OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (7)

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Las mujeres en el sepulcro
Hacia 1025-1050
De un manuscrito Ottoniano
Mainz o Fulda (Alemania)
Atenágoras de Atenas (activo en la segunda mitad del siglo II) [continuación]

CPG 1071-  Sobre la resurrección de los muertos.

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ATENÁGORAS, SOBRE LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS(1)

I. Introducción. Plan de la obra

1. Al margen de todo pensamiento y doctrina que se atenga a la verdad, le nace como un retoño alguna mentira; no porque nazca naturalmente de un principio subyacente, ni de una causa inherente a la naturaleza misma de las cosas, sino por ser intensamente procurado por aquellos que cultivan la semilla de iniquidad con el fin de ahogar la verdad (cf. Lc 8,5-15; Mt 13,24-43).

2. Lo cual cabe comprobar, primeramente, en aquellos que de antiguo se entregaron a especular sobre estas materias, y en su divergencia con sus predecesores e incluso con sus contemporáneos, y no menos por la confusión misma en que se hallan los asuntos discutidos. Porque es cierto que esta casta de gentes no dejaron verdad alguna que no calumniaran: ni la esencia de Dios, ni su conocimiento, ni su operación, ni ninguna de las materias que por encadenamiento se siguen y dan testimonio de nuestra piedad. Y así, algunos de una vez para siempre renuncian a hallar la verdad sobre estas materias; otros la tuercen hacia sus propias opiniones; otros, en fin, hacen profesión de dudar aun sobre lo evidente.

3. De ahí que, en mi opinión, quienes intentan trabajar sobre esto, necesitan de un razonamiento con dos partes: una para defender la verdad, otra para ilustrar la verdad. Defender la verdad para los que no creen o dudan; ilustrar la verdad, para los de nobles sentimientos y dispuestos a recibirla con benevolencia. Por tanto, es preciso que quienes quieran examinar a fondo esta cuestión, consideren qué sea lo útil en cada caso, y conforme a ello midan sus argumentos, para distribuirlos según el orden que corresponde a la necesidad, y no que, por creer debe siempre guardarse el mismo principio, se descuiden los puntos esenciales y el lugar que corresponde a uno de ellos.

4. Porque si, en efecto, se mira a la fuerza demostrativa y al orden natural, la demostración de una tesis siempre precede a la argumentación para defenderla; pero si se busca mayor eficiencia, es a la inversa, la defensa antecede a la demostración(2). Así, ningún agricultor puede convenientemente arrojar las semillas a la tierra, si antes no arranca todas las malas hierbas y cuanto puede dañar a la buena siembra; ni el médico aplicar eficazmente medicamentos al cuerpo enfermo, si no se limpia antes el mal interno o detiene al que trata de infiltrarse; ni, en fin, el que trata de enseñar la verdad, podrá, por más que ella diga, persuadir a nadie, mientras una falsa opinión se agazape en la mente de los oyentes y se oponga a sus razonamientos.

5. De ahí que también nosotros, mirando justamente a la utilidad, hay veces que anteponemos la defensa de la verdad antes de su demostración; y a quien considere lo conveniente, no le ha de parecer inútil que procedamos del mismo modo ahora, en este tratado sobre la resurrección. Porque, efectivamente, constatamos también en esta materia a unos que no creen en absoluto, a otros que dudan, y a otros, de entre quienes aceptan nuestros principios fundamentales, tan perplejos como los que abiertamente dudan; y lo más absurdo es que no tienen el más leve pretexto fundado en la realidad para su incredulidad, ni pueden hallar una sola causa racional que justifique su incredulidad o incertidumbre.

Primera parte: defensa de la verdad

II. Introducción: el fundamento de la incredulidad

1.Sigamos este razonamiento: toda incredulidad, que no sea arbitraria ni responda a tal o cual prejuicio, sino por fuerte causa y con seguridad verdadera, guarda la conveniente razón cuando la cosa misma que es objeto de duda parece increíble. Porque no creer a lo que no es increíble, propio es de hombres que no tienen sano juicio sobre la verdad.

