OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (250)

La Anunciación
Hacia 1120
Salterio de San Albano
Hildesheim, Alemania

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, STROMATA

LIBRO OCTAVO

Capítulo VII: Contra el escepticismo (continuación)

   Sobre las causas que producen la duda

22.1. Las causas que producen la duda son dos principalmente; en efecto, una es la multiplicidad (o: complejidad) e inestabilidad del pensamiento humano, que ciertamente ha producido lo que puede engendrar la disensión tanto de unos con otros como con uno mismo; y otra es la discrepancia que (dentro) de los mismos seres, que también ha sido establecida con razón como para hacer nacer la duda.

22.2. Porque no pudiendo confiar en todas las opiniones (phantasías) por la contradicción, ni tampoco desconfiar de todas puesto que también la que dice que todas son no creíbles es una parte de todas ellas, al circunscribir una esencia ciertamente hay que fiarse de todas (y) no ciertamente de alguna, pero al no confiar en alguna por la equidad, somos conducidos a la duda.

22.3. Pero de estas mismas [causas] principales de la duda es la inseguridad de la mente la que genera la discordancia (diaphonía), y la discordancia es la causa próxima de la duda; por lo cual la vida está llena de tribunales, de consejos, de asambleas y en general de elección y rechazo sobre lo que se afirma que es bueno y malo, como un síntoma de una mente perpleja ante la igualdad de fuerzas de las cosas contrarias.

22.4. Y las bibliotecas están llenas de libros, y las obras y tratados de quienes disienten en las verdades (lit.: dogmas) y de quienes están convencidos de que ellos mismos conocen la verdad que hay en los seres.

Capítulo VIII: Contra el escepticismo (conclusión)

   Los tres niveles del fonema

23.1. Hay que tener en cuenta tres cosas sobre un fonema (o: la voz humana): los nombres que son en primer lugar símbolos de los conceptos, según las cosas que subyacen; en segundo lugar, los conceptos (que son) imitaciones e imágenes de los [temas] propuestos, -por eso en todos [los seres humanos] también existen los mismos conceptos, por producirse en todos idénticas impresiones (o: grabaciones) de los objetos propuestos, aunque no [así] los nombres por causa de los distintos idiomas-. Y en tercer lugar, las cosas propuestas por las cuales se graban en nosotros los conceptos.

23.2. Ciertamente los nombres son conducidos por la gramática hacia los veinticuatro elementos universales (= las veinticuatro letras del alfabeto griego); porque esos elementos deben estar definidos. Puesto que de cada uno de los que son ilimitados no existe ciencia, porque lo propio de una ciencia es apoyarse en teoremas universales y definidos. De ahí que los particulares sean conducidos a los universales.

23.3. Pero la actividad de los filósofos se ocupa de los conceptos y de los temas que se proponen. Y cada vez que de los detalles ilimitados se encuentran algunos elementos, todos ellos se reducen a lo que se busca.

23.4. Y si se manifiesta que lo desconocido se resuelve en uno o varios elementos, revelaremos que eso existe, pero si escapara a todos, no existe en modo alguno.

23.5. De los elementos mencionados se dice que unos son coherentes (lit.: están entrelazados), como el decir “un hombre corre” (Aristóteles, Categorías, 2,1 a 18), pero otros se dice que son incoherentes (lit.: sin ligazón), como “hombre” y como “corre”, y los que no producen un enunciado completo, ni llevan consigo (o: comportan) lo verdadero o lo falso.

23.6. Y de los llamados incoherentes, unos significan la esencia, otros la cualidad, otros la cantidad, otros la relación, otros el lugar, otros el tiempo, otros el estado, otros la posesión, otros la actividad, otros la pasividad; éstos son los que llamamos elementos de los seres materiales y (que vienen) después de los principios. Porque estos elementos son visibles a la razón, pero lo inmaterial sólo es aprensible por el primer acto de la mente (o: del ímpetu de la mente).

Las diez categoría de elementos

24.1. Pero de los [elementos] clasificados bajo las diez categorías, de unos se habla por sí mismos, como las nueve categorías; y otros con referencia a algo.

24.2. Y de nuevo los que se están bajo estas diez categorías los hay que son sinónimos, como buey y ser humano, en tanto que seres vivientes. Porque son sinónimos cuando ambos tienen el nombre común: el ser viviente, y la misma palabra, es decir, la definición, o sea la esencia (o: sustancia) animada.

24.3. Pero (son) heterónimos los que bajo el mismo objeto tienen nombres distintos, como subida y bajada; puesto que el camino es el mismo, tanto para arriba como para abajo.

24.4. Y hay otra clase de heterónimos, como caballo y negro, que también tienen nombre y concepto distintos el uno del otro, pero no (tienen) en común el objeto, pero hay que llamarlos diversos, no heterónimos.

24.5. Pero poliónimos (= que tiene muchos nombres) son los que poseen el mismo concepto, pero distinto nombre, como espada, puñal y cuchillo (o: machete).

24.6. Pero son derivados los que reciben el nombre a partir de otro, como el viril de la virilidad.

24.7. Los homónimos son los que reciben el mismo nombre pero tienen distinto concepto, como un ser humano, vivo o dibujado.

24.8. Y de los homónimos, algunos reciben el nombre por casualidad, como Ayas el locrio y el de Salamina; otros intencionadamente (lit.: por pensamiento), y de éstos algunos por semejanza, como ser humano, tanto el vivo como el dibujado; otros según analogía (= como sinónimo de comparación), como “los pies del Ida” (Homero, Ilíada, 20,59) y nuestros pies por estar en la parte más inferior; otros por su actividad, como el pie de una nave (= el timón), por medio del cual el barco navega, y nuestro pie, mediante el cual nos ponemos en movimiento.

24.9. Se llaman homónimos por lo semejante y respecto a lo semejante, como por lo medicinal, el libro y el bisturí [son denominados] medicinales por el médico que los utiliza y respecto a la misma razón medicinal.