OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (76)

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Cristo resucita al hijo
de la viuda de Naín
Hacia 1200
Codex Hitda
Colonia. Alemania
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO PRIMERO (continuación)

Capítulo IX: Al mismo poder pertenece premiar y castigar justamente. ¿Cuál es, entonces, el método pedagógico del Verbo?

   El Señor nos trata como a hijas e hijos

75.1. Con todas sus fuerzas, el Pedagogo de la humanidad, nuestro Verbo divino, sirviéndose de los múltiples recursos de su sabiduría, empeñado en salvar a sus pequeños: corrige, reprende, castiga, acusa, amenaza, cura, promete, premia, “atando como por múltiples riendas” (Platón, Las Leyes, VII,808 E) los impulsos irracionales de la naturaleza humana.

75.2. En una palabra, el Señor hace con nosotros lo que nosotros hacemos con nuestros hijos. “¿Tienes hijos? Edúcalos -recomienda la Sabiduría-, doblega su cerviz desde su infancia. ¿Tienes hijas? Vela sobre sus cuerpos, y no les muestres un rostro complaciente” (Si 7,23-24). Y, ciertamente, a nuestros hijos, niños y niñas, los queremos mucho, por encima de cualquier cosa.

75.3. Hay quienes con sus palabras sólo buscan un agradecimiento efímero y tratan de halagar; otros, en cambio, buscan lo que es provechoso; aunque al presente parezcan molestos, sin embargo, son de gran utilidad para el futuro. Así el Señor no persigue el agrado momentáneo, sino la felicidad futura. Pero volvamos a la bondadosa pedagogía del Verbo, según el testimonio de los profetas.

Las doce formas de reproche que utiliza el Pedagogo: 1) la amonestación

76.1. La amonestación es un reproche solícito que estimula la mente(1). El Pedagogo amonesta así, cuando por ejemplo dice en el Evangelio: “¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y ustedes no quisieron” (Mt 23,37; Lc 13,34). De nuevo amonesta la Escritura: “Han cometido adulterio con la piedra y con el leño, y han incensado a Baal” (Jr 3,9; 7,9; 32,29).

76.2. La prueba más grande de su amor hacia el hombre es que, a pesar de conocer perfectamente la desvergüenza de este pueblo reacio y rebelde, lo exhorta al arrepentimiento, y exclama por boca de Ezequiel: “Hijo de hombre, estás entre escorpiones (Ez 2,6); pero les comunicarás mis palabras, si es que te escuchan” (Ez 2,7; 3,11).

76.3. Dice igualmente a Moisés: “Ve y di al Faraón que deje marchar al pueblo; pero bien sé yo que no los dejará partir” (Ex 3,18 s.). Pone así de manifiesto a la vez su divinidad, puesto que conoce el futuro, y su amor hacia el hombre, porque concede el primer impulso para la conversión al libre albedrío del alma.

76.4. Amonesta también cuando con solicitud, por boca de Isaías, dice: “Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí” (Is 29,13; cf. Mt 15,8-9; Mc 7,6); lo cual es un reproche acusador: “En vano me rinden culto, puesto que enseñan doctrinas que son mandatos de hombres” (Is 29,13). Aquí, la solicitud, a la vez que delata el pecado, muestra, por contraste, la salvación.

2) La reprensión; 3) el reproche

77.1. La reprensión es un reproche por los malos actos, que dispone para el bien. Un buen ejemplo nos lo ofrece por boca de Jeremías: “Son caballos fogosos; cada uno relincha tras la mujer de su prójimo. ¿Y no habré yo de reprenderles? -dice el Señor-; ¿de semejante pueblo no se vengará mi alma?” (Jr 5,8-9). Por todas partes se entremezcla el temor, porque “el temor del Señor es el principio de la percepción” (Pr 1,7; Clemente utiliza la palabra aisthéseos: que puede traducirse también por: sensación, sentido, inteligencia, comprensión,).

