OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (80)

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Lamento por la muerte de Cristo
Hacia 1418
Grandes Heures de Rohan
Francia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO SEGUNDO

Capítulo I: Cómo comportarse en lo relativo a los alimentos

   Introducción. El gobierno del propio cuerpo

1.1. Siguiendo nuestro propósito, y eligiendo los textos de la Escritura que se refieren a la parte práctica de nuestra pedagogía, debemos describir brevemente el comportamiento que debe seguir, a lo largo de toda su vida, uno que se dice cristiano. Comencemos, entonces, por nosotros mismos y es necesario comportarse.

1.2. Así, para dar a nuestra exposición sus justas proporciones, debemos empezar por hablar del comportamiento de cada uno de nosotros con respecto a su propio cuerpo, o, mejor, cómo es necesario dirigirlo. En efecto, cuando uno, a partir de las cosas exteriores y del cuidado de su propio cuerpo, con la ayuda que le brinda el Verbo para reflexionar, adquiere un conocimiento de lo que sucede en el hombre, según las leyes de la naturaleza, sabrá no preocuparse por las cosas externas y purificar lo que es propio del hombre: el ojo del alma, y a purificar también la misma carne.

1.3. El que ha sido purificado, por haberse liberado de aquellas cosas que le convierten en polvo, ¿qué medio más ventajoso que sí mismo podría hallar para llegar directamente a comprensión de Dios?

1.4. Algunos hombres viven para comer, como los animales privados de razón, su vida no es más que el vientre (cf. Rm 16,18; Flp 3,19). A nosotros, el Pedagogo nos prescribe comer para vivir; ni el comer debe ser nuestra obsesión, ni nuestro fin el placer, sino que el alimento nos es permitido para facilitarnos nuestra permanencia aquí en la tierra, estadía que el Verbo educa para la inmortalidad.

Se debe elegir una alimentación simple y sencilla

2.1. Que nuestro alimento sea sencillo y sin refinamiento, conforme a la verdad; que se ajuste a la conveniencia de los niños simples y sencillos; que sirva para la vida, no para la sensualidad. Esta vida consta de dos elementos: la salud y el vigor, relacionados con un tipo de alimentación fácil de digerir, provechosa para la digestión y la agilidad del cuerpo. Es este alimento el que produce el crecimiento, y mantiene la salud y la fuerza de forma equilibrada; y no ese vigor exagerado, peligroso y digno de lástima, propio de los atletas que siguen un régimen de alimentación forzada.

2.2. Conviene rechazar la variedad de manjares que producen diferentes perjuicios: indisposiciones del cuerpo, náuseas de estómago. El gusto se deteriora por los funestos artificios de los cocineros y su vana habilidad para preparar pasteles. Así, en efecto, hay quienes se atreven a denominar alimento a la búsqueda de la glotonería, que conduce a los placeres dañinos.

2.3. Antífanes, médico de Delos, afirmó que la causa de las enfermedades era esta gran variedad de alimentos; característica de aquellos que, hastiados de la sencillez por su multiforme ostentosidad, desprecian la moderación del régimen alimenticio, y se preocupan por importar alimentos de ultramar.

El vicio de la gula

3.1. Yo siento piedad por esta enfermedad, pero ellos no se avergüenzan de celebrar su glotonería. Su preocupación se centra en las murenas del estrecho de Sicilia, en las anguilas del Meandro, en los cabritos de Melos (o Milo), en los mújoles de Esciato (o Skiato), en los crustáceos del cabo Peloro, en las ostras de Abidos; no descuidan tampoco las anchoas de Lípara (o Lípári) ni la naba de Mantinea, ni tampoco las acelgas de Ascra. Buscan los pectineros (= marisco) de Metimna y los rodaballos del Ática, los zorzales de Dafne, los higos secos negros como golondrinas, por los que el infortunado persa (= Jerjes) llegó a Grecia con cinco millones de hombres.

