OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (93)

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Natividad
1490
De la obra “Vita Christi”
París
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO SEGUNDO (conclusión)

Capítulo XII: No hay que dejarse deslumbrar por las piedras preciosas, ni por los ornamentos de oro (continuación y conclusión)

   El correcto uso de los bienes

120.1. Son las hormigas las que excavan el oro, y los grifos los que custodian el oro, y el mar se ha encargado de ocultar la perla, esa piedra preciosa. Pero ustedes son indiscretos buscadores de lo que no deben. He aquí que el cielo entero se ha extendido ante ustedes y no buscan a Dios. Ahora bien, entre nosotros son los condenados a muerte quienes excavan (la tierra para conseguir) el oro oculto y las piedras preciosas. 

120.2. Sin embargo, ustedes se enfrentan a la Escritura que clama con toda claridad: “Busquen primero el reino de Dios, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,33; Lc 12,31). Porque por más que todo se les haya otorgado como regalo, y por más que se les haya concedido todo, por más que “todo nos esté permitido”, como dice el Apóstol, “no obstante, no todo es conveniente” (1 Co 10,23).

120.3. Dios mismo hizo al género humano para que participara de sus propios bienes, no sin antes repartir y poner a disposición de todos los hombres, como bien común, su propio Verbo (cf. 1 Co 12,6; 15,28), haciéndolo todo para todos. Todos estos bienes son comunes, y los ricos no tienen por qué llevar la mejor parte.

120.4. Decir: “Está a mi disposición y me sobra, ¿por qué no disfrutar?”, no es humano ni equitativo (koinonikón). Pero es más conforme a la caridad (decir): “Está a mi disposición, ¿por qué no repartirlo entre los necesitados?”. En efecto, es perfecto quien cumple el mandamiento: “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 19,19; 22,39; Mc 12,31; Lc 10,27; Rm 13,9; Ga 5,14; St 2,8).

120.5. Esta es la verdadera alegría, los tesoros de la riqueza, mientras que gastar en vanos deseos se ha de contabilizar como perdida, y no como gasto. Dios -bien lo sé yo- nos ha permitido hacer uso de las cosas, pero dentro de los límites de la necesidad; y ha querido que este uso fuese común a todos.

120.6. Es absurdo que uno disfrute cuando los demás pasan necesidad. ¿No es más digno de alabanza hacer el bien a muchos que vivir en la opulencia? ¡Cuánto más razonable es gastar en favor de los hombres que en piedras preciosas y oro! ¡Cuánto más útil poseer amigos que ornan (nuestra vida) que adornos inanimados! ¿Y a quién sus tierras podrían beneficiar más que al que prodiga favores?

La auténtica belleza

121.1. Sólo nos falta aclarar esta objeción: ¿Para quiénes, pues, serán las riquezas, si todos eligen la simplicidad? Para los hombres, respondería yo, si las usamos sin apasionamiento y sin discriminaciones. Pero si es imposible que todos practiquen esta sabiduría, al menos es necesario que sea el uso de las cosas indispensables lo que regule la búsqueda de aquello que es de fácil consecución, no sin antes haber mandado bien lejos a paseo todo lo superfluo.

121.2. En resumen: (las mujeres) que renuncian a todo lo mundano deben prescindir de los adornos, cual si fueran juguetes de niños. Deben -eso sí- adornarse interiormente y mostrar la belleza interior de la mujer (cf. Sal 44,14; Rm 7,22), porque sólo en el alma se manifiestan la belleza y la fealdad.

121.3. De ahí que tan sólo el virtuoso es realmente bello y bueno, y que sólo de lo bello se dice que es un bien: “Sólo la virtud puede manifestarse en la belleza del cuerpo” (Anónimo, Fragmento, 412), y florecer en la carne, mostrando el amable encanto de la templanza, cuando el ser moral resplandece externamente como un fulgor.

121.4. Porque sucede que la belleza de cada ser, planta o ser viviente, reside en su propia virtud. Ahora bien, la virtud del hombre es la justicia, la templanza, la fortaleza y la piedad. El hombre bello es justo y temperante; en suma, el bueno, no el rico.

121.5. Pero incluso ahora los soldados quieren adornarse con objetos de oro. A buen seguro no han leído el pasaje del poeta: “Cubierto de oro, iba al combate, como una muchacha” (Homero, Ilíada, II,872-873).

Los adornos excesivos oscurecen la verdadera belleza

122.1. Debe rechazarse del todo esa pasión por los adornos que no se preocupa de la virtud, sino sólo del cuerpo: el deseo de la belleza se ha desviado hacia el amor de la vanagloria. Esta solicitud que aplica al cuerpo, como naturales, adornos que no lo son, origina la tendencia a la mentira y el hábito del engaño, mostrando con ello la arrogancia, lo afeminado y la lujuria, en lugar de lo que es respetable, natural e inocente.

