OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (99)

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Virgen con el Niño y ángeles
Hacia 1450-1455
Liturgia de las Horas
Ghent (?), Bélgica
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO TERCERO

Capítulo XI: Breve resumen del mejor género de vida (primera recapitulación)

   Practicar una conducta ejemplar

53.1. Así, por tanto, no debe prohibirse por completo llevar adornos de oro, y usar vestidos muy delicados, pero sí deben moderarse los deseos irracionales, no sea que, arrastrados por un gran relajamiento, y haciéndonos perder el equilibrio, nos arrojemos a la voluptuosidad.

53.2. Porque cuando la sensualidad llega hasta la saciedad, es capaz de brincar, de encabritarse y descabalgar al jinete, incluso al Pedagogo, que, desde hace tiempo, tirando de las riendas, guía y lleva a la salvación al caballo humano, es decir, la parte irracional del alma, que se transforma en bestia salvaje ante los placeres, ante los deseos censurables, ante las piedras preciosas, ante el oro, ante los coloreados vestidos y ante los demás objetos de lujo.

53.3. Tengamos sobre todo en la mente lo que se nos dice santamente: “Observen entre los gentiles una conducta ejemplar, a fin de que en aquello mismo en que los calumnian como malhechores, considerando sus buenas obras, glorifiquen a Dios” (1 P 2,12).

53.4. El Pedagogo nos permite que usemos un vestido sencillo, de color blanco, como antes hemos dicho (cf. II,108,1-3), para que, familiarizándonos, no con artificiosos productos, sino con la naturaleza que nos ha engendrado, rechacemos todo lo que es engañoso y contradice la verdad, y adoptemos el estilo sencillo e inequívoco de la verdad.

53.5. Sófocles, censurando a un jovenzuelo licencioso, dice: “Te distingues por tu atuendo mujeril” (Sófocles, Fragmentos, 769). Es propio del sabio, como del soldado, del marino y del magistrado, un vestido sencillo, decoroso y limpio.

Un vestido sencillo y de un color único

54.1. En el mismo sentido, la ley de Moisés, en las prescripciones relativas a la lepra, rechaza por impuro lo que es abigarrado y policromo, semejante a las moteadas escamas de la serpiente (cf. Lv 13,12-17). En efecto, considera que es puro aquel que no va vestido con profusión de colores, sino que ha llegado a ser todo blanco, de pies a cabeza, a fin de que, en la transformación corporal a la espiritual, despojada la doblez y malas pasiones del corazón (lit.: dianoia, de la inteligencia), amemos el color único, sencillo e inequívoco de la verdad.

54.2. El gran Platón, imitador también en esto de Moisés, aprueba aquel tipo de tejido que es fruto del trabajo de una mujer prudente. Dice: “El color blanco va bien como signo de veneración, sobre todo en el vestido; las tinturas, en cambio, no convienen sino a los adornos destinados a la guerra” (PLatón, Las Leyes, XII,956 A). El blanco es, por tanto, apropiado para los hombres pacíficos e iluminados (cf. Mc 9,3; Lc 9,29).

La moderación es un hábito que rechaza lo superfluo

55.1. Así como los signos, que están en conexión con sus causas, revelan por su presencia, o mejor, demuestran la existencia de lo que produce el efecto -por ejemplo, el humo manifiesta la existencia del fuego, el buen color y el pulso regular, la salud-, así también entre nosotros la vestidura blanca pone de manifiesto la índole de nuestras costumbres.

55.2. La castidad es pura y sencilla, porque la pureza es una virtud que dispone para un género de vida limpia, sin mezcla de torpeza; y la sencillez es una virtud que suprime lo superfluo.

55.3. Un vestido tosco, y sobre todo el de lana no cardada, protege el calor del cuerpo, un porque el vestido tenga el calor en sí mismo, sino porque bloquea el calor que tiende a salir del cuerpo, y le impide la salida; y si le llega algo de calor lo retiene, guardándolo dentro, y, caldeado él, calienta a su vez al cuerpo; de ahí que sea muy conveniente usar este tipo de vestido, que es moderado, en invierno.

55.4. La moderación es un hábito que no gusta de lo superfluo; admite aquello que basta para llevar una vida conforme a la razón, sana y feliz.

