OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (67)

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El evangelista san Lucas
Hacia 1120-1140
Abadía Benedictina
de Helmarhausen (Alemania)
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, PROTRÉPTICO (EXHORTACIÓN) A LOS GRIEGOS (continuación)

Capítulo X: prosigue la segunda parte (argumentación a favor de la nueva religión: el cristianismo)

La religión ha sido odiada por demencia

89.1. Pero no es razonable -dicen- cambiar una costumbre que hemos recibido de nuestros padres. ¿Y por qué no continuamos utilizando entonces el primer alimento, la leche, con la que sin duda nos acostumbraron las nodrizas desde el nacimiento? ¿Por qué aumentamos o disminuimos la herencia paterna y no la conservamos igual que la recibimos? ¿Por qué ya no babeamos en el regazo de los padres y continuamos haciendo también las otras cosas que, cuando éramos pequeños y deudores de nuestras madres, provocaban la risa de los demás, sino que nos corregimos a nosotros mismos, aunque no hayamos tenido buenos pedagogos?

89.2. Además, tratándose de las pasiones, las desviaciones de los caminos trillados, aunque son en verdad perjudiciales y arriesgadas, a la vez en cierto modo se encuentran agradables; pero si se trata de la vida, tras abandonar la costumbre malvada, cruel y atea, aunque los padres se enfaden, ¿nos vamos a desviar de la verdad y no iremos en busca del que es realmente Padre, despreciando la costumbre como un veneno?

89.3. Esto es precisamente lo más hermoso de lo que se argumenta: mostrarles cómo la religión ha sido odiada por demencia y por esa desgraciadísima costumbre. En efecto, no hubiera sido odiada nunca o no se hubiera prohibido tan gran bien -el mejor de cuantos han sido concedidos por Dios al género humano-, si no hubieran estado cautivos por la costumbre, porque sin duda han taponado los oídos ante nosotros, como caballos rebeldes que se sublevan; mordiendo los frenos, han rechazado los discursos, deseando derribarnos a nosotros, los aurigas de la vida de ustedes, y llevados por la locura a los precipicios de la perdición, piensan que es execrable el sagrado Verbo de Dios.

El verdadero Dios regala vida

90.1. Por lo tanto, consecuentemente tienen el premio de su elección, según [dice] Sófocles: “Una mente disipada, oídos inútiles, preocupaciones frivolas” (Sófocles, Fragmentos, 863), y no saben lo más verdadero de todo: los buenos y piadosos se beneficiarán de la buena recompensa por haber honrado lo que es bueno, pero los que por el contrario son malvados tendrán el castigo correspondiente, y una sanción está prevista para el príncipe del mal.

90.2. El profeta Zacarías le amenaza: “Que te reprenda el que eligió a Jerusalén. Mira, ¿no es éste un tizón sacado del fuego?” (Za 3,3). ¿Qué antojo de muerte voluntaria persigue aún a los hombres? ¿Por qué se precipitan con ese tizón mortal, con el que han de consumirse, pudiendo vivir bien según Dios y no según la costumbre?

90.3. Dios regala la vida, pero una costumbre malvada, tras la partida de aquí abajo, junto con un castigo inflige un arrepentimiento inútil; también al sufrir el necio aprende (Hesíodo, Opera et dies, 218) que la superstición mata y la piedad salva.

Dios, por su gran amor al hombre, se detiene ante el hombre

91.1. Cualquiera de ustedes observen a los que sirven junto a los ídolos: con los cabellos manchados, ultrajados con un vestido sucio y roto; ciertamente ignorantes por completo de los baños y como animales salvajes por la largura de las uñas; incluso muchos se han amputado las partes pudendas; en resumen, demuestran que los templos de los ídolos son en realidad tumbas o prisiones. Me parece que éstos lloran a los dioses, en vez de adorarlos, soportando hechos más dignos de compasión que de religión.

91.2. Al ver esto, ¿todavía permanecen ciegos y no alzan la vista hacia el Dueño de todo y Señor del universo? ¿Acaso no van a refugiarse en la misericordia que viene de los cielos, escapando de las cárceles de aquí abajo?

91.3. Ciertamente Dios, por su gran amor al hombre, se detiene ante el hombre, al igual que la madre de un polluelo sobrevuela por encima del recién nacido que se ha caído del nido (cf. Mt 23,37); y también cuando una serpiente está dispuesta a comer al recién nacido, “la madre revolotea alrededor, deplorando a los amados hijos” (Homero, Ilíada, II,315). También Dios Padre busca a su criatura, cura la caída, persigue a la serpiente y recoge de nuevo al recién nacido, animándole a volar hasta el nido.