3.2. Por lo que atañe a las aves, las adquieren de Fasis, las perdices de Egipto y los pavos de Media. Y tras aderezarlo con las salsas, los glotones abren su boca, de par en par, ante los platos. Y todo cuanto produce la tierra, las profundidades marinas y el espacio inconmensurable del aire, se lo procuran para su glotonería. Parece realmente como si estos infatigables comilones quisieran pescar en sus redes al mundo entero para satisfacer su gula, deseosos de oír “silbar las sartenes” (Apseudeo de Théleclides, Fragmentos, 10) para su fruición; pasando toda su vida entre morteros y almireces (= pisones de morteros), comiendo todo se apiñan como leña para el fuego. Incluso un alimento tan común como el pan lo adulteran, privando al trigo de su elemento nutritivo, de suerte que un alimento tan necesario lo convierten en objeto de un vergonzoso placer.

El agape santo no es una mera cena humana

4.1. La glotonería humana no tiene límite; ella los empuja hacia los pasteles, las tortas de miel, también hacia las golosinas, ideando una gran variedad de postres y descubriendo toda clase de recetas. Me da la impresión de que un hombre glotón no es más que boca.

4.2. Dice la Escritura: “No desees los manjares de los ricos, porque van unidos a una vida es falsa y vergonzosa” (Pr 23,3). Los ricos son esclavos de los manjares que, al poco rato, terminan en la letrina (cf. Mt 15,17; Mc 7,19; Jn 6,27); nosotros, en cambio, que perseguimos el alimento celestial, debemos dominar el vientre que se encuentra bajo el cielo, y, más aún, todo aquello que le es agradable, cosas que “Dios destruirá” (1 Co 6,13), dice el Apóstol, ya que repudia -y es natural- los deseos de la gula.

4.3. “Porque los alimentos son para el vientre” (1 Co 6,13) y de ellos depende esta vida realmente carnal y perniciosa. Y si algunos osan llamar, con un lenguaje desvergonzado, agape a ciertos platos que exhalan el olor característico de los asados y las salsas, injuriando con sus pequeños platos y salsas la obra bella y saludable del Verbo: el agape santo, blasfemando este nombre con la bebida, molicie y humo, se equivocan si creen poder comparar las promesas divinas con sus comilonas (lit. cenas).

4.4. Si quisiéramos clasificar en la misma categoría las reuniones cuya finalidad consiste en alegrarse conjuntamente, denominaríamos con razón a este tipo de reuniones con el nombre de almuerzo, desayuno o banquete; pero el Señor a tales festines jamás los ha denominado agape.

4.5. Lo que dijo en una ocasión fue esto: “Cuando seas invitado a una boda, no te recuestes en el primer lugar (Lc 14,7-8); sino que, cuando te inviten, recuéstate en el último lugar” (Lc 14,10); y en otro pasaje: “Cuando des una comida o una cena”, y otra vez: “Cuando des un banquete llama a los pobres” (Lc 14,12-13); con esta intención y no otra debe celebrarse una comida; y, de nuevo, insiste: “Un hombre organizó una gran comida e invitó a muchos” (Lc 14,16).

El banquete espiritual

5.1. Creo saber de dónde procede la artificiosa denominación de comidas, a juzgar por las palabras del cómico: “de la garganta y de la manía desenfrenada de banquetes” (Anónimo, Fragmentos, 782; ed. J. C. Th. Koch, Comicorum Atticorum Fragmenta [= CAF], Leipzig 1888, vol. 3, 545). En verdad, “la mayor parte de las cosas, para la mayoría de la gente, existen sólo con vistas a la comida” (Anónimo, Fragmentos, 432; CAF vol. 3, 490). Sin duda, no se han percatado de que Dios ha preparado alimento y bebida para el sustento de su criatura -me refiero al hombre-, no para su placer.

5.2. Tampoco es natural que el cuerpo saque un gran provecho de una alimentación suntuosa, más bien todo lo contrario; quienes toman alimentos más frugales son los más fuertes, los más sanos, los más vigorosos, como ocurre con los siervos respecto a sus amos, y con los labradores respecto a sus señores. Y no sólo son los más robustos, sino también los más sensatos, como en el caso de los filósofos respecto a los ricos, “porque que no han cegado su inteligencia con los alimentos, ni han pervertido su corazón con los placeres” (Anónimo, Fragmentos, 184; CAF vol. 3, 444).

