OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (253)

Virgen María con el Niño

Hacia 1420

Bartolomeo di Fruosino

Antifonario

Florencia, Italia

Clemente de Alejandría (+ 215/216) [continuación]

1139. Extractos de Téodoto (Excerpta e Theodoto).

No se ha encontrado en Internet este texto en castellano, por lo que lo ofrecemos a continuación.

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EXTRACTOS[1] DE TEÓDOTO Y DE LA LLAMADA ESCUELA ORIENTAL EN EL TIEMPO DE VALENTÍN[2]

Primera sección: Extractos 1-28

   La semilla espiritual en Jesús

1.1. Dice [Jesús]: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu” (Lc 23,46). La Sabiduría, dice [Teódoto[3]], emitió en el Verbo (Lógos) un elemento carnal (sarkíon), la semilla espiritual; revestido de ella descendió el Salvador.

1.2. Por lo cual, en la pasión es entregada la Sabiduría al Padre, para que el Padre la recobrará y no fuera retenida aquí abajo por quienes (tienen) el poder de despojarla. De esa manera, mediante la expresión mencionada anteriormente se presenta [al Padre] toda la semilla espiritual, los elegidos.

1.3. [Nosotros] decimos[4] que la semilla elegida (cf. 1 P 2,9; Is 43,20) también es una centella (cf. Is 42,3) vivificada por el Verbo, pupila del ojo (cf. Dt 32,10), grano de mostaza (cf. Mt 13,31; 17,20) y fermento (cf. Lc 13,8) que unifica en la fe (cf. Ef 4,13) las razas que parecen estar divididas.

La semilla espiritual en Adán

2.1. Pero los discípulos de Valentín dicen que cuando el cuerpo psíquico fue plasmado (o: modelado), en el alma elegida, que estaba en el sueño, el Verbo puso una semilla masculina, que es emanación del [elemento] angélico, para que no hubiera deficiencia.

2.2. Y esa semilla fermentó, unificando lo que aparecía dividido, el alma y la carne, que también fueron emitidas divididas por la Sabiduría. Y el sueño para Adán (cf. Gn 2,21) fue el olvido del alma, que mantenía a la semilla espiritual para que n0 se disolviera, aquella (= la semilla espiritual) que puso el Salvador en el alma. La semilla era emanación del elemento masculino y angélico. Por eso dice el Salvador: “Sálvate a ti mismo y a tu alma” (posible reminiscencia de Gn 19,17 y Lc 17,33; cf. Lc 9,24-25; 12,20).

La obra del Salvador

3.1. Así, por tanto, entonces vino el Salvador, despertó el alma y encendió la centella, porque las palabras del Señor son poder (cf. Lc 4,32; Jn 6,63). Por eso dijo: “Brille la luz de ustedes delante de los hombres” (Mt 5,16).

3.2. Y después de la resurrección, insuflando el Espíritu a los apóstoles (cf. Jn 20,22), soplando separó el polvo de la tierra (cf. Gn 2,7), como [si fuera] ceniza, e inflamó la centella y la vivificó.

La transfiguración del Señor

4.1. Por una gran humildad, el Señor no se apareció como ángel, sino como hombre. Y cuando se apareció en gloria a los Apóstoles en la Montaña (cf. Mt 17,1-8; Mc 9,2-8; Lc 9,28-36), no lo hizo por causa de sí mismo, con ostentación de sí mismo, sino por la Iglesia, que es “el linaje escogido” (1 P 2,9; cf. Is 43,20), para que aprendiese su progreso después de su éxodo carnal.

4.2. Porque Él (era) también arriba Luz (cf. Jn 1,8), y se ha manifestado en la carne (cf. 1 Tm 3,16; 1 Jn 1,1-2), lo que también se ha visto aquí abajo, no siendo inferior al que está en lo alto; y no se ha dividido al trasladarse desde arriba hasta aquí abajo, como si cambiara un lugar por otro, prescindiendo de una cosa para conseguir otra; sino que, el que estaba en todas partes es el mismo junto al Padre y aquí abajo, porque era poder del Padre (cf. 1 Co 1,24).

