OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (84)

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El martirio de san Bartolomé
Hacia 1340
Florencia (Italia)
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO SEGUNDO (continuación)

Capítulo IV: Cómo debemos comportarnos en los banquetes

   “Conducirnos con decoro”

40.1. Que la orgía esté lejos del banquete del Verbo (o: del banquete razonable), y también las vanas fiestas nocturnas, en las que se fanfarronea con el exceso de vino. Porque la orgía provoca la embriaguez, forma externa de la pasión erótica. Que el erotismo y la embriaguez, las pasiones más irracionales, estén muy lejos de nuestra comunidad. La fiesta nocturna con vino es compañera del desorden, porque es una invitación a la embriaguez, un estímulo de la concupiscencia, y se atreve a toda clase de acciones vergonzosas.

40.2. Quienes se estremecen al son de las flautas, de las arpas, de las castañuelas de los egipcios, o al son de las diversiones de este estilo, aturdidos al ritmo de címbalos y tambores, y ensordecidos por los instrumentos del error, se volverán totalmente insensatos, desordenados e ineptos. En efecto, una reunión de esta índole me parece, sin más, un teatro de embriaguez.

40.3. El Apóstol nos exige “abandonar las obras de las tinieblas para ceñirnos con las armas de la luz. Conducirnos con decoro, como en pleno día, no pasando nuestro tiempo en comilonas y borracheras, ni en fornicaciones y desenfrenos” (Rm 13,12-13).

La liturgia agradable a Dios

41.1. Que la siringa (o: flauta campestre) se reserve para los pastores, y la flauta para los hombres supersticiosos que se ocupan en el culto de los ídolos. En verdad, debe rechazarse de los banquetes sobrios este tipo de instrumentos, más apropiados para las fieras que para los hombres y, de entre éstos, para los privados de razón.

41.2. Según tenemos entendido, los ciervos quedan hechizados con las flautas campestres y los cazadores que los persiguen los llevan con sus melodías hacia las trampas. También tenemos entendido que para los caballos, durante su apareamiento, se interpreta una especie de himeneo, al son de la flauta, que los músicos denominan “hippóthoros” (lit.: apareamiento de caballos).

41.3. Es absolutamente necesario eliminar toda visión o audición vergonzosa y, en una palabra, todo aquello que produzca una sensación desordenada, que tiene en realidad efectos anestésicos. Asimismo, debemos guardarnos de los placeres que, por la vista y el oído, banalizan y afeminan. Las melodías suaves y los ritmos plañideros de la música de Caria producen un encanto artificial que corrompe las costumbres, arrastrando a la pasión con una música licenciosa y malsana.

41.4. El Espíritu (Santo) en el salmo opone a este tipo de fiestas la liturgia digna de Dios: “Alábenlo al son de !a trompeta” (Sal 150,3), ya que al son de la trompeta resucitará a los muertos (cf. 1 Co 15,52); “alábenlo con el arpa” (Sal 150,3), porque la lengua es el arpa del Señor; “alábenlo con la cítara” (Sal 150,3), entendiendo por ello la boca, movida por el espíritu, como por un plectro; “alábenlo con el tambor y con el coro” (Sal 150,4), refiriéndose con ello a la Iglesia, la cual celebra la resurrección de la carne, cuando oye resonar la piel (del tambor).

41.5. “Alábenlo con instrumentos de cuerda y con el órgano” (Sal 150,4), por órgano (musical) quiere decir nuestro cuerpo, y por cuerdas los nervios de dicho cuerpo, gracias a los cuales ha recibido una tensión armónica, y al ser tocado por el espíritu emite las voces humanas; “alábenlo con címbalos resonantes” (Sal 150,5), entendiendo por címbalo la lengua de la boca, que resuena al golpearse con los labios.

El cristiano tiene un solo instrumento: el Verbo pacífico

42.1. Así ha hablado a la humanidad: “Que todo lo que respira, alabe al Señor” (Sal 150,6), porque (el Señor) ha extendido su protección sobre cada aliento que ha creado. En verdad, el hombre es un instrumento pacífico, pero los que tienen otras preocupaciones [no la paz] inventan instrumentos bélicos, que inflaman el deseo, encienden la pasión y excitan la ira.

42.2 Así, en sus guerras los Tirrenos utilizan la trompeta; los Arcadios, la zampoña; los Sicilianos, el arpa; los Cretenses, la lira; los Lacedemonios (o: Espartanos), la flauta normal; los Tracios, el cuerno; los Egipcios, el tambor; los Árabes, los címbalos.

