OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (9)

Sepulcro.jpg
Las mujeres en el sepulcro
Hacia 1170
Hildesheim (Alemania)
Justino mártir (martirizado probablemente hacia el año 165)

Información:


CPG 1073 Apología

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SAN JUSTINO, APOLOGÍA PRIMERA(1)

Exordio

1. 1. Al emperador Tito Elio Adriano Antonino Pío, Augusto, César, César, hijo de Augusto, filósofo, y a Lucio, filósofo, hijo por naturaleza del César, y de Antonino Pío por adopción, amantes del saber, al sagrado Senado y a todo el pueblo romano, en favor de los hombres de toda raza, injustamente odiados y perseguidos, yo, Justino, uno de ellos, hijo de Prisco, nieto de Bacquio, natural de Flavia Neápolis, ciudad de Siria Palestina, dirijo este discurso y esta súplica.

2. 1. Los que son de verdad piadosos y filósofos, manda la razón que, desechando las opiniones de los antiguos, si no son buenas, sólo estimen y amen la verdad: la sana razón ordena, en efecto, no seguir a quienes han obrado o enseñado la injusticia, pues el amador de la verdad, por todos los modos, con preferencia a su propia vida, así se le amenace con la muerte, debe estar siempre decidido a decir y practicar lo que es justo. 2. Ahora bien, ustedes se oyen llamar por doquiera piadosos y filósofos, guardianes de la justicia y amantes de la instrucción; pero que realmente lo sean, es cosa que tendrá que demostrarse. 3. Porque no venimos a halagarlos con el presente escrito ni a dirigirles un discurso por conseguir sus favores, sino a pedirles que pronuncien su juicio al cabo de una exacta y rigurosa investigación, y que no dicten sentencia contra ustedes mismos, llevados de un prejuicio o del deseo de complacer a hombres supersticiosos, o movidos por una irreflexiva precipitación o de unos pérfidos rumores inveterados. 4. Contra ustedes, decimos, porque nosotros estamos convencidos de que por parte de nadie se nos puede hacer daño alguno, mientras no se demuestre que somos obradores de alguna acción criminal o nos reconozcamos culpables. Ustedes pueden matarnos, pero dañarnos, no.

3. 1. Para que nadie crea que se trata de propósitos insensatos y temerarios, pedimos que se examinen las acusaciones contra nosotros, y si se demuestra que son reales, se los castigue como es conveniente; pero si no hay crimen de que argüirnos, la recta razón prohíbe que por rumores malévolos se cometa una injusticia con hombres inocentes, o, por mejor decir, la cometan contra ustedes mismos, si es que creen justo que los asuntos se resuelvan no por juicio, sino por pasión. 2. Porque todo hombre sensato ha de declarar que la exigencia mejor y aun la única exigencia justa es que los súbditos puedan presentar una vida y un pensar irreprensibles; pero que igualmente, por su parte, los que mandan den su sentencia, no llevados de violencia y tiranía, sino siguiendo la piedad y la filosofía, pues de este modo gobernantes y gobernados pueden gozar de felicidad. 3. Y es así que, en alguna parte, dijo uno de los antiguos: “Si tanto los gobernantes como los gobernados no son filósofos, no es posible que los estados prosperen” (cf. Platón, República V,473; Filón de Alejandría, Vida de Moisés II,2; Alcínoo, Didascalikón 34). 4. A nosotros, pues, nos toca permitir a todos el examen de nuestra vida y de nuestras enseñanzas, no sea que nos hagamos responsables del castigo, en lugar de quienes hacen profesión de ignorar nuestra religión, de las faltas que cometen por ceguera contra nosotros; pero también es deber de ustedes, oyéndonos, mostrarse buenos jueces. 5. Porque ya en adelante, instruidos como están, no tendrán excusa alguna delante de Dios, en caso que no obren justamente.