77.2. De nuevo, por boca de Oseas, dice: “¿No los reprenderé porque tienen tratos con prostitutas, ofrecen sacrificios con los iniciados, y el pueblo inteligente se une a la prostitución?” (Os 4,14). Muestra claramente su pecado afirmando que tienen plena conciencia de él, puesto que pecan deliberadamente. La inteligencia es el ojo del alma (cf. PLatón, La República, VII,533 D; El banquete, 219 A). Por eso, Israel es el que ve a Dios, es decir, el que comprende a Dios (o: “el que ve interiormente a Dios”).

77.3. El reproche es una censura que se hace a los negligentes o despreocupados. El Pedagogo emplea este tipo de pedagogía cuando afirma por boca de Isaías: «Oigan cielos; escucha, que habla el Señor: “Engendré hijos y los eduqué, pero se han rebelado contra mí. El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño, pero Israel no me conoce”» (Is 1,2-3).

77.4. ¿No es, en verdad, asombroso que el que ha visto a Dios no reconozca al Señor? El buey y el asno, bestias necias e insensatas, conocen a quien los alimenta; en cambio, Israel se muestra más necio que dichas bestias. Y, por medio de Jeremías, acentúa el reproche a su pueblo: “Me han abandonado, dice el Señor” (Jr 1,16; 2,13. 19).

4) La reprimenda; 5) la reprobación

78.1. La reprimenda es un reproche severo, una censura contundente. El Pedagogo usa este remedio cuando dice por Isaías: «¡Ay de ustedes, hijos rebeldes! He aquí lo que dice el Señor: “Hicieron planes que no son míos; y pactos que yo no les inspiré”» (Is 30,1). En cada caso se sirve del temor como de un fuerte revulsivo; por medio del temor, al mismo tiempo que abre las llagas del pueblo, lo dirige hacia la salvación; de forma parecida a como suele hacerse con las hebras de lana que se van a teñir: se les aplican sustancias astringentes, para que quede bien preparada para recibir la tintura.

78.2. La reprobación consiste en exponer públicamente los pecados. El Pedagogo utiliza con frecuencia dicho procedimiento por considerarlo necesario, a causa de! relajamiento de la fe de muchos. Así habla por Isaías: “Han abandonado al Señor y han despreciado al Santo de Israel” (Is 1,4); y por Jeremías: “¡Asómbrate de esto, cielo, y erízate, tierra! Porque dos pecados cometió mi pueblo: me abandonaron a mí, fuente de agua viva, para excavarse cisternas agrietadas, que no pueden retener el agua” (Jr 2,12-13).

78.3. Y, de nuevo, por boca del mismo profeta: “Ha pecado gravemente Jerusalén; por eso se ha vuelto impura (lit.: “se ha agitado”). Todos cuantos la honraban la desprecian, porque han visto su vergüenza (o: indecencia, desnudez)” (Lm 1,8).

78.4. (El Pedagogo) suaviza la severidad y dureza de esta reprobación, cuando exhorta por boca de Salomón, mostrando tácitamente la indulgencia de su pedagogía: “No desprecies, hijo mío, la instrucción del Señor, ni te fastidies por sus recriminaciones, porque el Señor reprueba al que ama, y castiga al hijo que le es querido” (Pr 3,11-12). Porque “el pecador huye de la reprobación” (Si 35,17; 32,21). Por eso, la Escritura añade: “Que el justo me reprenda y me corrija; pero que el aceite del pecador no adorne jamás mi cabeza” (Sal 140 [141],5).

6) La admonición; 7) la visita supervisora

79.1. La admonición es una amonestación que hace a uno más reflexivo. (El Pedagogo) no prescinde de este recurso pedagógico; al contrario, afirma por boca de Jeremías: “¿Hasta cuándo gritaré sin que me escuchen? He aquí que sus oídos son incircuncisos” (Jr 6,10; Ha 1,2). ¡Bendita paciencia! De nuevo dice por boca del mismo profeta: “Todas las naciones son incircuncisas, pero este pueblo tiene el corazón incircunciso” (Jr 9,25). “Porque es un pueblo rebelde: hijos -dice- que no tienen fe” (Is 3o,9).

