OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (88)

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Todos los Santos
Hacia 1430-1440
Antifonario
Siena (Italia)
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO SEGUNDO (continuación)

Capítulo IX: Cómo usar del sueño

   Un lecho sencillo ayuda a un buen descanso

77.1. Ahora debemos decir algo de cómo, sin olvidar las reglas de la templanza, debemos comportarnos respecto del sueño. Después de un buena cena, y tras bendecir a Dios por habernos hecho partícipes de los bienes, y por la jornada transcurrida, debe invocarse al Verbo sobre (nuestro) sueño, dejando de lado las mantas suntuosas, las alfombras bordadas de oro y los tapices persas festoneados de hilos de oro, las largas túnicas teñidas de púrpura, las capas preciosas, los tejidos de gran valor de que habla el poeta (cf. Homero, Ilíada, XXIV,644-646; Odisea, IV,297-299; VII,336-338), las espesas lanas que cuelgan de lo alto (o: del techo) y los lechos más suaves que el sueño (Teócrito, Poemas, V,51 y XV,125).

77.2. Además de merecer el reproche por tanta sensualidad, es nocivo acostarse sobre almohadas de finas plumas, porque, al ser tan blando el colchón, el cuerpo queda hundido como en un abismo. Y nada favorece para que, quienes están acostados, puedan darse la vuelta, ya que por cada lado de su cuerpo el colchón se levanta como un dique; lo cual no facilita que se digieran los alimentos, y más bien arden, con lo que se corrompe el alimento.

77.3. (Poder dar vueltas en un lecho plano, como en un gimnasio natural del sueño, facilita la buena distribución de los alimentos) [frase que parece ser una primera redacción de lo que sigue]. Y quienes pueden dar vueltas sobre un lecho de superficie plana, teniendo éste como un gimnasio natural del sueño, digieren más fácilmente los alimentos y están mejor preparados para afrontar las vicisitudes de la vida. Más aún, los lechos con pies de plata delatan una gran ostentación; y para las camas, “el marfil de un cuerpo separado de su alma no es propicio” (Platón, Las Leyes, XII,956 A) para hombres santos; es un medio de reposo vicioso.

El sueño es un descanso del trabajo

78.1. No debemos, por tanto, buscar estos objetos. No es que su uso esté prohibido para quienes los poseen, sino que la prohibición está en buscarlos con solicitud, dado que la felicidad no se encuentra en ellos. Por otra parte, es pura vanagloria cínica pretender dormir como Diomedes que: “se acostó bajo una piel de buey salvaje” (Homero, Ilíada, X,155), salvo que las circunstancias nos obliguen a ello.

78.2. Odiseo enderezaba con una piedra el pie torcido de su lecho nupcial (cf. Homero, Odisea, XXIII,195-200). Tan notable era la simplicidad y el trabajo personal que se practicaban no sólo entre los particulares, sino también entre los jefes de los antiguos griegos.

78.3. Pero, ¿por qué hablar de éstos? Jacob dormía en el suelo y se apoyaba la cabeza en una piedra; y fue entonces que fue juzgado digno de tener aquella visión sobrehumana (cf. Gn 28,11-19). Debemos utilizar, conforme a la razón (o: de acuerdo con el Verbo), un lecho simple y sencillo, que tenga lo indispensable: si hace calor, que nos proteja, y, si hace frío, que nos caliente.

78.4. Que el lecho no esté recargado y que tenga las patas lisas, porque los torneados artificiosos son a veces un refugio para los animales que se arrastran; éstos se meten por entre las hendiduras hechos por el artesano sin resbalarse.

78.5. Sobre todo es preciso limitar la blandura del lecho, para que resulte viril. Porque el sueño no debe significar un relajamiento total del cuerpo, sino un reposo. Por eso digo que conviene entregarse a él como descanso del trabajo, y no como concesión al ocio.

La vida consiste en la identificación con Cristo

79.1. En conclusión: el sueño debe ser ligero, prestos a levantarse en cualquier momento. Dice (la Escritura): “Tengan ceñidos sus lomos y encendidas sus lámparas, y sean semejantes a hombres que aguardan a su señor cuando vuelve de las bodas, a fin de que, en cuanto llegue y llame, le abran al punto. Bienaventurados aquellos siervos a quienes cuando el Señor llegue les encuentre velando” (Lc 12,35-37). Porque el hombre que duerme no sirve para nada, como tampoco el que está muerto.

79.2. Razón por la cual debemos levantarnos de noche frecuentemente y bendecir a Dios; bienaventurados los que se levantan para Él, cual ángeles, que llamamos “los centinelas”.

79.3. “Todo hombre que duerme no vale nada, no vale más que un hombre sin vida” (Platón, Las Leyes, VII,808 B). El que tiene la luz permanece despierto, y la oscuridad no lo domina (cf. Jn 1,15; 1 Ts 5,4-6); y el sueño menos aún que las tinieblas. El que ha sido iluminado está despierto para Dios; y así, vive: “Porque lo que nació en Él, era vida” (Jn 1,3. 4).