Argumentación

Refutación de las acusaciones dirigidas contra los cristianos

4. 1. Por el sólo hecho llevar un nombre no se puede juzgar a nadie bueno ni malo, si se prescinde de las acciones que ese nombre supone; ahora bien, ateniéndose al nombre de que se nos acusa, se comprueba que somos los mejores ciudadanos. 2. Pero como no tenemos por justo pretender se nos absuelva por nuestro nombre, si somos convictos de maldad; por el mismo caso, si ni por nuestro nombre ni por nuestra conducta en la ciudad se ve que hayamos dilinquido, es deber de ustedes poner todo empeño para no hacerse responsables de justo castigo, condenando injustamente a quienes no han sido convencidos de crimen alguno. 3. En efecto, de un nombre no puede razonablemente originarse alabanza ni reproche, si no puede demostrarse por hechos algo virtuoso o vituperable. 4. Y es así que a nadie que sea acusado ante sus tribunales, le castigan antes de que sea convicto; sin embrago, tratándose de nosotros, toman el nombre como prueba, siendo así que, si por el nombre va, más bien deberían castigar a nuestros acusadores. 5. Porque se nos acusa de ser cristianos, pero no es bueno odiar lo que es excelente. 6. Y hay más, con sólo que un acusado niegue de viva voz ser cristiano, lo ponen en libertad, como quien no tiene otro crimen de que acusarle; pero el que confiesa que lo es, por la sola confesión le castigan. Lo que se debiera hacer es examinar la conducta lo mismo del que confiesa que del que niega, a fin de poner en evidencia, por sus obras, la calidad de cada uno. 7. Porque de la misma manera que algunos, que han aprendido en la escuela Cristo a no negarle (cf. Mt 10,33), cuando son interrogados dan una lección de coraje; otros, con su mala conducta ofrecen asidero a quienes ya de suyo están dispuestos a calumniar a todos los cristianos de impiedad e iniquidad. 8. Al obrar así no se procede rectamente; pues sabido es que el nombre y atuendo de filósofo se lo arrogan algunos que no practican acción alguna digna de su profesión; y ustedes no ignoran que entre los antiguos, personas que profesaron opiniones y doctrinas opuestas, son designados con la común denominación de filósofos. 9. Y de éstos hubo quienes enseñaron el ateísmo, y los que fueron poetas cuentan las impudencias de Zeus y de sus hijos; y, sin embargo, a nadie prohíben profesar las doctrinas de ellos, antes bien establecen premios y honores para quienes sonora y elegantemente insulten a sus dioses.

5. 1. ¿Qué decir entonces? Nosotros nos comprometemos por juramento a no cometer injusticia alguna y no admitir esas impías opiniones; y ustedes no examinan las acusaciones que nos hacen , sino que, movidos de irracional pasión y aguijoneados por perversos demonios, nos castigan sin proceso alguno y sin sentir por ello remordimiento. 2. Vamos, pues, a decir la verdad: antiguamente unos demonios perversos, multiplicando sus apariciones, violaron a las mujeres, corrompieron a los jóvenes y mostraron fenómenos espantosos a los hombres (cf. Gn 6,1-4). Con ello se aterraron aquellos que no juzgaban por razonamiento las acciones practicadas, y así, llevados del miedo, y no sabiendo que eran demonios malos, les dieron nombres de dioses y llamaron a cada uno con el nombre que cada demonio se había puesto a sí mismo. 3. Pero cuando Sócrates, con razonamiento verdadero e investigando las cosas, intentó poner en claro todo eso y apartar a los hombres de los demonios, éstos lograron por medio de hombres perversos que se gozan en la maldad, que fuera también ejecutado como ateo e impío, alegando contra él que introducía nuevos demonios. Y lo mismo exactamente intentan contra nosotros. 4. Porque no sólo entre los griegos, por obra de Sócrates, se demostró por razón la acción de los demonios, sino también entre los bárbaros por el Verbo en persona, que tomó forma, se hizo hombre y fue llamado Jesucristo; por cuya fe, nosotros, a los demonios que esas cosas hicieron, no sólo no decimos que son buenos, sino malvados e impíos demonios, cuya conducta no se asemeja minímamente a la de los hombres que aspiran a la virtud.


6. 1. De ahí que se nos dé también nombre de ateos; y, si de esos supuestos dioses se trata, confesamos ser ateos; pero no respecto del Dios verdaderísimo, Padre de la justicia, de la castidad y de las demás virtudes, en quien no hay mezcla de maldad alguna. 2. A Él y al Hijo, que de Él vino y nos enseñó todo esto, y al ejército de los otros ángeles buenos que le siguen y le son semejantes, y al Espíritu profético, le damos culto y adoramos, honrándolos con razón y verdad, enseñando sin reserva, a quien quiera saberlo, lo mismo que nosotros hemos aprendido.

7. 1. Se nos objetará que ya algunos cristianos, han sido detenidos y condenados como malhechores. 2. De hecho, cuando examinan la vida de cada uno de los acusados, a menudo condenan también a muchos otros, pero no los condenan por los que anteriormente fueron convictos. 3. Ahora bien, de modo general, no hay inconveniente en admitir que, del mismo que entre los griegos a quienes siguen las doctrinas que les placen, aunque sean contradictorias entre sí, siempre y por todas partes se les da el nombre único de filósofos; así también, un solo nombre común llevan los que entre los bárbaros han adquirido la reputación de sabios: todos se llaman cristianos. 4. De ahí que les pidamos sean examinadas las acciones de todos los que los son denunciados, a fin de que quien sea hallado culpable de un crimen sea castigado como tal, pero no como cristiano (cf. 1 P 4,15-16); pero el que aparezca inocente, sea absuelto como cristiano, por no haber en nada dilinquido. 5. Porque no les vamos a pedir que castiguen a nuestros acusadores, pues bastante tienen con la maldad que llevan consigo y con su ignorancia del bien.