Los cristianos son hijos de la luz

92.1. Además también, cuando los perros se pierden, guiándose con la punta de la nariz por el olfato descubren por el rastro al dueño; y los caballos, tras derribar al jinete, con un único silbido obedecen al dueño. Dice [la Escritura]: “Conoce el buey a su amo, y el asno, el pesebre de su señor, pero Israel no me conoce” (Is 1,3). ¿Qué hace entonces el Señor? No guarda rencor, todavía tiene misericordia e incluso busca el arrepentimiento.

92.2. Deseo preguntarles si no les parece absurdo que ustedes los hombres, siendo criaturas de Dios, recibiendo de Él el alma y siendo totalmente de Dios, sirvan a otro dueño y además honren al tirano en vez de al Rey, al malvado a cambio del Bueno.

92.3. Así, en aras de la verdad, ¿qué hombre sensato se une al mal, abandonando el bien? ¿Quién hay que huyendo de Dios conviva con los demonios? ¿Quién, pudiendo ser hijo de Dios, se complace en ser esclavo? ¿O quién, pudiendo ser ciudadano del cielo, desea el infierno, pudiendo habitar el paraíso (cf. Gn 2,15), recorrer el cielo, participar de la fuente vivificadora y pura, caminando por el aire sobre aquella huella de la nube resplandeciente, como Elías, contemplando la continua lluvia salvadora? (cf. 1 R 18,44-45).

92.4. Pero hay algunos que, a manera de gusanos, revolcándose en el barro y el lodo, las olas del placer, se consumen en placeres inútiles e insensatos; son hombres [parecidos a] cerdos. En efecto, dice [Heráclito] que a los cerdos les gusta el fango (Heráclito, Fragmentos, 22 B 13; cf. 2 P 2,22) más que el agua limpia y, según Demócrito, se vuelven locos entre la inmundicia (Demócrito, Fragmentos, 147).

92.5. Pero ya no; no debemos reducirnos a la esclavitud ni ser como cerdos, sino como legítimos hijos de la luz (Ef 5,8) alcemos los ojos y contemplemos la luz, no sea que el Señor nos declare ilegítimos, como el sol a las águilas.

Es hermoso el riesgo de pasarse a Dios

93.1. Arrepintámonos, entonces, y pasemos de la ignorancia a la ciencia, de la demencia a la prudencia, de la incontinencia a la templanza, de la injusticia a la justicia, de la impiedad a Dios.

93.2. Es hermoso el riesgo de pasarse a Dios. De muchos otros bienes pueden también disfrutar los que aman la justicia, los que perseguimos la salvación eterna, pero también de aquellos que insinúa Dios mismo, cuando dice por Isaías: “Esta es la herencia de los siervos del Señor” (Is 54,17).

93.3. Hermosa y deseada es esta herencia; no se trata de oro, plata, vestidos o cosas de la tierra, donde alguna vez se introduce la polilla y el ladrón (cf. Mt 6,19-20), que mira con envidia la riqueza pegada a la tierra; en cambio, aquél es tesoro de salvación hacia el que es necesario que tiendan los convertidos en amigos del Verbo, y nos acompañan las acciones nobles de aquí abajo, que van volando juntamente con nosotros sobre el ala de la verdad.

Dios es una Padre cariñoso, verdaderamente Padre

94.1. La alianza eterna de Dios pone en nuestras manos esa herencia, que provee el regalo eterno. Este Padre nuestro es cariñoso, verdaderamente Padre; no cesa de exhortar, amonestar, educar y amar. En efecto, no cesa de salvar y aconseja lo mejor: “Sean justos, dice el Señor; los que tienen sed vengan a las aguas, y los que no tienen dinero acérquense, compren y beban sin dinero” (Is 54,17--55,1).

94.2. Exhorta al bautismo (baño), a la salvación, a la iluminación casi gritando y diciendo: “Te entrego, hijo, tierra, mar y cielo, y te regalo todos los animales que hay en ellos; únicamente ten sed de tu Padre, hijo, y Dios se te mostrará gratuitamente”. La verdad no es negociable; te concede también las aves, los peces y lo que hay sobre la tierra (cf. Gn 1,28); estas cosas las ha creado el Padre para tus agradables deleites.

