OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (75)

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Cristo predicando al pueblo
sentado en el suelo
Después de 1307
Breviary of Chertsey Abbey
Inglaterra
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO PRIMERO (continuación)

Capítulo VIII: Contra quienes estiman que el Justo no es bueno

   El Señor se compadece de todos los seres humanos, los ama y se ha hecho hombre por su salvación

62.1. Hay quienes se obstinan en decir que el Señor no es bueno porque usa la vara, y se sirve de la amenaza y del temor. Según parece, no han entendido el pasaje de la Escritura que dice así: “Quien teme al Señor se convierte en su corazón” (Si 21,6); olvidan, por otra parte, su más grande prueba de amor: hacerse hombre por nosotros (cf. Jn 1,14).

62.2. Por eso profeta, con la mayor confianza filial, le dirige esta súplica: “Acuérdate de nosotros, porque somos polvo” (Sal 102 [103],14); es decir, compadécete de nosotros, porque habiendo sufrido tú mismo, has experimentado la debilidad de la carne (cf. Hb 4,15). Sin lugar a dudas el Señor, nuestro Pedagogo, es sumamente bueno e irreprochable, porque en su extremo amor hacia los hombres, ha compartido los sufrimientos de cada uno.

62.3. “Nada hay que el Señor odie” (Sb 11,24). No puede, en verdad, odiar una cosa y querer al mismo tiempo su existencia; ni puede querer que no exista algo, y hacer que exista aquello que no quiere que sea; ni es posible, en fin, que Él no quiera la existencia de una cosa y que ésta exista (cf. Sb 11,24-26). Ciertamente, si el Verbo odia algo, quiere que ese algo no exista; y nada existe si Dios no le da existencia. Nada, entonces, es odiado por Dios; y, por tanto, nada es odiado por el Verbo.

62.4. Porque los dos son lo mismo, es decir, Dios; según está escrito: “En el principio el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios” (Jn 1,1). Y si el Verbo no odia a ninguno de los seres que ha creado, es evidente que los ama.

Dios se preocupa y cuida de los seres humanos

63.1. Y, naturalmente, amará al hombre más que a los otros (seres), porque es la más bella de todas sus criaturas, un ser viviente capaz de amar a Dios. Por tanto, Dios ama al hombre; luego, el Verbo ama al hombre. Quien ama desea ser útil al ser amado; y ser útil es superior a no serlo. Por otra parte, nada es superior al bien; así pues, el bien es útil. Dios es bueno (cf. Mt 19,17) -todos los reconocemos-; por tanto, Dios es útil.

63.2. Lo bueno, en tanto que bueno, no hace otra cosa que ser útil; así, Dios es útil en todo. No puede decirse que es útil al hombre, pero que no se preocupa de él; ni tampoco que se preocupa, pero que no cuida de él. Porque ser útil deliberadamente es superior a serlo sin proponérselo, y nada es superior a Dios. Por otra parte, ser útil deliberadamente no es más que ocuparse del objeto de su solicitud: por tanto, Dios se preocupa y cuida del hombre.

63.3. Y lo demuestra efectivamente educándolo por medio del Verbo, que es el verdadero colaborador del amor de Dios hacia los hombres (lit.: “genuino aliado de la filantropía de Dios”). El bien no es tal porque tenga la virtud de ser bueno, como a la justicia no se le da el nombre de bien por tener virtud, ya que ella misma, de por sí, es una virtud, sino por es buena en sí misma y por sí misma.

La severidad de Dios

64.1. Con otras palabras se dice que lo útil es un bien, no porque agrade, sino porque es provechoso. Ésta es la naturaleza de la justicia: es un bien, porque es una virtud y amable por sí misma, no porque engendra placer; puesto que no juzga con miras a un favor, sino que da a cada uno lo que merece. Así que lo útil es lo que conviene.

64.2. Sean cuales fueren los elementos constitutivos del bien, también la justicia presenta esas características: de los mismos rasgos participan ambos; las cosas que se caracterizan por lo mismo son iguales entre sí y semejantes; por tanto, la justicia es un bien.