79.2. La visita supervisora (lit.: inspección, visita) es una severa reprimenda. El Pedagogo se sirve de ella en el Evangelio: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te han sido enviados!” (Mt 23,37; Lc 13,34). La repetición del nombre confiere a la reprimenda mayor dureza. En efecto, quien ha conocido a Dios, ¿cómo puede perseguir a los servidores de Dios?

79.3. Por eso añade: «Su casa quedará desierta; porque yo les digo: Ya me verán más hasta que digan: “Bendito el que viene en nombre del Señor”» (Mt 23,38-39; Lc 13,35; cf. Sal 117 [118],26; Jr 22,5). En efecto, si no reciben su bondad (la de Dios), conocerán su autoridad.

8) La invectiva; 9) la recriminación; 10) la queja

80.1. La invectiva es una reprensión muy fuerte. El Pedagogo la emplea como medicina, cuando dice por boca de Isaías: “¡Ay, nación pecadora, hijos inicuos, pueblo cargado de pecados, raza malvada!” (Is 1,4); y cuando en el Evangelio, dice por boca de Juan: “Serpientes, raza de víboras” (Mt 23,33 [Jesús]; Mt 3,7, Lc 3,7).

80.2. La recriminación es un reproche dirigido a los pecadores. De ella se sirve el Pedagogo cuando habla por boca de David: “Un pueblo que yo desconocía me sirvió y me escuchó obediente. Los hijos extranjeros me engañaron, y se extraviaron” (Sal 17 [18],44-46); y, por boca de Jeremías dice: “Le he dado el libelo de repudio, pero la pérfida Judá no temió” (Jr 3,8); y, de nuevo: “La casa de Israel me traicionó, y la casa de Judá renegó del Señor” (Jr 5,11-12).

80.3. La queja es un reproche simulado; con singular habilidad procura también nuestra salvación veladamente. (El Pedagogo) la utiliza cuando habla por boca de Jeremías: “¡Cómo ha quedado desierta la ciudad en otro tiempo populosa! Ha quedado como una viuda; la reina de las naciones ha quedado sometida a tributo. Llora copiosamente durante la noche” (Lm 1,1-2).

11) El vituperio; 12) la censura

81.1. El vituperio es un reproche que ridiculiza. El divino Pedagogo utiliza este recurso cuando exclama por boca de Jeremías: “Has adquirido aspecto de ramera; te mostraste desvergonzada con todos. ¿No eras tú la que en mi casa me llamabas padre y guardián de tu virginidad?” (Jr 3,3-4). “¡La bella y graciosa prostituta, maestra de hechizos!” (Na 3,4). Con gran habilidad ha ridiculizado a la muchacha llamándola prostituta; luego, cambiando de tono, la exhorta a recuperar su dignidad.

81.2. La censura es un reproche legítimo, una increpación a los hijos que se rebelan contra el deber. Así educaba (el Pedagogo) por medio de Moisés: “Hijos degenerados, generación perversa y tortuosa. ¿Así pagan al Señor? Este pueblo es insensato y necio, ¿no es éste el mismo Padre que te ha creado?” (Dt 32,5-6). Y, por boca de Isaías dice: “Tus príncipes son desobedientes y cómplices de ladrones; ávidos de regalos; persiguen recompensas; no hacen justicia a los huérfanos” (Is 1,23).