5.3. Un agape es, realmente, un alimento celestial, un banquete espiritual (o: banquete del Verbo): “Todo lo sufre, todo lo soporta, todo lo espera; la caridad (lit.: el agape) jamás decae” (1 Co 13,7-8). “Dichoso el que coma el pan en el reino de Dios” (Lc 14,15).

5.4. La peor que puede suceder es que la caridad (agape), que no debe decaer, caiga inútilmente desde el cielo hasta sobre las salsas. ¿Crees tú que yo considero un banquete lo que carece de valor? (cf. 1 Co 6,13; 2 Co 3,11) Dice la Escritura: “Si repartiere todos mis bienes, pero no tuviera caridad (agape), no soy nada” (1 Co 13,3. 2).

El Señor nos tiene preparado un banquete celestial

6.1. Sobre esta caridad se fundamentan toda la Ley y el Verbo. Y si tú amas al Señor tu Dios y a tu prójimo (cf. Mt 22,40. 37. 39), te está preparado en el cielo este banquete celestial; en tanto que al banquete terrestre se le llama comida (o: cena, deipnon), como lo muestra la Escritura, puesto que tiene como móvil la caridad, pero la comida no es caridad (agape); es sólo una demostración de una benevolencia que une y es generosa.

6.2. “Que no sea difamado nuestro bien. Porque no consiste el Reino de Dios en la comida y en la bebida”, dice el Apóstol, para que lo efímero no sea tenido por lo mejor, “sino en la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,16-17). Quien coma de este alimento adquirirá el mejor de los bienes existentes, el Reino de Dios, preparándose desde aquí para la santa unión de la caridad, la Iglesia celestial (o: la santa asamblea de la caridad, la Iglesia celestial).

El hombre está destinado a la vida eterna

7.1. La caridad (agape) es, por tanto, algo puro y digno de Dios, y su obra es repartirla. “La preocupación por la educación es amor (o: caridad), dice la Sabiduría, y el amor consiste en la observancia de sus leyes” (Sb 6,17-18). Los goces terrenos tienen una cierta chispa de caridad, que nos habitúa a pasar del alimento vulgar al alimento eterno. La caridad no es, por consiguiente, una comida (o: una cena), pero ésta debe depender de la caridad.

7.2. “Que tus hijos a quienes amaste, dice, aprendan, Señor, que no alimentan al hombre las diversas especies de frutos, sino tu palabra, que mantiene a aquellos que en ti creen” (Sb 16,26); “porque el hombre justo no sólo vivirá del pan” (Dt 8,3; Mt 4,4; Lc 4,4; cf. Ha 2,4).

7.3. Que nuestro alimento sea frugal y ligero, que nos permita estar despiertos, sin mezcla de salsas variadas, lo que no significa una falta de educación. Porque tenemos una excelente nodriza: la caridad, que, poseyendo abundantes bienes para todos, introduce la moderación, que preside una alimentación equilibrada, imponiendo al cuerpo para su salud la mesura de las cantidades, y reparte con el prójimo parte de sus propios bienes. En cambio, ese otro régimen de vida, que sobrepasa la moderación, es altamente nocivo para el hombre, entorpece su alma y hace enfermizo su cuerpo.

7.4. Sí, ciertamente, los placeres de la gula reciben nombres malsonantes: golosinería, glotonería, sibaritismo, deseo insaciable, voracidad. Semejante a éstos son los nombres de moscas, comadrejas, cortesanos, luchadores, y “enjambres de salvajes de parásitos” (Homero, Ilíada, XIX,30), es decir, aquellos que al placer del vientre sacrifican la razón, otros la amistad, o la vida misma, gente que arrastra el vientre, bestias parecidas al hombre, a imagen de su padre, la bestia golosa (cf. Gn 3,14; Jn 8,44).