64.3. Entonces -dicen algunos-, ¿por qué se irrita y castiga el Señor, si ama a los hombres y es bueno? Es del todo necesario tocar este punto, aunque sea de la manera más breve posible; porque este modo de proceder es de suma utilidad en orden a la recta educación de los niños, y debe inscribirse dentro de la categoría de los recursos indispensables.

64.4. La mayoría de las pasiones se curan por medio de castigos y preceptos muy rígidos, y por la enseñanza de algunos principios. La reprensión actúa como una operación quirúrgica en las pasiones del alma. Las pasiones son una úlcera de la verdad, y deben eliminarse extirpándolas por la amputación.

La reprensión del Señor nos libera de la esclavitud del error

65.1. La reprensión se parece mucho a un remedio: disuelve los endurecimientos de las pasiones, limpia las manchas de la vida -del libertinaje-, y alisa las verrugas de la soberbia, y torna al hombre sano de espíritu y veraz.

65.2. La amonestación es como un régimen dietético para el alma enferma; aconseja lo que debe comer y prohíbe lo que no se debe tomar. Y todo esto tiende a la salvación y a la salud eterna. El general que impone a los culpables multas pecuniarias o castigos corporales, encarcelándolos y castigándolos con las peores deshonras, a veces incluso con la muerte, persigue un fin bueno; porque ejerce su autoridad para corregir a sus subordinados.

65.3. Así, este gran general nuestro, el Verbo, señor del Universo, reprendiendo a los que desobedecen la ley, los libera de la esclavitud, del error y de la cautividad a que les tenía sometido el enemigo, reprime las pasiones de su alma y los conduce pacíficamente hacia la concordia de nuestra vida.

El Verbo se adapta armónicamente, como un instrumento, al modo de ser de cada uno

66.1. Así como la persuasión y la exhortación pertenecen al género deliberativo, así también la censura y la recriminación pertenecen al género laudatorio (o: “encomiástico”). Este género es una especie de arte de la reprensión; pero reprender es signo de benevolencia, no de odio. Las amonestaciones suelen hacerlas el amigo y el enemigo: éste, con espíritu de burla; aquél, con amor.

66.2. El Señor no reprende a los hombres por odio; podría destruirlos por sus pecados, y, sin embargo, él mismo sufrió por nosotros. Con admirable habilidad, como buen pedagogo que es, suaviza la recriminación con la amonestación, y empleando palabras duras como flagelo, despierta la mente entorpecida; luego, con nuevos métodos, intenta exhortarlos a quienes ha castigado.

66.3. Así, a los que la exhortación no convierte, los estimula la reprensión; y a los que como si fuesen cadáveres la reprensión no logra excitar a la salvación, el áspero lenguaje los resucita a la verdad. “Azotes y corrección son siempre sabiduría. Enseñar a un necio es como componer un cacharro roto (lit.: “pegar cascotes”)” (Si 22,6-7 [6. 9]), suele decirse, como inducir la sensibilidad a la tierra y estimular hacia la sensatez al que ha perdido la esperanza. Por eso añade la Escritura: “Es como despertar de profundo sueño al que está dormido” (Si 22,9); sueño que se parece notablemente a la muerte.

66.4. El mismo Señor revela claramente su manera de proceder, cuando describe alegóricamente sus múltiples y útiles desvelos: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el viñador”, y añade: “Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo arrancará; y todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto” (Jn 15,1-2). Cuando la vid no es podada, se vuelve silvestre; lo mismo le ocurre al hombre.

66.5. El Verbo es el machete que poda (cf. Hb 4,12) y limpia las ramificaciones insolentes (o: lujuriosas), y encauza las energías vitales para que den fruto y no se pierdan en simples deseos. La reprensión que se hace a los pecadores tiene por finalidad su salvación; el Verbo se adapta armónicamente, como un instrumento, al modo de ser de cada uno: unas veces tensa las cuerdas; otras, las afloja.