94.3. El hijo ilegítimo las comprará con dinero, porque es hijo de perdición (cf. Jn 17,12; 2 Ts 2,3), porque ha preferido servir a las riquezas (Mt 6,24; Lc 16,13); pero a ti te confía lo que te es propio, es decir al [Hijo] legítimo, al que [= Hijo] ama al Padre, por el que aún trabaja (cf. Jn 5,17), al único que le promete (cf. 1 P 1,4), al decir: “La tierra no podrá venderse a perpetuidad -puesto que no está sujeta a la perdición-, porque toda la tierra es mía” (Lv 25,23); y también es tuya, si recibes a Dios.

94.4. Por eso la Escritura anuncia con razón la buena noticia a los que han creído: “Los santos del Señor heredarán la gloria de Dios y su, poder. Bienaventurado, dime qué gloria. La que ni ojo vio, ni oído oyó, ni llegó al corazón del hombre (cf. 1 Co 2,9; Is 64,3). Y se alegrarán en el reino de su Señor por siempre, amén”.

El Señor educa al ser humano con temor y gracia

95.1. Ustedes, hombres, tienen la divina promesa de la gracia; también han oído la otra amenaza del castigo; por ambas cosas salva el Señor, ya que educa al hombre con temor y gracia. ¿Por dónde empezar? ¿Por qué no evitamos el castigo? ¿Por qué no admitimos el regalo? ¿Por qué no elegimos lo mejor, a Dios en lugar del malvado, y preferimos sabiduría en vez de idolatría, recibiendo vida a cambio de muerte?

95.2. Dice [el Señor]: “Mira, he puesto delante de ustedes la muerte y la vida” (Dt 30,15). El Señor intenta que tú escojas la vida (cf. Dt 30,19), te aconseja como Padre a obedecer a Dios. Dice: “Si me escuchan y quieren, comerán lo mejor de la tierra” (Is 1,19; cf. 33,11); es la gracia de la obediencia. “Pero, si no me escuchan ni quieren, espada y fuego los devorarán” (Is 1,20); es el juicio de la desobediencia. “En efecto, ha hablado la boca del Seño?” (Is 1,20); ley de verdad es el Verbo del Señor.

95.3. ¿Quieren que me convierta en un buen consejero para ustedes? Entonces, escuchen; lo intentaré, si puedo. Ciertamente era necesario que ustedes, hombres, al pensar acerca del bien, hubieran introducido la fe innata, testigo valedero por sí mismo porque proviene de ustedes mismos y elige manifiestamente lo mejor, y no busca si hay que perseguir el bien, sino que lo realiza.

95.4. En efecto, hay que poner en duda, si uno se debe embriagar, por así decir; en cambio, ustedes se embriagan antes de examinarlo. Tampoco se detienen mucho en reflexionar si hay que violentarse, sino que lo hacen rápidamente. En verdad, únicamente preguntan si hay que ser piadoso, y si hay que adherirse ahora a este Dios sabio y a Cristo; ahora bien, piensan entonces que eso es digno de reflexión y examen, sin entender que eso es lo que siempre conviene a Dios.

Se nos propone, a los cristianos, la inmortalidad como premio de las luchas presentes

96.1. Créannos a nosotros, aunque sea como [en el caso de] una embriaguez, para que sean sensatos; créannos, aunque sea como en [el caso de] una violencia, para que se salven. Y, si quieren también déjense convencer, después de contemplar la fe evidente de la realidad inefable, les ofreceré con abundancia la persuasión que proviene de la superioridad en torno al Verbo.

96.2. Ustedes, puesto que las costumbres paternas en las que han sido instruidos ya no se mantienen ocupadas de la verdad, escuchen ahora si hay algo después de eso y cómo es. Que por el nombre [de Cristo] no se apodere de ustedes una cierta vergüenza, “porque daña en gran medida a los hombres” (Homero, Ilíada, XXIV,45; Hesíodo, Trabajos, 318), desviándolos de la salvación.

96.3. Por consiguiente, desvestidos públicamente, lucharemos legítimamente en el estadio de la verdad, donde juzga como arbitro el Verbo santo, y el Señor del universo es el que preside los certámenes. En efecto, no es pequeño el premio que se nos propone: la inmortalidad.

