OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (260)

San Mateo

Siglo IX

Biblia carolingia

Roma

Clemente de Alejandría (+ 215/216) [continuación]

1378. Éclogas proféticas (Eclogae profeticae).

No se ha encontrado en Internet este texto en castellano, por lo que lo ofrecemos a continuación.

 

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, ÉCLOGAS PROFÉTICAS[1]

Primera parte (1-13): sobre la regeneración bautismal

   El cántico de los tres jóvenes en el horno ardiente

1.1. En el horno (de fuego), Sedrác, Misác y Abednagó entonaban himnos a Dios en el horno de fuego, diciendo: “Bendigan, cielos, al Señor, alábenlo y ensálcenlo por los siglos” (Dn 3,59). Además: “Bendigan, ángeles al Señor” (Dn 3,38). Y también: “Bendigan, aguas y todo lo supracelestial al Señor” (Dn 3,60).

1.2. Así es como las Escrituras colocan los cielos y las aguas entre las potencias puras, como también se revela en el Génesis (cf. Gn 1,1-10).

1.3. Puesto que la potencia (= toda criatura angélica) es llamada de varias maneras, con razón añade Daniel: “Bendiga toda potencia al Señor” (Dn 3,61). Después, en seguida: “Y bendigan, sol y luna, al Señor” (Dn 3,62).

1.4. Y: “Bendigan, astros del cielo, al Señor” (Dn 3,63); bendigan, fieles todos del Señor, al Dios de los dioses: alaben y den gracias, porque es eterna su misericordia” (Dn 3,90).

1.5. En el [libro de] Daniel está escrito que los tres jóvenes cantaban himnos en el horno (cf. Dn 3,24-91).

Los abismos

2.1. “Bendito eres el que sondeas los abismos, sentado sobre querubines” (Dn 3,55), dice Daniel, siendo de la misma opinión que Enoc, que había dicho: “Y vi todas las materias” (según Orígenes, Sobre los principios, IV,8,53; Clemente considera inspirado el libro de Enoc).

2.2. Porque abismo es lo más ilimitado, según a su propia sustancia, pero surcado por la fuerza de Dios (cf. 1 Co 1,24).

2.3. Así, por tanto, las esencias materiales, de las que proceden los géneros particulares y sus especies, son llamadas abismos; por ende, [Daniel] no pudo llamar abismo (cf. Dn 3,55) sólo al agua. Sin embargo, también la materia es denominada alegóricamente agua abismo.

La tierra

3.1. “En el principio hizo Dios el cielo y la tierra” (Gn 1,1), los seres del cielo y de la tierra (o: las realidades terrestres y celestiales).

3.2. Y que esto es verdad, lo dijo el Señor a Oseas: “Anda, toma para ti una mujer de prostitución y ten hijos de prostitución, porque el país se ha prostituido gravemente (lit.: prostituyéndose) apartándose del Señor” (Os 1,2).

3.3. Porque no habla del elemento (tierra), sino de los que están sobre el elemento, los que tienen una mentalidad terrena.

Quien cree en Cristo “será elegido”

4.1. Que el Hijo es principio (cf. Gn 1,1; Pr 8,22; Jn 1,1; Col 1,18; Ap 3,14), lo enseña claramente Oseas: «Y en el lugar en que eran llamados “No-mi-Pueblo”, se les llamará también “Hijos-del-Dios-Vivo”. Y se reunirán los hijos de Judá y los hijos de Israel; y se pondrán para sí mismo un único principio, y subirán de la tierra, porque grande será el día de Israel” (Os 2,1-2).

4.2. Porque quien crea en Él será elegido. Pero el que crea que el Hijo “es principio” (Col 1,18; cf. Gn 1,1; Pr 8,22; Jn 1,1; Ap 3,14). Por eso [Oseas] también añadió: “Tendré misericordia de los hijos de Judá y les salvaré en el Señor su Dios” (Os 1,7); pero salvador es el Hijo de Dios que salva. En efecto, Él es el principio (= de la creación).

