OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (85)

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La Anunciación
1485-1490
Tours (Francia)
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO SEGUNDO (continuación)

Capítulo V: Sobre la risa

   “La palabra es el fruto del pensamiento”

45.1. A los hombres que saben imitar cosas ridículas y, sobre todo, las pasiones que hacen reír, debemos desterrarlos de nuestra república (o: de nuestra convivencia [politeía]). Porque, si todas las palabras fluyen del pensamiento y responden a la manera de ser de uno, no es posible que algunos hablen ridículamente, si no dejan entrever una manera de ser despreciable. Porque aquí debe aplicarse el texto: “No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol podrido que dé fruto bueno” (Lc 6,43; Mt 7,18); la palabra es fruto del pensamiento.

45.2. Por con siguiente, si debemos expulsar de nuestra república (o: convivencia) a los bufones, con mayor razón debemos abstenernos de hacer nosotros mismos de bufones. Sería absurdo que nos encontrasen imitando aquello que nos está vedado escuchar; pero aún lo sería más si nos esforzásemos por ser personalmente objeto de risa, es decir, despreciables y ridículos.

45.3. Si no soportamos hacer el ridículo, como puede verse a algunos hacerlo en los desfiles, ¿cómo lógicamente consentiríamos que nuestro hombre interior (cf. Rm 7,22) cayese en una actitud todavía más ridícula?

45.4. Y si no cambiamos de buen grado nuestro rostro por uno más ridículo, ¿cómo podríamos pretender, con nuestras palabras, ser objeto de risa, y exponer al ridículo el más preciado de todos los bienes que el hombre atesora: la palabra? Resulta estúpido hacer reír, ya que la palabra de los bufones no merece atención, porque incitan a realizar acciones vergonzosas. Debemos ser graciosos, sí, pero no bufones.

La moderación en el reír

46.1. Incluso la risa debemos frenarla. Porque la risa emitida debidamente da impresión de equilibrio, mientras que lo contrario denota desenfreno. En una palabra: cuanto es dado a la naturaleza humana no debe suprimirse, sino más bien darle la justa medida y el tiempo oportuno.

46.2. No por el hecho de que el hombre sea un animal que ríe, debe uno reírse de todo; ni porque el caballo relinche, relincha siempre. Como animales racionales que somos, debemos gobernarnos con mesura, y distendernos en las ocupaciones serias y en las tensiones del espíritu con moderación, sin relajarnos hasta la disonancia.

46.3. La armonía del rostro, como las cuerdas de un instrumento, recibe el nombre de sonrisa, y es la risa propia del hombre prudente; en cambio, el excesivo relajamiento del rostro, si se da en las mujeres, recibe el nombre de kichlismós (risotada): es risa de las prostitutas; y, si se da en los hombres, se denomina kanchasmós (carcajada): es la risa de los proxenetas (lit.: pretendientes; cf. Homero, Odisea, XVIII,100).

46.4. “El tonto, cuando ríe, eleva su tono de voz -dice la Escritura-, pero el prudente apenas sonreirá en silencio” (Si 21,20). Se refiere por “hombre prudente” al sensato, por oposición al necio.

La educación de la risa

47.1. Pero, por otra parte, no se debe ser taciturno, sino reflexivo; apruebo totalmente al que se mostraba “sonriendo con un rostro terrible” (Homero, Ilíada, VII,212), puesto que “su sonrisa será menos ridícula” (Platón, La República, VII,518 B).

47.2. Incluso conviene educar la risa: si se trata de algo vergonzoso, es preferible enrojecer a sonreír, para no dar la impresión de regocijo y de consentimiento por simpatía; y si se trata de situaciones dolorosas, conviene más que se nos vea tristes que alegres. La primera actitud denota sentimiento humano, y la segunda deja entrever crueldad.

47.3. Ni debe reírse uno a cada momento -porque sería excesivo-, ni en presencia de personas ancianas o respetables, a menos que nos diviertan con alguna broma; tampoco se debe reír ante el primero que uno encuentra, ni en todos los lugares, ni con todos, ni de todo. En especial para los adolescentes y las mujeres, el reír es una ocasión para las calumnias.

Saber refrenar la lengua

48.1. Algunas veces, el hecho de mostrarse distante provoca la huida de los tentadores; asimismo, la gravedad, sólo del rostro, puede rechazar los asaltos del libertinaje. Pero a todos los insensatos, por así decirlo, el vino “les incita a la amable risa y al baile” (Homero, Odisea, XIV,465. 463); e induce a la molicie a los de carácter afeminado.

48.2. Además debemos percatarnos de que la excesiva franqueza en el hablar aumentará el desorden, hasta derivar en obscenidad: “Y profirió cierta expresión que mejor sería no haberla dicho” (Homero, Odisea, XIV,466).

48.3. Así, el vino da ocasión para observar la conducta moral, despojada de hipocresía y de apariencias, gracias a esta grosera franqueza de lenguaje, propia del estado de embriaguez; aquí puede observarse cómo la razón duerme en el alma, oprimida por la embriaguez, y se despiertan las pasiones monstruosas para imponer su tiranía sobre la debilidad de la reflexión.

