OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (78)

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La Virgen María con el Niño
y Santos
Hacia 1200
Alemania
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO PRIMERO (continuación)

Capítulo XI: El Verbo nos ha educado por medio de la Ley y de los Profetas

   Del Verbo proviene la verdadera salud del alma

96.1. En la medida de nuestras fuerzas, hemos mostrado cómo ama a los hombres y cómo es su pedagogía. Ha realizado una magnífica descripción de sí mismo, comparándose a “un grano de mostaza” (Mt 13,31; Mc 4,31; Lc 13,19); al hacerlo, expresa alegóricamente la naturaleza espiritual y fecunda del Verbo que ha sido sembrado, y su gran poder, susceptible aún de acrecentarse. Por otra parte, muestra que el carácter mordaz y purificador de su corrección es provechoso.

96.2. Por medio de esta pequeña -y alegórica- semilla, (Dios) dispensa copiosamente a toda la humanidad la salvación. La miel, que es muy dulce, puede producir bilis, como la bondad genera el desprecio, que es la causa del pecado. La mostaza, en cambio, puede disminuir la bilis, es decir, la cólera, y cortar la inflamación, esto es, la soberbia. Del Verbo, entonces, provienen la verdadera salud del alma y un duradero equilibrio.

96.3. Antiguamente el Verbo educaba por medio de Moisés; luego, lo hizo por mediación de los profetas. El mismo Moisés fue también un profeta: la Ley es la pedagogía de los niños difíciles: “Una vez saciados -dice-, se levantaron para divertirse” (Ex 32,6; 1 Co 10,7). Dice “saciados”, no “alimentados”, para indicar el irracional exceso de alimento.

La benevolencia es querer el bien del prójimo

97.1. Y como después de saciarse irracionalmente se dedicaron a divertirse también irracionalmente, vino a continuación la Ley y el temor para alejarlos de los pecados e impulsarlos a las buenas acciones, preparándolos así para obedecer dócilmente al verdadero Pedagogo: el mismo y único Verbo que se adapta según la necesidad. “La Ley ha sido dada -dice San Pablo- para conducirnos a Cristo” (Ga 3,24).

97.2. Es, por tanto, evidente, que el Verbo de Dios, el hijo Jesús, es nuestro Pedagogo, el único verdadero (= legítimo), bueno, justo, “a imagen y semejanza del Padre” (Gn 1,26); a Él nos ha confiado Dios, como un padre cariñoso confía sus hijos pequeños a un verdadero pedagogo; Él mismo nos lo ha manifestado con toda claridad: “Éste es mi hijo amado, escúchenle” (Mc 9,7; Mt 17,5; Lc 9,35).

97.3. El divino Pedagogo merece toda nuestra confianza, porque posee las más hermosas cualidades: la ciencia, la benevolencia y la franqueza. La ciencia, por que es la sabiduría del Padre: “Toda sabiduría procede del Señor, y permanece en Él eternamente” (Si 1,1); la franqueza, porque es Dios y Creador: “Todas las cosas fueron hechas por Él, y, sin Él, nada fue hecho” (Jn 1,3); la benevolencia, porque se ha entregado a sí mismo como víctima única por nosotros: “El buen pastor da su vida por sus ovejas” (Jn 10,11), y Él, efectivamente, la dio. La benevolencia no es más que querer el bien del prójimo, por él mismo.

Capítulo XII: El Pedagogo, con una disposición análoga a la de un padre, utiliza severidad y benignidad (cf. Sb 8,1)

   El Señor es un modelo radiante

98.1. En relación con lo anteriormente expuesto, podríamos concluir afirmando que Jesús, nuestro Pedagogo, ha grabado en nosotros la verdadera vida y ha educado al hombre en Cristo. Su carácter no es excesivamente severo, ni demasiado blando por su bondad. Da preceptos, pero lo hace de una forma que nosotros podamos cumplir sus.

98.2. Él mismo, me parece a mí, es quien formó al hombre con el polvo de la tierra, lo regeneró con el agua, lo hizo crecer por el Espíritu (cf. Gn 2,7; 1,26-27), lo educó con la palabra, dirigiéndolo con santos preceptos a la adopción filial y a la salvación, para transformar al hombre terrestre en un hombre santo y celestial, para que se cumpla plenamente la palabra de Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26).