El Señor nos ilumina

5.1. Por medio de Oseas dice el Espíritu: «Yo soy su maestro: “Toquen la trompeta sobre las colinas del Señor, resuenen sobre las alturas”» (Os 5,2).

5.2. Y, tal vez, el bautismo, siendo un signo de regeneración, es una salida de la materia mediante la enseñanza del Salvador, aunque una corriente enorme e impetuosa nos arrastre y nos agite continuamente.

5.3. Así, por tanto, el Señor nos ilumina, sacándonos del desorden y llevándonos a la luz sin sombra y de ningún modo material.

Moisés y Josué dividieron las aguas por el poder del Señor

6.1. Dos profetas (= Moisés y Josué) dividieron y separaron a ese río (cf. Ex 14,21; Jos 3,16) de la materia y al mar con el poder del Señor, mientras la materia era delimitada en cada lado con intervalos de agua por la voluntad de Dios (= el paso del Mar Rojo).

6.2. Estaban al servicio dos estrategas puros, por medo de los cuales fueron confiadas [al pueblo judío] las señales del cielo, para que el justo naciese de la materia, caminando previamente a través de ella.

6.3. En verdad, uno de los dos estrategas también se le había impuesto el í nombre de nuestro Salvador (= Josué; cf. Nm 3,16; Mt 1,21; Lc 1,31; 2,21).

Significado del bautismo de Cristo en el Jordán

7.1. Inmediatamente, la regeneración tiene lugar por medio “del agua y del Espíritu” (Jn 3,3. 5) como también toda generación. “Porque el Espíritu de Dios aleteaba en el abismo” (Gn 1,2).

7.2. Y por eso se hizo bautizar el Salvador (cf. Mt 3,14; Mc 1,9; Lc 3,21), aunque Él mismo no lo necesitara, para santificar todo el agua para los que debían de ser regenerados. Así somos purificados no sólo en el cuerpo, sino también en el alma.

7.3. Por tanto, es señal de que son santificadas las realidades invisibles el hecho de que incluso los espíritus impuros (= las pasiones), encadenados (o: unidos) al alma, son depurados (lit.: filtrados) por la generación nueva y espiritual.

El bautismo nos protege

8.1. “Agua encima del cielo” (Gn 1,7; Dn 3,60); puesto que el bautismo tiene lugar por medio “del agua y del Espíritu” (Jn 3,3. 5), siendo protector (o: defensor) frente al doble fuego, el que se relaciona con las realidades visibles y el que (se aplica) a las invisibles, es necesaria también un agua inteligible y otra sensible; para defendernos frente a la duplicidad del fuego.

8.2. Y el agua terrestre lava el cuerpo, pero el agua celestial, puesto que es inteligible e invisible, se refiere alegóricamente al Espíritu Santo, quien purifica lo invisible; como aquella agua corporal, así también [actúa] la del Espíritu.

El amor de Dios nos procura lo que más nos conviene

9.1. Y Dios unió mediante [su] bondad el temor con la bondad. Porque ahora procura a cada uno lo provechoso (o: conveniente), como un médico al enfermo y como un padre al hijo indisciplinado.

9.2. Puesto que “quien escatima su vara odia a su propio hijo” (Pr 13,24). También el Señor y sus apóstoles vivieron habitualmente en temor (= reverencial o filial) y fatigas.

9.3. Así, cuando el cuerpo de un creyente (está) enfermo o es porque el Señor lo castiga por algún pecado anterior, o porque lo guarda de [pecados] futuros, o también porque no ha impedido un ataque externo de la actividad del Diablo, y para su provecho (o: utilidad) y [como] ejemplo a favor de las [personas] cercanas.

Orar siempre

10.1. Así también los que habitan en un cuerpo deteriorado, como los que navegan en una nave vieja (cf. Sb 14,1), no deben ser negligentes (u: ociosos), sino que deben rezar siempre (cf. Lc 18,1; 1 Ts 5,17), extendidos hacia Dios.

