OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (97)

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Adoración de los Magos
Siglo XIV
París
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO TERCERO

Capítulo VI: Sólo el cristiano es rico

   El cristiano atesora riquezas en el cielo

34.1. Debemos adquirir las riquezas de una manera razonable, y hacer partícipes de ellas a los demás con generosidad, no por interés, ni por ostentación, y no cambiar el amor a lo bello por el amor a sí mismo y por lo grosero, no sea que alguien nos diga: “Su caballo está valorado en quince talentos, o su campo, o su esclavo o su oro, pero él vale tres piezas de bronce”.

34.2. Es decir, quita el maquillaje a las mujeres, y los esclavos a sus amos, y verás que los amos no se diferencian en nada de los esclavos que ha comprado; ni por su aspecto, ni en su mirada, ni en su voz; por tanto, se asemejan a sus criados. Es más, se diferencian de sus esclavos por el hecho de ser más débiles y más propensos a las enfermedades.

34.3. Conviene, entonces, tener siempre presente esta magnífica sentencia: “El hombre bueno, si es prudente y justo, atesora riquezas en el cielo” (cf. Mt 6,20; 19,21; Platón, Las Leyes, II,660 E). Éste, vendiendo los bienes terrenales y dando su importe a los necesitados, encuentra un tesoro imperecedero, donde no existe polilla ni ladrón (cf. Mt 19,21; Mc 10,21; Lc 18,22).

34.4. Este hombre realmente bienaventurado, por más insignificante, enfermo y despreciable que parezca, posee, en verdad, el mayor de los tesoros. Ahora bien, aunque aventajare en riquezas a Cínyras y a Midas, si es injusto y soberbio, como aquel que se vestía voluptuosamente de púrpura y de lino y despreciaba a Lázaro (cf. Lc 16,19 s.), ése es desgraciado, anda afligido y no vivirá.

La verdadera riqueza

35.1. La riqueza se asemeja, según creo, a una serpiente, que, si uno no la sabe capturar sin sufrir ningún percance, alzando el reptil por la punta de la cola, se enroscará en su mano y lo morderá. Así, la riqueza, enroscándose en torno a su poseedor, experto o inexperto, ataca y muerde; salvo que se sirva de ella con gran prudencia, y con destreza tome a la fiera, sometiéndola con el encantamiento del Verbo, y permaneciendo él mismo impasible.

35.2. Según parece, olvidamos que es rico sólo quien posee las cosas de más elevado precio: y las de más alto precio no son las piedras preciosas, ni la plata, ni los vestidos, ni la belleza corporal, sino la virtud, que es la palabra transmitida por el Pedagogo para que lo pongamos en práctica.

35.3. Esta palabra es la que repudia la molicie, la que exhorta al trabajo personal al servicio de los demás, la que celebra la frugalidad, hija de la templanza. Dice la Escritura: “Reciban la enseñanza y no la plata, y el saber, que es mejor que el oro fino; porque la sabiduría vale más que las piedras preciosas, y ninguna de las cosas se le puede comparar” (Pr 8,10-11). Y de nuevo: “Mejor es mi fruto que el oro, las piedras preciosas y la plata; los bienes que de mi proceden son mejores que la plata escogida” (Pr 8,19).

35.4. Y si aún hay que hacer más distinciones, es rico el que mucho posee, el que está cargado de oro, como una maleta sucia; mientras que el justo es honorable, porque la honradez es mantener el buen orden en la administración y en la generosidad.

35.5. “Los que siembran son quienes recogen los mejores frutos” (Pr 11,24); de ellos está escrito: “Fue generoso y distribuyó a los pobres; su justicia permanece para siempre” (Sal 111,9; 2 Co 9,9). De modo que no es rico el que tiene y conserva, sino el que comparte. Y es la participación, y no la posesión, la que hace a uno feliz (cf. Hch 20,35).

El Verbo es el más estimable de todos los tesoros

36.1. La generosidad es fruto del alma; de ahí que la riqueza tiene su sede en el alma. Pero los bienes verdaderos sólo pueden ser adquiridos por los buenos, y los buenos son los cristianos. El hombre insensato o intemperante no puede tener sentido de lo bueno, ni tampoco obtener su posesión. Únicamente los cristianos pueden poseer los verdaderos bienes. Además, nada hay más preciado que estos bienes; en consecuencia, sólo ellos son ricos.

36.2. En efecto, la verdadera riqueza es la justicia, y el Verbo el más estimado de todos los tesoros; una riqueza que no se aumenta con los animales y las fincas, sino que es dada por Dios; una riqueza inapreciable -sólo el alma es su tesoro-, excelente posesión para quien la posea, y la única capaz de hacer al hombre verdaderamente feliz.