8. 1. Lo que les hemos dicho es en el interés de ustedes; reconózcanlo por el hecho de que está en nuestra mano negar cuando somos interrogados; 2. pero no queremos vivir en la mentira, porque deseando la vida eterna y pura, aspiramos a la convivencia con Dios, padre y creador del universo, y por ello nos apresuramos a confesar nuestra fe, persuadidos como estamos y creyendo que pueden esos bienes aquellos que por sus obras demostraron a Dios haberle seguido y deseado su convivencia, allí donde ninguna maldad ha de contrastarnos. 3. A la verdad, y dicho compendiosamente, eso es lo que esperamos, eso es lo que aprendimos de Cristo y nosotros enseñamos. 4. También Platón, de modo semejante, dijo que Minos y Radamante han de castigar a los inicuos que se presentan ante ellos (cf. Platón, Gorgias 523e; Apología de Sócrates 41a, Homero, Odisea XI, 568); nosotros afirmamos que eso mismo sucederá, pero por medio de Cristo, y que el castigo que recibirán en sus mismos cuerpos, unidos a sus almas, será eterno (cf. Dt 32,22; Is 1,16-20; 66,24; Mt 5,29; 25,41; Mc 9,48; Rm 8,10; 1 Co 15,35), y no sólo por un período de mil años, como lo dijo Platón (Fedro 249a; República X,615a). 5. Ahora, si hay quien diga que esto es increíble o imposible, a nosotros nos toca el engaño y no a otro, mientras no seamos declarados culpables de haber cometido algún delito.

9. 1. Tampoco honramos con variedad de sacrificios y coronas de flores a esos seres que los hombres, tras fabricarlos y colocarlos en los templos, los llaman dioses, pues sabemos que son objetos sin alma y sin vida, que no tienen forma divina (cf. Sal 134,15-18); nosotros no creemos, en efecto, que la divinidad tenga una forma semejante como pretenden algunos haber imitado para tributarle honor, sino que llevan los nombres y figuras de aquellos malos demonios que un día aparecieron en el mundo. 2. Porque ¿qué necesidad hay de explicarles a ustedes, que lo saben, los modos como los artífices transforman la materia, ora puliendo y tallando, ora fundiendo y martillando? Y muchas veces a partir de un material sin valor, con sólo cambiarle la figura y darle forma conveniente por medio del arte, se le pone nombre de dios. 3. Lo cual no sólo lo tenemos por cosa irracional, sino un insulto a la divinidad, pues teniendo, la que poseyendo gloria y belleza inefables, ve su nombre atribuido a cosas corruptibles y que necesitan de atentos cuidados. 4. Ustedes saben perfectamente que los artífices de tales dioses son gente disoluta y que viven envueltos en toda clase de vicios, que no voy a enumerar aquí. No faltan entre ellos quienes llegan hasta violar a las esclavas que trabajan a su lado. 5. ¡Qué estupidez decir que hombres intemperantes fabrican y transforman dioses para ser adorados! Y que tales gentes sean puestas por custodios de los templos en que aquéllos son consagrados, sin comprender que es una impiedad pensar o decir que los hombres son guardianes de los dioses.

10. 1. Por el contrario, nosotros hemos aprendido que Dios no tiene necesidad de ofrendas materiales por parte de los hombres, porque vemos que es Él quien nos lo procura todo (cf. Is 1,11-15; 58,6s; 2 M 14,35; Hch 17,25); en cambio, se nos ha enseñado (cf. 1 Co 11,23; 15,1), y de ello estamos persuadidos y así lo creemos, que sólo aquellos le son a Él gratos que tratan de imitar los bienes que le son propios: la templanza, la justicia, el amor a los hombres y cuanto conviene a un Dios que por ningún nombre impuesto puede ser nombrado. 2. También se nos ha enseñado que Él, al principio, porque es bueno, creó todas las cosas de una materia informe, por causa de los hombres (cf. Gn 1,1-29); los cuales, si por sus obras se muestran dignos del designio de Dios, nosotros hemos recibido la creencia que se les concederá habitar con Él, hechos incorruptibles (cf. 1 Co 15,52) e impasibles, participando de su reino (cf. 2 Tm 2,12). 3. Porque a la manera que al principio creó los seres que no existían, así creemos que a quienes han escogido lo que a Él es grato, les concederá, a causa de esa misma libre elección, la incorrupción y convivencia con Él. 4. Porque el hecho de ser creados no fue mérito nuestro; pero ahora Él nos persuade y nos lleva a la fe, para que busquemos, por libre elección, por medio de las potencias racionales que Él mismo nos regaló, lo que le es agradable. 5. También consideramos que es de interés para todos los hombres no se les impida aprender estas verdades, antes bien exhortarlos vivamente a ellas. 6. Porque lo que no lograron las leyes humanas, ya lo hubiera realizado el Verbo, puesto que es divino, si los malvados demonios no hubieran esparcido muchas e impías calumnias, tomando por aliado el deseo perverso, multiforme, que habita en cada hombre; calumnias con las que nada tenemos que ver nosotros.