2. En consecuencia, los que no creen o dudan de la resurrección, no deben dar su opinión sobre ella por lo que a ellos irreflexivamente les parezca ni por lo que a gentes intemperantes pudiera serles grato, sino que, o han de decir que el origen del hombre no depende de causa alguna -y esto es bien fácil de refutar-, o, si atribuyen a Dios la causa de todos los seres, a esta creencia han de mirar como a principio y por ella han de demostrar que la resurrección no tiene garantía alguna de verdad.

3. Y esto lo lograrán, si son capaces de demostrar que Dios o no puede o es contrario a su voluntad unir y juntar de nuevo los cuerpos muertos y hasta completamente descompuestos, para la constitución de los mismos individuos. Pero si esto no pueden demostrar, cese ya esa atea incredulidad y no blasfemen de lo que no es lícito blasfemar. Porque mienten lo mismo si hablan de que Dios no puede, como que no quiere, como se verá claro por lo que vamos a decir.

4. Se conoce realmente que una cosa es imposible para alguien, o por no saber lo que se ha de hacer o por no tener fuerza suficiente para hacer bien lo que se sabe. En efecto, el que no conoce lo que se ha de hacer no puede ni intentar en absoluto ni realizar aquello que desconoce; y el que conoce, sí, muy bien lo que se ha de hacer y por qué medios y de qué modo, pero no tiene en absoluto fuerza para ello, o no la tiene suficiente, ése, si es sensato y sabe medir sus propias fuerzas, ya ni intentará en principio la obra; y si, inconsideradamente, la intenta, no podrá llevar a cabo su propósito.

5. Ahora bien, Dios, no es posible ni que desconozca la naturaleza de los cuerpos en cada parte y miembro que han de resucitar, ni que ignore el paradero de cada parte deshecha, ni qué parte de elemento recibió lo deshecho y retornó al elemento original, incluso si es imposible para los hombres distinguir lo que nuevamente se unió íntimamente con el todo. Porque quien antes de la constitución propia de cada uno no desconocía la naturaleza de los elementos futuros que formarían los cuerpos humanos, ni las partes de aquellos de que había de tomar lo que a Él pareció bueno para la constitución del cuerpo humano, es evidente que, después de disuelto todo, tampoco desconocerá adónde fue a parar cada una de las partes que tomó para completar el todo.

6. Porque si es cierto que, según el orden que reina actualmente en las cosas humanas y el juicio que se da en cada caso, es más difícil conocer de antemano lo que no existe (que lo que ya ha existido); pero si se considera la dignidad y la sabiduría de Dios, ambas cosas son naturales e igualmente fáciles: conocer de antemano lo que no es y reconocer los elementos ya descompuestos.

III. Examen de algunos casos de imposibilidad: la dispersión de las partes de un mismo cuerpo

1. Que el poder de Dios sea bastante para resucitar los cuerpos, lo prueba el hecho mismo de su creación. Porque Dios hizo de la nada los cuerpos de los hombres conforme a la constitución primera y principios de ellos, y con la misma facilidad resucitará a los que, por el modo que fuere, se hayan deshecho, puesto que para Él todo es igualmente posible.

2. Para nada obstaculiza este razonamiento el hecho de que algunos suponen provenientes de la materia los primeros principios, ya sea que los elementos formen los constituyentes primeros del cuerpo humano, o bien que este nazca de una semilla. Porque a la misma potencia que corresponde dar una forma a la sustancia, que ellos consideran materia informe, y ordenar con aspectos múltiples y variados lo que no tiene adorno ni orden; y reunir en un solo compuesto las partes constitutivas de los elementos, dividiendo en la variedad de miembros una semilla que es una y simple, articulando lo inarticulado, y dando vida al no viviente; a la misma decimos, corresponde reunir otra vez lo disuelto, levantar lo que yace en la tumba y vivificar lo muerto, y transformar lo corruptible en incorruptible (cf. 1 Co 15,42. 53).