El Verbo es juez cuando nos castiga

67.1. De forma bien clara se expresó Moisés: “No teman, Dios ha venido para probarlos, a fin de que siempre tengan ante sus ojos su temor, y no pequen” (Ex 20,20). Bien lo aprendió Platón, cuando dice: “Todos los que sufren un castigo reciben en realidad un gran bien, ya que se benefician en el sentido de que su alma, al ser justamente castigados, experimenta una notable mejora” (Platón, Gorgias, 477 A).

67.2. Si quienes son corregidos por un justo obtienen un beneficio, como reconoce Platón, (entonces) se considera que el justo es bueno. Sí, el temor tiene en sí algo provechoso, y se reconoce como algo bueno para los hombres: “El espíritu que teme al Señor vivirá, puesto que su esperanza está depositada en aquél que los salva” (Si 34,13).

67.3. Este mismo Verbo es juez cuando nos aplica un castigo. Isaías dice de Él: “El Señor lo ha entregado por nuestros pecados” (Is 53,6); es decir, como reformador y corrector de nuestros pecados.

Dios es bueno

68.1. Así constituido por el Padre de todos, nuestro Pedagogo es el único que puede perdonar los pecados, el único que puede discernir la obediencia de la desobediencia. Cuando amenaza, es evidente que no persigue el mal, ni desea cumplir sus amenazas; ser sirve del temor para reprimir el impulso que lleva al pecado; muestra su amor a los hombres, es paciente con ellos y les hace ver los sufrimientos que les aguardan si permanecen en sus pecados. Pero no actúa como la serpiente que ataca y muerde súbitamente a su presa.

68.2. Dios es bueno. El Señor, la mayoría de las veces, prefiere advertir antes que actuar: “Mis flechas acabarán con ellos; serán consumidos por el hambre y presa de las aves; sufrirán convulsiones incurables; mandaré contra ellos los dientes de las fieras y el veneno de los reptiles que se arrastran por el suelo. Por fuera los asolará la espada, y, en sus graneros, reinará el pavor” (Dt 32,23-25).

68.3. Dios (lit.: el divino) no se encoleriza, como algunos suponen. La mayoría de las veces amenaza, y siempre exhorta a la humanidad, mostrándole lo que debe hacer. Es éste un excelente método: suscitar el temor para que evitemos el pecado. “El temor del Señor evita los pecados; sin temor es imposible ser justificado” (Si 1,21), dice la Escritura. El castigo lo impone Dios, movido, no por su cólera, sino por su justicia; porque no es bueno omitir la justicia por nuestra causa.

“El temor del Señor es la corona de la sabiduría”

69.1. Cada uno escoge su propio castigo, cuando peca voluntariamente. “La culpa es de quien ha elegido; Dios no es culpable” (Platón, La República, X,617 E). “Pero si nuestra injusticia pone de manifiesto la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Que será, tal vez, injusto Dios al descargar su cólera? ¡De ningún modo! (Rm 3,5-6). Habla amenazando: “Cuando afile el rayo mi espada y mi mano empuñe el juicio, tomaré venganza de mis enemigos, y daré su merecido a quienes me odian. Embriagaré con sangre mis saetas, y mi espada devorará la carne: sangre de los heridos” (Dt 32,41-42).

69.2. Es evidente que quienes no son enemigos de la verdad y no odian al Verbo, tampoco odian su salvación, ni se hacen acreedores de los castigos merecidos por el odio. “El temor del Señor es la corona de la sabiduría” (Si 1,18), dice la Sabiduría.

69.3. Por boca del profeta Amos, el Verbo ha revelado de forma bien evidente su plan: “Los destruí como cuando Dios asoló Sodoma y Gomorra, y quedaron como un tizón sacado de un incendio; pero ni aun así se han convertido a mí, dice el Señor” (Am 4,11).

El Señor nos enseña a orar por quienes nos calumnian

70.1. Miren cómo Dios, por su bondad, busca nuestra conversión, y cómo, cuando recurre a la amenaza, muestra tácitamente su amor al hombre: “Les ocultaré mi rostro -dice- y les mostraré qué será de ellos” (Dt 32,20). Allí donde el Señor vuelve su rostro hay paz y alegría; pero allí donde lo aparta, se introduce furtivamente el mal.

