OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (74)

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Sacerdote celebrando la Misa,
Elevación de la hostia
1241
Decretales de Gregorio IX
Modena / Bologna
Italia
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, EL PEDAGOGO

LIBRO PRIMERO (continuación)

Capítulo VII: El Pedagogo y su pedagogía

   El Verbo es pastor y verdadero pedagogo que nos conduce a la salvación

53.1. Tras haber mostrado que la Escritura nos da a todos el nombre de niños, y que cuando seguimos a Cristo se nos llama alegóricamente pequeños (o: párvulos) y que sólo el Padre de todos es perfecto -porque en Él está el Hijo, y en el Hijo está el Padre (cf. Jn 10,38; 17,21)-, siguiendo nuestro plan, debemos decir quién es nuestro Pedagogo

53.2. Se llama Jesús. Algunas veces se llama a sí mismo “pastor”, y dice: “Yo soy el buen pastor” (Jn 10,11. 14). Con una metáfora tomada de los pastores que guían sus ovejas se indica al Pedagogo, guía de los niños, solícito pastor de los pequeños; porque se les denomina alegóricamente ovejas a los pequeños por su sencillez.

53.3. “Y todos formarán -afirma- un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10,16). Con razón el Verbo es llamado pedagogo, puesto que a nosotros, los niños, nos conduce a la salvación. Con toda claridad, él dice de sí mismo por boca de Oseas: “Yo soy su educador” (Os 5,2). La religión es una pedagogía que comporta el aprendizaje del servicio de Dios, la educación para alcanzar el conocimiento de la verdad, y la recta formación que conduce al cielo.

La pedagogía de Dios es la que señala el camino recto de la verdad

54.1. La palabra pedagogía engloba diversos significados: puede referirse al que es guiado y aprende; al que dirige y enseña; en tercer lugar, a la educación misma; finalmente, a las cosas enseñadas: por ejemplo, los preceptos. La pedagogía de Dios es la que indica el camino recto de la verdad, que lleva a la contemplación de Dios; es también el modelo de la conducta santa en una eterna perseverancia.

54.2. Como el general que dirige su falange, velando por la salvación de sus soldados, o como el piloto que gobierna su nave y procura poner a salvo a la tripulación, así también el Pedagogo guía a los niños hacia un género de vida saludable, por el solícito cuidado que tiene de nosotros. Si obedecemos al Pedagogo, obtendremos todo lo que razonablemente pidamos a Dios (cf. Jn 14,13).

54.3. Como el piloto no cede siempre ante el empuje embravecido de los vientos, sino que en ocasiones se coloca con la proa frente a las borrascas, así el Pedagogo no cede a los vientos que soplan en este mundo, ni expone al niño frente a ellos como si de un barco se tratara para que lo haga pedazos, sumergiéndose en una vida animal y desenfrenada; al contrario, llevado sólo por el Espíritu de la verdad, bien pertrechado, sujeta con firmeza el timón del niño -sus orejas, quiero decir- hasta que lo ancla sano y salvo en el puerto celestial. Lo que los hombres suelen llamar educación paterna no es duradera; la educación divina, en cambio, permanece para siempre.

Nuestro Pedagogo, en cambio, es el Santo Dios Jesús, el Verbo que guía a toda la humanidad

55.1. Se dice que el Pedagogo de Aquiles era Fénix, y el de los hijos de Creso, Adrasto; el de Alejandro, Leónidas; el de Filipo, Nausito. Pero Fénix era un mujeriego, y Adrasto, un desterrado; Leónidas no abatió el orgullo del Macedonio, ni Nausito logró sanar la embriaguez del de Pela. El tracio Zopiro no logró contener la lujuria de Alcibíades; Zopiro era un esclavo comprado por dinero, y Siquino, el pedagogo de los hijos de Temístocles, era un esclavo negligente. Cuentan de él que bailaba, y que fue el inventor de la conocida danza “sicinis”.

55.2. No nos olvidamos de los pedagogos que, entre los persas, eran llamados “reales”. Eran elegidos de entre todos los persas, los cuatro mejores; y los reyes les confiaban la educación de sus hijos. Sin embargo, los niños aprendían sólo de ellos el manejo del arco, y, cuando llegaban a la pubertad, se unían a sus hermanas, a sus madres y a innumerables mujeres, legítimas o concubinas, y practicaban las relaciones sexuales como los jabalíes. Pero nuestro Pedagogo, en cambio, es el Santo Dios Jesús, el Verbo que guía a toda la humanidad; Dios mismo, que ama a los hombres, es nuestro pedagogo.

La Sagrada Escritura nos presenta al verdadero Pedagogo y su pedagogía

56.1. En el “Cántico”, el Espíritu Santo habla de Él así: “Proveyó de lo necesario, cuando estaba atormentado por la ardiente sed en los áridos parajes; lo protegió, lo educó y lo guardó como a la pupila de sus ojos; como el águila protege su nido y a sus polluelos, así él, extendiendo sus alas, los tomó y los llevó sobre sus plumas. Sólo el Señor los guiaba, y entre ellos no había ningún dios extranjero” (Dt 32,10-12). Me parece que la Escritura presenta al Pedagogo de forma muy clara, describiendo su pedagogía.