El cristiano debe revestirse de Cristo Jesús

56.1. Que la mujer use también un vestido sencillo y digno, más delicado del que conviene al hombre (cf. II,107,2), pero sin que le haga avergonzarse, ni esparza voluptuosidad por todas partes. Que los vestidos sean adecuados a la edad, a la persona (o: profesión), a los lugares, a la manera de ser y a las ocupaciones (cf. II,38,3; 43,2).

56.2. El divino Apóstol nos exhorta, con hermosas palabras: “Revístanse de Cristo Jesús y no se preocupen de la carne para satisfacer sus concupiscencias” (Rm 13,14).

56.3. El Verbo nos prohíbe hacer violencia a la naturaleza horadando los lóbulos de las orejas. ¿Y por qué no también la nariz? Para que se cumpla así aquel dicho [de la Escritura]: “Como anillo de oro en hocico de un cerdo, así es la belleza de la mujer malvada” (Pr 11,22).

56.4. En resumen, si alguien cree realzarse adornándose con oro, vale menos que el oro; y quien es menos que el oro no es señor de él. ¿No es absurdo reconocerse a sí mismo menos bello y valioso que el polvo [de oro] de Lidia?

56.5. Así como el oro se ensucia por la inmundicia del cerdo, que con su hocico revuelve el barro, así (las mujeres) desvergonzadas, excitadas por lo superfluo a llevar una conducta licenciosa, envilecen la verdadera belleza en el fango de los placeres amorosos.

El valor de un casto amor conyugal

57.1. Permite, sin embargo, [nuestro Pedagogo] que las mujeres lleven un anillo de oro, no como adorno, sino para sellar los enseres domésticos que deben ser especialmente guardados, es decir, para el gobierno y custodia de la casa. Si todos nos dejásemos educar no habría necesidad de sellos, porque entonces esclavos y señores serían igualmente justos. Pero, como la falta de educación genera una gran inclinación hacia la injusticia, tenemos necesidad de sellos.

57.2. Pero hay circunstancias en las que es oportuno bajar el tono, porque a veces hay que ser comprensivos con las mujeres que no han sido favorecidas con un esposo moderado y se adornan para coquetear con su marido. Pero que se limiten al amor de su propio marido.

57.3. Yo, desde luego, no desearía que cultivasen la belleza corporal, sino que se ganasen a sus maridos por medio de un casto amor conyugal, que es un remedio eficaz y justo. Por lo demás, cuando ellos quieran ser malvados (lit.: desgraciados) en el alma, hay que sugerirles a ellas, si desean ser castas, que calmen poco a poco las pasiones irracionales y los deseos animales de sus maridos.

57.4. Que les vayan conduciendo tranquilamente a la honestidad, acostumbrándoles poco a poco a la moderación. Porque la condición de honestidad no se adquiere por la sobrecarga de cosas, sino desprendiéndose de lo superfluo.

La nobleza de la verdad se encuentra en la belleza del alma

58.1. Como se cortan los extremos de las alas (a los pájaros), hay que recortar a las mujeres las riquezas fastuosas, porque engendran en ellas inconstante vanidad y frívolos placeres, que las estimulan y a menudo les dan alas para volar lejos del matrimonio. Por eso es necesario retenerlas dentro de un orden y constreñirlas por una casta moderación, no sea que por su vanidad se desvíen de la verdad. Pero es conveniente que los maridos que confían en sus esposas, les confieran el gobierno del hogar, como a colaboradoras que han recibido para este oficio (cf. Gn 2,18. 20).

58.2. Ahora bien, si por razones de seguridad hemos de sellar alguna cosa, sea por negocios en la ciudad o por otros trabajos en el campo, porque entonces estamos a menudo separados de nuestras mujeres, se nos permite el anillo también a nosotros, pero sólo para esto, como sello; los otros anillos están de más; porque, según la Escritura, “la educación es un adorno de oro para el hombre prudente” (Si 21,21).

58.3. Me parece que las mujeres adornadas con oro temen que, si se les quitan los objetos de oro, alguien las tome por esclavas, por ir sin esos adornos. Pero la nobleza de la verdad, que se encuentra en la belleza del alma, discierne al esclavo, no por la compra o por la venta, sino por su carácter servil; y nosotros, que hemos sido hechos y educados por Dios, no debemos parecer libres, sino serlo.