81.3. En resumen: su arte en el uso del temor es fuente de salvación; y salvar es propio de quien es bueno. “La misericordia del Señor se extiende a toda carne; acusa, corrige y enseña, como hace el pastor con su rebaño. Se apiada de quienes aceptan su corrección, y de los que se esfuerzan por unirse con él” (Si 18,13-14). Así guió “a los seiscientos mil hombres de a pie, que se habían sublevado por la dureza de su corazón: castigándolos, compadeciéndose de ellos, golpeándolos, prodigándoles sus cuidados, los custodió con la compasión y la corrección” (Si 16,10 ss.). “Porque su severidad es tan grande como su misericordia” (Si 16,12). Si es hermoso abstenerse de pecar, también lo es que el pecador se arrepienta; así como es un bien excelente estar siempre sano, también lo es recobrar la salud tras la enfermedad.

Dios es bueno por naturaleza, y sólo debemos temerle si obramos mal

82.1. Esto es lo que nos advierte también (el Pedagogo) por boca de Salomón: “Azota a tu hijo con la vara, y librarás su alma de la muerte” (Pr 23,14), y, de nuevo: “No ahorres al muchacho correctivos; castígalo con la vara, y no morirá” (Pr 23,13).

82.2. La corrección y el castigo, como sus mismos nombres indican, son golpes que azotan al alma; reprimen los pecados y alejan la muerte, y reconducen a la moderación a quienes se han dejado llevar por la intemperancia.

82.3. El mismo Platón reconoce la gran fuerza de la corrección y la excelente purificación producida por el castigo y, coincidiendo en esto con el Verbo, afirma que el hombre que ha cometido las mayores impurezas se convierte en incorregible y vicioso por no haber sido corregido; ya que “es necesario que el hombre destinado a la felicidad sea purísimo y bellísimo” (Platón, El sofista, 230 D-E).

82.4. En efecto, si “los magistrados no deben ser objeto de temor cuando se obra bien” (Rm 13,3), ¿cómo Dios, que es bueno por naturaleza, va a ser temido por quien no peca? “Pero si obras mal, teme” (Rm 13,4), dice el Apóstol.

Somos enfermos, que necesitamos de nuestro Salvador Jesucristo

83.1. Por eso que el mismo Apóstol amonesta a cada una de las Iglesias siguiendo el ejemplo del Señor, y, consciente de su franqueza y de la debilidad de sus oyentes, dice a los Gálatas: “¿Acaso me he convertido en su enemigo por decirles la verdad?” (Ga 4,16).

83.2. Los sanos no necesitan los cuidados del médico, porque están bien, pero sí necesitan de su arte los enfermos (cf. Lc 5,31; Mt 9,12; Mc 2,17). Nosotros, que en esta vida somos enfermos, aquejados por nuestros vergonzosos deseos, por nuestras intemperancias vituperables y por los demás desórdenes de nuestras pasiones, necesitamos del Salvador. Él nos aplica remedios no sólo dulces, sino también ásperos: porque las raíces amargas del temor detienen las úlceras de los pecados. He aquí por qué el temor, aunque amargo, es saludable.

83.3. Nosotros, por tanto, enfermos, necesitamos del Salvador; extraviados, necesitamos quien nos guíe; ciegos, necesitamos quien nos ilumine; sedientos, necesitamos de la fuente de la vida: esa de la que quienes beben, nunca más tendrán sed (cf. Jn 4,14); muertos, necesitamos de la vida; rebaño, necesitamos pastor; niños, necesitamos pedagogo; y toda la humanidad necesita a Jesús; no sea que, sin guía y pecadores, caigamos en la condenación final. Antes al contrario, es preciso que estemos separados de la paja y seamos amontonados en el granero del Padre. “La horquilla está en la mano” (Mt 3,12; Lc 3,17) del Señor, y con ella separa el trigo de la paja destinada al fuego (cf. Mt 3,12; Lc 3,17).

El Señor quiere salvar nuestra carne revistiéndola con la túnica de la incorruptibilidad

84.1. Si quieren, nos es posible comprender la profunda sabiduría del Santo Pastor y Pedagogo, del Todopoderoso y Verbo del Padre, cuando se expresa alegóricamente y se llama a sí mismo pastor del rebaño (cf. Jn 10,2. 11. 14); Él es también pedagogo de los niños.