3. Al mismo Ser corresponde sin duda y obra es del mismo poder y sabiduría distinguir y reunir en sus propias partes y miembros lo que, despedazado, fue a parar a muchedumbre de animales de toda clase, de los que suelen atacar a tales cuerpos y saciarse de ellos, ora hayan ido a parar a uno solo de estos animales, ora a muchos, y de éstos a otros, y, disuelto juntamente con ellos, haya vuelto, conforme a la natural disolución, a los primeros principios. Esto es, por cierto, lo que más parece turbar a algunos, aun de los que son de admirar por su sabiduría, que no sé por qué tienen por tan fuertes las dificultades corrientes entre el vulgo.

IV. La absorción de la carne humana por un ser humano

1. Éstos suelen objetar que muchos cuerpos, muertos accidentalmente en naufragios y ríos, han venido a ser alimento de los peces, y muchos de los muertos en las guerras o por otra más áspera causa, o raíz de desgraciadas circunstancias y no recibieron sepultura, han quedado expuestos para pastos de cualesquiera fieras.

2. Ahora bien, consumidos de este modo los cuerpos y esparcidas sus partes y miembros de que se componían entre muchedumbre de animales, se han asimilado por el alimento con los cuerpos de los que se los comieron, afirman entonces, en primer lugar, que la separación es imposible; y a esta dificultad añaden otra mayor.

3. En efecto, si los cuerpos de animales que se alimentaron de carne humana son a su vez aptos para alimento de hombres, pasando por el vientre de éstos y asimilados a los cuerpos de quienes los coman, resultará de toda necesidad que las partes de los hombres que fueron alimento de los animales pasarán a los cuerpos de otros hombres, pues los animales que se alimentaron de ellos los van transportando a aquellos hombres que a su vez se alimentan de ellos.

4. A todo esto nos cuentan las tragedias de quienes se comieron a sus propios hijos en momentos de hambre, o arrebatados de locura, o los hijos que por insidia de enemigos fueron alimento de sus propios padres, y nos forman una cadena de calamidades acaecidas lo mismo entre griegos que entre bárbaros: la famosa mesa de Medea, los trágicos convites de Tiestes y otros por el estilo. Y de todo esto establecen, según piensan, que la resurrección es imposible, porque no pueden unos mismos miembros resucitar a la vez para diferentes cuerpos. Puesto que o bien el primer cuerpo no puede reintegrarse, ya que las parte que lo componían han pasado a otros organismo; o bien si ellas se restituyeran al primer (cuerpo), le faltarían al segundo.

V. Teoría de la alimentación

1. Me parece que los que así hablan, en primer lugar, desconocen el poder y sabiduría del que ha creado y gobierna todo este universo, el cual para cada ser viviente ha establecido un alimento apropiado, conforme a su naturaleza y especie animal, y no ha juzgado conveniente que las diferentes naturalezas de los diversos organismos se unan y asimilen, ni tampoco le es difícil la separación de lo unido; sino que a cada cosa creada le consiente hacer o sufrir lo que condice con su naturaleza, y lo que no, se lo prohíbe; y todo lo que es conforme a su voluntad o a su deseo, lo consiente o se opone a ello. Y aparte de esto, tampoco me parece han considerado las facultades y la naturaleza de cada uno de los seres que alimentan o son alimentados.

2. En otro caso, se habrían dado cuenta que no todo lo que se ingiere cediendo a la necesidad exterior, se convierte sin más en alimento apropiado para el animal, sino que hay cosas que apenas han llegado a las partes plegadas del vientre, son naturalmente eliminadas, por vómito o secreción o de otro cualquier modo evacuadas, de modo que ni por breve tiempo toleran la primera y natural digestión, mucho menos la asimilación con el cuerpo que se quiere alimentar.

3. De igual forma tampoco todo lo que ha sido digerido y recibido la primera transformación, no se incorpora totalmente a las partes alimentadas; pues, parte en el estómago mismo liberan su fuerza nutritiva, parte en la segunda transformación y en la digestión, que tiene lugar en el hígado, son segregados y pasan a otra función ajena a la virtud nutritiva. E incluso la misma transformación que tiene lugar en el hígado, no toda ella produce un alimento asimilable para el hombre, sino que (una parte de su producto) se segrega en las naturales evacuaciones; y, en fin, de lo que queda, hay veces que, en las mismas partes y miembros alimentados, se transforma en otra sustancia, según el predominio de lo que abunda o sobra, y que suele de algún modo corromper o asimilar en sí lo que se le acerca.