36.3. Quien no desea nada de lo que no está a su alcance, y desea todo aquello que posee, incluso lo que santamente desea puede obtenerlo con solo pedirlo a Dios, ¿cómo no va a ser rico y no va a poseerlo todo, si tiene a Dios, el tesoro eterno? “A todo el que pide, dice (la Escritura), se le dará, y al que llama se le abrirá” (Mt 7,7; Lc 11,9 s.). Si Dios no niega nada, el que es piadoso lo posee todo.


Capítulo VII: La frugalidad es un buen viático para el cristiano

   El ser humano fue creado para deleitarse en la belleza

37.1. Una vida de lujo, entregada a los placeres, termina para los hombres en un terrible naufragio. En efecto, esta vida placentera y mezquina que muchos llevan es ajena al verdadero amor a la belleza y a los nobles placeres. Porque el hombre es, por naturaleza, un animal excelso y de elevados sentimientos que busca lo bello (kalós; otra traducción: el bien), como criatura que es del Único Bueno (o: Bello); pero, una vida dedicada al vientre es para él deshonrosa, ignominiosa, torpe y ridícula.

37.2. El polo más opuesto a la divina naturaleza es el amor al placer, es decir, comer como los gorriones y copular como los cerdos y los machos cabríos. Considerar el placer como un bien es propio de una completa ignorancia; y el amor a las riquezas desvía al hombre de una vida recta, persuadiéndole a no avergonzarse de las acciones deshonrosas; “como si sólo tuviera capacidad de comer cualquier cosa, como las fieras, de beber de la misma manera y de saciar, sea como sea, sus ansias de placer” (Platón, Las Leyes, VIII,831 D-E).

37.3. Por esa razón, difícilmente heredará el reino de Dios (cf. Mt 19,23; Mc 10,24; Lc 18,24; 1 Co 15,10). ¿A qué se debe tanta preparación de alimentos, sino para llenarse el vientre? La inmundicia de la glotonería queda manifiesta en las cloacas, en donde nuestros vientres expulsan los residuos de los alimentos (cf. Mt 15,17).

37.4. ¿Por qué reúnen a tantos coperos, pudiendo satisfacer la sed con una sola copa? ¿Para qué los guardarropas? ¿Para qué los objetos de oro? ¿Para qué los adornos? Esto está preparado para los ladrones de vestidos, para los malhechores y para los ojos ávidos (cf. Mt 6,20). “Que la limosna y la fidelidad no te abandonen”, dice la Escritura (Pr 3,3 [LXX]).

Importancia del trabajo y la sencillez en la vida del cristiano

38.1. Y he aquí que tenemos un buen ejemplo de frugalidad en el tesbita Elías, cuando “se sentó debajo de una retama”, y el ángel le trajo comida: “un pan cocido bajo cenizas y un jarro de agua” (1 R 19,4. 6). Ése es el alimento que el Señor le envió.

38.2. Así entonces, nosotros que caminamos hacia la verdad (cf. Jn 14,6), debemos estar preparados (cf. Ex 12,11): “No lleven bolsa, ni saco, ni calzado” (Lc 10,4), dice el Señor; es decir, no posean aquella riqueza que se guarda sólo en una bolsa, ni llenen sus graneros, como si colocaran en el saco la semilla, sino compártanla con los necesitados. No se provean de yuntas, ni de servidores, como lo son -alegóricamente- los calzados de viaje de los ricos, porque son demasiado pesados.

38.3. Debemos dejar de lado los excesivos bagajes: los vasos de plata y de oro y la ingente multitud de criados, y llevar con nosotros los buenos y venerables compañeros de viaje recomendados por el Pedagogo: el trabajo personal y la sencillez. Debemos también caminar en armonía con el Verbo. Y si uno tiene mujer e hijos; la casa no debe ser para él ningún obstáculo, si realmente ha aprendido a seguir a un guía tan sabio.

Quien posee al Verbo, nunca carece de lo necesario

39.1. Hay que equiparse también para el camino con una mujer que ame a su marido. Y de forma semejante, un marido que lleve como hermoso equipaje para el viaje hacia el cielo, la simplicidad junto a una prudente gravedad. Como el pie es la medida del zapato, así también el cuerpo es la medida de las posesiones de cada uno. Lo superfluo, es decir, las joyas y el ajuar de los ricos son una carga, no un adorno para el cuerpo.

39.2. Es necesario que el que se esfuerza por alcanzar el cielo lleve consigo la beneficencia como un hermoso bastón (cf. Mt 11,12; Lc 16,16), y que comparta (lo que tiene) con los necesitados, para poder tener parte en el verdadero reposo. En efecto, la Escritura afirma que “la propia riqueza es el rescate del alma del hombre” (Pr 13,8), es decir, que si es rico, se salvará por las riquezas que haya compartido.