98.3. Cristo fue el único que realizó plenamente lo que Dios había dicho; los demás hombres, en cambio, se asemejan (a Dios) sólo según la imagen. Nosotros, hijos de un Padre bueno, alumnos (lit.: criaturas) de un buen Pedagogo, cumplamos la voluntad del Padre, escuchemos al Verbo e imprimamos en nosotros la vida realmente salvadora de nuestro Salvador. Viviendo ya desde ahora en la tierra la vida celestial que nos diviniza, unjámonos con el óleo de la alegría (cf. Sal 44 [45],8; Is 61,3), siempre viva y con el perfume de la pureza, considerando la vida del Señor como un modelo radiante de incorruptibilidad, y siguiendo las huellas de Dios. A Él sólo corresponde el cuidado -porque es atribución suya- de ver cómo y de qué manera puede mejorar la vida de los hombres.

98.4. Pero nos enseña también a bastarnos a nosotros mismos, a prescindir de lo superfluo y a llevar una vida sencilla y libre, que conviene al viajero que desea llegar a la vida eterna y feliz, y nos enseña que cada uno de nosotros debe ser para sí mismo el tesoro de sus provisiones: “No se preocupen -dice- por el día de mañana” (Mt 6,34); el que se ha comprometido a seguir a Cristo, debe elegir una vida sencilla, sin servidores, y vivir al día. Porque no somos educados para la guerra, sino para la paz.

El Verbo tiene la misión de guiarnos y educarnos

99.1. Para la guerra hay que hacer muchos preparativos, y para el bienestar se necesitan abundantes provisiones; pero la paz y el amor, hermanas sencillas y tranquilas, no necesitan armas ni provisiones extraordinarias; su alimento es el Verbo; el Verbo que tiene la misión de guiarnos y educarnos; de Él aprendemos la simplicidad, la modestia, el amor pleno a la libertad, por los hombres y por el bien. Sólo por el Verbo y la práctica de la virtud nos hacemos semejantes a Dios (cf. Gn 1,26; Platón, Teeteto, 176 A).

99.2. Pero, tú, trabaja sin desmayo, porque serás como no esperas, ni puedes llegar a imaginar. Así como hay un estilo de vida propio de los filósofos, otro de los rétores, otro de los luchadores, así también hay una noble disposición del alma, nacida de la pedagogía de Cristo, siempre proclive al bien. Hasta las acciones materiales, sometidas a tal educación se ennoblecen: marcha, reposo, alimento, sueño, descanso, el modo de vida, y toda la educación, puesto que la formación que nos imparte el Verbo no conduce al exceso sino a la moderación.

Vivir guiados por la Verdad

100.1. Por esa razón, el Verbo es llamado Salvador; porque Él ha dispensado a los hombres estos remedios racionales, para que puedan sentir rectamente y alcancen la salvación. Él sabe esperar el momento oportuno, reprender los vicios, hacer patente las causas de las pasiones, cortar la raíz de los apetitos irracionales, señalar aquello de lo que debemos abstenernos, y dispensar a los enfermos todos los antídotos para su salvación. Ésta es la más grande y regia obra de Dios: salvar a la humanidad.

100.2. Los enfermos muestran su disgusto con el médico que no prescribe ningún remedio para la curación; ¿cómo no vamos a estar nosotros sumamente agradecidos al divino Pedagogo, que no calla ni es negligente en denunciar las desobediencias que conducen a la perdición, sino que, por el contrario, las reprende, corta los impulsos que llevan a ellas, y enseña las normas adecuadas para una recta conducta? Tengamos, entonces, para con Él el mayor reconocimiento.

100.3. El animal racional -me refiero al hombre- ¿qué otra cosa debe hacer sino contemplar lo divino? Pero es preciso también -digo yo- contemplar la naturaleza humana, y vivir guiados por la Verdad, amando sobremanera al Pedagogo mismo y sus preceptos, porque ambas cosas son convenientes y concordes. Conformándonos a este modelo, debemos sintonizar con el Pedagogo y vivir una vida auténtica, armonizando nuestros actos con el Verbo.