VI. Continuación de la teoría de la alimentación

1. Dado que hay tanta variedad de naturaleza entre todos los seres vivientes y que el mismo alimento natural cambia para cada especie animal y para cada cuerpo alimentado, y teniendo, en fin, que sufrir triple purificación y segregación el alimento de cada animal, es absolutamente necesario que se elimine completamente y que sea evacuado por las vías naturales, o que se transforme en otra sustancia todo cuanto es ajeno a la nutrición del ser viviente, por no poder ser asimilado; y que la virtud del cuerpo alimenticio se concierte y sea conforme a la naturaleza y virtud del ser viviente alimentado; y que ese alimento una vez que ha pasado por las segregaciones naturales y, purificado con los medios de purificar de la propia naturaleza, se convierta en auténtico aumento de la sustancia.

2. A ése solo, por lo tanto, hablando conforme a la verdad de las cosas, debiera llamarse alimento, una vez que se ha rechazado todo lo ajeno y dañoso a la constitución del cuerpo alimentado, y aquel grande peso que proviene de un vientre lleno y de la satisfacción del apetito.

3. Nadie dudará que este alimento es el que se une al cuerpo alimentado, implicándose e incorporándose íntimamente a sus partes y miembros; pero el que no es así es, es decir, contrario a la naturaleza, se corrompe en seguida si se mezcla con una fuerza mayor; pero si es él quien predomina, corrompe con facilidad el organismo, produciendo incluso malos humores y calidades venenosas, en la medida que nada apropiado ni favorable aporta al cuerpo alimentado.

4. La prueba mayor de ello está en que a muchos seres vivientes se les siguen de ahí dolores, enfermedades, o muerte, si llevados de vehemente apetito ingieren mezclado con la comida algo venenoso y contrario a la naturaleza. Lo cual, absolutamente, puede corromper el organismo alimentado, si es cierto que los organismos se alimentan sólo con lo apropiado y conforme con su naturaleza, y con lo contrario se corrompen.

5. Ahora bien, si el alimento conforme a naturaleza se diversifica según las diferentes especies animales, y aun de este mismo no todo lo que el animal ingiere ni cualquier parte de él recibe la asimilación con el cuerpo alimentado, sino sólo lo purificado en la totalidad del ciclo digestivo y completamente transformado para permitir la asimilación según la calidad del cuerpo, y que se adapte, en fin, a las partes alimentadas; es evidente que ninguno de los alimentos contra naturaleza puede unirse a cuerpos para quienes no es alimento natural y apropiado, sino que, o se elimina a través de los intestinos, antes de engendrar algún otro humor, crudo [= no digerido] o corrompido [= ya transformado]; o bien, si tarda en eliminarse, produce sufrimiento o enfermedad grave, que corrompe el alimento natural y hasta la misma carne que necesita de alimento.

6. Pero inclusive cuando están sustancias nefastas sean expelidas, ora por medicamentos, ora por comidas mejores, o vencido por las fuerzas naturales del organismo, no se elimina sin grave daño, como quiera que no aportan ningún elemento bienhechor que corresponda a las necesidades naturales del organismo, por su incapacidad para asimilarse a su naturaleza.

VII. Teoría de la alimentación: parte final

1. Resumiendo, aun concediendo que un alimento de tales condiciones -llamémoslo así por costumbre- una vez ingerido, aunque sea contra la naturaleza, se descomponga y se transforme en una de las sustancias destinadas a humectar, secar, calentar o enfriar el organismo, aún admitiendo esto, ningún argumento de utilidad se podrá sacar, como quiera que los cuerpos resucitados constarán nuevamente de sus propias partes y ninguna de las sustancias mencionadas es parte ni tiene función ni orden como de parte. Es más, ni siempre permanecen ellas con las partes del cuerpo alimentado, ni han de resucitar juntamente con los cuerpos resucitados, pues ya en adelante para nada han de servirles para vivir ni la sangre, ni la flema, ni la bilis, ni el aliento. Porque tampoco necesitarán entonces del alimento que en otro tiempo reclamaban los cuerpos, ya que, junto con la necesidad y corrupción, desaparecerá la exigencia de alimentarse.

