OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (262)

El Sermón de la montaña

1010

Evangeliario

Alemania

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, ÉCLOGAS PROFÉTICAS

Segunda parte (27-40): la gnosis como desarrollo de la fe cristiana

   La tradición oral y escrita

27.1. Los presbíteros no escribieron, porque no querían distraer el cuidado por la enseñanza de la tradición con la distinta preocupación por escribir; ciertamente, tampoco consumían en la escritura el tiempo para cuidar lo que había que decir.

27.2. Pero quizá, convencidos de que la capacidad natural no es la misma para un buen resultado para un discurso y la enseñanza, mantuvieron aquello para lo que (tenían) las aptitudes naturales.

27.3. Porque la fluidez de quien habla se mueve consecuentemente y con ímpetu, y de alguna manera quizá también pueda arrastrar (o: cautivar); pero lo que es examinado cada vez por los que leen y expuesto a un examen riguroso, exige también un cuidado extremo, y es como una confirmación escrita de una enseñanza oral; y es la voz transmitida por medio de la composición (escrita) a la posteridad.

27.4. Porque el depósito entregado a los presbíteros (cf. 1 Tm 6,20), que hablan por medio de la escritura, necesita de ayuda del escritor respecto a la entrega de la salvación de quienes lo encuentran.

27.5. Así, por tanto, como la piedra magnética, omitiendo otra materia, sólo atrae al hierro gracias a la afinidad, así también los libros, de entre los muchos los leen, atraen sólo a los que los entienden.

27.6. Porque la palabra de la verdad (cf. St 1,18) para unos se manifiesta como “necedad” (1 Co 1,23), para otros “escándalo” (1 Co 1,23), pero igualmente para unos pocos “sabiduría y poder de Dios” (1 Co, 1,24), pero el celo (lit.: avaricia espiritual) del gnóstico se encuentra lejos.

27.7. Por eso, entonces, también hay que investigar primero si es peor dar algo al indigno o no entregárselo al digno, y correr el peligro, por un gran amor, de apartar no sólo a todo el que lo merece, sino también alguna vez a un indigno que lo pida alegremente (o: con tenacidad), no por su petición -puesto que no ama la gloria-, sino por la constancia de quien, pidiendo, se ejercita en la fe con una gran súplica (o: por medio de muchas súplicas u oraciones).

Sobre la necesidad de la gnosis

28.1. Hay quienes dicen que son gnósticos y envidian más a los de casa que a los de fuera. Como el mar está abierto a todos, pero hay quien nada, quien comercia, quien pesca los peces, como la tierra es común, pero hay quien viaja, quien labra, uno caza, otro busca metales y hay quien edifica, así también, cuando se lee la Escritura, hay quien recibe ayuda (o: es auxiliado por) de la fe y de la costumbre, y otro quita una superstición mediante el reconocimiento de las realidades.

28.2. Y el atleta (= el cristiano que profundiza en el estudio de la Escritura; cf. 1 Co 9,24-27; Ga 5,7; Flp 3,14; 1 Tm 1,18; 2 Tm 4,7-8; 1 P 5,4; Ap 3,11-12), una vez reconocido el estadio olímpico, se presenta [como adversario] en la enseñanza, lucha y deviene vencedor, seduciendo y venciendo a los adversarios y saqueadores del camino (lit.: los que hacen ibn gnóstico.

28.3. Porque la gnosis es necesaria también para el ejercicio del alma y para la dignidad de las costumbres, haciendo que los creyentes sean más dignos de consideración y diligentes espectadores de las realidades. Porque como no se puede creer sin catequesis, así tampoco se puede comprender sin gnosis.

Funciones de la gnosis

29.1. Puesto que cosas útiles y necesarias para la salvación son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (cf. Mt 28,19), pero también nuestra alma; (y) es necesario poseer totalmente la doctrina sobre esas cosas, la gnosis, que es igualmente útil y necesaria.

29.2. Pero también a quienes ejercen la autoridad prestando un servicio útil, [es provechosa] la mucha experiencia para que no quede oculto lo que otros aparentan haber descubierto por necesidad y muy sabiamente.

29.3. Pero también la explicación de la doctrina (o: enseñanza) heterodoxa conlleva un ejercicio del alma apta para investigar, y vela por el discípulo de la verdad para que no se deje engañar, haciendo sonar la trompeta por doquier, una vez ya preparado con instrumentos de guerra.

Pureza de vida del gnóstico

30.1. Sólo la vida del gnóstico -lo mismo que dicen de Creta, que no produce fieras mortales- (está) limpia de todo mala obra, pensamiento y palabra, porque en manera alguna tiene enemigo, sino que incluso la envidia, el odio y toda blasfemia y calumnia le son extraños.

El gnóstico es feliz

31.1. [El gnóstico] es bienaventurado en su larga vida, no porque habiendo nacido viva mucho (o: largamente), sino porque le fue concedido ser digno de una vida por siempre, al haber vivido bien (o: como es debido).

31.2. No ha afligido a nadie, a no ser educando con la palabra a los de corazón ulcerado, como miel151 Salvadora, dulce y mordaz. Ya que el gnóstico más que todos se distingue en mantenerse conforme (o: según) la razón.

31.3. En efecto, una vez cercenado y quitado todo apasionamiento del alma entera por lo más noble, que es puro y se encuentra liberado para la filiación adoptiva (cf. Rm 8,15. 21), persiste (o: se mantiene) y vive en el futuro.