84.2. Es así como, por medio de Ezequiel, se dirige a los ancianos, ofreciéndoles el saludable ejemplo de una solicitud esmerada: “Curaré lo que está herido, cuidaré lo que está débil, convertiré lo extraviado, y los apacentaré yo mismo en mi monte santo” (Ez 34,16. 14). Ésta es la promesa propia de un buen pastor. ¡Apacienta a tus criaturas como a un rebaño!

84.3. ¡Sí, Señor, sácianos; danos abundante el pasto de tu justicia; sí, Pedagogo, condúcenos hasta tu monte santo, hasta tu Iglesia, la que está colocada en lo alto, por encima de las nubes, que toca los cielos! (cf. Sal 14 [15],1; 47 [48],2-3). “Y Yo seré -dice- su pastor, y estaré cerca de ellos” (Ez 34,23), como la túnica de su piel. Quiere salvar mi carne, revistiéndola con la túnica de la incorruptibilidad (cf. 1 Co 15,42), y ha ungido mi piel.

84.4. «Ellos me llamarán -dice-, y yo les diré: “Aquí estoy”» (Is 58,9). Me has oído mucho antes de lo que yo esperaba, Señor. “Si cruzan las aguas, no resbalarán, dice el Señor” (Is 43,2). En efecto, no caeremos en la corrupción los que cruzamos hacia la incorruptibilidad (cf. 1 Co 15,42), porque Él nos sostendrá: lo ha dicho y lo ha querido.

La bondad del Señor es inmutable e inconmovible

85.1. Así es nuestro Pedagogo: justamente bueno. “No vine -ha dicho- para ser servido, sino para servir” (Mt 20,28; Mc 10,45). Por eso el Evangelio nos lo muestra fatigado (cf. Jn 4,6): se fatiga por nosotros y ha prometido “dar su alma [su vida] como rescate para muchos” (Mt 20,28; Mc 10,45).

85.2. Sólo el buen pastor -añade- se comporta así (cf. Jn 10,11). ¡Qué gran benefactor; entrega por nosotros lo mejor que tiene: su alma! ¡Qué gran bienhechor y amigo del hombre, el que, siendo Señor, ha querido ser su hermano! (cf. Hb 2,11). Y hasta tal extremo ha llegado su bondad, que ha muerto por nosotros.

85.3. Pero su justicia grita: “Si vienen a mí con rectitud, yo seré recto con ustedes, pero si emprenden caminos tortuosos, yo también seré tortuoso con ustedes, dice el Señor de los ejércitos” (Lv 26,23. 27). Llama alegóricamente “caminos tortuosos” a las reprensiones dirigidas a los pecadores.

85.4. El camino recto y natural -simbolizado con la letra “iota” del nombre de Jesús- es su bondad, que es inmutable e inconmovible para quienes han llegado a la obediencia de la fe (cf. Rm 1,5): “Porque los he llamado y no me han escuchado, -dice el Señor-; han desechado mis consejos y no han hecho caso de mis amonestaciones” (Pr 1,24. 25). Y es que la reprensión del Señor es muy beneficiosa.

El Señor sabe de nuestro desprecio por su gran amor

86.1. Sobre este particular dice por medio de David: “Una generación tortuosa y revoltosa, generación que no tiene rectitud de corazón y cuyo espíritu no ha sido fiel a Dios (Sal 77 [78],8). No han guardado la alianza de Dios y no han querido caminar según su ley” (Sal 77 [78],10). He aquí los motivos de su exasperación, por lo que el juez ejerce la justicia contra quienes han rehusado elegir una buena conducta.

86.2. Por eso los trata con extrema dureza, para ver si puede frenar el impulso que les conduce a la muerte. A través de David expone con suma claridad el motivo de su amenaza: “No creyeron en sus maravillas (Sal [78],32); cuando los mataba, ellos lo buscaban, y se convertían; andaban por algún tiempo junto a Dios, y se acordaban de que Dios era su defensor, y que el Dios Altísimo, era su redentor” (Sal 77 [78],34-35).