2. En fin, supongamos que la transformación de tal alimento llega hasta hacerse carne. Pues ni aun así habrá necesidad alguna de que esa carne recién formada de semejante alimento y que se ha adherido al cuerpo de otro hombre, haya nuevamente de servir de parte para la composición de ese hombre, pues ni siempre la carne asimilante conserva la que tomó, ni la que a ella se unió es constante y permanece con aquella a que se agregó. En efecto, los cambios que puede sufrir son de dos clases, ora los trabajos y las preocupaciones que la hacen evacuar, ora los temores, los sufrimientos o las enfermedades la disuelven, porque al producirse destemplanzas por calor o frío, no se transforman con la carne y la grasa los órganos que, por permanecer en lo que son, han recibido el alimento.

3. Siendo, pues, tantos los accidentes que sobrevienen a toda carne, mucho más cabe hallar que eso pase a la que se alimenta de alimentos impropios de ella, ya sea ganando en peso y engordando por lo que come, ya sea rechazándolo del modo que sea y disminuyendo, bien por una sola de las causas dichas, o por muchas. Y sólo permanece en los órganos, que tienen por función unir, proteger y calentar, el alimento que ha sido seleccionado por la naturaleza y que es el apropiado, ayudándole a llevar una vida, con las penas que ella conlleva, conforme a la misma naturaleza.

4. Pero, puesto que ni juzgando como se debe lo por nosotros examinado, ni concediendo lo que los contrarios nos objetan, puede demostrarse la verdad de lo que ellos dicen: no es posible que los cuerpos de los hombres se asimilen a los de su propia naturaleza; aunque si en alguna ocasión, sin saberlo, con los sentidos perdidos por obra de otro individuo, algunos han gustado de un cuerpo humano, ya sea conscientemente, por necesidad o por locura, mancillándose al comer un cuerpo de su misma especie; si es que nos hemos olvidado que hay ciertas fieras en forma humana o seres de naturaleza mixta de hombre y fiera, cual las suelen fantasear los más audaces poetas.

VIII. Absurdo de tal argumentación. El proceso de la resurrección

1. ¿Y qué falta hace hablar de los cuerpos que no están destinados para alimentos de ningún animal, y a quienes corresponde la sola sepultura en la tierra, para honor de la naturaleza humana? Porque el Creador no destinó a ningún animal para alimento de los de su misma especie, si bien pueden convertirse para otros de distinta especie en alimento, según las leyes de la naturaleza.

2. Ahora pues, si pueden demostrar que las carnes humanas están destinadas para comida de hombres, nada se opondrá a que la antropofagia sea conforme a la naturaleza, como otra cualquiera de las cosas que la naturaleza permite, y los que tales atrocidades se atreven a decir, podrán refocilarse con los cuerpos de sus más queridos, como un alimento más apropiado que otros, o dar sus banquetes con estos mismos a sus mejores amigos.

3. Pero si el solo decir esto es una impiedad y comerse los hombres a los hombres es lo más horroroso y abominable, y no hay comida ni acción contra la ley y la naturaleza más sacrílega que ésta; y como lo que es contra naturaleza no puede convertirse en alimento para las partes y miembros del organismo que de él necesitan, y si no se convierte en alimento tampoco puede asimilarse a lo que naturalmente no puede alimentar; se sigue de todo ello que tampoco los cuerpos de los hombres jamás pueden asimilarse a otros de su misma especie, por ser alimento contra naturaleza, por muchas veces que (la carne humana) pasara por su vientre, por una bien amarga desgracia.

4. (Porque estas sustancias carnales) pierden su fuerza nutritiva y esparcidas de nuevo entre aquellos elementos de los que recibieron su primera composición, con éstos se identifican por el tiempo que a cada uno le tocare. Luego, de allí separados nuevamente por sabiduría y poder del Ser que compuso toda naturaleza animal con sus facultades propias, antes de unirse estrechamente uno con otro, aunque hubiere sido abrasado por el fuego, o se hubiere podrido en el agua, o hubiere sido devorado por las fieras o por cualesquiera animales o, cortado del conjunto del cuerpo, se haya disuelto antes que sus otras partes. Unidos nuevamente miembros a miembros, ocuparán el mismo lugar para recrear la armonía y constitución del mismo cuerpo, y para la resurrección y la vida (cf. Jn 11,25) del antes muerto o totalmente descompuesto.

