OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (272)

Cristo, el Buen Pastor

1461

Lyon, Francia

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, ¿QUÉ RICO SE SALVA?

Segunda parte: el amor cristiano (continuación)

   Usar las riquezas materiales para obtener una mansión eterna

32.1. ¡Oh bello negocio, oh mercado divino! Uno acumula inmortalidad con riquezas, y dando las cosas perecederas del mundo recibe a cambio de ellas una mansión eterna en los cielos.

32.2. Si eres sensato, navega hacia esa asamblea solemne (cf. Hb 12,22), oh rico; y si fuere necesario, da la vuelta a la tierra entera (cf. Mt 23,15); no repares en peligros ni en penas, para que entonces compres el reino del cielo.

32.3. ¿Cómo te deleitan a ti piedras brillantes y esmeraldas, y una casa, pasto del fuego, juguete del tiempo, incidente (lit.: cosa accesoria) de un terremoto o presa de un tirano?

32.4. Desea morar en los cielos y reinar con Dios; este reino te lo dará un hombre que imita a Dios. Al recibir aquí pocas cosas, allá arriba [Dios] te hará conciudadano por todos los siglos.

32.5. Suplica para que reciba; apresúrate, esfuérzate, teme que no te juzgue indigno; puesto que no le ha sido ordenado recibir, sino que tú ofrezcas.

32.6. Ciertamente el Señor ni siquiera dijo: “Da, ofrece, haz un beneficio o ayuda”, sino “consigue un amigo” (Lc 19,9). Pero el amigo no se consigue por un solo don, sino por toda una costumbre y mucha frecuentación. Porque tampoco la fe, ni la caridad, ni la constancia de un solo día [lo consiguen], sino “quien persevere hasta el fin, ése se salvará” (Mt 10,22; cf. Mc 13,13).

Debemos ser generosos con todos

33.1. Así, por tanto, ¿por qué el hombre concede esas cosas? Porque el Señor otorga, por causa del honor, la benevolencia y familiaridad para con (el hombre): “Porque daré no sólo a los amigos, sino también a los amigos de los amigos” (estas palabras no son de la Escritura; cf. Mt 25,34-40; Lc 16,9).

33.2. ¿Y quién es el amigo de Dios? No juzgues tú quién es digno y quién es indigno, puesto que es posible que te equivoques en la apreciación, como que en la duda de la ignorancia es mejor hacer el bien también a los indignos, por causa de los dignos, antes que, al evitar a los menos buenos, pasar al costado de los honrados.

33.3. Porque ciertamente por economizar y aparentar examinar a los que están bien o mal dispuestos, es posible que tú te despreocupes de algunos amigos de Dios, cuya pena es el castigo del fuego eterno (cf. Mt 25,41). Pero en seguida, del repartir sin distinción entre todos los necesitados, (es) necesario que se encuentre alguno de los que pueden salvar[te] ante Dios.

33.4. Por tanto, “no juzgues, para no ser juzgado; con la medida que midieres también se te medirá” (Mt 7,1-2); “una medida buena, apretada, colmada y rebosante te será dada” (Lc 6,38).

33.5. Abre tus entrañas a todos los que se han inscrito como discípulos de Dios, sin apartar la vista con desprecio al cuerpo ni considerando con indiferencia la edad, ni siquiera, si se [te] presenta alguien sin bienes, deforme o enfermo, por eso no debes irritarte en el alma ni cambiar de dirección.

33.6. Esa figura corporal es externa, puesto que la llevamos por motivo de la venida al mundo, para que pudiéramos entrar en la escuela común; sin embargo, por dentro habita el Padre escondido, y su Hijo (cf. Jn 14,23), que por nosotros murió y por nosotros resucitó.

La riqueza y la belleza de las intenciones de los seres humanos son invisibles

34.1. Esta figura corporal que se ve engaña a la muerte y al diablo, porque la riqueza y la belleza interiores son para ellos invisibles; y se ponen furiosos respecto a la carne, de la que sienten desprecio como cosa débil, puesto que son ciegos respecto a las riquezas interiores: no conocen cuán grande (es) “el tesoro en vaso de barro” (2 Co 4,7) que llevamos, fortificado con el poder de Dios Padre, con la sangre de Dios Hijo y con el rocío del Espíritu Santo.

34.2. Pero no te dejes engañar tú, que has gustado de la verdad y has sido digno de la gran redención; sino que al contrario de los demás hombres, recluta para ti un ejército sin armas, pacífico, incruento, sin ira, incontaminado: ancianos piadosos, huérfanos queridos de Dios, viudas armadas de mansedumbre, varones adornados con caridad.

34.3. Con tu riqueza consigue como lanceros (o: guardianes) para el cuerpo y para el alma a tales personas, (y) como estratega a Dios; también por medio de ellos una nave que estaba punto de hundirse es aligerada, gobernada solamente por las oraciones de los santos, y una enfermedad en su momento crítico es dominada, expulsada por la imposición de las manos, y una incursión de bandidos queda desarmada, despojada por las oraciones piadosas, y la violencia de los demonios es destrozada, confundida por órdenes severas.