Es necesario examinar con rigor las Sagradas Escrituras

32.1. Pitágoras estimaba no sólo el más inteligente, sino también el más antiguo de los sabios, al que había puesto los nombres a las cosas (cf. Gn 2,19-20).

32.2. Por tanto, conviene examinar rigurosamente las Escrituras (cf. Jn 5,39), puesto que se admite que están enunciadas en parábolas (cf. Sal 77 [78],2; Mt 13,34-35), (y) a partir de los nombres buscar los conceptos que el Espíritu Santo tiene sobre las cosas y que [los] enseña, puesto que ha impreso, por decirlo de alguna manera, su (propio) pensamiento en las expresiones, para que nosotros las examinemos con rigor, explicando los nombres , que son mencionados con muchas significaciones; pero lo escondido con muchos velos, buscado a tientas y examinado con cuidado, se (debe) sacar a la luz y encenderse.

32.3. Porque como también el plomo, a quienes lo frotan los cubre de cerusa (= blanco de plomo), (haciéndolos pasar) de negro a blanco, así también la gnosis, que derrama luz y esplendor (sobre) las cosas, que puede ser en realidad la sabiduría divina, pura como el sol, que ilumina a hombres puros (cf. Jn 1,9; Mt 5,8), “como la pupila del ojo” (Dt 32,10), para una visión y una comprensión segura de la verdad.

Amigos y hermanos del Señor

33.1. Así, por el deseo de aquella (luz), encendidos por los resplandores de la luz, nos asemejamos a ella lo más posible y, llenos luz, devenimos realmente israelitas (cf. Jn 1,47) refulgentes.

33.2 Porque [el Señor] llamó amigos (cf. Jn 15,15) y hermanos (cf. Mt 12,50) a los que se mantienen firmes en asemejarse a la divinidad con pasión e insistencia,

34. (luz) que recibían lugares puros y prados, teniendo voces y visiones de santas apariciones; pero el hombre, purificado perfectamente, será digno de toda enseñanza y poder divino.

La gnosis de se aparta de toda forma de ignorancia

35.1. Y yo sé que los misterios de la gnosis conllevan una burla para muchos y sobre todo cuando no son acondicionados con la tropología sofística (o: con un sofisticado lenguaje figurado); pero unos pocos, como una luz introducida repentinamente en un simposio (o: banquete) golpea primero asusta, después, acostumbrados, educados (lit.: alimentados) y ejercitados en el razonamiento, como si estuvieran contentos y jubilosos por un placer, verán al Señor.

35.2. Porque como el placer está por esencia separado del dolor, igualmente la gnosis se encuentra separada de la ignorancia.

35.3. Porque como los que más duermen piensan que (son) los que están más en vela, cayendo más clara y continuamente en las fantasías del sueño, así los más ignorantes piensan que son los más sabios.

35.4. Y bienaventurados los que despiertan de esa somnolencia y de ese extravío y alzan los ojos a la luz y a la verdad.

El ejercicio de la investigación

36.1. Conviene, por tanto, que quien quiera tener igualmente el convencimiento que posee el discípulo, ejercite la fe unida (o: mezclada) con el deseo, y practique, examinando cada vez en sí mismo, la verdad de lo que se ve (o: contempla).

36.2. Y cuando le parezca que está bien preparado, entonces también tendrá que descender a las investiga- liciones de las cosas cercanas, puesto que también los polluelos ensayan antes de volar adiestrando las alas en el nido.

“La virtud gnóstica”

37.1. Porque la virtud gnóstica (es) en todas partes algo bueno y dulce (o: afable, bondadoso), innocuo e inofensivo (o: que no causa daño o pena), dichoso y dispuesto a relacionarse de mejor manera con cualquier divinidad y de la mejor manera con los hombres, igualmente contemplativo y activo (o: práctico), (porque) dispone al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1,27), y lo hace amante de lo bello (o: del bien) por medio del amor.

37.2. Puesto que, como en la otra (vida) se puede contemplar y comprender con sabiduría la belleza, ahora se la puede practicar con templanza y justicia mediante la fe, practicando un servicio angélico en la carne, igual que consagrando (o: dedicando) la mente en el cuerpo como en un lugar diáfano y puro.

Afirmaciones de Taciano encratita

38.1. Y cuando Taciano dice que la expresión “hágase la luz” (Gn 1,3; Taciano, Fragmentos, 7) expresa un voto, se le debe contestar: si el que suplica reconoce superior a Dios, ¿cómo dice “yo soy Dios y no hay otro fuera de mí” (Ex 20,2-3; Dt 5,6-7; Is 44,6; 45,5-6; 46,9; Sb 12,13)?

38.2. En efecto, dijo (= Taciano) que hay castigos propios de las blasfemias, frivolidades, palabras licenciosas, en razón de quienes son castigados y educados.

Otras afirmaciones de Taciano

39. Y también decía que las mujeres eran castigadas por los cabellos y el adorno mediante un poder establecido sobre esas cosas, aquel que también a Sansón proporcionaba fuerza a los cabellos (cf. Jc 16,17), ese [poder] castiga (a las mujeres) porque mediante el ornato de los cabellos se precipitan en la fornicación.

“El juicio de Dios es un bien”

40. De igual manera que uno actúa bien por influjo (cf. Sb 7,25) del bien, así también uno obra mal por (influjo) del mal. El juicio de Dios (es) un bien: el juicio que distingue entre fieles y no creyentes, como el juicio preliminar para no engañar con un juicio más grave, y el juicio que es educativo (o: la distinción pedagógica).