OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (65)

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La Santísima Trinidad
Siglo XIV
Breviario de la Abadía de Chertsey
Inglaterra
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, PROTRÉPTICO (EXHORTACIÓN) A LOS GRIEGOS (continuación)

Capítulo VII: conclusión de la primera parte (crítica de los cultos y los misterios paganos)

Los poetas paganos no dan testimonio de la verdad

73.1. Venga también a nosotros (pues no es bastante sólo la filosofía) la misma poesía, ocupada enteramente en la invención, que con dificultad dará ahora testimonio de la verdad y sobre todo reconocerá ante Dios la digresión mítica. ¡Venga, entonces, el primer poeta que lo desee!

73.2. Ciertamente, Arato piensa que el poder de Dios atraviesa por medio de todo: “Para que todo crezca con constancia, a Él se dirigen siempre, al principio y al final. Alégrate, Padre, gran maravilla, gran ayuda para los hombres” (Arato, Phaenomena, 13-15).

73.3. También Hesíodo de Ascra alude a Dios con lo siguiente: “En efecto, Él es rey y dueño de todo. Ninguno de los inmortales ha rivalizado con Él en poder” (Hesíodo, Fragmentos, 308).

Los “destellos” de la verdad en los escritores griegos

74.1. Incluso también en la escena [los dramas] manifiestan la verdad. Así, Eurípides, mirando hacia el éter y el cielo, dice: “Considéralo Dios” (Eurípides, Fragmentos, 941).

74.2. Y Sófocles, el hijo de Sofilo: “Uno en las cosas verdaderas, uno es Dios, el que hizo el cielo y la tierra inmensa, la brillante ola del mar y la fuerza de los vientos. La mayoría de los mortales, equivocados en el corazón, dirigimos el consuelo de los sufrimientos a estatuas de dioses de piedra, o a imágenes de bronce, de oro fundido o de marfil. Concediéndoles sacrificios y vanas asambleas festivas, pensamos que así obramos piadosamente” (Seudo Sófocles, Fragmentos, 1025). Éste mismo introdujo de forma temeraria en la escena la verdad a los espectadores.

74.3. El tracio Orfeo, hijo de Eagro, era a la vez hierofante (= el que explica los misterios sagrados) y poeta. Después de la presentación de las ceremonias religiosas y de la teología idolátrica, introduce una retractación de la verdad, aunque tarde, entonando una palabra realmente sagrada:

74.4. “Gritaré a los que es permitido. ¡Profanos, cierren las puertas todos por igual! Escucha tú, Museo, hijo de la luminosa Luna, porque diré la verdad, y lo que antes se te mostró claro en el corazón, no te prive de la vida feliz. Una vez contemplada la palabra divina, permanece junto a ella, enderezando tu corazón, urna de la inteligencia.  Camina bien por el sendero y mira al único Señor inmortal del cosmos” Orfeo, Fragmentos, 246).

74.5. Prosiguiendo después, añade en términos precisos: “Es uno, nacido de sí mismo. Todo lo nacido ha sido hecho por Él; y Él mismo circula en todos ellos, y no le ve ninguno de los mortales, pero Él ve a todos” (Orfeo, Fragmentos, 246). De este modo, Orfeo comprendió con el tiempo que había estado equivocado.

74.6. “Pero tú no dudes, mortal ingenioso, ni te retrases, sino volviendo a andar lo desandado aplaca a Dios” (Oráculos Sibilinos, 3,624-625).

74.7. En efecto, aunque los griegos, al recibir los mejores destellos (o: chispas; también: lo que estimula) respecto del Verbo divino, proclamaron unas pequeñas cosas de la verdad, testimonian que el poder de la misma no está oculto y se acusan a sí mismos de débiles por no llegar hasta el fin.

No se puede alcanzar la verdad plena sin el auxilio del Verbo

75.1. Así, pienso que ya es claro para todos que quienes hacen o dicen algo sin el Verbo de la verdad se parecen a los que se esfuerzan en caminar sin pies. Deben empujarte hacia la salvación las refutaciones sobre sus dioses, a quienes los poetas, violentados por la verdad, ridiculizan en sus comedias.