39.3. Porque, así como el agua que mana naturalmente de los pozos, aunque se saque, mantiene siempre el mismo nivel, así, la generosidad, que es fuente de benevolencia, al dar de beber a los sedientos, crece de nuevo y se llena; al igual que suele afluir la leche a los pechos ordeñados y exprimidos.

39.4. Quien posee al Verbo Dios omnipotente, nunca carece de lo necesario, porque el Verbo es una riqueza inagotable, y es causa de toda abundancia.

El Verbo actúa con nosotros como un Pedagogo

40.1. Y si alguien afirma haber visto con frecuencia al justo necesitado de pan, esto es francamente raro (cf. Sal 36,25), y sólo se da allí donde no hay otro justo. No obstante, que lea aquello de: “No sólo de pan vivirá el justo, sino de la palabra del Señor” (Mt 4,4; Lc 4,4; cf. Dt 8,3), que es el pan verdadero, el pan del cielo (cf. Sal 77,24; 104,40; Jn 6,31-32).

40.2. El hombre bueno no necesita nada mientras mantenga a salvo su adhesión a Dios. Puede pedirle todo lo que necesite (cf. Mt 7,7; Mc 11,24; Lc 11,9; Jn 14,13; 16,23) y recibirlo del Padre de todas las cosas y gozar de los bienes propios, si se es fiel al Hijo. También es posible esto: no sentir ninguna necesidad.

40.3. Este Verbo que obra con nosotros como Pedagogo, nos da la riqueza; y esta riqueza no suscita la envidia de quienes tienen de Él lo necesario. Quien posee dicha riqueza, heredará el Reino de Dios (cf. Mt 19,23-24).


Capítulo VIII: Las imágenes y los ejemplos son una parte muy importante de la recta enseñanza

   La virtud de la sencillez

41.1. Si alguno de ustedes abandona definitivamente el lujo, alimentado en la simplicidad, se ejercitará con facilidad en soportar las dificultades involuntarias, imponiéndose continuamente las pruebas voluntarias con el fin de entrenarse para las persecuciones, de forma que, cuando se enfrente con los trabajos necesarios, los temores y las penalidades, no se encuentre desentrenado para afrontarlos. Por eso no tenemos patria en la tierra, de modo que podamos despreciar los bienes terrenales.

41.2. La sencillez (eyteleia) es la mayor riqueza, y permite siempre hacer frente a los gastos necesarios mientras sean necesarios. En efecto, los gastos son telé (lit.: perfectos; las contribuciones).

41.3. Acerca de cómo debe la mujer convivir con su marido, y de lo relativo a su trabajo personal, al cuidado de la casa, al trato de los sirvientes, así como también a la época para casarse, y, en fin, todo lo que conviene a las mujeres, lo tratamos al referirnos al matrimonio. Ahora, debemos exponer lo que compete a la buena educación, esbozando una descripción de la vida de los cristianos.

41.4. La mayor parte de ello ya se han dicho y expuesto, de modo que nos limitaremos a añadir lo que resta por decir. Los ejemplos no son de escasa importancia en orden a la salvación. “Mira -dice la Tragedia-, a la mujer de Ulises no la mató Telémaco, porque no añadió boda sobre boda; sino que en su palacio el lecho nupcial permanece inviolado” (Eurípides, Orestes, 588-590). Alguien, reprochando el desenfrenado adulterio, mostraba, como un hermoso ejemplo de continencia, el amor al marido.

41.5. Los espartanos obligaban a los hilotas -así se llamaba a los esclavos- a embriagarse, permaneciendo ellos sobrios, para que la misma imagen de la embriaguez, les sirviera de remedio y advertencia.

“Los discípulos obedecieron al Verbo”

42.1. Observando, así, la torpeza de aquellos, aprendían a no caer en el mismo vicio que reprochaban, y la imagen reprensible de los ebrios, les ayudaba a no cometer ellos mismos idéntica falta. Sin duda, algunos hombres fueron salvados gracias a este tipo de enseñanzas; otros, en cambio, enseñándose a sí mismos, practicaron o buscaron la virtud.

42.2. “Superior en todo es aquel que todo lo sabe por sí mismo” (Hesíodo, Los trabajos y los días, 293). Éste es el caso de Abraham, el que buscó a Dios. “Sensato, por otra parte, es aquel que obedece a quien le aconseja rectamente” (Hesíodo, Los trabajos y los días, 295).

42.3. Éste es el caso de los discípulos que obedecieron al Verbo. Por esa razón, (Abraham) fue llamado amigo, y éstos, el de apóstoles; aquél, por buscar diligentemente (lit.: preocupándose) al mismo Dios; y éstos, por anunciarlo. Dos pueblos les escucharon: uno se benefició por la búsqueda; y el otro alcanzó la salvación por haberlo encontrado.