5. No me parece oportuno alargarme más sobre esto, pues, por lo menos para quienes no sean medio fieras, la decisión es manifiesta.

IX. Argumento final: nada es imposible para Dios

1. Aunque hay muchos otros puntos útiles para la presente cuestión, de momento no quiero hablar (de los argumentos) de quienes se refugian en el ejemplo de las obras humanas, y en los hombres artífices de ellas que no son capaces de rehacer las que se les rompen, o por el tiempo envejecen o de otro modo se destruyen. Con la comparación de los alfareros y carpinteros, intentan demostrar que tampoco Dios quiere, ni, aunque quiera, puede resucitar los cuerpos muertos o ya descompuestos. Pero no advierten que con semejantes razonamientos ofenden a Dios como los más malvados, poniendo al mismo nivel los poderes de quienes de todo en todo se diferencian, o más exactamente, igualando las sustancias con los que usan de ellas y las producciones humanas con aquellas de la naturaleza.

2. Ahora bien, el dar importancia a tales objeciones no carecería de reprensión, pues es verdaderamente necio pararse a refutar lo superficial y vano. Mucho más sensato, y conforme a la verdad, es decir que lo que para los hombres es imposible, es posible para Dios (cf. Jb 42,2; Mt 19,26; Mc 10,27; Lc 18,27). Si la razón, por este solo argumento, conforme a la opinión común, y por todo lo anteriormente examinado, demuestra la resurrección como posible, evidentemente no es imposible. Pero además tampoco es cierto que Dios no la quiera.

X. Injusticia o indignidad de la resurrección

1. En efecto, lo que no se quiere, no se quiere o por injusto o por indigno. Y, a su vez, la injusticia se considera o respecto al mismo que resucita o respecto a otro fuera de él. Pero es evidente que con la resurrección a nadie de la especie humana se daña, ni a nada de cuanto se inscribe en el número de los seres.

2. Porque ni las naturalezas inteligibles pueden recibir daño alguno de la resurrección de los hombres, pues ésta no supone para su existencia impedimento ni perjuicio ni injuria de ninguna clase; ni tampoco lo recibe la naturaleza de los seres privados de razón y de alma, como quiera que, después de la resurrección, no han de existir. Y sobre lo que no existe, no hay injusticias.

3. Pero aún suponiendo que habían de existir para siempre, tampoco se cometería injusticia con ellos por el hecho de que los cuerpos humanos sean renovados. Porque si ahora, sometidas como están estas cosas a la naturaleza de los hombres que necesitan de sus servicios, y puestas bajo yugo y bajo toda servidumbre, no se comete con ellas injusticia ninguna, mucho menos se cometerá cuando, hechos los hombres incorruptibles y sin necesidad ya de servirse de las cosas, se verán éstas libres de toda esclavitud.

4. En efecto, si ellas tuvieran voz, tampoco podrían quejarse al Creador de haber sido rebajadas más de lo justo respecto al hombre, por no participar también la resurrección, porque el que es justo no puede atribuir el mismo término a quienes tienen naturaleza distinta. Aparte de todo esto, los seres que no tienen la noción de justicia, tampoco pueden acusar a alguien de injusticia.

5. No es posible pretender constatar injusticia alguna respecto al hombre mismo que resucita. Este, en efecto, consta de alma y cuerpo, y ni en el alma ni en el cuerpo sufre injusticia. Porque nadie sensatamente dirá que sufre injusticia en el alma (por la resurrección), si no es que, sin darse cuenta, condena de ese modo también la presente vida. Porque si ahora, el alma habitando en un cuerpo (cf. 2 Co 5,1; 1 Co 3,16-17) corruptible y pasible, no se le hace injusticia ninguna, mucho menos se le hará estando unida con otro cuerpo incorruptible e impasible. Pero tampoco se agravia para nada al cuerpo. Pues si ahora, acompañando, corruptible, a lo incorruptible, no se le agravia, evidentemente tampoco se le agraviará cuando acompañe, incorruptible, a lo incorruptible.