70.2. Él no quiere mirar el mal, porque es bueno. Pero si voluntariamente aparta sus ojos por la infidelidad del hombre (cf. Sal 103 [104],29), tiene origen el mal. Dice san Pablo: “Consideren la bondad de Dios y su severidad; ésta, con los que cayeron; aquélla, contigo, si es que perseveras en la bondad” (Rm 11,22), es decir, en la fe de Cristo. Es propio del que es bueno, precisamente porque lo es por naturaleza, odiar el mal.

70.3. Así, reconozco que castiga a los infieles -el castigo es bueno y provechoso para el que lo recibe; es corrección también para el que ofrece resistencia-, pero no quiere la venganza. Ésta consiste en devolver mal por mal, y persigue la utilidad del vengador. Y no puede, en modo alguno, querer la venganza el que nos enseña a orar por los que nos calumnian (cf. Mt 5,44; Lc 6,28).

Testimonios bíblicos sobre la bondad y la justicia de Dios

71.1. Que Dios es bueno todos lo reconocen, si bien algunos muy a pesar suyo. En cambio, para demostrar que Dios es justo, no tendré necesidad de muchos razonamientos: bastará el testimonio de las palabras del Señor en un pasaje del Evangelio; en él dice de sí mismo que es uno: “Para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, a fin de que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he entregado la gloria que tú me has diste, para que ellos sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno” (Jn 17,21-23). Dios es uno, está más allá del uno y por encima de la mónada misma.

71.2. Por esa razón, el pronombre “tú”, en su sentido deíctico (= demostrativo), designa al Dios único, que existe realmente, el que fue, el que es y el que será” (cf. Ap 11,17). Un solo nombre se emplea para los tres tiempos: “El que es” (Ex 3,14). Que este mismo ser, el Dios único, es “justo”, lo atestigua el Señor en el Evangelio, cuando dice: “Padre, los que Tú me has confiado, quiero que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que contemplen la gloria que Tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te conoció, pero yo te conocí; y éstos conocieron que Tú me enviaste. Les di a conocer tu nombre, y se lo daré a conocer” (Jn 17,24-26).

71.3. Él es el que “castiga los pecados de los padres en los hijos de los que le odian, y se compadece de los que le ama” (Ex 20,5. 6). Él es el que coloca a unos a su derecha y otros a su izquierda (cf. Mt 25,33), considerado como padre, puesto que es bueno, recibe Él solo el nombre por eso que es: “Bueno” (cf. Mt 19,17; Mc 10,18; Lc 18,19). En tanto que Hijo, y siendo su Verbo, que está en el Padre, recibe el nombre de “justo”, por la relación de recíproco amor, y esta denominación implica una igualdad de poder [de dicho amor]. Dice la Escritura: “Juzgará al hombre según sus obras” (Si 16,11). Dios nos ha revelado en Jesús la faz de la balanza equilibrada de la justicia. Porque, por medio de Él, hemos conocido a Dios [Padre], puesto que son los platillos iguales de una balanza.

“El Dios y Padre de nuestro Señor Jesús es bueno”

72.1. De Él habla explícitamente la Sabiduría: “Piedad y cólera están en Él” (Si 16,12). Él es, en efecto, el Señor de ambas, “tan poderoso en el perdón como pródigo en la cólera; tan grande como su misericordia es también su severidad” (Si 16,11-12). Su misericordia y su severidad tienen como fin la salvación de quienes son objeto de reprensión.

72.2. Que “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesús es bueno” (2 Co 1,3), lo atestigua de nuevo el mismo Verbo: “Porque es bueno con los ingratos y malvados” (Lc 6,35). Y sigue: “Sean misericordiosos como el Padre de ustedes lo es” (Lc 6,36). Y añade de forma más explícita: “Nadie es bueno sino mi Padre, que está en los cielos” (Mt 19,17; Mc 10,18; Lc 18,19); y en otro lugar dice a otros: “Mi padre hace brillar su sol sobre todos” (Mt 5,45).