Los anillos con figuras grabadas

59.1. Así, entonces, el permanecer [quietos], el moverse, el caminar, el vestir; en una palabra, nuestra vida toda, debe ser en el más alto grado la que es propia de hombres libres. Los hombres no deben llevar su anillo en la articulación misma -esto es propio ele la mujer-, sino en el fondo del dedo meñique; de ese modo la mano estará lista para la acción, cuando la necesitemos; y así, el anillo no se caerá fácilmente, al quedar retenido por el nudo de la articulación mayor.

59.2. Que las figuras grabadas nuestros anillos sean la paloma (cf. Gn 8,8; Mt 3,16), el pez, la nave llevada por el viento, o la lira musical, como en el sello de Polícrates, o el ancla de un barco (cf. Hch 6,18-20; 1 P 3,1-4), que llevaba grabada Seleuco; y si alguno es pescador recordará al apóstol (cf. Mt 4,19) y a los niños sacados del agua. Pero no debemos grabar imágenes de ídolos, a los que hemos renunciado a vincularnos; ni una espada o un arco, porque nosotros andamos en busca de la paz (cf. Sal 33,15; Hb 12,14; 1 P 3,14); ni una copa, porque queremos ser sobrios.

La barba

60.1. Muchos licenciosos han grabado a sus amantes o a sus prostitutas (= hetairas), de suerte que no pueden olvidar, por más que quieran, las pasiones eróticas, por tener, por este continuo recuerdo de su desenfreno (cf. Pr 61,1-2).

60.2. Y he aquí mi opinión respecto al cabello: la cabeza de los hombres debe estar rapada, salvo si se tienen cabellos rizados; pero la barba debe ser espesa (cf. III,15,1-4; 19,1-4). Que los cabellos rizados no lleguen por debajo de la cabeza, asemejándose a los rizos femeninos, porque a varón los hombres les basta con ser barbudos (Homero, Odisea, IV,456).

60.3. Aunque uno se rasure la barba, no está bien afeitársela del todo, porque es un espectáculo vergonzoso; y también es reprobable afeitarse la barba a ras de piel, por ser una acción semejante a la depilación y a hacerse imberbe.

60.4. Así, el salmista, deleitándose por la barba de su cara, exclama: “Como el aceite perfumado que desciende por la barba, la barba de Aarón” (Sal 132,2). Con la repetición de la palabra, exalta la excelencia de la barba, y llena de luz su rostro con el ungüento del Señor.

El aspecto externo

61.1. El corte de pelo debe hacerse no en aras de la belleza, sino por causa de las circunstancias (o: por razón de lo que hay [que ver] alrededor); que se corten para que, cuando crezca, no descienda hasta impedir la vista; asimismo, también conviene cortar los pelos sobre el labio superior, puesto que se ensucian al comer; y hay que hacerlo, no con navaja de afeitar -que es algo vulgar-, sino con las tijeras de barbero; deben dejarse en paz los pelos de la barba del mentón, ya que, lejos de causar alguna molestia, contribuyen a dar al rostro un aire de gravedad y noble prestancia.

61.2. Para muchos, su aspecto externo, fácilmente reconocible, los aleja del pecado; en cambio, a quienes desean pecar abiertamente, les resulta muy agradable tener un aspecto que no llame la atención, ocultos en el cual, les es posible obrar mal sin ser conocidos, por ser semejantes a la mayoría, pueden pecar sin temor.

El cuidado de los cabellos

62.1. La cabeza rapada no sólo muestra al hombre austero, sino que hace al cráneo insensible, acostumbrándolo al frío y al calor; y evita las molestias de uno y otro, que afectan en cambio a una cabellera abundante, que los atrae cual esponja, introduciendo en la cabeza el constante efecto nocivo de la humedad (cf. III,11,2).

62.2. A las mujeres les basta con suavizar sus cabellos y recogerlos sencillamente con un broche sin adorno junto al cuello, y así dejan crecer con un cuidado sencillo sus castos cabellos, hasta alcanzar una belleza natural (cf. III,11,2).

62.3. Al contrario, trenzar los cabellos como hacen las hetairas y atarlos con sus trenzas, además de mostrar la corrupción de esas mujeres, los cortan, porque se los arrancan con complicadas trenzas; razón por la que no se atreven a poner las manos en sus cabezas por miedo a despeinar su tocado. Además, duermen sobresaltadas por temor a deshacer, en un momento de descuido, la forma de sus trenzas.