56.2. De nuevo, hablando en su propio nombre, [Dios] se considera a sí mismo el Pedagogo: “Yo soy el Señor tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto” (Ex 29,46). ¿Quién es el que tiene poder para conducir dentro o sacar fuera? ¿No es el Pedagogo? «Él mismo que se apareció a Abrahán y le dijo: “Yo soy tu dios; sé agradable a mis ojos”» (Gn 17,1).

56.3. Como excelente pedagogo lo prepara para ser niño fiel, y le dice: “Sé irreprochable; yo estableceré mi alianza contigo y con tu descendencia” (Gn 17,1. 2. 7). Hay aquí una comunicación amistosa por parte del maestro. Es evidente que fue también el pedagogo de Jacob.

56.4. Mira, le dijo, yo estaré contigo; y te guardaré dondequiera que vayas, te restituiré a esta tierra; no te abandonaré hasta haber cumplido mis promesas” (Gn 28,15). Y se añade que combatió con él: “Jacob se quedó solo, y un hombre -el Pedagogo- combatió con él hasta el alba” (Gn 32,25).

El Verbo es el pedagogo de la humanidad

57.1. Era él, el hombre que luchaba y combatía, el que acompañaba y entrenaba contra el Maligno al astuto Jacob. Y dado que el Verbo era el entrenador de Jacob y pedagogo de la humanidad, la Escritura dice: «(Jacob) le preguntó y le dijo: “Revélame tu nombre”; a lo que el Señor respondió: “¿Por qué me preguntas mi nombre?”» (Gn 32,30). En efecto, reservaba el nombre nuevo para el pueblo joven, para el párvulo.

57.2. El Señor Dios aún no tenía nombre, porque aún no se había hecho hombre. Pero: «Jacob dio a ese lugar el nombre de “Visión de Dios”, porque -dijo- he visto a Dios cara a cara, y mi vida ha quedado a salvo» (Gn 32,31). El rostro de Dios es el Verbo, por medio del cual Dios se hace visible y es conocido. Fue entonces cuando Jacob recibió el nombre de Israel (Gn 32,29), cuando vio al Señor Dios.

57.3. El mismo Dios, el Verbo, el Pedagogo, le dijo en otra ocasión: “No tengas miedo de ir a Egipto” (Gn 46,3). Mira cómo el Pedagogo sigue al hombre justo, y cómo entrena al atleta, enseñándole a derribar al adversario (cf. Gn 27,36).

57.4. Él mismo enseña a Moisés el oficio de la pedagogía; en efecto dice el Señor: “Si alguno ha pecado contra mí, yo lo borraré de mi libro. Y ahora, marcha y conduce a tu pueblo donde te he dicho” (Ex 32,33 s.).

El Señor quiere el arrepentimiento del pecador, no su muerte

58.1. Por esas palabras enseña la pedagogía. El Señor, por medio de Moisés, fue realmente el pedagogo del pueblo antiguo, mientras Él mismo en persona fue, cara a cara, el guía del pueblo nuevo. Así dice a Moisés: “He aquí que mi ángel te precede” (Ex 32,34), poniendo ante él la potencia del Verbo como buen mensajero y guía.

58.2. Pero conserva su dignidad de Señor y afirma: “El día que los visite, los castigaré por su pecado” (Ex 32,34). Esto es: el día en que me erija juez, les haré pagar el precio de sus pecados, porque es, al mismo tiempo, pedagogo y juez que juzga a los que transgreden sus mandatos; y como amante que es de los hombres, el Verbo no silencia sus pecados; muy al contrario, se los reprocha para que se conviertan: “El Señor quiere el arrepentimiento del pecador y no su muerte” (Ez 18,23. 32; 33,11).

58.3. Nosotros, cual niños, cuando oímos hablar de pecados cometidos por otros, tememos vernos amenazados con castigos semejantes, y nos abstenemos del mismo tipo de faltas. ¿En qué pecaron? “Porque en su furor degollaron hombres, y, por capricho, destrozaron toros; maldita sea su ira” (Gn 49,6-7).

La novedad del Verbo

59.1. ¿Quién podría educarnos con más cariño que Él? En primer lugar, hubo una antigua alianza para el pueblo antiguo; la Ley educaba al pueblo con temor (cf. Ga 3,24), y el Verbo era un Ángel (cf. Ex 3,2). Pero para el pueblo nuevo y joven ha sido establecida una nueva y joven alianza; y el Verbo ha sido engendrado (cf. Jn 1,14), el miedo se ha trocado en amor, y aquel ángel místico, Jesús, ha nacido.

