OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (96)

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Virgen María con el Niño
Hacia 1378
Armenia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO TERCERO

Capítulo IV: Con quiénes debemos pasar el tiempo

   No se debe huir del trabajo personal

26.1. He aquí que, sin darme cuenta, llevado por la inspiración (o: por el soplo del espíritu), me he apartado del desarrollo de mi discurso, al cual debo retornar, para reprobar la abundancia de sirvientes. En efecto, huyendo del trabajo personal y del autoservicio, se recurre a los criados, adquiriendo una multitud de cocineros, de camareros y de hábiles trinchadores.

26.2. Muchas son las clases de servidores. Unos trabajan para satisfacer la glotonería de sus amos, como los trinchadores y los expertos en preparar guisos, salsas, pasteles de miel y cremas; otros, en cambio, se ocupan de los vestidos de lujo; otros guardan el oro como grifos; otros custodian la plata, lavan las copas, disponen lo necesario para los banquetes; otros aparejan los animales de tiro; y en torno a ellos ejercen su oficio un gentío de escanciadores y una banda de bellos muchachos, cual cachorros de los que chupan la belleza.

26.3. Peluqueros y camareras andan ocupados en torno a las mujeres; unas con los espejos; otras con las redecillas; otras con los peines... (aquí hay una laguna en el texto griego); hay también muchos eunucos y otros rufianes que, por su garantía de no poder disfrutar del placer, sirven sin sospechas a quienes desean arrojarse en brazos del placer. Ahora bien, el verdadero eunuco no es el que no puede sentir placer, sino el que no quiere gustarlo (cf. Mt 19,12).

“La sabiduría se muestra en pocos”

27.1. El Verbo, por boca del profeta Samuel, al reprender a los extraviados judíos, y al pueblo que pedía un rey, le promete no un señor benigno, sino que lo amenaza con un tirano duro y libertino, “el cual -dice- tomará a sus hijas como perfumistas, cocineras y panaderas” (1 S 8,13), dominando bajo la ley de la guerra, y no gobernando pacíficamente.

27.2. Son muchos los celtas que levantan las literas de sus mujeres y las transportan a hombros; nadie hay aquí que se ocupe en trabajar la lana, hilar y tejer; ni para actividades del gineceo, ni para custodia de la casa; pero los seductores de las mujeres pasan el día con ellas contándoles cuentos eróticos, corrompiendo sus cuerpos y sus almas con acciones y palabras llenas de falsedad.

27.3. “No estés entre la muchedumbre para hacer el mal, dice (la Escritura), ni te sumes a la multitud” (Ex 23,2), porque la sabiduría se muestra en pocos; en cambio, el desorden, en la multitud. No es por la modestia de querer pasar inadvertidas por lo que estas mujeres contratan a portadores de litera -porque, en efecto, estaría bien que con esta disposición pasaran ocultas-, sino que lo hacen por vanidad, deseando vivamente que las transporten los servidores con el objeto de dar el gran espectáculo.

El cristiano no puede ser servidor del desorden

28.1. Y con la cortina levantada miran con descaro a quienes las observan, dando prueba de su condición; a menudo, se asoman hacia el exterior, deshonrando su aparente pudor con una peligrosa curiosidad.

28.2. “No andes mirando, dice (la Escritura), al rededor por las calles de la ciudad, ni deambules por sus plazas solitarias” (Si 9,7), porque es realmente un lugar desierto, aunque exista una multitud de libertinos, allí donde no encontremos a un hombre prudente.

28.3. Estas mujeres son llevadas de acá para allá por los templos, hacen sacrificios, consultan los oráculos; alternan todo el día con adivinos ambulantes, sacerdotes mendicantes de Cibeles y viejas charlatanas corruptoras de los hogares; soportan a las viejas chismosas en medio de las copas, y aprenden de las ellas ciertas fórmulas de filtros y ensalmos para la disolución de los matrimonios.

28.4. Porque ellas tienen unos maridos, pero desean otros y los adivinos les prometen aún otros. No saben que las engañan, y que se entregan a sí mismas como objeto de placer de los lujuriosos, y, cambiando su castidad por la más vergonzosa deshonra, valoran como acción de elevado precio su ignominiosa corrupción.

28.5 Los servidores del desorden de la prostitución son muchos, y van de una parte a otra. Los lascivos son proclives a la intemperancia, como los cerdos que son transportados al fondo del comedero.

El cristiano está llamado a tener parte en el reino de Dios

29.1. Por esa razón la Escritura advierte con insistencia: “No admitas a cualquiera en tu casa, puesto que son muchas las asechanzas del engañador” (Si 11,29 [31]); y dice (también): “Los justos sean tus comensales, y no te gloríes sino en el temor de Dios” (Si 9,22 [16]). ¡A los cuervos la prostitución!, porque dice el Apóstol: “Han de saber que ningún fornicario, o impuro o avaro, que es como un idólatra, tendrá parte en la herencia del reino de Cristo y de Dios” (Ef ,5).

29.2. Pero estas mujeres se deleitan en compañía de afeminados; y una turba de depravados, de lengua desenfrenada, invade sus casas; impuros de cuerpo y de lengua; viriles sólo como instrumentos de la lujuria; servidores del adulterio, que ríen a carcajadas y cuchichean; que hacen ruidos significativos con la nariz, intentan deleitar con palabras y gestos impúdicos, y provocan la risa que precede a la fornicación.

29.3. A veces, les sucede que, inflamados por una ira momentánea -ya sea porque son en sí mismos depravados, o porque imitan para su propia ruina a los que lo son-, profieren un sonido con su nariz, semejante al de las ranas, como si tuviesen la bilis (ira) en sus narices.