7.5. Creo que los antiguos, al llamarles asótoi (perdidos), expresaron bien su fin, considerándolos asóstoi (que no pueden ser salvados) por la supresión de la letra sigma. ¿No son éstos, en verdad, los que centran su atención en los platos y en la fatigosa elaboración de los condimentos; seres infelices, nacidos de la tierra, perseguidores de una vida efímera, como si no estuvieran destinados a la vida eterna?

La carne sacrificada a los ídolos

8.1. A éstos el Espíritu Santo, por boca de Isaías, les llama miserables, rehusándoles tácitamente el nombre de agape para sus banquetes, porque no eran conforme a la razón: “Ellos estaban alegres, sacrificando bueyes y degollando ovejas, y exclamando: comamos y bebamos, que mañana moriremos” (Is 22,13; 1 Co 15,32).

8.2. Y, como considera un pecado esta vida desenfrenada, añade: “Ciertamente no les será perdonado el pecado hasta que mueran” (Is 22,14); decreta, no la absolución de la falta por una muerte física, sino que la satisfacción del pecado está en una muerte salvadora. “No te dejes entusiasmar por un pequeño placer” (Si 18,32), dice la Sabiduría.

8.3. Aquí debo recordar la llamada carne sacrificada a los ídolos y de cómo debemos abstenernos de ella (cf. Hch 15,29). Según creo, son francamente sucias y abominables estas carnes rociadas de sangre, “almas de cadáveres, que salen del fondo del Erebo” (Homero, Odisea, XI,37).

8.4 Dice el Apóstol: “No quiero que tengan nada que ver con los demonios” (1 Co 10,20), ya que está preparado un alimento diferente para los que se salvan y otro para los que perecen. Es preciso que nos abstengamos de tales alimentos, no por temor, ya que los demonios carecen de poder, sino por repugnancia, tanto por nuestra conciencia pura (cf. 1 Co 10,25. 27), como por la desvergüenza de los demonios, a quienes estos alimentos están consagrados; y aún por la debilidad de quienes dudan de todo, “gente cuya conciencia queda contaminada, porque es débil. Además, la comida no nos acercará a Dios” (1 Co 8,7-8). “No es lo que entra por la boca lo que ensucia al hombre, se dice, sino lo que sale” (Mt 15,11).

Cristo nos ofrece el verdadero manjar

9.1. Por tanto, el uso natural del alimento es algo indiferente: “No somos más si comemos, se afirma, ni menos si no comemos” (1 Co 8,8); pero no es razonable compartir “la mesa de los demonios” (1 Co 9,4-5), cuando se nos ha admitido a participar del alimento divino y espiritual. Dice el Apóstol: “¿Acaso no tenemos derecho a comer y a beber, y a traer con nosotros una mujer?” (1 Co 9,4-5). Con la abstinencia de los placeres frenamos los deseos; “pero, miren que esta libertad que tienen no sea un tropiezo para los débiles” (1 Co 8,9).

9.2. No debemos, menospreciar los dones del Padre, como el hijo rico del Evangelio (cf. Lc 15,11 ss.), llevando una vida disipada; antes bien, usar de ellos, como dueños, pero sin inclinarnos ante ellos. Fuimos, en efecto, constituidos reyes y señores (cf. Gn 1,28), no esclavos de los alimentos.

9.3. Es de admirar que, examinando con atención la verdad, podamos participar del alimento divino, y también saciarnos en la contemplación inextinguible de Aquél que es verdaderamente el Ser, gustando de ese placer único, estable y puro. Éste es el agape que debemos esperar, como lo demuestra el manjar que Cristo nos ofrece (cf. Jn 6,51).

9.4. Es totalmente irracional, insensato e inhumano alimentarse para la muerte, como el ganado que engorda mirando sólo a la tierra -de ella hemos sido formados- y estar siempre recostados sobre las mesas, a la caza de una vida intemperante, enterrando en ella el bien para ocuparse de una vida sin porvenir, y con la mirada puesta en los placeres de la gula, que proporcionan mayor estima a los cocineros que a los mismos agricultores. Lejos está de nosotros rechazar las relaciones sociales; pero desconfiamos de los peligros de la sociedad, como si de una desgracia se tratara.