42.3. Nosotros, en cambio, no utilizamos más que un instrumento, el Verbo pacífico, con el que honramos a Dios. No nos servimos del antiguo instrumento de cuerdas, ni de una trompeta, ni de un tambor o de una flauta (cf. Sal 150), que tenían por costumbre usar durante sus reuniones los que se ejercitaban en la guerra, despreciando el temor de Dios en sus reuniones, intentando levantar su ánimo abatido con tales ritmos.

La música de los cristianos debe ser “eucarística”

43.1. Que nuestra benevolencia, cuando se trate de beber, se muestre de dos formas, según la Ley: si se dice “Amarás al Señor tu Dios”, y luego “a tu prójimo” (Mt 22,37. 39; Mc 12,30-31; Lc 10,27); en primer lugar, la benevolencia debe mostrarse hacia Dios por medio de la acción de gracias y el canto de salmos; la segunda, la benevolencia con respecto al prójimo, por medio de un trato respetuoso: “Que la palabra del Señor habite en ustedes abundantemente” (Col 3,16), dice el Apóstol.

43.2. Esta Palabra (Lógos) se adapta y se conforma a las circunstancias, a las personas, a los lugares, y ahora también a los banquetes. Y, de nuevo, añade el Apóstol: “Enseñándonos en toda sabiduría y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos, cánticos espirituales, cantando así a Dios con acciones de gracias en sus corazones. Y todo cuanto hicieren, de palabra o de obra, háganlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias al Dios y Padre suyo” (Col 3,16-17).

43.3. Que ésta sea nuestra música de acción de gracias (o: eucarística), y si tú quieres cantar, toca la cítara o la lira, no es ello motivo de reproche para ti. Imita al Hebreo, al rey justo, que daba gracias a Dios: “Regocíjense, justos, en el Señor; a los hombres rectos conviene la alabanza -así dice la profecía-, alaben al Señor con la cítara, ensálcenlo con el arpa de diez cuerdas, cántenle un cántico nuevo” (Sal 32,1-3). Quizás el salterio de diez cuerdas, que se designa con la letra de la decena (= la iota), anuncie al Verbo Jesús.

“La alabanza de Dios está en la asamblea de los santos”

44.1. De la misma manera que antes de tomar nuestro alimento, es conveniente bendecir al Creador por todo, así también, cuando bebamos, debemos entonarle salmos, porque gustamos de sus criaturas. Sin lugar a dudas, el salmo es una armoniosa y sana alabanza; el Apóstol le da el nombre de “canto espiritual” (Ef 5,19; Col 3,16).

44.2. Es, en especial, cosa santa, antes de acostarse, dar gracias a Dios, por haber gozado de su gracia y benevolencia, a fin de que nos entreguemos al sueño bajo la mirada de Dios. Dice (la Escritura): “Alaben a Dios con cantos de sus labios, porque por orden suya se cumple todo cuanto quiere, y no queda disminuida su salvación” (Si 39,20. 23).

44.3. Entre los antiguos griegos, durante los banquetes en los que se bebía, y en que las copas se desbordaban, se entonaba, a imagen de los salmos hebreos, un canto llamado “scolión”; todos lo cantaban a viva voz y al unísono, si bien algunas veces alternativamente (o: algunas veces con una sola voz), a medida que cada uno brindaba a la salud de los demás. Y los más aficionados a la música se acompañaban en sus cantos con la lira.

44.4. Pero alejemos de nosotros las canciones eróticas y procuremos que nuestros cantos sean himnos de Dios. Dice (la Escritura): “¡Que alaben su nombre en los coros, que lo celebren con el tambor y la cítara (lit.: salterio)!” (Sal 149,3). Pero, cuál sea este coro que canta (a Dios), el Espíritu (Santo) mismo te lo indicará: “La alabanza de Dios está en la asamblea de los Santos. ¡Que se alegren con su rey!” (Sal 149,1-2). Y agrega: “Porque el Señor se complace en su pueblo” (Sal 149,4).

44.5. Debemos elegir sólo las melodías sanas, rechazando lo más lejos posible de nuestra mente las que son realmente voluptuosas, que por artificios en su modulación corrompen y desvían hacia a la molicie y a la bufonería. En cambio, las melodías austeras y moderadas son rechazadas por la arrogancia de la embriaguez. Dejemos, entonces, las armonías cromáticas para los excesos impúdicos de los bebedores de vino, y para la música de las prostitutas coronadas de flores.