Capítulo VI: Sobre las conversaciones obscenas

   “Ceñirnos con sabias palabras”

49.1. Debemos evitar completamente las conversaciones obscenas, y tapar la boca de quienes las emplean, ya sea con una mirada dura, ya volviendo la cabeza, o, como se dice vulgarmente, sonándonos la nariz, y utilizando también a menudo ásperas palabras. Dice (la Escritura): “Las cosas que salen de la boca, son las que manchan al hombre” (Mt 15,18; cf. Mc 7,15. 20), quiere decir lo vulgar, lo pagano, lo mal educado, y lo lascivo, lo que no es distinguido, bien educado ni casto.

49.2. Para evitar oír conversaciones groseras y presenciar actitudes del mismo estilo, el divino Pedagogo nos aconseja hacer como los muchachos que practicaban la lucha para no lastimarse las orejas: ceñirnos de sabias palabras, a modo de orejeras, a fin de que los golpes del libertinaje no puedan llegar a herir el alma; en cuanto a los ojos, los dirige hacia el espectáculo del bien, afirmando que es mejor resbalar con los pies que con la vista.

Evitar las palabras inútiles

50.1. Para rechazar el lenguaje grosero, el Apóstol afirma: “No salga de sus bocas palabra alguna corrompida, sino la que sea buena” (Ef 4,29); y de nuevo: “Como conviene a los santos, que las cosas torpes, las conversaciones tontas y las chocarrerías, si siquiera se nombren entre ustedes, porque no estaría bien, sino más bien acciones de gracias” (Ef 5,3-4).

50.2. Si quien llama estúpido a su hermano es reo de juicio (cf. Mt 5,22), ¿qué decir del que profiere tonterías? A propósito de éste, está escrito: “El que haya proferido una palabra inútil, dará razón de ello al Señor en el día del Juicio” (Mt 12,36). Y luego: “Porque por tu palabra serás juzgado y por tu palabra serás condenado” (Mt 12,37).

50.3. ¿Cuáles son las orejeras de la salvación? ¿Y cuáles las instrucciones del Pedagogo respecto a los ojos resbaladizos? Frecuentar a los justos, y cerrar los oídos ante quienes quieren apartarse de la verdad.

50.4. “Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres”, dice el poeta (Menandro, Fragmentos, 218; CAF vol. 3,62; cf. 1 Co 15,23). Pero el Apóstol aún se expresa mejor: “Abominando lo malo, apéguense a lo bueno” (Rm 12,9). Ya que quien frecuenta los santos será santificado (cf. Sal 15,3).

Importancia de la castidad

51.1. Debemos abstenernos totalmente de oír, decir y ver lo obsceno, y, más aún, de realizar actos obscenos, consistentes en mostrar y desnudar ciertas partes del cuerpo, lo cual no es necesario, o en mirar las partes más íntimas. En efecto, el hijo casto (de Noé) no se atrevía a mirar la desnudez del justo (cf. Gn 9,21-23), ya que es obscena; sino que, al ver la caída de ignorancia, su castidad cubrió con un velo lo que la embriaguez había desnudado (cf. Gn 9,23).

51.2. Pero no es menos necesario guardarse puro al proferir palabras, a las que no deben tener acceso los oídos de quienes tienen la fe en Cristo. De esta manera, me parece que el Pedagogo no nos permite emitir palabra alguna cargada de indecencia, para infundir previsoramente el odio contra la incontinencia. Es, sin lugar a dudas, hábil para cortar la raíz de los pecados: el “no cometerás adulterio”, por el “no desearás” (Mt 5,28; cf. Ex 20,14. 17). El fruto del deseo, la raíz del mal, es el adulterio.

La mesura en el hablar

52.1. Así también, y en el mismo lugar, el Pedagogo ha condenado las palabras obscenas, cortando de raíz las relaciones indecentes de la incontinencia. El mero hecho de ser indisciplinado en las palabras conduce al desorden en las acciones, y el ejercitarse en la castidad en la palabra, es resistir al libertinaje.

52.2. Hemos expuesto ya de una manera más profunda (ver más adelante: II,92,3) que la denominación de lo que es realmente obsceno no reside en los nombres, ni en los órganos de las relaciones sexuales, ni en la unión conyugal, para los que hay nombres que no son de uso corriente en la vida social. Miembros, como la rodilla y la pierna, así como sus nombres y sus funciones propias, no son vergonzosos. Las partes sexuales del cuerpo humano son asimismo miembros dignos de respeto y no de vergüenza. Más bien, lo obsceno estriba en su ilegítimo uso, y que, por tanto, es despreciable, censurable y digno de castigo; en realidad, sólo es obsceno el vicio y las acciones que le son propias.

52.3. En consecuencia, sólo analógicamente el lenguaje obsceno pueden, con razón, definirse como un discurso relativo a acciones viciosas: conversar, por ejemplo, sobre el adulterio, la pederastia, o acciones por el estilo. Sí, debemos enmudecer toda charlatanería vana.

52.4. Porque, dice (la Escritura): “En el mucho hablar no escaparás al pecado” (Pr 10,19); la locuacidad será castigada; “quien se calla será tenido por sabio; quien se extralimita hablando será odiado” (Si 20,5). Más aún, el charlatán se hace odioso a sí mismo: “El que habla mucho daña su alma” (Si 20,8).