6. Tampoco puede nadie decir que sea en modo alguno obra indigna de Dios resucitar y nuevamente reunir un cuerpo ya descompuesto. Porque si lo menos, es decir, hacer un cuerpo corruptible y pasible, no fue indigno, con mayor razón no lo será lo más, es decir, formarle incorruptible e impasible.

XI. Conclusión de la primera parte. Anuncio del plan de la segunda sección

1. Ahora bien, si por los principios que son naturalmente primeros y por lo que a ellos se sigue, quedan demostradas cada una de las cuestiones propuestas, es evidente que la resurrección de los cuerpos descompuestos es obra posible, querida y digna del Creador; pues por ahí también se ha demostrado la mentira que a esta verdad se opone y lo absurdo de la incredulidad de algunos.

2. Pues, ¿qué necesidad hay de recalcar la correspondencia de una cosa con otra y su mutua conexión? Si es que debe hablarse de conexión, como si hubiera entre ellas diferencia alguna que las separa, y no fuera mejor decir que lo posible es también querido, y que lo que Dios quiere es absolutamente posible y conforme a la dignidad de quien lo quiere.

3. Ya anteriormente dijimos suficientemente que una cosa es la ilustración de la verdad, y otra la defensa de la verdad y qué diferencia va de una a la otra, y cuándo y para quiénes son útiles. Pero quizá no haya inconveniente, atendida la común utilidad y la conexión de lo dicho con lo que resta por decir, que nuevamente tomemos de ahí nuestro punto de partida. A uno le conviene por naturaleza ser primero, al otro escoltar al primero, abrirle el camino y apartar cuanto se le opone y dificulta la marcha.

4. Es así que la ilustración sobre la verdad, necesaria que es a todos los hombres para su seguridad y salvación, tiene la primacía por su naturaleza, por su orden y por su utilidad. Por su naturaleza, pues nos procura el conocimiento de las cosas; por su orden, pues existe en aquello y a par de aquello de que es indicador; por su utilidad, en fin, pues es, para los que la reciben, garante de su seguridad y de su salvación.

5. La defensa de la verdad, en cambio, es inferior, tanto por su naturaleza como por su función; porque menos es refutar la mentira que afirmar la verdad. Secundario también por su orden, pues tiene fuerza sólo contra las falsas opiniones, y una falsa opinión nace de la confusión de semillas y de corrupción de algunas de ellas. Sin embargo, aún siendo esto así, se antepone algunas veces y resulta más útil, por ser quien quita y de antemano limpia la incredulidad que a algunos aqueja, y la duda o falsa opinión que turban a los novicios.

6. Una y otra tienden a un mismo fin, pues tanto la refutación del error como la afirmación de la verdad se refieren a la piedad; pero no por eso y de una vez son una misma cosa, sino que una, como dije, es necesaria a todos los que creen y que se preocupan de la verdad y de la salvación; la otra, hay veces que resulta más útil para aclarar algunos y para combatir otros.

7. Quede esto dicho, en resumen, sólo para recordar lo anteriormente expuesto y prosigamos con nuestro propósito y demostremos ser verdadera la doctrina de la resurrección por la causa misma por la que fue creado el primer hombre, y de los otros después de él, aunque no lo fueran del mismo modo; por la común naturaleza de los hombres como hombres, y, en fin, por el juicio que el Creador ha de tener sobre los mismos, conforme al tiempo que vivieron y a las reglas de vida que observaron; juicio que nadie dudará ser justo.
(1) Cf. Padres Apostólicos y Apologistas Griegos (S. II). Introducción, notas y versión española por Daniel Ruiz Bueno, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2002, pp. 1389 ss. (BAC 629). Ofrecemos una versión revisada y confrontada con el texto griego editado en la colección “Sources Chrétiennes”, n. 379, Paris, Eds. du Cerf, 1992, pp. 214 ss.
(2)
Más literalmente: “los razonamientos sobre la verdad tienen la primacía sobre los por la verdad; pero si miramos a la utilidad, los razonamientos por la verdad son, contrariamente, antes que los sobre la verdad”.