96.4. No piensen todavía, ni siquiera un poco, en lo que les dicen en público ciertas chusmas de las plazas, cantores impíos de la superstición, empujados por su misma insensatez y locura al abismo, fabricantes de ídolos y adoradores de piedras; ellos son los que se han atrevido a divinizar hombres, inscribiendo como dios en el decimotercer lugar a Alejandro de Macedonia, al que Babilonia mostró cadáver (Oráculos Sibilinos, 5,6).

Dios de ningún modo es injusto

97.1. Admiro ciertamente a ese sofista de Quíos, que tiene por nombre Teócrito; después de la muerte de Alejandro, al observar Teócrito las vanas opiniones de los hombres sobre los dioses, dijo a sus conciudadanos: “Varones, tengan confianza mientras vean que los dioses mueren antes que los hombres” (Teócrito de Quíos, Fragmentos; Fragmenta historicorum Graecorum, II, p. 86).

97.2. El que adora a dioses visibles y a la multitud reunida de esas criaturas y procura hacerse su amigo, es mucho más desgraciado que aquellos mismos demonios. En efecto, “Dios no es de ningún modo injusto, como los demonios, sino, cuanto es posible, el más justo y no hay nadie más semejante a Él que quien de entre nosotros llegue a ser el más justo” (Platón, Teeteto, 176 B-C; cf. Timeo, 89 D; Fedón, 64 A-70 B).

97.3. “Vengan al camino todo el pueblo de trabajadores manuales, los que a la diosa obrera de mirada terrible, la hija de Zeus, adoran con canastas solemnes” (Sófocles, Fragmentos, 760), artesanos y también adoradores necios de las piedras.

Sólo el Creador modeló una estatua viviente: el hombre

98.1. Acérquense sus Fidias, Policleto, Praxíteles, Apeles y cuantos practican los oficios de trabajos manuales, terrenos obreros de arcilla. En efecto, una profecía dice que los negocios de aquí abajo fracasarán cuando se ponga fe en las estatuas.

98.2. Que se acerquen también los obreros de cosas insignificantes, porque no dejaré de llamarlos. Ninguno de éstos ha hecho una imagen que respirara, ni modeló una carne delicada hecha de tierra. ¿Quién hizo líquida la médula o quién solidificó los huesos? ¿Quién tensó los nervios y quién hinchó las venas? ¿Quién vertió sangre en ellas y extendió alrededor piel? ¿Dónde hay uno de aquellos que haya hecho ojos que vean? ¿Quién insufló un alma? (cf. Jb 10,11; Gn 2,7). ¿Quién regaló justicia? ¿Quién ha prometido inmortalidad?

98.3. Sólo el Creador de todas las cosas, el Padre, obrero excelente (Píndaro, Fragmento, 57), modeló así una estatua viva, al hombre, a nosotros mismos. Ahora bien, su Zeus Olímpico, imagen de una imagen y desentonando mucho de la verdad, es una obra estúpida de manos áticas.

98.4. Ciertamente, imagen de Dios (cf. 2 Co 4,4; Col 1,15) es su Verbo (y el Verbo divino es Hijo legítimo de la Inteligencia, luz arquetipo de luz), e imagen del Verbo es el hombre verdadero, la inteligencia que hay en el hombre, por la que se dice que fue hecho a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26), parecido al Verbo divino por la inteligencia de su corazón y por la que es racional. Por el contrario, las estatuas con representaciones humanas, que son imágenes terrenas y lejanas de la verdad del hombre visible y nacido de la tierra, resultan una imagen temporal.

Busca al que te creó, reconoce al Padre

99.1. Así entonces, me parece que nada, excepto la locura, ha ocupado la vida dedicada con tanto empeño a la materia. Ciertamente la costumbre de la esclavitud les ha empujado bajo una vana opinión, haciéndoles gustar también unos rebuscamientos irracionales.

99.2. La ignorancia es causa de leyes ilegítimas y de representaciones engañosas, porque proveyendo ella al género humano de figuras funestas y de ídolos execrables, e imaginando muchas formas de demonios, imprimió en los que la siguen la marca de una vasta muerte.

99.3. Acepten, por tanto, el agua racional, lávense los que se han manchado, rocíense a ustedes mismos según la costumbre con gotas auténticas; conviene subir limpios a los cielos. Si eres hombre, que es lo más universal, busca al que te creó; si eres hijo, que es lo más particular, reconoce al Padre.