Los dulces servicios de quienes aman al Señor

35.1. Todos ésos son soldados y guardianes firmes; ninguno (es) ocioso, ninguno inútil. Ciertamente uno puede interceder por ti ante Dios; y otro [puede] animar al que está cansado; otro, llorar y gemir compasivamente por ti ante el Señor del universo (o: de todas las cosas); otro, enseñar algo provechoso para la salvación; otro, amonestar con confianza; otro, aconsejar con benevolencia; y todos, amar verdaderamente, sin dolo, sin miedo, con sinceridad, sin adulación ni engaño.

35.2. ¡Oh dulces servicios (lit.: terapias; cuidados, solicitudes) de los que aman! ¡Oh bienaventuradas diaconías de quienes obran llenos de confianza! ¡Oh fe pura de los que sólo temen a Dios! ¡Oh verdad de las palabras en quienes no pueden mentir! ¡Oh hermosura de las obras en quienes se entregan al servicio de Dios: obedecer a Dios y a agradar a Dios; no imaginan adueñarse de tu carne, sino cada uno de su propia alma, ni de hablar con un hermano, sino con el rey de los siglos, que habita en ti (cf. 1 Tm 1,17)!

“Luz del mundo y sal de la tierra”

36.1. Así, todos los creyentes son buenos, magníficos y dignos del nombre que se ciñen como una diadema. Sin embargo, hay ya algunos entre los elegidos que son más elegidos y tanto más cuanto menos notables; en cierta manera, varando (o: arrastrando) su nave fuera de la agitación del mundo y haciéndose a [a mar con seguridad, no quieren parecer santos, y si alguien se lo llama, se avergüenzan, escondiendo en lo profundo del espíritu los misterios inefables y desprecian que su nobleza sea vista en el mundo; a éstos les llama el Verbo “luz del mundo” (Mt 5,14) y “sal de la tierra” (Mt 5,13).

36.2. Ésta es la semilla, imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), y su hijo legítimo y heredero (cf. 1 Tm 1,2; Tt 1,4; Rm 8,17), que es enviado a la tierra como a una hospedería extraña por el gran designio (= economía) y afinidad (lit.: analogía) con el Padre.

36.3. Por eso también fue hecho todo lo visible y lo invisible del mundo; unas cosas para servicio de él, otras para su ejercicio (lit.: ascesis), y otras para su instrucción; y todas las cosas se reunirán, cuando la semilla permanezca allá arriba, y una vez reunido él (= la semilla, el hombre elegido), todo se disolverá rápidamente (cf. 2 P 3,10).

Dios es amor y nos ha manifestado su amor

37.1. En efecto, ¿qué se necesita aún? (Considera) los misterios de la caridad, y entonces contemplarás el seno del Padre, a quien sólo el Dios [Hijo] Unigénito manifestó (cf. Jn 1,8).

37.2. Y además Dios mismo es amor (cf. 1 Jn 4,16), y por amor nuestro se hizo mujer (ethelynte; u otra lectura: se ha dejado capturar [etheráte]; otra lectura: se ha dejado contemplar [ethéathe] por amor hacia nosotros). Ciertamente, también lo inefable de Dios (es) [ser] Padre, pero la compasión hacia nosotros le ha hecho madre. Por amor el Padre se hizo mujer, y una gran señal de ello es aquel a quien engendró de sí mismo; y el fruto engendrado del amor es amor.

37.3. Por eso también Él descendió [al mundo], por eso se revistió de hombre, por eso sufrió voluntariamente lo humano, para que, medido según nuestra debilidad (cf. Hb 2,17; 4,15), a los que amó (cf. Jn 13,1), nos mida conforme a su propio poder (cf. Mt 7,2).

37.4. Y estando a punto de ofrecerse en sacrificio (cf. 2 Tm 4,6) y dándose a sí mismo como rescate (cf. Mt 20,28), nos deja un testamento nuevo: “Les doy mi amor” (Jn 13,14). ¿Cuál y cuán grande es este [amor]? Por cada uno de nosotros entregó su vida, equivalente a todo el universo. A cambio nos pide que demos esa misma (vida nuestra) unos por otros (cf. Jn 15,13).

37.5. Si debemos nuestras vidas a los hermanos y hemos acordado ese pacto con el Salvador, ¿todavía vamos a guardar (como) tesoros las cosas del mundo, lo miserable, extraño y que pasa de largo? ¿Vamos a excluir unos de otros las cosas que dentro de poco serán pasto del fuego?

37.6. Divina e inspiradamente dice Juan: “El que no ama al hermano es un homicida” (1 Jn 14-15), semilla de Caín (cf. Gn 4,17-24), retoño del diablo (cf. Jn 8,44), no tiene entrañas de Dios, no tiene esperanza de bienes mejores, es salvaje, estéril, no es sarmiento de la viña supracelestial siempre viva; es cortado y [le] espera el fuego que no cesa (cf. Jn 15,6).