11. 1. Ya que ustedes han oído que nosotros esperamos un reino, suponen sin más averiguación que se trata de un reino humano (cf. Jn 18,36), cuando nosotros hablamos del reino de Dios, como aparece claro por el hecho de que al ser por ustedes interrogados confesemos ser cristianos, sabiendo como sabemos que semejante confesión lleva consigo la pena de muerte. 2. Porque si esperáramos un reino humano, negaríamos (ser cristianos) para evitar la muerte y trataríamos de vivir ocultos, a fin de alcanzar lo que esperamos; pero como no ponemos nuestra esperanza en lo presente, nada se nos importa de nuestros verdugos, más que más que de todos modos tenemos que morir.

12. 1. Nosotros somos sus mejores auxiliares y aliados para el mantenimiento de la paz, pues profesamos doctrinas como la de que no es posible que se le oculte a Dios un malhechor, un avaro, un conspirador, como tampoco un hombre virtuoso, y que cada uno camina, según el mérito de sus acciones, al castigo o a la salvación eterna. 2. Porque si todos los hombres conocieran esto, nadie escogería la maldad, ni siquiera por un breve instante, sabiendo que va a su condenación eterna por el fuego, sino que por todos modos se contendría y se adornaría de virtud, a fin de alcanzar la felicidad que viene de Dios y verse libre de los castigos. 3. Quienes ahora, por causa de las leyes y castigos por ustedes impuestos, tratan de ocultarse al cometer sus crímenes y, sin embargo, los cometen por saber que ustedes no son más que hombres (cf. Sb 17,3), y es posible ocultárselos, si se enteraran y persuadieran que no puede ocultarse a Dios nada, ni acción ni intención, siquiera por el castigo que les amenaza se moderarían de todos modos, como ustedes mismos han de convenir. 4. Parece que temen que todos se decidan a obrar bien y no tengan ya a quien castigar; semejante actitud convendría a verdugos, pero de ninguna forma a príncipes buenos. 5. Estamos persuadidos que eso es también, como dijimos, obra de los demonios perversos, los cuales exigen de quienes viven irracionalmente sacrificios y adoraciones; pero no podemos concebir que ustedes, que aspiran a la piedad y a la filosofía, hagan nada irracionalmente. 6. Pero si también ustedes, de modo parecido a los insensatos, estiman en más la costumbre que la verdad, procedan conforme a lo que pueden; pero sepan que el poder de los príncipes, que ponen la opinión por encima de la verdad, equivale al de los bandidos en el desierto. 7. Pero no será bajo auspicios favorables que ustedes inmolarán las víctimas, declara el Verbo, que es el príncipe más alto y más justo que conocemos, después de Dios que le engendrara. 8. Porque a la manera que rehúsan todos heredar de sus padres la pobreza, los sufrimientos o las deshonras; así no habrá hombre sensato que acepte lo que el Verbo le manda que no debe aceptarse. 9. Que todo esto sucedería lo predijo, como digo, nuestro Maestro, Jesucristo, que es el Hijo y el enviado (cf. Hb 3,1) de Dios, Padre y Señor del universo, de quien hemos recibido nuestro nombre de cristianos. 10. De ahí justamente viene nuestra firmeza para aceptar todas sus enseñanzas, pues aparecen en la realidad cumplidas cuantas cosas se adelantó Él a predecir que sucederían. Ciertamente esta es una obra de Dios: predecir cada acontecimiento antes de su realización y que aparezca luego realizado tal como fue predicho. 11. Aquí pudiéramos terminar nuestro discurso sin añadir nada más, considerando que reclamamos justicia y verdad; pero como sabemos bien que no es fácil cambiar a prisa un alma poseída de la ignorancia, hemos determinado añadir unos breves puntos más, con el fin de persuadir a los amantes de la verdad, pues sabemos que no es imposible disipar la ignorancia cuando se expone la verdad.
(1) Cf. Padres Apostólicos y Apologistas Griegos (S. II). Introducción, notas y versión española por Daniel Ruiz Bueno, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2002, pp. 1019 ss. (BAC 629). Ofrecemos una versión revisada y confrontada con el texto griego editado en la colección “Sources Chrétiennes”, n. 507, Paris, Eds. du Cerf, 2006, pp. 126 ss.