Respétalo, aunque sea a él solo; témelo, aunque sea a él solo; procura escucharlo, aunque sea a él solo, pues habla con franqueza, y al mismo tiempo que es rudo (o: maltrata) también cura.

41.2. En efecto, tampoco aprovecha a los ojos permanecer sin castigo durante un tiempo, sino también derramar lágrimas y dejarse molestar (o: irritarse) cuando sea para una mayor salud.

41.3. Así también no hay nada más funesto para el alma que un placer ininterrumpido; porque se cegará por la disolución, si permanece inmóvil ante un discurso pronunciado con franqueza.

41.4. Teme tú también a ese [hombre] airado (o: encolerizado); laméntate, cuando esté angustiado (cf. Hb 13,17); respeta al que pone fin a la ira, y adelántate al que rechaza el castigo.

41.5. Esa (persona) pasa muchas noches en vela por ti, haciendo de embajador tuyo ante Dios (cf. Hb 13,17) e intercediendo con súplicas (lit.: letanías) continuas al Padre, porque no pone resiste a los hijos que suplican a su corazón (lit.: a sus entrañas).

41.6. Y rezará con pureza por ti, si es estimado como un ángel de Dios y no es afligido por ti, sino en favor tuyo. Ésta es la conversión sin hipocresía.

41.7. “De Dios nadie se burla” (Ga 6,7), y no presta atención a palabras vacías; porque Él solo juzga los riñones y el corazón (o: las enjundias [la médula] y oscuridades del corazón; cf. Hb 4,12; Jr 17,10; Sal 7,10; Ap 2,23), escucha a los que están en el fuego (cf. Dn 3,13-30), oye a los que suplican en el vientre del cetáceo (cf. Jon 2,1-11), está cercano a todos los que tienen fe y se aleja de los ateos, a no ser que se conviertan.