Pelucas y tinturas

63.1. Debe desecharse totalmente el uso de cabellos postizos (o: pelucas), porque es francamente impío colocar en la cabeza cabellos de otro, revistiendo así el cráneo con trenzas de muertos. En efecto, ¿a quién impondrá su mano el presbítero? ¿A quién bendecirá? No, desde luego, a la mujer así adornada, sino a los cabellos ajenos y, a través de ellos, a la cabeza de otra.

63.2. Y si “el varón es cabeza de la mujer, y Cristo es cabeza del varón” (1 Co 11,3), ¿cómo no será una acción impía que éstas cometan un doble pecado? Puesto que engañan a los otros, a sus maridos, con su falsa cabellera, y afrentan al Señor, en cuanto está de su mano, al acicalarse como hetairas simulando la verdad y ultrajando la cabeza, que es realmente hermosa.

63.3. Tampoco deben teñirse los cabellos (cf. II,65,1; III,16,4; 17,1-2), ni cambiar el color de las canas, de la misma manera que tampoco está permitido teñir el vestido. Y, sobre todo, no debe ocultarse la edad senil, que inspira veneración y confianza, sino que debe mostrarse a plena luz este don valioso de Dios, para que sea venerado por los jóvenes.

63.4. Además, en ocasiones, la aparición de un hombre canoso que se presenta como pedagogo convierte al instante a los desvergonzados a la templanza, y con el fulgor de su mirada paraliza el ardor juvenil de las pasiones.

El ser humano es una hermosa imagen del Verbo

64.1. Las mujeres no deben maquillar su rostro con las sutilezas de un artificio malvado. Propongámosles una cosmética basada en la moderación. Como hemos venido diciendo a menudo (cf. II,121,2; III,4,1; 20,6), la mejor belleza es la del alma, cuando está adornada del Espíritu Santo que le infunde sus luminosos dones: justicia, prudencia, fortaleza, templanza, amor al bien y pudor; jamás se ha visto una flor con tan bellos colores.

64.2. Luego, recomendamos el cuidado de la belleza corporal: “La simetría de los miembros, la proporción y el color” (Filón de Alejandría, Cuestiones sobre el Génesis, IV,99,323; Sobre la vida de Moisés, VI,54). El cuidado de la salud tiene aquí su sitio; por el cual se produce el paso de la imagen falsa a la verdadera, según la forma que nos ha sido dada por Dios. La sobriedad en la bebida y el equilibrio de los alimentos contribuyen en gran medida a la belleza natural, ya que no sólo proporcionan la salud al cuerpo, sino que hacen que su belleza resplandezca.

64.3. En efecto, el calor (lit.: lo ardiente) da al cuerpo una tez viva y brillante; la humedad, clara y graciosa; la sequedad, vigor y robustez; y el aire le da buena respiración y el equilibrio. De todas estas cosas se adorna esta armoniosa y bella imagen del Verbo. La belleza es la noble flor de la salud; ésta opera dentro del cuerpo, y aquélla, brotando como una flor fuera de él, la muestra abiertamente en una hermosa tez.

Utilidad de las actividades corporales

65.1. Los ejercicios corporales moderados constituyen el modo más bello e higiénico de producir la auténtica y duradera belleza, ya que el calor atrae hacia sí a toda la humedad y la respiración atrae hacia sí el frío. El calor, efectivamente, producido por el movimiento atrae hacia sí, una vez recalentado, el excedente de la alimentación, y lo hace vapor poco a poco a través de la carne misma, gracias a cierta cantidad de humedad, pero con mucho más calor.

65.2. Por esa razón, es evacuado el primer alimento que se toma.; y si el cuerpo está inmóvil, los alimentos ingeridos no son asimilados, sino eliminados, como cuando se saca el pan de un horno frío, sale o todo entero o queda sólo lo del fondo.

65.3. Es natural que los que ingieren mucho alimento sin asimilarlo tengan en sus evacuaciones un exceso de orina y excrementos, como asimismo de otros residuos, y, además, sudor; porque el alimento no es asimilado por el cuerpo, sino que es expulsado como las cosas superfluas.

Se debe preferir el arte del creador divino

66.1. A partir de aquí se desencadenan los impulsos lascivos, cuando el excedente de los humores fluye hacia los órganos genitales. Por esto, con movimientos moderados deben disolverse estos excedentes y canalizarlos hacia la digestión, merced a la cual la belleza física adquiere el color sonrosado.