4.3. Además, había que cumplir aquella palabra del Verbo, que dijo: “Hay algunos de los aquí presentes que no sufrirán la muerte hasta que vean al Hijo del Hombre en [su] gloria” Mt 16,28; Mc 9,1; Lc 9,27). Sin duda, Pedro, Santiago y Juan le vieron y se durmieron (o: se murieron).

La teofanía en el Jordán

5.1. ¿Cómo, entonces, al percibir la visión luminosa no iban a espantarse, y caer en tierra al oír la voz (cf. Mt 17,5-6)? Porque los oídos son más incrédulos que los ojos, y la voz espanta (o: causa estupor) más junto a la gloria.

5.2. Pero Juan Bautista no temió al escuchar la voz, como si estuviera acostumbrado a aquella voz, al escucharla en el Espíritu (= por la acción del Espíritu divino; cf. Mt 3,17; Mc 1,11; Lc 3,22); pero al oírla como un hombre cualquiera, se espantó (cf. Mt 11,2 ss.; Lc 7,20 ss.). Por eso también les dice el Salvador: “No cuenten a nadie lo que han visto” (Mt 17,9; Mc 9,9).

5.3. Aunque no habían visto la luz con ojos carnales -puesto que no existe parentesco ni afinidad entre esa luz y la carne de aquí abajo-, sino como que el poder y la voluntad del Salvador fortalecieron la carne para que la contemplara. Por otra parte, también lo que el alma vio lo compartió con la carne, a la que estaba asociada, por estar unida a ella.

5.4. Y “el no lo cuenten a nadie” [fue dicho] para que no pensaran que era el Señor, absteniéndose de poner las manos sobre el Señor (cf. Mt 26,50; 1 Co 2,8), y (que así) quedase imperfecta la economía [salvífica] y el Señor se aparatase de la muerte, como quien intenta sin resultado lo imposible.

5.5. Y así la voz en la Montaña sucede para los elegidos que ya entienden (o: ya iniciados); por eso también quedaron admirados por el testimonio dado al objeto de su fe. Pero la voz sobre el río [Jordán] (era) para los que habrían de creer; por eso la voz fue desatendida (o: descuidada) por los que estaban ocupados en la educación de los doctores de la Ley.

El Prólogo del evangelio de san Juan

6.1. La expresión “en el Principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1,1) es aceptada por los valentinianos de la siguiente manera.

6.2. Dicen [los valentinianos] que el Principio (es) el Unigénito, que también es llamado Dios, como asimismo en lo que sigue se le presenta abiertamente (como) Dios, diciendo: “El Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, él mismo lo ha dado a conocer” (Jn 1,18).

6.3. Y el Verbo que está “en el Principio”, es decir, en el Unigénito, en la Inteligencia y en la Verdad, es el Cristo, el Verbo y la Vida; por lo cual, con razón le llama también Dios, porque está en Dios, en la Inteligencia.

6.4. “Lo que se hizo en Él” (Jn 1,3) -en el Verbo- “era Vida” (Jn 1,4; cf. 5,26) -[o sea] la compañera-; por eso también dice el Señor: “Yo soy la Vida” (Jn 15,25; 14,6; 11,25).

La Gnosis

7.1. Ahora bien, siendo incognoscible el Padre, quiso darse a conocer a los Eones, y mediante su propio Pensamiento, como quien se conoce a sí mismo, emitió al Unigénito, Espíritu de la gnosis, en el seno (o: en el ser) de la gnosis. Así, por tanto, también el que nació de la gnosis (o: fue engendrado por la gnosis) -es decir, del Pensamiento paterno- vino a ser Gnosis, o sea, el Hijo, puesto que “el Padre es conocido por medio del Hijo” (Mt 11,27; Lc 10,22; Jn 1,8; cf. Jn 10,15).

7.2. Pero el Espíritu de la caridad se ha mezclado con el de la gnosis, como el Padre con el Hijo y el Pensamiento con la Verdad, procediendo de la Verdad, como la gnosis del Pensamiento.

7.3. Y el que permanecía “Hijo Unigénito en el seno del Padre” (Jn 1,18) explica a los Eones el Pensamiento [del Padre] mediante la gnosis, como que también [él mismo] ha sido emitido por el seno (del Padre). Pero el que fue visto aquí abajo [en el mundo] no es denominado “Unigénito” por el Apóstol [Juan], sino “como Unigénito; gloria del como Unigénito” (Jn 1,14).