Buscar la sabiduría y compartir los dones que Dios regala

30.1. Pero las más refinadas de ellas crían pájaros de la India y pavos de Media; y se recuestan jugando con los animales de cabeza picuda (= animales enanos), deleitándose con los sátiros que bailan la sikinnos (= seres monstruosos que bailaban dicha danza, que tomaba el nombre de su autor). Y se ríen cuando oyen la historia de Tersites; pero comprando a otros Tersites por un elevado precio, se enorgullecen no ya de sus cónyuges, sino de estos monstruos que son “fardos de la tierra” (en contraposición a los otros Tersites, monstruos horribles de la mitología griega; cf. Homero, Ilíada, XVIII,104; Odisea, XX,379).

30.2. Desdeñan a la viuda casta, que supera en mucho al perrito maltés, y desprecian al anciano virtuoso, más noble, en mi opinión, que un monstruo comprado con dinero. Tampoco aceptan al niño huérfano, ellas que crían loros y chorlitos; abandonan (lit.: exponen) a los hijos que conciben, pero acogen, en cambio, a las crías de los pájaros.

30.3. Prefieren las criaturas irracionales a las racionales, cuando deberían cuidar a los ancianos que enseñan la sabiduría, y que son -en mi opinión- más hermosos que los monos, y más elocuentes que los ruiseñores. “Cuanto hicieron a uno de estos más pequeños, dice (la Escritura), a mí me lo hicieron” (Mt 25,40).

30.4. Contrariamente, éstas prefieren la ignorancia a la sabiduría (lit.: sensatez), fosilizando su fortuna en perlas y en esmeraldas de la India. Despilfarran y dilapidan su dinero en tintes fugaces y en la compra de sus esclavos; como las aves de corral saciadas, excarvan en los estercoleros de la vida. “La pobreza -dice (La Escritura)- envilece al hombre” (Pr 10,4): se refiere a la pobreza tacaña, por la que los ricos no comparten nada con los otros, como si nada poseyeran.

Capítulo V: ¿Cómo comportarse en los baños?

   El lujo ostentoso de los ricos

31.1. Pero, ¿cómo son sus baños? Cámaras artificiales, fijas y portátiles, cubiertas con tejidos de lino fino transparente; asientos de oro, tachonados de plata; e innumerables objetos de oro y plata: unos, para beber; otros, para comer, otros que llevan para el baño. Sí, también hay braseros de carbón.

31.2. En efecto, llegan a tal extremo de incontinencia que comen y se embriagan mientras se bañan. Los objetos de plata con los que, majestuosas, avanzan, los exhiben ostentosamente en los cuartos de baño, en un alarde de vanidad de su riqueza; y, en especial, de su dominante grosería, por la que ponen en evidencia a esos varones que no lo son, dominados por las mujeres; al tiempo que ellas mismas se acusan de una u otra forma, de no ser capaces ni de sudar sin el concurso de muchos utensilios, porque también las pobres, que no participan de tanta fastuosidad, comparten los mismos baños.

31.3. Así, la suciedad de la abundancia tiene una gran entorno digno de censura. Con esta clase de carnada pescan a los infelices que se quedan con la boca abierta ante los destellos del oro. En efecto, con tal estratagema, dejan embobados a los inexpertos y se las apañan para que sus amantes las admiren, los cuales, poco después, las deshonran desnudas.

Los baños públicos y sus peligros

32.1. No se atreverían a desnudarse ante sus maridos, esforzándose por parecer ficticiamente recatadas; permiten en cambio que quienes lo desean pueden contemplarlas desnudas en los baños, porque aquí no tienen vergüenza para desnudarse ante los mirones, como se hace frente a los comerciantes de cuerpos.

32.2. Hesíodo amonesta así: “No laves tu piel en un baño de mujeres” (Los trabajos y los días, 753). Los baños están abiertos por igual, tanto para los hombres como para las mujeres, y allí se desnudan con intención lasciva -“porque por la vista se engendra la pasión en los hombres” (Agatón, Fragmentos, 29; Anónimo, Fragmentos, 1290)- como si en los baños se lavara el pudor.

32.3. Y las que no lo han perdido hasta este punto, excluyen a los extraños, pero se bañan con sus propios sirvientes, se desnudan ante sus esclavos y se hacen dar fricciones por ellos, permitiendo así la concupiscencia, naturalmente inhibida por el temor, al tocarlas con total impunidad. Así, quienes son introducidos en los baños junto a sus dueñas desnudas, se apresuran a desnudarse también llevados por su ardiente concupiscencia, “borrando el temor con una depravada costumbre” (cita de un cómico desconocido).

“Dios está siempre a nuestro lado”

33.1. Los atletas antiguos, sintiendo vergüenza de mostrar al hombre desnudo, luchaban provistos de un ceñidor, y guardaban así la modestia. Las mujeres, en cambio, arrojan el pudor con la túnica y, queriendo parecer hermosas, sin proponérselo, ponen en evidencia su maldad. Ya que, a través de su cuerpo, se evidencia su lujuriosa lascivia, como en el caso de los hidrópicos con el líquido contenido bajo la piel: la enfermedad de ambos se descubre a simple vista.

33.2. Es necesario, por tanto, que los hombres, dando un noble ejemplo verdad, se avergüencen de desnudarse ellas, y eviten así las miradas libidinosas; porque “quien mira con desos, dice (la Escritura) ya pecó” (Mt 5,28).

33.3. En casa debe respetarse a los padres y a los criados; en la calle, a los transeúntes; en los baños, a las mujeres; y en la soledad, a nosotros mismos; y siempre, al Verbo, que está en todas partes, y “sin Él nada ha sido hecho” (Jn 1,3). Esta es la única forma de mantenernos sin caer, teniendo bien presente que Dios está siempre a nuestro lado.