122.2. Esas mujeres oscurecen la genuina belleza, cubriéndola de oro, y no se dan cuenta qué estupidez están cometiendo rodeándose con innumerables y valiosas cadenas, como también “entre los bárbaros, se dice, que ataban a los malhechores con cadenas de oro” (Anónimo, Fragmento, 413).

122.3. Con esos ricos prisioneros quieren rivalizar, en mi opinión, las mujeres. ¿No son como argollas los collares de oro y los brazaletes? Estos adornos, llamados “catéteres” (kathetéres), que tienen la forma de cadenas, también reciben entre los habitantes del Ática este mismo nombre de “cadenas”.

122.4. Sobre los adornos en los tobillos, Filemón, en su “Sinefebo”, ha dicho que eran de una falta total de gusto atados a los pies de las mujeres: “Vestidos transparentes y áurea cadena a los pies” (Filemón, Fragmentos, 81).

Peligros que entraña el uso de ciertos adornos femeninos

123.1. ¿Qué significa este rebuscado adorno, sino que ustedes, mujeres, quieren mostrarse encadenadas? Porque aunque la materia atenúa la vergüenza, la impresión no deja de ser la misma. Pero, como sea, esas que se ponen voluntariamente estas cadenas, me da la impresión de que pretenden gloriarse de su rica desventura.

123.2. Tal vez el mito poético, según el cual a Afrodita, al cometer adulterio, se le pusieron semejantes cadenas, quiera significar que los adornos no son más que el símbolo de adulterio. Porque el mismo Homero afirmaba que tales cadenas eran de oro (cf. Homero, Odisea, VIII,266-366). Ahora, en cambio, las mujeres ya no se ruborizan de lucir los símbolos más evidentes del mal.

123.3. Así como la serpiente engañó a Eva (cf. Gn 3,1-5), así también los adornos de oro, tomando la forma de serpiente, cual anzuelo, hacen perder el juicio a las demás mujeres, y las empuja a la arrogancia, cuando quieren emular a las morenas y a las serpientes para embellecerse. Dice el poeta cómico Nicóstrato: “Cadenas, collares, anillos, brazaletes, serpentinas, anillos para las piernas, diadema de oro” (Fragmentos, 33).

La grosera ignorancia del bien

124.1. Aristófanes, en sus “Tesmoforias”, con ánimo de criticar, enumera y presenta todos los adornos de las mujeres. Citaré las palabras mismas del cómico, que evidencian claramente su grosera ignorancia del bien:

124.2. “A.— Turbantes, cintas, nitro, piedra pómez, sostén, gorro de dormir, velo, carmín, collares, negro para los ojos, vestidos elegantes, diadema de oro, red para los cabellos, cinturón, abrigo, aderezo, ropa bordada en púrpura, largas túnicas, camisas, vestidos, falda corta, túnica corta, Y no he nombrado lo más importante. B.—¿Qué más? A.— Zarcillos, piedras preciosas, aros, collares, racimos, brazaletes, corchetes, broches, guirnaldas, argollas para los pies, sellos, cadenas, anillos, hebillas, ampollas, vendas, trozos de cuero, cornalina, cintas para el cuello, pendientes de orejas” (Aristófanes, Fragmentos, 321).

124.3. Estoy cansado y molesto de haber enumerado tanta cantidad de adornos, pero me maravillo de cómo (estas mujeres) no se agotan por llevar tanto peso.

La vana hermosura procurada por los adornos

125.1. ¡Oh vana solicitud! ¡Oh vana ambición de gloria! Como hetairas, disipan la riqueza para su vergüenza y adulteran los dones de Dios por su falta de gusto, rivalizando con el arte del maligno.

125.2. Con toda claridad, el Señor, en el Evangelio, al rico que atesoraba en sus graneros y que se decía a sí mismo: “Tienes muchos bienes guardados para muchos años; come, bebe, disfruta”, le llamó claramente insensato, porque “esta misma noche te quitarán el alma; y lo que habías atesorado, ¿de quién será?” (Lc 12,19-20).

125.3. Habiendo visto el pintor Apeles a uno de sus discípulos pintar una Helena cargada de oro, exclamó: “¡Muchacho, la has representado rica porque no eres capaz de pintarla bella!” (de autor desconocido). Las mujeres de hoy día son este tipo de Helena, no auténticamente hermosas, sino ricamente adornadas.