Porque siendo uno y el mismo, Jesús, es de una parte “Primogénito” (Col 1,15) en la creación, pero de otra es Unigénito en el Pléroma. Pero es el mismo que (está) en cada lugar (tal como) ser contenido (= comprendido).

7.4. Y al descender nunca se ha separado del que permanece. Porque dice el Apóstol [Pablo]: “Puesto que el que ascendió es también el mismo que descendió” (Ef 4,10; cf. Jn 3,13)[5].

7.5. [Los valentinianos] llaman imagen (icono) del Unigénito al Demiurgo; por eso vienen a ser iguales las obras de la imagen[6]. De ahí que también el Señor, haciendo una imagen de la resurrección espiritual (= la resurrección por medio del espíritu), resucitó a los que estaban muertos, no haciéndolos incorruptibles en la carne, sino que los resucitó como destinados a morir de nuevo.

El Lógos en el evangelio de san Juan

8.1. Pero nosotros llamamos Dios al Verbo que está en Dios en la misma identidad, el cual también se dice que “está en el seno del Padre” (Jn 1,18), invisible, indivisible, un solo Dios.

8.2. “Todo se hizo por medio de Él” (Jn 1,3), según la acción continua en la misma identidad del Verbo: lo espiritual, lo inteligible y lo sensible. “El que está en el seno del Padre” (Jn 1,18)[7], el Salvador, e Isaías [afirma]: Y retribuiré sus obras (pasadas) en su seno” (Is 65,7), en su inteligencia, la que (se encuentra) en el alma, de la primera que se obra en “el Primogénito de toda la creación” (Col 1,15).

8.3. El Unigénito (cf. Jn 1,14), [que vive] en su identidad, en cuyo poder continuo obra el Salvador, es la Luz (cf. Jn 1,4) de la Iglesia, que antes estaba en tinieblas e ignorancia.

8.4. “Y las tinieblas no la recibieron” (Jn 1,5); los apóstatas y los demás hombres no la conocieron, y la muerte no la detuvo.

Los grados de la fe

9.1. La fe no es una sola, sino variada. Según esto, dice el Salvador: “Que se haga en ti según tu fe” (Mt 9,29). De ahí que se diga que algunos de los llamados serán engañados en la parusía del Anticristo, pero es imposible para los elegidos, por eso dice: “Y si fuera posible, incluso a mis elegidos” (Mt 24,24).

9.2. También, cuando dice: “Salgan de la casa de mi Padre” (Jn 2,16), se refiere a los llamados. Otra vez (le) dice llamado a quien viene de viaje y ha gastado las posesiones y para quien mató el ternero cebado (cf. Lc 15,23); y lo mismo cuando el rey llamó a los que (estaban) en los caminos para el banquete de bodas (cf. Mt 22,9).

9.3. Ciertamente todos fueron llamados por igual -porque hace llover sobre justos e injustos y hace salir el sol para todos” (Mt 5,45)-; pero son elegidos los (que tienen) mayor fe, a quienes les dice: “Nadie ha visto a mi Padre, excepto el Hijo” (Jn 6,46), y: “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5,14), y: “¡Padre santo, santifícalos en tu Nombre!” (Jn 17,11. 17).

La naturaleza del Hijo y de los espíritus celestiales

10.1. Pero ni los seres espirituales e inteligentes, ni los Arcángeles, ni los Primocreados (Protóktistos: los creados en primer lugar), ni incluso Él mismo [Hijo], son amorfos, informes, sin figura e incorpóreos, sino que Él tiene forma propia y un cuerpo análogo (= en proporción, con sentido cosmológico) a su preeminencia sobre todos los seres espirituales. Y como los Primocreados también (poseen un cuerpo) que corresponde a su preeminencia sobre las sustancias subordinadas a ellos.

10.2. Porque en general, lo que viene a la existencia no (es) ciertamente insustancial, pero tampoco poseen una forma y un cuerpo semejante a los cuerpos que hay en este mundo.