99.4. Pero, ¿todavía permaneces en los pecados, consumido en placeres? ¿A quién va a decir el Señor: “De ustedes es el reino de los de los cielos” (Mt 5,3. 10; Lc 6,20). Si quieren, es de ustedes, de todos los que hayan hecho la elección por Dios; de ustedes, si únicamente han preferido tener fe y sieguen el camino breve de la predicación, por la que los ninivitas, al obedecerla con un noble arrepentimiento, recibieron la auténtica salvación en vez de la temida destrucción (Jon 3,3-10).

El camino angosto

100.1. ¿Cómo, preguntan, subiré al cielo? El Señor es el camino (Jn 14,6), ciertamente angosto (Mt 7,13. 14; Lc 6,20), pero que ha bajado de los cielos (Jn 3,13. 31); en verdad es estrecho, pero nos lleva al cielo; estrecho porque es despreciado en la tierra, pero ancho porque es adorado en los cielos.

100.2. Además, el que ignora por error obtiene el perdón del Verbo, pero el que se tapa los oídos y oye mal en su alma, lleva en su conciencia la desobediencia; y cuanto más consciente parezca ser, tanto más conocimiento tendrá del mal, porque su misma inteligencia le acusará de no elegir lo mejor. En efecto, ha nacido como hombre para estar familiarmente junto a Dios.

100.3. Lo mismo que no obligamos al caballo a arar ni al toro a cazar y recurrimos a cada animal para lo que ha nacido, así también, sin duda, al hombre, que ha nacido para la contemplación del cielo y en verdad es una planta celestial (Platón, Timeo, 90 A), le invitamos al conocimiento de Dios, porque hemos entendido lo que le es propio, extraordinario y característico respecto de los otros animales, aconsejándole que se provea de un viático para la eternidad, la religiosidad.

100.4. Trabaja la tierra -decimos-, si eres labrador, pero reconoce al Dios de las labores; navegue quien ame la navegación, pero invocando al timonel celestial. Y tú, a quien la gnosis [de Dios] te ha sorprendido en el ejército, escucha al general que te ordena la justicia.

Es posible la purificación para recibir la salvación

101.1. En efecto, como abrumados por el sueño o por una borrachera recobren el sentido y, tras ver claramente, reflexionen un poco qué significan para ustedes las piedras que adoran y lo que gastan inútilmente en la materia. Consumen las riquezas en la ignorancia, la vida y su subsistencia en la muerte, encontrando sólo en eso el fin de su vana esperanza, y no son capaces de tener lástima de ustedes mismos, sino que ni siquiera están dispuestos a obedecer a los que se han apiadado de su error, esclavizados por una costumbre depravada, por la que, separados voluntariamente hasta del último alivio, son llevados a la perdición.

101.2. “Puesto que vino la luz al mundo y los hombres amaron más la tiniebla que la luz” (Jn 3,19), les es posible purificarse de lo que estorba a la salvación, el orgullo, la riqueza y el miedo, a los que se refiere este poema: “¿A dónde llevo estas abundantes riquezas? Y ¿a dónde yo mismo voy extraviado?” (Homero, Odisea, XIII,203-204).

101.3. No quieren renunciar a esas vanas fantasías, abandonan do esa costumbre y añadiendo con orgullo: “¡Adiós, sueños engañosos! ¡En verdad no son nada” (Eurípides, Ifigenia en Táuride, 569).

Locura de las divinizaciones paganas

102.1. Ciertamente, hombres, ¿qué piensan que es Hermes el Ticón, el de Andócides y el Amieto? Es evidente para todos que se trata de piedras, como el mismo Hermes. Lo mismo que no es un dios el halo y tampoco es un dios el iris, sino que son fenómenos naturales del aire y de las nubes; y del mismo modo, tampoco es dios el día, ni el mes, ni el año, ni el tiempo que se compone de ellos; ni el sol ni la luna, con los cuales se delimita cada uno de los mencionados anteriormente.

102.2. Por consiguiente, ¿quién en su sano juicio consideraría dioses a la corrección, el castigo, la pena o la venganza? Ni las Erinias ni las Moiras ni las Eimarmenes lo son, y tampoco son dioses la Politeia, ni la Doxa, ni Pluto, a quien los pintores representan ciego.

102.3. Ahora bien, divinizan el pudor, el amor erótico y el placer, a los que acompañan la vergüenza, el deseo, la belleza y las relaciones íntimas. Por ende, no sería razonable que consideraran dioses gemelos el sueño y la muerte, porque éstos son estados naturales que le acontecen a todo ser vivo; ni tampoco llamarán con solicitud diosas a la muerte violenta, ni a la suerte, ni a los destinos.

