OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (77)

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Cristo da de comer a la multitud
Hacia 1180
Alemania
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO PRIMERO (continuación)

Capítulo X: El mismo Dios, por mediación del mismo Verbo, aparta a la humanidad de los pecados con amenazas, y la salva exhortándola

   Introducción

89.1. Hemos demostrado que el método de reprender a la humanidad es bueno y saludable; y que el Verbo lo ha adoptado porque es un sistema idóneo para provocar el arrepentimiento y evitar el pecado; deberíamos ahora considerar la benignidad (épion) del Verbo; como hemos visto, Él es justo. Y que sus advertencias conducen a la salvación, y por medio de ellas, quiere, por voluntad de su Padre, hacernos conocer lo bello y lo útil.

89.2. Fíjate ahora en esto: lo bello es propio del género encomiástico (= laudatorio), y lo útil, del deliberativo. El género deliberativo tiene dos formas: una persuade y otra disuade; el género encomiástico también tiene dos formas: una encomiástica, y otra de censura. El razonamiento deliberativo procede, en parte, como exhortatorio y, en parte, como disuasorio.

89.3. Asimismo, el género encomiástico adopta, en ocasiones, la forma de censura y, a veces, la forma de alabanza. De todo esto se ocupa principalmente el Pedagogo justo, que busca nuestro bien.

89.4. Como ya hemos hablado antes del género de la censura y del de la disuasión, debemos considerar ahora el género exhortatorio y laudatorio, equilibrando así, como en una balanza, los dos platillos iguales del Justo.

Las dos primeras formas de aconsejar

90.1. El Pedagogo se sirve de la exhortación en aras del bien cuando dice, por boca de Salomón: “A ustedes, hombres, los llamo: a los hijos de los hombres dirijo mi voz (Pr 8,4): Escuchen, porque voy a decirles cosas importantes” (Pr 8,6), y lo que sigue. Da consejos saludables; y el consejo se acepta o se rechaza. Así lo hace por medio de David: “Feliz el varón que no sigue el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en el banco de los burlones, sino que se complace en la ley del Señor” (Sal 1,1-2).

90.2. Hay tres formas de aconsejar: la primera consiste en tomar los ejemplos del pasado, por ejemplo, en mostrar qué castigo sufrieron los hebreos por haber rendido culto idólatra al becerro de oro; o el qué sufrieron cuando fornicaron (cf. Ex 32,1 ss.), y otros semejantes. La segunda consiste en tomar ejemplo de cosas del presente, perceptibles a los sentidos, como de aquel consejo que les fue dado a los que preguntaban al Señor: «“¿Eres tú el Cristo, o debemos esperar a otro?”. “Vayan y digan a Juan: Los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos están limpios, los muertos resucitan, y bienaventurado aquel que no se escandalizare de mí”» (Mt 11,3-6; Lc 7,19. 22 s.) Todo esto lo había profetizado David cuando dijo: “Como lo habíamos oído, así lo hemos visto” (Sal 47 [48],9).

La tercera forma de aconsejar

91.1 La tercera forma de aconsejar se sirve de acontecimientos futuros, e invita a precaverse de las consecuencias. Así, se dice: los que hayan caído en pecados “serán arrojados a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 8,12; 22,13; 25,30), y otros semejantes. Todo esto pone de manifiesto que el Señor exhorta a la humanidad a la salvación, empleando todo tipo de recursos.

91.2. Mediante la exhortación aligera las faltas, hasta que disminuye el deseo y, al mismo tiempo, infunde la esperanza de la salvación. Dice por medio de Ezequiel: «Si se convierten de todo corazón (Jl 2,12) y dicen: “Padre; yo los escucharé como a un pueblo santo” (Ez 18,21-22; 33,11; Dt 30,2); y, de nuevo: “Vengan a mí todos cuantos andan fatigados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28), y otras palabras pronunciadas por el mismo Señor.

91.3. Por boca de Salomón, nos invita de manera muy clara al bien: “Dichoso el hombre que ha encontrado la sabiduría, y el mortal que ha encontrado la prudencia” (Pr 3,13). Porque el bien lo encuentra quien lo busca, y suele dejarse ver por quien lo ha hallado (cf. Mt 7,7; Lc 11,9). En cuanto a la prudencia, explica por boca de Jeremías: “Somos dichosos, Israel -dice-, porque conocemos lo que agrada a Dios” (Ba 4,4), y lo sabemos por medio del Verbo, y gracias a Él somos dichosos y prudentes. El conocimiento (gnosis) es llamado prudencia por el mismo profeta: “Escucha, Israel, preceptos de vida; aplica tus oídos para aprender la prudencia” (Ba 3,9).

91.4. Por medio de Moisés promete también, por su gran amor hacia los hombres, una recompensa a quienes se esfuerzan por su salvación; dice: “Yo los conduciré a la buena tierra que el Señor prometió a sus padres” (Dt 31,7; Ex 3,8), y, luego, a través de Isaías dice: “Yo los conduciré al monte santo y los alegraré” (Is 56,7).