72.3. Hay que resaltar aquí cómo reconoce que su Padre es bueno y que es el creador; y que el Creador es justo, no se discute. Y de nuevo: “Mi Padre hace llover sobre los justos y los injustos” (Mt 5,45). En tanto que hace llover, es el creador del agua y de las nubes; en cuanto que hace llover sobre todos, reparte sus dones justa y equitativamente; y por ser bueno, hace llover igualmente sobre justos e injustos.

Dios es justo, y justifica a quien cree en Jesús

73.1. Con toda evidencia podemos, por tanto, concluir que Dios es uno y el mismo (cf. Mt 19,17); el Espíritu Santo lo afirmó cantando: “Cuando veo los cielos, obra de tus manos” (Sal 8,4); y “el que ha creado los cielos habita en ellos” (Sal 2,4; Jdt 13,18); y “el cielo es su trono” (Sal 10, [11],4; 102 [103],19; Is 66,1). Por su parte, el Señor se ha expresado así en su oración: “Padre nuestro que estás en los Cielos” (Mt 6,9). Los cielos pertenecen a quien ha creado el mundo; de manera que, sin discusión, creemos que el Señor es también hijo del Creador. Y si todos reconocen que el Creador es justo, y que el Señor es hijo del Creador, se infiere que el Señor es hijo del Justo.

73.2. Por eso dice también Pablo: “Ahora, sin la ley, se ha manifestado la justicia de Dios” (Rm 3,21); y de nuevo, para que se entienda mejor que Dios es justo: “La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, porque no hay distinción” (Rm 3,22); y todavía, para dar testimonio de la verdad, añade más adelante: “En el tiempo de la paciencia de Dios: para mostrar que Él es justo y que justifica a todo el que cree en Jesús” (Rm 3,26).

73.3. Y como sabe que el justo es bueno, lo pone de manifiesto cuando dice: “De modo que la ley es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno” (Rm 7,12); emplea las dos palabras atribuyéndoles el mismo poder.

La reprensión del Verbo es una medicina de la divina misericordia

74.1. Sin embargo, “nadie es bueno -dice- sino su Padre” (cf. Mt 19,17; Mc 10,18; Lc 18,19); y es que su mismo Padre, que es uno, se manifiesta con múltiples nombres. Esto es lo que significa: “Nadie ha conocido al Padre” (Mt 11,27); porque Él mismo lo era todo antes de la llegada de su Hijo. Así que es evidente, en verdad, que el Dios del universo es uno solo, bueno, justo, creador, hijo en el Padre (cf. Jn 10,38), a quien sea la gloria por los siglos de los siglos, amén (cf. Ga 1,5; Flp 4,20; 1 Tm 1,17; 2 Tm 4,18; Hb 13,21).

74.2. No obstante, no es impropio del Verbo salvador el reprender con solicitud. Se trata, sin duda, de una medicina de la divina filantropía (= bondad, amor) que hace nacer el rubor del pudor y la vergüenza ante el pecado. Si la exhortación es necesaria, no lo es menos la reprensión, a la hora de herir ligeramente el alma que se ha insensibilizado, no para buscar su muerte, sino su salvación; un pequeño dolor para evitar una muerte eterna.

74.3. Muy grande es la sabiduría de su pedagogía, y diversos los modos que adopta en orden a nuestra salvación. El Pedagogo da testimonio en favor de los que practican el bien, y exhorta a los elegidos a obrar mejor; rectifica el impulso de quienes corrían hacia el pecado (cf. 1 P 1,18-19), y los anima a seguir una vida mejor.

74.4. Ninguna [la bondad y la justicia de Dios] es dejada sin testimonio (cf. Hch 14,17), recibiendo ambas plena confirmación; y es un beneficio muy grande el que se deriva de estos testimonios. Incluso la apasionada cólera de Dios -si realmente es correcto llamar así a la reprensión que nos hace- es una prueba de su amor hacia el hombre, porque por el hombre, Dios ha condescendido en compartir los sentimientos del hombre y también, por el hombre, el Verbo de Dios se ha hecho hombre (cf. Jn 1,14).