102.4. Si la disputa y el combate no son dioses, tampoco lo son Ares ni Enio. Si los relámpagos, los rayos y las lluvias no son dioses, ¿cómo van a ser dioses el fuego y el agua? ¿Cómo lo serían también las estrellas errantes y los cometas, surgidos por una transformación del aire? Quien llame dios a la fortuna, que llame también dios a la actividad.

Hay un solo y único Dios

103.1. Por consiguiente, si ni una sola de esas cosas se considera que es dios, tampoco ninguna de aquellas figuras insensibles y hechas por manos humanas; pero si se nos ha manifestado una cierta providencia, del poder divino, no queda otra cosa que reconocer que en verdad existe realmente uno y que es el único Dios que realmente existe. Ahora bien, los necios se parecen a hombres que han bebido la mandrágora o alguna otra droga.

103.2. Dios les conceda alguna vez despertar de ese sueño, comprender a Dios y no mostrar como Dios al oro, la piedra, la madera, la actividad, el infortunio, la demencia ni al miedo. En verdad hay tres mil demonios en la fecunda tierra (Hesíodo, Trabajos, 252-253), que no son inmortales, ni mortales (porque carecen de sensibilidad, y por tanto también de la muerte); ellos son los dueños de los hombres, bajo forma de piedra y madera, y mediante esa costumbre son insolentes y traicionan la vida [humana].

103.3. “La tierra pertenece al Señor -dice [la Escritura]- y todo lo que hay en ella” (Sal 23 [24],1; 1 Co 10,26). ¿Y después, qué? Alimentándote con las cosas del Señor ¿te atreves a ignorar al Dueño? Abandona mi tierra, te dirá el Señor; no toques el agua que yo distribuyo; no coseches los frutos que yo cultivo. Paga, hombre, los alimentos a Dios, Reconoce a tu Dueño, eres obra modelada que pertenece a Dios. Lo que le pertenece ¿cómo podría ser en verdad de otro? En efecto, lo enajenado, al estar falto de su propia identidad, carece de la verdad.

103.4. ¿Acaso no han vuelto a la insensibilidad como de algún modo Níobe, y sobre todo para que yo les dé un oráculo más misterioso, a la manera de la mujer hebrea (los antiguos la llamaban mujer de Lot)? Hemos oído decir que esta mujer fue convertida en piedra por enamorarse de Sodoma (cf. Gn 19,26; Lc 17,31-32). Pero sodomitas son los ateos y los que se han vuelto hacía la impiedad, los de corazón duro y necios,

Lo peor es estar privado del auxilio de Dios

104.1. Estas palabras procedentes de la divinidad se te aplican a ti: “No pienses que piedras, madera, pájaros o serpientes son sagrados, pero que los hombres no lo son” (Platón, Minos, 319 A). Supongan más bien lo contrario, que los hombres son realmente sagrados, y que los animales y piedras son lo que son.

104.2. En efecto, los hombres miserables y desgraciados piensan que un dios grita por medio del cuervo y del grajo, y que calla en el hombre; honran al cuervo como mensajero de dios y, en cambio, persiguen al hombre de Dios que no grita ni chilla, pero habla racionalmente, me parece; e intentan matar inhumanamente a quien instruye con humanidad, al que llama hacia la justicia, mientras ellos no aceptan la gracia de lo alto, ni se apartan del castigo.

104.3. En efecto, no creen en Dios ni reconocen su poder. Pero [Dios] tiene un amor indecible al hombre y es ilimitado su odio a la maldad. Su cólera alimenta el castigo por el pecado, pero su amor al hombre obra lo bueno para el arrepentimiento. Lo peor es estar privado del auxilio de Dios.

104.4. Así, la ceguera y la sordera son más dolorosas que el resto de ambiciones del malvado; aquélla les priva de la visión del cielo, pero la sordera les deja sin el conocimiento de la divinidad.

No hay obstáculo para quien se apresura al conocimiento de Dios

105.1. Ustedes, estando mutilados respecto a la verdad, ciegos de inteligencia y embotados mentalmente, no sufren ni se indignan, no desean ver el cielo ni al Autor del mismo, no procuran escuchar ni conocer al Creador y Padre de todo, uniendo su voluntad a la salvación.