El “macarismo” o bienaventuranza

92.1. Su pedagogía reviste aún otra forma: “la bienaventuranza” (macarismo). “Bienaventurado -dice por David-, el que no ha cometido pecado; será como el árbol plantado junto a las corrientes de las aguas, que dará fruto a su tiempo, y cuyas hojas no se marchitarán -con estas palabras se refiere a la resurrección- y todo cuanto emprenda tendrá éxito” (Sal 1,1. 3). Así quiere que lleguemos a ser nosotros, para que seamos felices. Pero, de nuevo, equilibra el platillo de la balanza de la justicia diciendo: “Pero no así los impíos, no así, sino que serán como el polvo que dispersa el viento por la faz de la tierra” (Sal 1,4). El Pedagogo, mostrando el castigo de los pecadores y la facilidad con que puede deshacerse de ellos y reducirlos a polvo, los aparta de la falta por medio de la evocación del castigo; y exhibiendo la amenaza del castigo merecido, pone de manifiesto la bondad de su obra, porque, con gran habilidad, nos invita, por este medio, al disfrute y plena posesión de los bienes.

92.3. Sí, ciertamente, también nos invita al conocimiento, cuando, por dice por Jeremías: “Si hubieras marchado por el camino de Dios, vivirías en paz para siempre” (Ba 3,13). Cuando evoca el conocimiento prometido como recompensa, invita a los prudentes a desearlo; y al que se ha extraviado, perdonándolo, le anima: “Vuelve, vuelve como el vendimiador (vuelve) a su canasta” (Jr 6,9). ¿Ves cómo la bondad de su justicia exhorta a la conversión?

El Señor nos guía hacia conversión para regalarnos la gracia de la salvación

93.1. También por medio de Jeremías hace resplandecer la verdad ante los descarriados: «Así dice el Señor: “Deténganse en los caminos; miren y pregunten cuáles son las sendas eternas del Señor, cuál es el buen camino; marchen por él, y encontrarán la purificación para sus almas”» (Jr 6,16). Nos conduce a la conversión para darnos la gracia de la salvación; por eso dice: si te arrepientes, “el Señor purificará tu corazón y el de tu descendencia” (Dt 30,6).

93.2. En esta investigación hubiese podido apelar a los filósofos como garantes, porque afirman que sólo el hombre perfecto es digno de alabanza, y que el malvado es digno de vituperio (cf. Diógenes Laercio, Vidas, VII,100). Pero como algunos denigran al Bienaventurado, diciendo que no tiene actividad alguna ni en sí mismo, ni respecto a ningún otro (cf. Cicerón, De natura deorum, I,17,45), porque ignoran su amor a los hombres, en atención a éstos y también a causa de quienes no asocian al Justo con el Bueno, hemos descartado este razonamiento.

93.3. Sería inútil, por tanto, afirmar que la pedagogía del reproche y del castigo es adecuada para los hombres, porque -dicen ellos- todos los hombres son malvados; sólo Dios es sabio (cf. Diógenes Laercio, Vidas, I,12), y de Él procede la sabiduría; sólo Él es perfecto y, por tanto, sólo Él es digno de alabanza.

Alabanza y reproche son remedios muy necesarios para los hombres

94.1. Pero yo no comparto dicho razonamiento; antes al contrario, afirmo que la alabanza y el reproche, o cualquiera otra cosa semejante al reproche y a la alabanza, son los remedios más necesarios para los hombres. Los que son difíciles de sanar se curan por la amenaza, el reproche y el castigo, como se forja el hierro por el fuego, el martillo y el yunque; los otros, los que se entregan a la fe, como autodidactas y libres, crecen con la alabanza: “La virtud que es alabada crece como un árbol” (Baquílides, Fragmentos, 56). Me parece que Pitágoras de Samos lo había comprendido bien, cuando recomienda: “Si has obrado mal, repréndete; si has obrado bien, alégrate” (Seudo Pitágoras, Versos áureos, 44).

94.2. Reprender se dice también advertir, porque, etimológicamente, la advertencia es lo que se injerta en la mente; por eso el género reprobatorio forma la mente. Pero son miles los preceptos que se han ideado para estimular a buscar el bien y huir del mal: “Para los impíos, dice el Señor, no hay paz” (Is 48,22; 57,21).

94.3. De ahí que, por medio de Salomón, recomienda a los niños tener cuidado: «Hijo mío, cuida de que no te seduzcan los pecadores; no sigas su camino; no vayas con ellos si te llaman y dicen: “Ven con nosotros, compartamos la sangre inocente, borremos injustamente de la tierra al hombre justo, hagámosle desaparecer como hace el Hades con los vivientes”» (Pr 1,10. 15. 10-12).

Un modelo de vida cristiana

95.1. Esta profecía se refiere a la Pasión del señor. A través de Ezequiel, la Vida da también preceptos: “El alma que peque, morirá; pero el hombre que será justo, es el que practica la justicia, el que no come en los montes, ni alza sus ojos a los ídolos de la casa de Israel, ni deshonra a la mujer de su prójimo, ni se acerca a su mujer durante su impureza; el que no oprime a nadie y devuelve lo que ha tomado en prenda;

95.2. el que no roba y comparte su pan con el hambriento, viste al desnudo, no presta con usura ni exige interés, aparta su mano de la maldad, administra con rectitud justicia entre el hombre y su vecino, devuelve la prenda al deudor, no comete robo, da su pan al hambriento, viste al desnudo, no presta con usura ni exige interés, aparta su mano de la violencia, administra equitativa justicia entre un hombre y su vecino, vive según mis mandamientos y observa mis preceptos para ponerlos en práctica, ese tal es justo y tendrá vida, dice el Señor” (Ez 18,4-9 [LXX]. En estas palabras se esboza un modelo de vida cristiana y una admirable exhortación a la vida bienaventurada, al premio de una vida feliz, a la vida eterna.