OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (90)

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Cristo en majestad
Signos de los Evangelistas
Hacia 1220
Evangeliario
Karlsruhe, Alemania
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO SEGUNDO (continuación)

Capítulo X: Algunas consideraciones sobre la procreación (continuación)

   Normas para la vida conyugal

96.1. Nuestra vida toda puede seguir su curso según los dictámenes de la naturaleza, si dominamos nuestros deseos desde un principio y si no damos muerte, mediante malas artes, a la progenie humana, nacida según los planes de la divina providencia. Porque esas mujeres que, en su afán de ocultar su fornicación, usan fármacos abortivos, que expulsan una materia totalmente muerta, abortan con el feto sus sentimientos humanos.

96.2. Con todo, a quienes les está permitido el matrimonio, les es necesario un Pedagogo: para que no realicen los ritos misteriosos de la naturaleza durante el día; tampoco deben unirse sexualmente, por ejemplo, a la salida de la iglesia o del ágora; ni desde la aurora, como los gallos; ni a la hora misma del rezo, ni de la lectura, ni a la hora de realizar cualquier tipo de actividad útil durante el día. Por la tarde es conveniente reposar después de la comida y de la acción de gracias por todos los bienes recibidos.

La castidad matrimonial

97.1. La naturaleza no da siempre ocasión para realizar la unión conyugal; por otra parte, la unión es tanto más deseada cuanto más diferida. Tampoco las sombras de la noche deben servirnos de excusa para cometer acciones desenfrenadas, sino que debemos poner (lit.: encerrar) en nuestra alma el sentimiento del pudor, cual luz de la razón.

97.2. En nada nos diferenciamos de Penélope, si durante el día tejemos unos principios de moderación, y de noche los deshacemos, cuando nos acostamos. Porque si se debe practicar la dignidad, como en realidad debe ser, mucho más debemos mostrarla con nuestra esposa, evitando las uniones inconvenientes; y la mejor prueba de que se vive la castidad con los vecinos, es vivirla en la propia casa.

97.3. Porque no, no es posible ser considerado casto por la esposa, a la que no se le da el testimonio de castidad con ocasión de esos ardientes placeres. Un afecto que confiesa cimentarse en el terreno resbaladizo de la unión sexual florece poco tiempo y envejece con el cuerpo; a veces, incluso llega a envejecer antes, cuando el deseo carnal se ha marchitado, y cuando los placeres de las prostitutas han ultrajado la castidad matrimonial. En efecto, los corazones de los amantes son volubles, el encanto se disipa con las penas; y, a menudo, el amor se cambia en odio, cuando el hartazgo es objeto de censura.

Textos de las Sagradas Escrituras

98.1. No debemos hacer mención siquiera de expresiones licenciosas, ni tampoco actitudes inconvenientes, ni los besos de las prostitutas y demás actos libertinos por el estilo; obedezcamos, mejor, al bienaventurado Apóstol, que nos dice expresamente: “La fornicación y toda impureza o avaricia ni se nombren entre ustedes, como conviene a los santos” (Ef 5,3).

98.2. Alguien dijo, al parecer rectamente: “La relación sexual no reporta a nadie ventaja alguna; ¡dichosa, si no perjudicial!” (Epicuro, Fragmentos, 62). Porque incluso la que es permitida por la ley es peligrosa, si no tiende a la procreación. De la que es ilegítima afirma la Escritura: “La mujer meretriz es un desecho; una mujer casada será una torre de perdición para quienes usen de ella” (Si 26,22).

98.3. Con un jabalí o un cerdo comparó el autor la pasión lasciva, y ha manifestado que el adulterio con una prostituta protegida significa la muerte (= comete un pecado). Una casa, una ciudad, sede de actos desenfrenados, uno de los poetas de ustedes la condena, cuando escribe:

99.1. “En ti se dan los adulterios y la unión ilícita con los jóvenes, ciudad afeminada, injusta, maldita, desdichada entre todas” (Oráculos Sibilinos, V,166-167).

99.2. Por el contrario, admira a los castos: “Que no tienen naturalmente deseo vergonzoso por lecho ajeno, ni impetuosidad odiosa y lamentable hacia un varón” (Oráculos Sibilinos, IV,33-34), porque es contra la naturaleza. Muchos consideran vida regalada sus propios pecados; otros, más sensatos, reconocen que son pecados, pero son dominados por los placeres.

99.3. Las tinieblas les sirven de velo para sus pasiones; porque comete adulterio con su propia esposa quien la trata como una meretriz (cf. Sexto, Sentencias, 231), y no oye los clamores del Pedagogo: «El hombre que sube al su lecho y dice a su alma: “¿Quién me ve? A mi alrededor hay tinieblas; las paredes me ocultan, y nadie ve mis faltas; ¿por qué preocuparme?”. El Altísimo, ciertamente, no lo tendrá en cuenta» (Si 23,18).