66.2. Resulta absurdo, ciertamente, que las que han sido creadas “a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,26), utilicen, como si quisieran ultrajar a su arquetipo (cf. I,97,2; 98,3), un arte de embellecerse extraño, y prefieran el mal arte humano al arte creador divino.

66.3. El Pedagogo las exhorta a que avancen “con un vestido decente, y que se adornen con el pudor y la modestia” (1 Tm 2,9); “sometiéndose a sus propios maridos, a fin de que, si algunos de ellos no obedece al Verbo, sin palabras sean aventajados por el comportamiento de sus mujeres, al ver -prosigue- su santa forma de vivir en el Verbo. Su adorno ha de ser, no el exterior, con trenzas de cabellos y aderezos de oro o gala de vestidos, sino el hombre escondido en el corazón, ataviado con la incorruptibilidad de un espíritu apacible y sosegado, que es precioso a los ojos de Dios” (1 P 3,1-4).

El trabajo de la mujer

67.1. Por otra parte, el trabajo personal reporta a la mujer, de forma especial, la belleza auténtica; ejercitando su propio cuerpo y adornándolo por sí misma, sin añadir adorno alguno fruto del esfuerzo ajeno, que no adorna, vulgar y propio de una hetaira, sino el que es propio de una mujer prudente, elaborado y tejido con sus propias manos (cf. Pr 31,13. 19), sobre todo cuando está necesitada. Es preciso que las mujeres que viven según Dios, se muestren adornadas no con objetos adquiridos en el mercado, sino confeccionados en su propio hogar.

67.2. El mejor trabajo es que la mujer hogareña se vista a sí misma y a su marido con adornos confeccionados por ella misma (cf. Pr 31,21-22), motivo de gozo para todos: los hijos, de su madre; el esposo, de su mujer; ésta, de todos ellos; y todos, en definitiva, de Dios (cf Pr 31,28).

67.3. En una palabra, “tesoro de virtud es la mujer fuerte” (Alejandro el Cómico, Fragmentos, 5), que “no come ociosa el pan” (Pr 31,27), y en su boca están los preceptos sobre la limosna; la que “abre su boca con sabiduría y discreción” (Pr 31,25), “y cuyos hijos la proclamaron dichosa, como dice el santo Verbo por boca de Salomón, y su marido la colmó de alabanzas” (Pr 31,28); “porque la mujer piadosa es bendecida, y ella misma alaba el temor de Dios” (Pr 31,30). Y de nuevo: “Una mujer fuerte es la corona de su marido” (Pr 12,4).

Las ataduras de la castidad

68.1. Deben cuidarse, lo mejor posible, los gestos, las miradas, la forma de caminar y la voz. No como algunas que, imitando a los comediantes y conservando los ademanes afeminados de los bailarines, para hacerse notar en las reuniones adoptando un cierto aire afeminado, con pasos voluptuosos, con voz afectada, con mirada lánguida, preparadas para ser cebo del placer.

68.2. “De los labios de una mujer disoluta destila miel, que, con su grácil hablar, unge tu garganta; pero, a la postre, la encontrarás más amarga que la hiel y más hiriente que una espada de doble filo. En efecto, los pies de la insensata conducen, tras la muerte, al Hades a quienes la frecuentan” (Pr 5,3-5).

68.3. Por ejemplo, la prostituta venció al noble Sansón (cf. Jc 14,15. 17); y otra mujer acabó con su fuerza (cf. Jc 16,17-19). En cambio, ninguna mujer logró engañar a José, sino que la prostituta egipcia fue vencida (cf. Gn 39,7-30); y así las ataduras de la castidad se manifiestan superiores al poder sin trabas.

Cuidar las miradas

69.1. Esto está muy bien expresado en aquel pasaje: “Yo no sé en absoluto murmurar ni, girando el cuello, hasta casi romperlo, andar un paso, como muchos otros depravados (o: invertidos) que veo por aquí, en la ciudad, untados de pez para ser depilados” (Anónimo, Fragmentos, 339).