75.2. En efecto, el cómico Menandro, en el drama “El auriga supuesto”, dice: “No me asusta ningún dios que pasea fuera con una anciana, y que entra en las casas con una documentación” (Menandro, Fragmentos, 202), como mendicante de Cibeles, porque así se comportan los sacerdotes de Cibeles.

75.3. Por eso Antístenes, con razón, a los mendicantes les decía: “Yo no alimento a la madre de los dioses, porque la alimentan los dioses” (Antístenes, Fragmentos, 70).

75.4. Y, de nuevo, el mismo autor cómico (= Menandro), en el drama “La sacerdotisa”, al enojarse contra esa costumbre, intenta refutar el orgullo ateo del error, declarando con sensatez: “En efecto, si un hombre arrastra al dios con sus címbalos hacia donde él quiere, quien hace eso es más grande que el dios; ahora bien, ésos son instrumentos de audacia y violencia, inventados por hombres” (Menandro, Fragmentos, 245).

Los escritores paganos son los primeros en cuestionar a los falsos dioses

76.1. Y no sólo Menandro, sino que también Homero, Eurípides y otros numerosos poetas refutan a sus dioses y no temen ultrajarlos como pueden. Por ejemplo, llaman a Atenea “mujer desvergonzada” (o: mosca canina; Homero, Ilíada, XXI,394. 421), a Hefesto “lisiado de ambas piernas” (Homero, Ilíada, I,607; XIV,239), y Helena dice a Afrodita: “No volverás con tus propios pies al Olimpo” (Homero, Ilíada, III,407).

76.2. Homero escribe abiertamente respecto de Dionisio: “Un día persiguió él (= Licurgo) a las nodrizas del frenético Dioniso en el sagrado [monte] Nisa; pero ellas, todas a la vez, arrojaron sus sacrificios en tierra, por el homicida Licurgo” (Homero, Ilíada, VI,132-134).

76.3. Eurípides es verdaderamente digno de la escuela socrática quien, al mirar hacia la verdad y despreciar a los espectadores, refutó una vez a Apolo, “que mora en el templo del centro de la tierra, distribuyendo a los mortales las palabras más sabias. (76.4) 4. Persuadido por aquél, maté yo a la madre; considérenle criminal y mátenle. Pecó aquél, no yo, porque es más ignorante del bien y del derecho” (Eurípides, Orestes, 591-592. 594-596. 417). (76.5) algunas veces presenta en la escena a Heracles furioso y en otras ebrio e insaciable. Ciertamente, ¿cómo no? Él, saciado de carnes, “comía higos verdes, gritando tan extraño que sólo un bárbaro lo habría entendido” (Eurípides, Fragmentos, 907).

76.6. Cuando en el drama “Ión”, hace dar vueltas a los dioses en el teatro con la cabeza descubierta: “¿Cómo va a ser justo que ustedes, que han dispuesto leyes para los mortales, sean acusados de injusticia? En efecto, no sucederá, pero utilizo el razonamiento, si sometieran a juicios humanos sus matrimonios forzados, tú también Poseidón y Zeus, que eres dueño del cielo, al pagar sus injusticias, vaciarían los templos” (Eurípides, Ión, 442-447).

Capítulo VIII: comienzo de la segunda parte (argumentación a favor de la nueva religión: el cristianismo)

La fuerza salvadora de las divinas Escrituras

77.1. Una vez que hemos tratado en orden todas esas cosas, es el momento de acudir a las Escrituras proféticas. En efecto, los oráculos que exponen claramente los puntos de partida hacia la piedad también nos fundamentan la verdad. Las divinas Escrituras, además de un género de vida prudente, son caminos cortos de salvación; desnudas de adorno, sonido agradable, originalidad y de adulación, levantan al hombre vencido por la maldad y refuerzan lo resbaladizo que hay en la vida; con una única y la misma palabra ofrecen muchos servicios: nos apartan del error funesto y nos empujan con claridad hacia la salvación manifiesta.

77.2. Que al instante nos entone en primer lugar la Sibila profética el canto salvador: “Mira, Él es visible a todos y se presenta estable; vengan, no persigan siempre la tiniebla y la oscuridad. Mira, la luz del sol de mirada dulce brilla en gran manera. Conózcanla, los que han puesto sabiduría en sus pechos. Es un único Dios el que envía lluvias, vientos, sismos, relámpagos, hambres, pestes, funerales luctuosos, nevadas y heladas; ¿por qué menciono cada una de estas cosas? Él rige el cielo, gobierna la tierra y existe por sí mismo” (Oráculos Sibilinos, 1,28-35).