99.4. Muy digno de lástima es ese hombre, que sólo teme los ojos humanos y se imagina que pasará inadvertido a Dios. “No comprende -dice la Escritura- que los ojos del Señor Altísimo son diez mil veces más luminosos que el sol, porque escrutan todos los caminos de los hombres, y penetran hasta lo más oculto” (Si 23,19).

99.5. Razón por la cual el Pedagogo aún nos amenaza por boca de Isaías: «¡Ay de quienes traman sus planes en la oscuridad, y preguntan: “¿Quién nos ve?”» (Is 29,15). Porque quizá pasen inadvertidos a la luz sensible, pero es imposible que pasen inadvertidos a la luz espiritual o, como afirma Heráclito: “¿Cómo puede pasar uno inadvertido ante lo que no tiene ocaso?” (Heráclito, Fragmentos, 727).

99.6. Bajo ningún concepto tratemos de ocultarnos en las tinieblas, ya que la luz habita en nosotros; dice (la Escritura): “Y las tinieblas no lo recibieron” (Jn 1,5); al contrario, la noche ilumina los pensamientos castos. Y la Escritura ha denominado lámparas que jamás se extinguen a los pensamientos de los hombres buenos (cf. Mt 25,1-12; Sb 7,10).

Dignidad y pudor

100.1. Verdaderamente, querer que pase inadvertido lo que uno hace, implica una conciencia de culpabilidad, y todo el que comete un pecado es también injusto, no sólo con el prójimo, si comete adulterio, sino también consigo mismo, porque tiene conciencia de adúltero. Sea como sea, se hace peor y más miserable. El que comete una falta, en cuanto que la ha cometido, es peor en sí mismo y más digno de desprecio que antes; de todas maneras, algo se añade a él, además de su esclavitud al placer vergonzoso: el desorden moral. Por esa razón, el que fornica ha muerto para Dios; y como cadáver es abandonado por el Verbo y también por el Espíritu. Porque a lo que es santo, como es natural, le repugna ser manchado.

100.2. Siempre se ha permitido al puro el contacto con lo puro (cf. PLatón, Fedón, 67 B). No debemos, junto con nuestro vestido, despojarnos de nuestro pudor, puesto que jamás se le ha permitido al justo desnudarse de su castidad. Y he aquí que este cuerpo corruptible se revestirá de incorruptibilidad (cf. 1 Co 15,23; 2 Co 5,2), cuando el insaciable deseo, que desemboca en la molicie, educado por el Pedagogo en la continencia, llegue a odiar la corrupción y conduzca al hombre hacia una eterna castidad.

100.3. “En este siglo toman mujer o marido” (Lc 20,34); y después de haber abandonado las obras de la carne (cf. 1 Co 6,13; Ga 5,19) y de haber revestido de incorruptibilidad nuestra carne purificada, podremos aspirar a lo que es propio de los ángeles (cf. Lc 20,34-36; Mt 22,30; Mc 12,25).

100.4. De ahí que, en el “Filebo” (en realidad en: La República, VIII,549 B), Platón, discípulo de la filosofía bárbara (= doctrina bíblica), tilde, un tanto misteriosamente, de ateos a los que corrompen y mancillan al Dios que habita en ellos, el Verbo, en tanto que pueden y por su familiaridad con las pasiones.

El hombre: templo de Dios

101.1. No deben vivir como mortales los que son santificados por Dios, ni tampoco, como afirma Pablo, hacer de los miembros de Cristo miembros de una prostituta, ni del templo de Dios, el templo de las pasiones vergonzosas (1 Co 6,15 y 19).

101.2. Acuérdense de los veinticuatro mil hombres que fueron rechazados por su fornicación (cf. Nm 25,9); el tratamiento infligido a los que fornicaron son, como ya antes dije (I,2,1; II,89,3), “tipos” (o: figuras; 1 Co 10,6), que sirven de lección a nuestros deseos sensuales. Y el Pedagogo nos lo advierte muy claramente: “No vayas detrás de tus deseos carnales, y refrena tus impulsos” (Si 18,30).

101.3. “El vino y las mujeres ofuscan a los hombres sensatos, y quien se una con las prostitutas se volverá más desvergonzado; los gusanos y la putrefacción lo recibirán en herencia, y será aniquilado, para dar un ejemplo impresionante” (Si 19,2-3). Y (la Escritura) añade aún -porque no se cansa de ayudarnos-: “Quien resiste el placer, corona su propia vida” (Si 19,5).