La enfermedad del alma son los pecados

11.1. Los presbíteros aborrecían enormemente no sufrir algo corporalmente en cualquier circunstancia, pues temían que si no recibían en esta vida (o: aquí) los castigos [merecidos] de los pecados, que son muchos los que cometen por ignorancia los que (están) en la carne, recibirían toda la sanción (o: castigo) junta en la otra (vida), de manera que suplicaban (o: querían) ser curados ya ahora.

11.2. Entonces no hay que temer la enfermedad [que viene] de fuera, sino los pecados, causa de la enfermedad, y la enfermedad del alma, no la del cuerpo, “porque toda carne es hierba” (Is 40,6; 1 P 1,24; St 1,10), y las cosas corporales y los bienes externos son “pasajeros, pero los que no se ven invisibles (son) eternos” (2 Co 4,18).

Las bienaventuranzas son el viático para el camino del Señor

12.1. Ciertamente ya participamos de (lo referente a) la gnosis; y tenemos parte de ello, esperando con toda seguridad; porque no hemos obtenido todo ni tampoco estamos privados de todo, sino que hemos recibido como “una garantía” (2 Co 1,22; 5,5; Ef 1,14) de los bienes eternos y de la riqueza paterna; y las provisiones para el camino del Señor (son) las bienaventuranzas del Señor (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23).

12.2. Porque dijo: “Busquen y estén preocupados por el reino de Dios y todas estas cosas se les añadirán, puesto que el Padre conoce de qué tienen necesidad” (Mt 6,33. 32; Lc 12,31. 30).

12.3. De esta manera delimita no sólo las ocupaciones, sino también las preocupaciones. “Porque, dice, no pueden añadir ni una preocupación a la vida” (Mt 6,27; Lc 12,25).

12.4. Porque Dios conoce claramente lo que debemos tener y de qué conviene carecer (cf. Mt 6,8). Así, por tanto, una vez vaciados de las preocupaciones mundanas, exige que nos llenemos de la (reflexión dirigida) hacia Dios.

12.5. “Porque gemimos deseando revestirnos” (2 Co 5,2) de lo incorruptible, antes de remover la corrupción. Ciertamente, cuando se difunde la fe, desaparece la incredulidad.

12.6. De igual manera sucede también respecto de la gnosis y de la justicia. Por tanto, no se debe únicamente vaciar el alma, sino también llenarla de Dios.

12.7. Puesto que aunque no tenga mal alguno, una vez que haya cesado [el mal], todavía no posee el bien, porque aún no lo ha recibido; y lo que no es bueno ni malo, no es nada (o: no es).

12.8. En efecto, vuelve a la casa limpia y vacía, puesto que no ha entrado ninguna salvación, el espíritu impuro que antes la habitaba, tomando consigo otros siete espíritus impuros (cf. Mt 12,44-45; Lc 11,24-26).

12.9. Por eso, una vez vaciada de los males, es necesario que el alma se llene del bien divino, ya que es designada como “mansión” (2 Co 5,2). Porque, cuando es llenado lo (que estaba) vacío, entonces va detrás el sello (= el bautismo; cf. 2 Co 1,22; Ef 1,13), para que lo santo sea preservado para Dios.

La Trinidad da testimonio

13. Cualquier asunto queda firme por dos y tres testigos (cf. Dt 19,15; Mt 18,16), por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (cf. Mt 28,19; 1 Jn 5,7), sobre estos testimonios y ayudas deben ser observados los mandamientos pronunciados.



[1] Texto griego en: Clemens Alexandrinus. Dritter Band. Stromata Buch VII und VIII. Excerpta ex Theodoto. Eclogae Propheticae. Quis Dives Salvetur. Fragmente, Leipzig, J. C. Hinrichs’sche Buchhandlung, 1909, pp. 137 ss. (Die griechischen christlichen Schriftsteller der ernsten drei Jahrhunderte, 17); Clemente Alessandrino. Estratti profetici. Eclogae propheticae, Bologna, EDB, 2004, pp. 38 ss. (Biblioteca patristica, 4); y en la colección Fuentes Patrísticas (= FP), n. 24, Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 2010, pp. 164 ss. En líneas generales, seguimos esta traducción castellana, pero con algunas modificaciones, y añadiendo subtítulos.