OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (98)

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El bautismo de Cristo
Hacia 1430-1450
Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO TERCERO

Capítulo IX: Los motivos para admitir el baño

   Condiciones que deben regir el uso de los baños

46.1. Cuatro son los motivos para tomar el baño (en mi digresión me aparté del tema [cf. III,31,1--33,3; III,40,3]): higiene, o calor, o salud o, finalmente, placer. En verdad, no debe uno bañarse por placer, porque debe excluirse totalmente el placer vergonzoso. Las mujeres pueden tomarlo por razones de limpieza y de salud; los hombres, en cambio, sólo por motivos de salud.

46.2. Resulta superfluo el baño para calentarse, cuando son posibles otros procedimientos para reanimar el organismo agarrotado por el frío. El uso frecuente del baño debilita el vigor, relaja la tensión física y, la mayoría de las veces, lleva a la debilidad y al desmayo.

46.3. Porque, en cierto modo, los cuerpos, al igual que los árboles, no beben sólo por la boca, sino que, durante el baño, beben por todo el cuerpo, según se dice, por la apertura de los poros. He aquí una prueba de ello: los sedientos sienten, a menudo, calmada su sed después de sumergirse en el agua.

46.4. Ahora bien, si el baño comporta alguna utilidad, no debemos permitir que nos esclavice. Los antiguos llamaban a los baños talleres de lavandería (lit.: lugar o instrumento para golpear, prensar) de los hombres, ya que, más rápidamente de lo que conviene, arrugan el cuerpo y lo envejecen por cocción, como sucede con el hierro, puesto que la carne se reblandece por el calor. De ahí que necesitemos, como el hierro, ser sumergidos y templados en el agua fría.

El Verbo debe lavar nuestras almas

47.1. Ciertamente, no debe uno bañarse en todo momento, sino que debemos rehusar el baño cuando se tiene el estómago vacío, o excesivamente lleno; además, hay que tener en cuenta la edad del cuerpo y la estación del año, porque no siempre, ni a todos aprovecha (el baño), según afirman los sabios que entienden de eso.

47.2. Para nosotros basta la justa proporción, a la que, en todas las circunstancias de nuestra vida, apelamos como auxiliadora. En efecto, no debemos pasar tanto tiempo en el baño que necesitemos de un guía; ni tampoco debemos bañarnos tan continua y frecuentemente a lo largo del día, como frecuentamos el ágora (o: la plaza).

47.3. Consentir en hacerse verter agua por muchos esclavos es signo de orgullo frente al prójimo, y es propio de quienes pretenden ser superiores por el lujo, y no quieren comprender que el baño debe ser común e igual para todos los que se bañan.

47.4. Es necesario, de manera muy especial, lavar el alma con el Verbo purificador y, a veces, el cuerpo, ya sea de la suciedad que se le adhiere, ya sea para relajarlo de las fatigas. Dice el Señor: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas! Porque son semejantes a sepulcros blanqueados; por fuera parece un sepulcro hermoso, pero por dentro está repleto de huesos de cadáveres y de toda inmundicia” (Mt 23,27).

El baño que lava las impurezas del alma

48.1. Y, de nuevo, les dice: “¡Ay de ustedes, que purifican el exterior del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de suciedad! Limpia primero el interior del vaso, para que lo de fuera también esté limpio” (Mt 23,25-26).

48.2. El mejor baño, en definitiva, limpia las impurezas del alma: es un baño espiritual (cf. I,50,3), del cual, precisamente, la profecía dice: “El Señor lavará la suciedad de los hijos y de las hijas de Israel, y los purificará de la sangre que hay en medio de ellos” (Is 4,4), la sangre de la iniquidad (cf. 1 P 1,18-19) y la de matanza de los profetas (cf. Mt 23,37; Lc 13,34).

48.3. El Verbo añade la forma en que se va a realizar dicha purificación diciendo: “Con espíritu de juicio y con espíritu de fuego” (Is 4,4). En cambio, el baño del cuerpo, el que lava la carne, se realiza sólo con agua, como ocurre las más de las veces en el campo, donde no hay establecimientos de baños.

Capítulo X: También pueden permitirse los ejercicios gimnásticos a quienes viven conforme al Verbo

   La tarea de la mujer en el hogar

49.1. A los adolescentes les basta el gimnasio (cf. III,20,2), aunque haya (en el lugar) un baño; y en efecto, no hay inconveniente en que estos ejercicios [gimnásticos] sean permitidos a los varones y que los consideren del todo preferibles a los baños, porque en los jóvenes contribuyen a la salud y estimulan su celo y su emulación para cuidar, no solamente del vigor físico, sino también del valor [del alma]. Y esto  es agradable y no es nocivo, si se hace sin distraernos de las realidades superiores.

49.2. Las mujeres no deben ser excluidas de los ejercicios corporales fatigosos, pero no se las debe incitar a la lucha y a la carrera, sino a que se ejerciten en los trabajos de hilar y tejer, y en ayudar a la cocinera si fuese necesario.