59.2. El mismo Pedagogo que en otro tiempo dijo: “Temerás al Señor tu Dios” (Dt 6,13; 10,20), nos exhorta ahora: “Amarás al Señor tu Dios” (Mt 22,37; Mc 12,30; Lc 10,27; Dt 6,5). Por esta misma razón nos ordena: “Quiten de ante mis ojos sus obras -los antiguos pecados- y aprendan a hacer el bien (Is 1,16); huye del mal y practica el bien (Sal 33 [34],15; 36 [37],27); tú has amado la justicia y has odiado la iniquidad” (Sal 44 [45],8). Ésta es mi alianza, mi nueva alianza, grabada en la antigua letra. Así entonces, no se debe menospreciar a la novedad del Logos.

59.3. En el libro de Jeremías dice el Señor: «No digas: “Yo soy muy joven”; antes de formarte en el vientre de tu madre ya te conocía; y antes de que salieses del seno materno, te consagré» (Jr 1,7. 5). Quizá esta palabra profética estaba dirigida simbólicamente a nosotros, que fuimos conocidos por Dios, con vistas a la fe, antes de la creación del mundo (cf. Ef 1,4; 1 P 1,20); a nosotros, todavía niños, porque la voluntad de Dios acaba de cumplirse recientemente. De modo que somos recién nacidos, en cuanto a la vocación y a la salvación.

Jesús es el nombre del Salvador Pedagogo

60.1. Y por eso añade: “Te he constituido profeta de las naciones” (Jr 1,5); con ello le dice que debía ser profeta y que el título de “joven” no debía considerarse como un reproche para los que son llamados “niños”. La Ley fue una antigua gracia otorgada por el Verbo por mediación de Moisés. Por eso dice la Escritura: “La Ley fue dada por medio de Moisés” (Jn 1,17); no por Moisés, sino por el Verbo. Moisés hizo de intermediario (cf. Ex 14,31), como siervo suyo; razón por la cual dicha ley sólo tuvo una vigencia pasajera. “Pero la gracia eterna y la verdad han venido por medio de Jesucristo” (Jn 1,17).

60.2. Consideren estas palabras de la Escritura: respecto a la Ley, sólo afirma que “fue dada”, pero “la verdad”, que es una gracia del Padre, es la obra eterna del Verbo; asimismo, la Escritura no explícita que “fue dada”, sino que fue hecha “por Jesús, sin el cual nada ha sido hecho” (Jn 1,3). Moisés, por tanto, cede proféticamente el lugar al Pedagogo perfecto, el Verbo; y anuncia su nombre y su pedagogía, al mismo tiempo que presenta el Pedagogo al pueblo, con la obligación de obedecerle.

60.3. “[Yahvé] nuestro Dios les suscitará un profeta como yo -dice- entre sus hermanos” (Dt 18,15). Es Jesús, hijo de Navé, que alegóricamente significa Jesús, el Hijo de Dios. Porque el nombre de Jesús anunciado en la Ley era una figura del Señor (cf. Col 2,17; Hb 8,5; 10,1). Moisés aconseja prudentemente al pueblo: “Escúchenle -dice-, y el hombre que no escuche a este profeta...” (Dt 18,15. 19), y sigue amenazante. Así nos anuncia proféticamente el nombre del Salvador Pedagogo.

El poder del Pedagogo es firme, consolador y salvador

61.1. La profecía le atribuye también un bastón (cf. Is 10,5; 14,15; Jr 48,17; Sal 22 [23],4): el bastón del pedagogo, de mando, propio del que ejerce la autoridad. A quienes el Verbo persuasivo no sana, los sanará la amenaza; y si tampoco la amenaza los cura, el fuego los consumirá. “Saldrá -dice la Escritura- una vara del tronco de Jesé” (Is 11,1).

61.2. Considera la solicitud, la sabiduría y el poder del Pedagogo. “No juzgará según las apariencias, ni acusará según las habladurías, sino que hará justicia a los humildes, y acusará a los pecadores de la tierra” (Is 11,1. 3-4). Y, por boca de David, exclama: “El Señor, que educa, me corrigió, pero no me entregó a la muerte” (Sal 118 [188],18). Ser corregido por el Señor y tenerlo por pedagogo, equivale a ser liberado de la muerte.

61.3. Por boca del mismo profeta añade: “Los regirás con vara de hierro” (Sal 2,9). Asimismo, el Apóstol, inspirado, escribe a los Corintios: “¿Qué prefieren? ¿Que vaya a ustedes con la vara, o con caridad y espíritu de mansedumbre?” (1 Co 4,21). Y aún, por boca de otro profeta, añade: “El Señor hará surgir de Sión la vara de su poder” (Sal 109 [110],2); “Tu vara y tu bastón -el del pedagogo- me han persuadido” (Sal 22 [23],4), dice por boca de otro (profeta). Tal es el poder del Pedagogo: firme, consolador y salvador.