Es necesario renunciar a los adornos

126.1. He aquí lo que el Espíritu profetiza por boca de Sofonías: “Ni su plata ni su oro podrán salvarlos en el día de la ira del Señor” (So 1,18). Las que siguen las enseñanzas de Cristo no deben adornarse con oro, sino con el Verbo, gracias al cual sólo el oro brilla.

126.2. Dichosos hubiesen sido los antiguos hebreos, si, después de arrebatar los adornos a sus mujeres, los hubiesen arrojado o tan sólo fundido; sin embargo, como los fundieron para hacer un ternero de oro y le rindieron culto (cf. Ex 32,1-6), no sacaron provecho alguno ni de su arte ni de su esfuerzo. No obstante, enseñaron a nuestras mujeres de manera muy expresiva que debían renunciar a los adornos.

126.3. Por consiguiente, el prostituirse por desear un ídolo de oro es castigado con la tortura del fuego, al que sólo está destinado el lujo, en tanto que es ídolo, no la verdad. Por esa razón, el Verbo reprocha a los hebreos por boca del profeta: “Han fabricado para Baal objetos de plata y de oro” (Os 2,10); es decir, adornos.

126.4. Y los amenaza bien claramente: “Haré justicia sobre ella por los días consagrados a los Baales, cuando les ofreció sacrificio y se adornó con sus pendientes y collares”; y el motivo de tales adornos lo expresa en estos términos: “Andaba tras sus amantes, y me olvidaba a mí, dice el Señor” (Os 2,15).

El adorno agradable al Señor son las buenas obras

127.1. Así, entonces, que las mujeres dejen estas frivolidades al malvado Sofista (o: Engañador; el demonio; cf. Jn 8,44), y no usen tales adornos de hetairas ni practiquen la idolatría bajo el pretexto de la elegancia.

127.2. Es admirable lo que dice el bienaventurado Pedro: “Que las mujeres (se adornen) igualmente, no con trenzas ni con oro o perlas o vestidos suntuosos, sino con buenas obras, como conviene a mujeres que profesan la piedad” (1 Tm 2,9-10).

127.3. Y con razón quiere alejar de ellas los adornos. Porque si son hermosas, basta la naturaleza. Que el arte no intente rivalizar con la naturaleza; es decir, que el engaño no se enfrente con la verdad. Y si son feas, con sus añadidos resaltan lo que no tienen.

La sencillez

128.1. Conviene, por tanto, que las que sirven a Cristo abracen la simplicidad. Porque realmente la simplicidad conduce a la santidad allanando la desigualdad (de bienes), y distingue cuidadosamente el uso de lo necesario y de lo superfluo. Así, la simplicidad, como su nombre indica, no se engríe, ni se infla de orgullo, sino que en todo es llana, lisa, no superflua y, por eso, suficiente.

128.2. Ahora bien, la suficiencia es un hábito que se dirige hacia su fin particular, sin defecto ni demasía. La madre de ambas es la justicia, y su nodriza la autarquía. Consiste ésta en contentarse con lo necesario y en procurarse lo que contribuye a una vida feliz.

La auténtica belleza nos la regala el Verbo

129.1. Que su santo adorno consista en los frutos de sus manos: una generosa liberalidad y en los trabajos del hogar. “Porque el que da al pobre, presta a Dios” (Pr 19,17), y “las manos de los fuertes enriquecen” (Pr 10,4). Llama “fuertes” a los que desprecian las riquezas y están dispuestos a compartirlas con los demás. Que nuestros pies evidencien una pronta diligencia a la beneficencia y en querer encaminarse hacia la justicia. El pudor y la templaza son cadenas de oro y collares. Dios es el orfebre de tales joyas.

129.2. “Feliz el hombre que encontró la sabiduría, y el mortal que vio la prudencia, dice el Espíritu por boca de Salomón, porque es mejor procurarse ésta que los tesoros de plata y de oro, y es más apreciable que las piedras preciosas” (Pr 3,13-15). Éste es el auténtico adorno.

129.3. No deben perforarse, contra la naturaleza, las orejas de las mujeres para colgar aros y pendientes. Porque no es lícito forzar a la naturaleza a lo que ella no quiere, ni puede existir otro adorno mejor para las orejas, que entra por los conductos naturales del oído, que la catequesis de la verdad.

129.4. Los ojos que han recibido la unción del Verbo y las orejas perforadas para la percepción espiritual se disponen a oír las verdades divinas y a descubrir las realidades santas, porque el Verbo muestra verdaderamente la auténtica belleza, “que ni ojo vio ni oído oyó” (1 Co 2,9) antes.