OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (267)

La entrada de Jesús en Jerusalén

1684

Libro de los Evangelios

Egipto

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, ¿QUÉ RICO SE SALVA?

Primera parte: sobre el uso de las riquezas

   Jesús conduce al discípulo hacia el Padre

6.1. Porque ciertamente nuestro Señor y Salvador es interrogado de buena gana con una pregunta conveniente (o: correspondiente) a Él: la Vida (cf. Jn 1,4; 14,6) sobre la vida, el Salvador sobre la salvación, el Maestro referente a lo principal de sus enseñanzas de las doctrinas (dogmáton), la Verdad (cf. Jn 14,6) sobre la verdadera inmortalidad, el Verbo (cf. Jn 1,1) sobre la palabra del Padre, el Perfecto (cf. Mt 5,48) sobre el perfecto descanso, el Incorruptible sobre la auténtica incorruptibilidad.

6.2. Es interrogado sobre aquellas cosas por las cuales también había bajado (al mundo), las que educa, las que enseña, las que procura, para manifiestar el principio del Evangelio, que es el don de la vida eterna.

6.3. Como Dios (cf. Rm 3,5), sabe de antemano también lo que se le iba a preguntar, y lo que cada uno le respondería. Porque, ¿quién [conocería eso] mejor que el que era Profeta (cf. Dt 18,15-19) de los profetas y Señor de todo espíritu profético?

6.4. Pero llamado bueno (cf. Mc 10,18), (partiendo) del preludio de esa misma expresión, también por ahí comienza (su) enseñanza, llevando al discípulo al Dios bueno, principal y único dispensador de la vida eterna, que el Hijo nos da, una vez recibida del Padre (lit.: de Aquél; cf. Jn 5,26; 17,2).

El conocimiento de Dios es vida verdadera

7.1. Por consiguiente, la mayor y más importante de las enseñanzas respecto a la vida es necesario establecerla inmediatamente en el alma desde el principio: conocer al Dios (cf. Jn 17,3) eterno y dador de bienes eternos, al primero, al más poderoso, al único y buen Dios (cf. Mc 10,18). Al que es posible poseer mediante la gnosis y la comprensión.

7.2. En efecto, éste es el principio inconmovible y firme y e! fundamento de la vida, e! conocimiento de! Dios que realmente es y nos regala lo que existe , es decir, las cosas eternas, y de quien los otros seres reciben el ser y el permanecer (en la existencia).

7.3. Porque ciertamente la ignorancia sobre Dios es muerte, pero el conocimiento de Él, la familiaridad, el amor y la semejanza con Él (es) la única vida.

Jesucristo es la plenitud de la Ley

8.1. Así, ese (conocimiento) en primer lugar exhorta a quien (desea) vivir la verdadera vida (cf. 1 Tm 6,19) a reconocer a Aquél a quien “nadie conoce sino el Hijo y a quien el Hijo se lo revelare” (Mt 11,27); después de eso, aprender la grandeza del Salvador y la novedad de la gracia con Aquél, puesto que, según el Apóstol, “la ley fue dada por Moisés, y la gracia y la verdad por medio de Jesucristo” (Jn 1,17); posible confusión sobre el Apóstol, ya que ese nombre se suele reservar a san Pablo); y, no es lo mismo lo que se dio por medio de un siervo fiel que lo regalado por el Hijo legítimo (cf. Hb 3,5-6)

8.2. Por tanto, si la ley de Moisés era capaz de procurar una vida eterna, en vano hubiera venido el Salvador mismo al mundo (cf. Ga 2,21) y hubiera padecido por nosotros, recorriendo la naturaleza humana desde su nacimiento hasta la cruz (lit.: signo o señal; cf. Flp 2,8), y quien “desde su juventud” (Mc 10,20) había cumplido todos los mandamientos de la ley, en vano se hubiera postrado ante otro pidiéndole la inmortalidad.

8.3. Porque no sólo cumplió la  ley, sino que también la comenzó a cumplir desde su primera  edad; por otro lado, además, ¿qué tiene de grande y resplandeciente que una ancianidad esté privada de ofensas, de concupiscencias que se producen en la juventud: la ira que se agita o el deseo de riquezas? Pero si uno en la juventud turbulenta y en el ardor de la edad ofrece un pensamiento madur0 y más anciano que la edad, ése es un luchador admirable y magnífico, y canoso (respecto) al entendimiento.

8.4. Sin embargo, éste aun siendo así, está rigurosamente convencido de que en cuanto a justicia nada le falta, pero en cuanto a vida (tiene) necesidad de todo; por eso la pide al único que la puede dar (o: tiene poder para darle); y respecto de la ley tiene confianza, pero suplica al Hijo de Dios.

8.5. Pasa “de la fe hacia la fe” (Rm 1,17); como quien fluctúa vacilante en la ley y navegando peligrosamente se lanza (lit.: se traslada, o se transporta) hacia el Salvador.

Jesucristo nos hace hijas e hijos de Dios

9.1. Jesús, por tanto, no le reprende, como a quien no ha cumplido todo lo referente a la ley, sino que también lo ama (cf. Mc 10,21) y lo recibe con cariño por haber seguido con docilidad lo que había aprendido; pero dice que es imperfecto en cuanto a la vida eterna, como que no había cumplido lo perfecto; y ciertamente era trabajador de la ley, pero inútil respecto de la vida verdadera.

9.2. En verdad, también aquél también es noble -¿quién no lo afirma? Porque “el mandamiento es santo” (Rm 7,12)- lo que actúa como pedagogo de alguien por medio del temor y para la instrucción primaria, en orden a la legislación suprema de Jesús y avanza hacia la gracia; pero la plenitud “de la ley es Cristo para justificar a todo creyente” (Rm 10,4; 13,10), pero [Jesús] no hace esclavos como el esclavo, sino hijos, hermanos y coherederos a los que cumplen la voluntad de su Padre (cf. Rm 8,14-17; Mt 12,50).

Jesucristo nos regala la vida eterna

10.1. “Si quieres ser perfecto” (Mt 19,21). Así, entonces, todavía no era perfecto, puesto que nada hay más perfecto que el Perfecto. Y de manera divina el “si quieres” puso de manifiesto la libertad del alma del que dialogaba con Él. En el hombre, por tanto, estaba la elección, como libre (que era); pero en Dios estaba la dádiva, como Señor.

10.2. Pero [Dios] da a los que desean, se esfuerzan y piden, para que así la salvación sea propia de ellos. Porque Dios no obliga, puesto que la violencia es contraria a Dios, sino que procura a los que buscan, suministra a los que piden y abre a los que llaman (cf. Mt 7,7; Lc 11,9).

10.3. Por tanto, si quieres, si realmente quieres y no te engañas a ti mismo, adquiere lo que [te] falta. “Una cosa te falta” (Mc 10,21; Lc 18,22), la única, la verdadera (lit.: la mía), la buena, la que está ya por encima de la ley, ni da la ley, ni abarca la ley (y) que es propia de los vivientes.

10.4. Sin duda, el que “desde la juventud” (Mc 10,20) había cumplido todo lo referente a la ley y se jactaba de ello no pudo añadir esa sola cosa a todo lo demás, lo que es propio del Salvador, para recibir la vida eterna, que deseaba; por el contrario, se fue triste (cf. Mc 10,22), molesto (o: afligido) por el mandato de la vida que había venido a solicitar.