49.3. Las mujeres deben sacar de la despensa, con sus propias manos lo que necesitamos, y no es deshonroso para ellas dedicarse a la molienda. Y ocuparse de la comida, para complacer al marido, tampoco desdice de una esposa que es su colaboradora y señora de la casa (cf. Gn 2,18).

49.4. Si sacude con brío el colchón por sí misma, ofrece bebida a su esposo sediento y le sirve la comida, hará sin duda el ejercicio más honorable y provechoso para una buena salud.

49.5. El Pedagogo se complace en una mujer así, que “extiende sus brazos hacia cosas útiles, aplica sus manos al huso; abre sus manos al desvalido y tiende sus brazos al pobre” (Pr 31,19-20); ésta [mujer], emulando a Sara, no se avergüenza del más hermoso de los servicios: socorrer a los viajeros. A ésta [Sara] le dijo Abrahán: “Apresúrate y amasa tres medidas de flor de harina y cuece en el rescoldo unos panes” (Gn 18,6).

49.6. “Raquel, hija de Labán, dice [la Escritura], venía con el ganado de su padre. Y esto no es todo: para enseñarnos la modestia, agrega: “Porque apacentaba ella misma el ganado de su padre” (Gn 29,9).

Importancia del trabajo

50.1. Son innumerables los ejemplos de frugalidad y de trabajo personal que ofrecen las Escrituras (cf., p. ej., Gn 1,28; Hch 18,3; 1 Ts 2,8), y también ejemplos de ejercicios gimnásticos. En cuanto a los hombres, que algunos se ejerciten desnudos en la lucha; que otros jueguen con una pequeña pelota a la “phaininda” (= jugar a la pelota), preferentemente al sol; otros que se conformen con un paseo, caminando por el campo o yendo a la ciudad.

50.2. Y si quieren, que echen mano a la azada: esta no es una ocupación vil que procure una ganancia accesoria por un ejercicio propio de campesinos. Pero por poco me olvido de aquel célebre Pitaco, rey de los Mitilenos, que practicaba un vigoroso ejercicio aplicándose al molino. Es bueno sacar el agua por sí mismo, y cortar la leña que se va a necesitar.

50.3. “Jacob apacentaba el resto del ganado de Labán” (Gn 30,36 ss.), y tenía como símbolo regio un “bastón de estoraque” (Gn 30,37), porque intentaba perfeccionar la naturaleza por medio del leño. Para muchos, la lectura en voz alta es también un buen ejercicio.

La mesura en todas las actividades

51.1. En cuanto a la lucha atlética -que hemos admitido- no se practique por una vana emulación, sino para la secreción de los sudores viriles. No debe buscarse lo que mira al artificio y a la exhibición, sino al ejercicio de la lucha a pie, con movimiento de cuello, manos y caderas. Porque tal ejercicio, realizado con decoroso esfuerzo, es más elegante y viril, ya que se ordena a la adquisición de un vigor útil y conveniente; pero aquellos otros ejercicios gimnásticos denuncian una actitud impropia de hombres libres.

51.2. Hay que actuar en todo con mesura. Porque, así como es excelente hacer ejercicio físico antes de la comida, realizar un esfuerzo excesivo es muy malo, extenuante y dañino para la salud. En conclusión, no conviene estar completamente inactivo ni excesivamente ocupado.

51.3. Así como dijimos antes, a propósito de la comida (cf. II,1; III,27,1 ss.; III,51,2), es necesario, de modo análogo, que en todo y por doquiera, no vivamos para el placer, ni llevemos una forma de vida intemperante; ni tampoco la contraria, es decir, de excesivo rigorismo; sino la de en medio: la que sea moderada y templada (lit.: pura), alejada por igual de ambos extremos viciosos: de la intemperancia y del rigor.

La mejor pesca

52.1. Así, entonces, como antes hemos dicho (cf. III,49,3-6; 50,1), hacer cosas por sí mismo es un ejercicio gimnástico sencillo: por ejemplo, calzarse, lavarse los pies, incluso friccionarse después de haberse untado con aceite; corresponder con el mismo servicio a quien nos ha dado masajes es un ejercicio de justicia conmutativa, como lo es también pasar la noche con un amigo enfermo, prestar ayuda al inválido y asistir al necesitado [de comida].

52.2. “Abrahán, dice (la Escritura), ofreció a los tres comida bajo el árbol, y estuvo con ellos mientras comían” (Gn 18,8). También la pesca es un ejercicio útil, como lo fue para Pedro (cf. Jn 21,3), si las ocupaciones necesarias, es decir el estudio que debemos practicar con la ayuda del Verbo, nos dejan tiempo para ella. Pero la mejor pesca es aquella con la que el Señor gratificó al discípulo, cuando le enseñó a pescar hombres (cf. Mt 4,19; Mc 1,17; Lc 5,10), como se pescan peces en el agua.