105.2. En efecto, no hay obstáculo para quien se apresura al conocimiento de Dios, ni falta de educación, ni indigencia, ni infamia, ni falta de bienes; nadie se jacta de cambiar la sabiduría realmente verdadera, “después de herir con el bronce” (Homero, Ilíada, VIII,534) o con el hierro; ciertamente, lo mejor de todo es esto que se dice: “El hombre honrado es salvador en cualquier parte” (Menandro, Fragmentos, 786).

105.3. El celoso de lo justo, puesto que está enamorado del que no carece de nada, necesita poco; no poniendo la felicidad en ninguna otra cosa más que en él mismo y en Dios, donde no hay polilla, ni ladrón, ni pirata, sino sólo el eterno dador de bienes (cf. Mt 6,19-21).

105.4. Con razón se los comparó a aquellas serpientes que cierran los oídos ante los encantadores. Dice la Escritura: “Llevan un veneno como el de una serpiente, como víbora sorda, que se tapa los oídos, para no oír la voz de los encantadores” (Sal 57 [58],5-6).

El remedio de la inmortalidad

106.1. Ustedes abandonen el carácter salvaje y acepten al civilizado y nuestro Verbo; vomiten el pernicioso veneno, para que sobre todo se les conceda despojarse de la destrucción, como a aquellas [serpientes] de la antigua piel. Escúchenme y no se tapen los oídos ni impidan la audición, sino coloquen en la mente lo que se les dice.

106.2 ¡Es hermoso el remedio de la inmortalidad! Levanten de una vez a los que se arrastran como serpientes. “Los enemigos del Señor muerdan el polvo” (Sal 71 [72],9), dice y afirma la Escritura. Levanten la cabeza desde la tierra hacia lo alto, miren al cielo, admírense, dejen de observar con atención el talón de los justos (cf. Gn 3,15; Sal 55 [56],3) y no traben el camino de la verdad (2 P 2,2); sean prudentes e inocentes.

106.3. En seguida les concederá el Señor el ala de la sencillez (prefiere que sus hijos estén provistos de alas), para que habiten los cielos, cuando hayan abandonado sus madrigueras. Únicamente debemos arrepentimos de todo corazón, para poder recibir a Dios en todo el corazón.

106.4. “Confíe en Él toda la asamblea del pueblo -dice [la Escritura]-, desahoguen en su presencia todos sus corazones” (Sal 61 [62],9). Habla a los carentes de maldad; se compadece y está lleno de justicia. Hombre, ten fe en el que es hombre y Dios; cree, hombre, en el que sufrió y ahora es adorado; los que son esclavos crean en el Dios muerto que vive.

106.5. Hombres todos, tengan fe en el único Dios de todos los hombres; crean y recibirán como recompensa la salvación. “Busquen a Dios y vivirá su alma” (Sal 68 [69],33). El que busca a Dios prepara su propia salvación; si encontraste a Dios, posees la vida.

La recompensa de la auténtica búsqueda es la vida junto a Dios

107.1. Por consiguiente, busquemos para que también vivamos. La recompensa de la búsqueda es la vida junto a Dios. “Que se regocijen y se alegren en ti los que te buscan y digan sin cesar que Dios es grande” (Sal 69 [70],5). Hermoso himno a Dios es un hombre inmortal, porque está edificado en justicia; en él están grabadas las sentencias de la verdad. En efecto, por otra parte ¿dónde hay que inscribir la justicia si no en un alma sensata? ¿Dónde la caridad? ¿Dónde el pudor? ¿Dónde la bondad?

107.2. Pienso que es necesario que estos caracteres divinos estén impresos en el alma para considerar a la sabiduría como un hermoso punto de partida durante cualquier parte en las rutas de la vida, y pensar que la misma sabiduría es un puerto tranquilo de salvación.

107.3. Por eso, buenos padres para con sus hijos son los que han corrido hacia al Padre, y buenos hijos para con sus progenitores son los que han conocido al Hijo; buenos maridos de sus mujeres son los que se acuerdan del Esposo, y buenos amos de los criados son los que han sido liberados de la peor esclavitud.

Si verdaderamente perteneces a Dios, tu patria es el cielo y Dios el legislador

108.1. ¡Sí! ¡Las fieras son más felices que los hombres equivocados! Viven en la ignorancia, como ustedes, pero no simulan la verdad; no hay entre ellas una raza de aduladores, no hay peces supersticiosos, ni los pájaros adoran ídolos; una sola cosa les asombra, el cielo, puesto que no pueden conocer a Dios, porque carecen de razón.