86.3. Él sabe que el temor es lo que les mueve a convertirse, y que desprecian su amor por ellos. Por regla general suele estimarse en poco el bien que se tiene constantemente, mientras que se aprecia mucho el recuerdo que aviva el amoroso temor de la justicia.

La justicia del Pedagogo se muestra en los castigos, y la bondad de Dios en su misericordia

87.1. Hay dos tipos de temor: uno, que conlleva el respeto, y es el temor que experimentan los ciudadanos con respecto a los buenos gobernantes; éste es el que nosotros tenemos para con Dios, semejante al que los niños prudentes muestran para con sus padres. “Un caballo indómito -dice la Escritura- se hace ingobernable, y un hijo consentido sale libertino” (Si 30,8). El otro tipo de temor incluye el odio: es el temor de los esclavos ante los amos severos; es el que tenían los hebreos hacia Dios, a quien no consideraban como padre, sino como amo.

87.2. Creo que existe notable diferencia -total- entre la piedad libre y voluntaria, y la piedad forzada. Dice la Escritura: “Él es compasivo; sanará sus pecados y a ellos no los destruirá; refrenará a menudo su cólera y no encenderá todo su furor” (Sal 77 [78],38). Mira cómo se muestra la justicia del Pedagogo en los castigos, y la bondad de Dios en su misericordia.

87.3. Por eso, David -es decir, el Espíritu Santo que habla por su boca-, aunando ambas funciones, dice del mismo Dios en el Salmo: “Justicia y derecho son el fundamento de su trono; misericordia y verdad caminarán delante de su faz” (Sal 88 [89],15). Reconoce que pertenecen al mismo poder juzgar y hacer beneficios; en ambas actividades se ejerce el poder del Justo que discierne las cosas contrarias.

Dios es bueno en sí mismo y justo con nosotros, porque es bueno

88.1. Siendo Dios, Él es justo y bueno; Él es todo y el mismo en todo, porque es Dios, el único Dios. Así como el espejo no es malo para un hombre feo, porque lo refleja tal cual es; ni lo es tampoco el médico para el enfermo porque le descubra que tiene fiebre, sino que le indica que la tiene; así tampoco es malo el que reprende severamente a quien está enfermo del alma, puesto que no pone en él las faltas, sino que le muestra que las tiene, con el fin de que se aleje de semejante forma de proceder.

88.2. Así, Dios es bueno en sí mismo y justo con nosotros, porque es bueno. Por mediación del Verbo nos muestra su justicia desde el principio, desde el momento en que ha llegado a ser Padre. Antes de llegar a ser Creador era, ciertamente, Dios. Era bueno, razón por la que ha querido ser Creador y Padre. Y esta disposición amorosa es el principio de su justicia, tanto cuando hace brillar su sol, como cuando envía a su Hijo (cf. Mt 5,45). Éste, en primer lugar, anunció la buena justicia venida del cielo: “Nadie -dijo- ha conocido al Hijo sino el Padre, y nadie ha conocido al Padre sino el Hijo” (Mt 11,27; Lc 10,22).

88.3. Este recíproco e igual conocimiento es un símbolo de la justicia original. Luego, ésta descendió hasta los hombres, en la letra y en la carne -es decir, por el Verbo y por la Ley- para empujar a la humanidad a una conversión salvadora, porque esa justicia era buena. Sólo que tú no obedeces a Dios. Tú mismo eres la causa de la visita del Juez.
(1) Comienza aquí una serie de 12 párrafos que apuntan a presentar otros tantos vocablos que expresan la idea de la reprensión. Como lo han hecho notar los especialistas, es muy difícil expresar, en una traducción a nuestras lenguas modernas, los diferentes matices de significado que existen en los términos usados por Clemente.