79.4. “Bienaventurado el hombre que me escucha -dice la Sabiduría-; el hombre que sea fiel a mis caminos, velando a mis puertas día tras día, guardando las escalinatas de mi entrada” (Pr 8,34).

Los cristianos deben estar siempre alertas

80.1. “Así, entonces, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios -dice la Escritura-, porque los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan”, es decir, en la tinieblas de la ignorancia, “pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios. Porque todos ustedes son hijos de la luz y e hijos del día. Nosotros no somos de la noche, ni de las tinieblas” (1 Ts 5,6-8. 5).

80.2. “Entre nosotros quien tenga el mayor anhelo de la vida verdadera y del pensamiento auténtico, ése permanece despierto el mayor tiempo posible, sin más limitación que lo que resulte útil para su salud en su caso; esto no es mucho, una vez que se ha habituado bien” (Platón, Las Leyes, VII,808 B-C). Un ejercicio asiduo, unido al esfuerzo, permite un estado de vela continuo.

80.3. Que no nos sean un lastre los alimentos, sino que nos aligeren, para que el sueño no limite nuestras facultades, cual nadadores con los pies atados. En consecuencia, es preciso, al igual que si remontásemos desde las profundidades, que nos aligere la sobriedad y nos lleve hasta la superficie del estado de vigilia. En efecto, la caída en el sopor del sueño se asemeja a la muerte: por la ausencia de pensamiento nos hace descender a la inconsciencia, el cierre de los parpados nos hace insensibles a la luz.

80.4. Nosotros, hijos de la verdadera luz (cf. Lc 16,8; Jn 12,36; 1 Ts 5,5), no arrojemos fuera de nosotros a esta luz, sino que, dirigiéndola a nuestro interior, tras iluminar la visión del hombre interior (cf. 1 P 3,4), contemplando la verdad misma y participando de sus esplendores, desvelemos con claridad y prudencia los sueños verdaderos.

Importancia de las vigilias nocturnas

81.1. Los eructos de los borrachos, los ronquidos de los que han comido opíparamente, los silbidos de los que están envueltos entre las mantas, los rumores de los vientres demasiados llenos acaban por embotar la capacidad de visión del alma (cf. Platón, La República, VII,533 D), mientras que la mente se llena de una multitud de imágenes ilusorias.

81.2. De eso es responsable una comida excesiva, que sumerge a la razón en la inconsciencia. “Un prolongado sueño, por natural que sea, no favorece en nada ni a nuestros cuerpos ni a nuestras almas, ni se adapta a las acciones que tienen por meta la verdad” (Platón, Las Leyes, VII,808 B).

81.3. El justo Lot -paso por alto ahora la exégesis relativa al plan (lit.: economía) de la redención- no hubiese sido arrastrado a la unión ilegítima, de no estar embriagado por sus hijas y entorpecido por el sueño (cf. Gn 19,32-35).

81.4. Por consiguiente, si cortamos de raíz las causas que nos inducen a un profundo sueño, dormiremos más sobriamente. Porque “no se debe dormir toda la noche” (Homero, Ilíada, II,24 y 61), cuando se tiene como huésped dentro de sí al Verbo vigilante; es preciso despertarse durante la noche y, en especial, cuando los días se acortan.

81.5. Uno debe aplicarse al estudio (cf. II,22,1), otro ocuparse de su trabajo profesional, las mujeres trabajar la lana; y todos, por así decirlo, tenemos que luchar contra el sueño, habituándonos poco a poco a gozar, mediante la vigilia, de la mayor parte del tiempo de la vida -porque el sueño, como un recaudador, nos quita la mitad del tiempo de nuestra vida-; y si se les debe acortar el tiempo de la noche para estar vigilantes, con mayor razón no se les permitirá dormir durante el día. La vagancia, la modorra, el estar tumbado y los bostezos son síntomas de un alma poco firme.

Los frutos de la vigilia

82.1. Además, es importante saber que no es el alma la que reclama el sueño, puesto que siempre está en movimiento (cf. Platón, Fedro, 245 C), sino el cuerpo, que, dejándose llevar por el relajamiento, paraliza toda actividad, en tanto que el alma no obra por medio del cuerpo, sino que piensa por sí misma.

82.2. De ahí que los verdaderos sueños, si se mira bien, son los pensamientos del alma sobria, no atraída por las pasiones corporales, sino sugiriéndose a sí misma lo mejor: la ruina del alma es la inactividad.

82.3. Por tanto, el alma pensando siempre en Dios, gracias a un continuo y atento diálogo con Él, puede, en el momento oportuno, insertar en el cuerpo el estado de vigilia; así iguala al hombre a los ángeles, y obtendrá la vida eterna, merced a su constancia en la vigilia.