108.2. Finalmente, los que han gastado tantos años en la impiedad, ¿no se avergüenzan de haberse hecho ustedes mismos más irracionales que los seres que no tienen razón? Fueron niños, después adolescentes, jóvenes y adultos, pero jamás virtuosos.

108.3. Al menos respeten la ancianidad, estando en el ocaso de la vida sean prudentes; aunque sea al final de la vida, reconozcan a Dios, para que el fin de su vida les granjee un comienzo de salvación. Envejezcan para la superstición, vuélvanse jóvenes para la religión; Dios los considerará niños sin maldad.

108.4. Que se ocupe el ateniense en las leyes de Solón, el argivo en las de Foroneo y el espartano en las de Licurgo; pero si te registras a ti mismo como perteneciente a Dios, tu patria es el cielo y Dios el legislador.

108.5. ¿Cuáles son las leyes? “No matarás ni cometerás adulterio, no corromperás a los niños, no robarás ni dirás testimonios falsos, amarás al Señor tu Dios (Ex 20,13-16; Dt 5,19-20; 6,5; Mt 19,18; 22,37; Mc 12,30; Lc 10,27). Existen también sus complementos, leyes razonables y santas, grabadas en el mismo corazón: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18; Mt 19,19; 22,39; Mc 12,31; Lc 10,27; Rm 13,9; Ga 5,14; St 2,8), y “al que te pegue en una mejilla, ofrécele también la otra” (Lc 6,29), y “no desearás, porque sólo con el deseo has cometido adulterio” (Mt 5,28).

La verdad vive en nosotros

109.1. En efecto, ¿no es mejor para los hombres, no ya practicar las pasiones, sino sobre todo el no querer el principio de lo que no conviene desear? Pero ustedes, ciertamente, no se resignan a soportar lo que hay de austero en la salvación; lo mismo que gustamos de los alimentos dulces al preferirlos por la exquisitez del placer, a pesar de que los amargos y desagradables al sentido son los que nos curan y nos devuelven la salud -al menos los remedios austeros fortalecen a los que tienen un estómago débil-; así también la costumbre alegra e irrita, pero es la costumbre quien precipita en el abismo, mientras que la verdad conduce hacia el cielo; ciertamente al principio ésta es amarga, pero es una buena nodriza de niños (Homero, Odisea, IX,27).

109.2. También ella es un venerable gineceo, el senado de los prudentes. No es de difícil acceso ni imposible aceptarla, sino que habita en nosotros y está muy cerca, como dice el sapientísimo Moisés, al insinuar que [la verdad] vive en tres partes de nosotros, “en las manos, la boca y el corazón” (Dt 30,14).

109.3. Esto es un auténtico símbolo de la verdad que se perfecciona en tres cosas: la voluntad, la acción y la razón. No tengas miedo por eso, porque las muchas y agradables imaginaciones no te privarán de la sabiduría. Tú mismo pasarás voluntariamente por encima de la bagatela de la costumbre, lo mismo que los niños también desprecian los juguetes, cuando se hacen adultos.

El Verbo es el heraldo de la paz

110.1. Ciertamente, con una rapidez insuperable y con una benevolencia accesible, el poder divino llenó el universo de una semilla salvadora, iluminando la tierra. En verdad, el Señor no hubiera terminado así en tan poco tiempo una obra tan grande sin una solicitud divina, porque fue despreciado por su apariencia y adorado por su obra; Él es el Purificador, el Salvador, el Pacificador, el Verbo divino, el que ha aparecido como Dios verdadero, el que es semejante al Dueño del universo, porque era su Hijo y el Verbo estaba en Dios (Jn 1,1).

110.2. El que fue creído cuando fue preanunciado por primera vez, cuando tomó rostro humano y se revistió de carne para cumplir el drama salvador de la humanidad, pero no fue reconocido.

110.3. En efecto, era auténtico competidor y defensor del hombre; entregándose rápidamente a todos los hombres más deprisa que el sol, y saliendo de la misma voluntad del Padre, nos iluminó con toda facilidad; y así nos enseñó y nos mostró a Dios, de donde procedía y era Él mismo, poniéndose a nuestra disposición como el heraldo de la paz, el conciliador, nuestro Verbo salvador, fuente que trae la vida, fuente pacificadora que se difunde por toda la faz de la tierra; gracias a Él, por así decir, todo ha llegado a ser ya un mar de bienes.