69.2. Los ademanes afeminados, delicados y voluptuosos deben eliminarse del todo. La languidez del movimiento en el andar, y el “lento caminar”, como dice Anacreonte (Fragmentos, 168), es, sin duda, propio de las hetairas; al menos ésta es mi opinión. Un comediógrafo dice: “Ya es hora de rechazar los pasos de las prostitutas y la vida fácil” (Anónimo, Fragmentos, 168).

69.3. “Los pasos de las prostitutas no se apoyan en la verdad, porque no se dirigen por los caminos de la vida; sus senderos son resbaladizos, difíciles de reconocer” (Pr 5,5-6). De manera muy especial hay que guardar la vista, porque es mejor resbalar con los pies que con la mirada.

La buena y la mala mirada

70.1. En efecto, el Señor, en un abrir y cerrar de ojos, cura esta enfermedad cuando dice: “Si tu ojo te escandaliza, arráncalo” (Mt 5,29; 18,9; Mc 9,47), extirpando la concupiscencia desde sus raíces. Las miradas lascivas y el guiñar el ojo, es decir, el parpadeo, no es sino fornicar con los ojos (cf. Mt 5,28), porque el deseo lanza desde lejos, a través de ellos, sus ataques. Porque, antes que cualquier parte del cuerpo, se corrompen los ojos.

70.2. “El ojo que contempla cosas hermosas alegra el corazón” (Pr 15,30), es decir, que alegra el corazón del que ha aprendido a mirar honestamente, pero “el que hace guiños maliciosamente con los ojos acumula desgracias para los hombres” (Pr 10,10).

70.3. Así representan al afeminado Sardanápalo, rey de los asirios, que, sentado con los pies en alto sobre su lecho, cardaba la púrpura y ponía sus ojos en blanco.

70.4. Las mujeres que así se comportan se prostituyen con sus propios ojos. Porque, como dice la Escritura, “el ojo es la lámpara del cuerpo” (Mt 6,22; cf. Lc 11,34), y por él se muestra lo interior, iluminado por la luz visible. “La deshonestidad (porneia) de la mujer se pone de manifiesto en la altivez de sus ojos” (Si 26,9).

La mujer insensata

71.1. “Mortificad, por tanto, sus miembros terrenales: la fornicación, la impureza, la pasión, el mal deseo y la codicia, que es una idolatría, acciones por las cuales se desata la ira de Dios” Col 3,5-6), exclama el Apóstol; pero nosotros atizamos nuestras pasiones y no sentimos vergüenza.

71.2. Algunas de estas mujeres “mascando goma” (Anónimo, Fragmentos, 338; cf. III,15,1), yendo de un lado para otro, haciendo muecas a los que se cruzan con ellas; otras, como si no tuviesen dedos, se rascan vanidosamente la cabeza con las horquillas que llevan consigo, y se las procuran de caparazón de tortuga o de marfil, o de algún otro animal muerto.

71.3. Otras, como si tuviesen eczemas, para complacer a los mirones, embadurnan su cara con ungüentos de vivos colores.

71.4. Por boca de Salomón, (la Escritura) denomina a este tipo de mujer: “Insensata, descarada, sin vergüenza; se sienta a la puerta de su casa en una silla, llamando descaradamente a los viandantes, a los que siguen recto su camino”, diciéndoles claramente con su actitud y con su vida toda: “¿Quién es el más necio de ustedes? Que venga a mí” (Pr 9,16-17). Y a los insensatos los exhorta diciendo: “Tomen con placer el pan escondido, y el agua dulce robada” (Pr 9,13-15); “el agua robada se refiere a Afrodita” (Píndaro, Fragmentos, 217).

Dios humillará a las hijas de Sión

72.1. Apoyándose en este texto, el beocio Píndaro habla de lo “dulce que es la furtiva solicitud por Cipris” (= Afrodita; Píndaro, Fragmentos, 217). “Pero el infeliz no sabe que los hijos de la tierra perecerán por Afrodita, y que él la encontrará en lo profundo del Hades. Pero, ¡huye! -dice el Pedagogo-, no detengas en ella tu mirada, así podrás atravesar el agua ajena y vadear el Aqueronte” (Pr 9,18).

72.2. Por eso el Señor, por boca de Isaías, dice: “Por cuanto las hijas de Sión caminan con la cabeza erguida, guiñando los ojos, arrastrando sus mantos al caminar y jugando con sus pies, Dios humillará a las hijas de Sión y denunciará su condición” (Is 3,16-17), su vergonzosa condición (cf. III,71,4).