10.3. Porque (los cuerpos) de aquí abajo son masculinos y femeninos y difieren unos de otros. Pero allá (arriba se encuentra) el Unigénito también propiamente el Inteligente, teniendo una forma propia y una sustancia propia, muy pura y totalmente soberana, y gozando muy cerca del poder del Padre; pero los Primocreados, si también son diferentes en número y cada uno se encuentre delimitado y circunscrito, sin embargo la identidad (o: similitud) de sus acciones (= las acciones realizadas) manifiesta [su] unidad, igualdad y semejanza.

10.4. En efecto, no se ha suministrado a unos más y a otros menos de los Siete [Arcángeles] ni a ninguno de ellos le falta progreso: desde el principio han recibido la perfección juntamente con su primer nacimiento por parte de Dios mediante el Hijo.

10.5. Y ciertamente se dice que (el Hijo) ha sido “Luz inaccesible” (1 Tm 6,16), como “Unigénito” (Jn 1,14. 18) y “Primogénito” (Col 1,15), que “ni ojo vio, ni oído oyó, ni subió al corazón del hombre” (1 Co 2,9), (y) nadie es como Él, ni entre los Primocreados ni entre los hombres.

10.6. Y ellos (= los Primocreados o los Siete Arcángeles) “contemplan continuamente el Rostro del Padre” (Mt 18,10); el rostro del Padre (es) el Hijo, por medio del cual es conocido el Padre. Ciertamente, lo que se ve y lo contemplado no puede ser [algo] sin figura e incorporal; pero ven con un ojo no sensible, sino con el que les suministra el Padre, (el ojo) de la inteligencia.



[1] Texto griego en: Clemens Alexandrinus. Dritter Band. Stromata Buch VII und VIII. Excerpta ex Theodoto. Eclogae Propheticae. Quis Dives Salvetur. Fragmente, Leipzig, J. C. Hinrichs’sche Buchhandlung, 1909, pp. 103 ss. (Die griechischen christlichen Schriftsteller der ernsten drei Jahrhunderte, 17); en Sources Chrétiennes, n. 23, Paris, Eds. Du Cerf, 1970, pp. 52 ss.; y también en la colección Fuentes Patrísticas (= FP), n. 24, Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 2010, pp. 69 ss. En líneas generales, seguimos esta traducción castellana, pero con algunas modificaciones, y añadiendo subtítulos.

[2] «… Sabemos que los discípulos de Valentín se dividieron en dos escuelas: la oriental, que es radicalmente docetista y encratita, y por ello considera el cuerpo de Jesús como pneumático desde el seno de su madre, donde recibió la formación del Espíritu; y la escuela occidental, que acepta un cuerpo psíquico de Jesús, sobre el que descendió el Espíritu en el momento en que Jesús recibió el bautismo, cuando la Madre de arriba gritó desde el cielo para despertarlo. No obstante, el título no identifica con exactitud el carácter variado de la obra, en la que algunos comentarios o explicaciones son de Teódoto, según Clemente de Alejandría, otros son del mismo Clemente -reflejado en estos comentarios por el pronombre “nosotros”- y, finalmente, otros son atribuidos a los discípulos de Valentín, incluidos los de la escuela occidental, mencionados nominalmente y también de forma genérica con un simple “dicen”» (FP 24, p. 12).

[3] “Todos los intentos por identificar a Teódoto, el autor de la recopilación que nos transmite Clemente, han resultado inútiles… La única conclusión histórica que se puede aducir al respecto es que Teódoto forma parte de la escuela valentiniana oriental... Por tanto, el autor de estas notas que nos transmite el Alejandrino debió ejercer la enseñanza gnóstica en los primeros años de la segunda mitad del siglo II” (FP 24, p. 13).

[4] Estos textos, que se presentan en letra cursiva, serían los que corresponden a los comentarios de Clemente; aunque en este caso muy probablemente se trate de un fragmento de Teódoto (cf. FP 24, p. 75, nota 9).

[5] No es unánime la aceptación de este pasaje como de Clemente, podría tratarse de un texto gnóstico.

[6] Otras lecturas posibles de este trozo: “Por eso las obras (son) iguales a las de la Imagen”; o: “Por eso las obras de la Imagen son corruptibles” (pero en este caso hay que cambiar el aytá del manuscrito por: lytá).

[7] Lit.: “Él explicó (exegésato) el seno del Padre”.