El Pedagogo ama a la humanidad

43.1. “El que no entiende por sí mismo, ni escuchando a otro entra cosa alguna en su cabeza: es un hombre inútil” (Hesíodo, Los trabajos y los días, 293). Hay otro pueblo, el pagano. Es el pueblo que no sigue a Cristo, es inepto.

43.2. No obstante, el Pedagogo, que ama a los hombres, le (al pueblo de los gentiles) ayuda de muchas maneras (cf. Hb 1,1): a veces le exhorta, otras le reprende; y, cuando otros pecan nos muestra su infamia y, por ende, el castigo merecido; a la vez que dirigiendo y amonestando nuestra alma, se las ingenia, con amor, para apartarnos del mal, mostrándonos a quienes antes que nosotros, han sufrido el castigo.

43.3. Con ayuda de estas imágenes, evidentemente, hizo desistir a los que estaban dispuestos al mal y detuvo a quienes se atrevían a semejantes acciones; a unos los afirmó en la paciencia; apartó a otros del mal, y a otros los sanó, los que, por la contemplación de estos ejemplos, se han convertido a una mejor conducta.

43.4. Porque, ¿quién no se pondría en guardia para no caer en el mismo peligro, si sigue por el camino a una persona y ésta cae en una zanja (cf. Mt 15,14), procurando no seguirle en la caída? ¿Qué atleta, que haya aprendido el camino de la gloria y haya visto el premio que ha conseguido el luchador que le precede, no se lanza también él en pos de la corona (cf. 1 Co 9,24-25), tratando de emularlo?

43.5. Muchas son las imágenes semejantes de la divina sabiduría; no obstante, no recordaré más que una, y la expondré brevemente: la desgracia que cayó sobre los habitantes de Sodoma (cf. Gn 19,1-25) fue, para ellos, un castigo por sus pecados y una enseñanza para los que de ella tuvieron noticia (cf. Judas 7; 2 P 2,6).

El castigo de Sodoma

44.1. Los sodomitas, dejándose llevar hacia la lujuria por multitud de placeres, cometieron impunemente actos de adulterio y practicaron apasionadamente la pederastia, fueron vistos por el Verbo que todo lo ve (cf. Est 5,1), al que no le pasan inadvertidos quienes cometen actos impíos: este atento centinela de la humanidad no descansó en la desvergüenza de aquellos (habitantes) [cf. Sal 120,4].

44.2. Apartándonos de la imitación de aquéllos, guiándonos, como un verdadero pedagogo, hacia su propia continencia, infligió un castigo a esos pecadores para evitar que se creciesen con la impunidad de su desorden, decretó que Sodoma fuera pasto de las llamas (cf. Gn 19,1-25), vertiendo un poco de aquel prudente fuego sobre el desenfreno, para evitar que su libertinaje impune abriese sus puertas de para en par a los que se dejan llevar por la voluptuosidad.

44.3. De modo que el justo castigo de los habitantes de Sodoma no es más que una imagen aleccionadora de salvación para los hombres. Porque los que no cometen pecados semejantes a los que fueron castigados, jamás sufrirán el mismo castigo que ellos, al verse preservados de pecar en virtud de aquel castigo.

44.4. Dice Judas: “Quiero que sepan que Dios, tras salvar, la primera vez, a su pueblo de manos de Egipto, destruyó la segunda vez a los que no creyeron, y que a los ángeles que no conservaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los tiene reservados, como con cadenas eternas, para el juicio del gran día, bajo el tenebroso poder de los ángeles feroces” (Judas 5-6).

El Verbo nos ayuda a ayuda a no pecar

45.1. Y, poco después, muestra, de forma didácticamente eficaz, las imágenes de los que son juzgados: “Ay de ellos, porque anduvieron por el camino de Caín, se extraviaron en el error de Balaam y perecieron en la rebelión de Coré” (Judas 11). En efecto, el temor preserva a quienes no pueden mantener la dignidad de la adopción (fiial), para que no procedan arrogantemente. De ahí, los castigos y las amenazas: para que, temiendo tales castigos, nos apartemos del pecado.

45.2. Puedo describirte castigos motivados por amor a los adornos, sanciones engendradas por la vanagloria, no sólo por la lujuria, y, además, las maldiciones contra el afán de riquezas, con las (maldiciones) que el Verbo, mediante el temor, impide el pecado (cf. Mt 19,23; Lc 6,24). No obstante, a causa de la extensión de mi disertación, te expondré otros preceptos del Pedagogo para que te guardes de sus amenazas.