77.3. Comparando mediante gran inspiración divina el error con la tiniebla, el conocimiento de Dios con el sol y la luz, y cotejando ambas cosas con sensatez, nos enseña [cuál debe ser] la elección. Ciertamente, el engaño no se disipa por comparación con la verdad; se destierra forzándolo con la práctica de la verdad.

El testimonio de los profetas

78.1. Jeremías, el profeta sapientísimo, o mejor, el Espíritu Santo en Jeremías nos muestra a Dios. Dice: “Yo soy un Dios cercano, no un Dios lejano. Si un hombre hiciera algo a escondidas, ¿yo no lo vería? ¿No lleno los cielos y la tierra? Dice el Señor” (Jr 23,23-24).

78.2. Por otra parte, de nuevo dice por Isaías: “¿Quién medirá el cielo con la palma y toda la tierra con el cuenco de la mano?” (Is 40,12). Mira la grandeza de Dios y conmuévete (cf. Ef 1,19). Adoremos a este de quien afirma el profeta: “Ante tu rostro se derretirán los montes, como ante la faz del fuego se derrite la cera” (Is 64,1). Éste, dice, es Dios, “el que tiene como trono el cielo y la tierra como taburete” (Is 66,1), “el que si abriera el cielo, un temor se apoderaría de ti” (Is 64,1).

78.3. ¿Quieres también oír lo que dice este profeta (= Jeremías) sobre los ídolos? Serán expuestos como modelos delante del sol y sus cadáveres servirán de alimento a las aves del cielo y a las fieras de la tierra, y se pudrirán bajo el sol y la luna, a quienes ellos honraron y a quienes sirvieron, y su ciudad será incendiada (cf. Jr 8,2; 34,20; 4,26).

78.4. Dice que los elementos y el cosmos serán destruidos juntamente también con ellos: “La tierra -afirma- envejecerá y el cielo pasará” (cf. Mt 24,35; cf. Is 40,8; 51,6), pero “la palabra del Señor permanece por siempre” (Is 40,8).

El Dios de Israel es el único Señor

79.1. ¿Y cuando, en otra ocasión, Dios quiso manifestarse a sí mismo por medio de Moisés? “Vengan, vengan que soy yo y no hay otro Dios fuera de mí. Yo mataré y daré vida; heriré y sanaré, y no hay quien se libre de mis manos” (Dt 32,39).

79.2. Pero ¿quieres también escuchar otra predicción? Tienes todo el coro profético, a los compañeros de Moisés. ¿Qué les dice el Espíritu Santo por Oseas? No dudaré en decirlo: “Mira, yo soy el que da fuerza al trueno y el que crea el viento” (Am 4,13), y cuyas manos establecieron la milicia celestial (cf. Sal 8,4).

79.3. También por medio de Isaías (te recordaré esta palabra) dice: “Yo soy, yo soy el Señor, el que proclama la justicia y anuncia la verdad; reúnanse y vengan; deliberen a la vez los salvados desde las naciones. No me han conocido los que erigen un trozo de madera como su ídolo y suplican a dioses que no les salvan” (Is 45,19-20).

79.4. Luego, continuando, dice: “Yo soy Dios y no hay justo fuera de mí, y no hay salvador fuera de mí; vuélvanse hacia mí y serán salvos los del confín de la. tierra. Yo soy Dios y no hay otro; lo juro por mí mismo” (Is 45,21-23).

79.5. Rechaza a los idólatras diciéndoles: “¿Con quién podrán comparar al Señor, y con qué imagen podrán parangonarlo? ¿Acaso con la imagen que fabricó el artesano o el orfebre fundió con el oro para dorarla?” (Is 40.18-19). Y lo que sigue a esas cosas.

79.6. ¿Acaso son también ustedes idólatras? Pero ahora al menos eviten las amenazas; en efecto, gritan los grabados y lo hecho por mano de hombre, pero sobre todo los que confiaban en ellos, porque la materia es insensible. Además, dice: “El Señor conmoverá ciudades habitadas y alcanzará con la mano todo el universo como un nido” (Is 10,31-14).

El Señor nos regala luz, fe, salvación; y nos encamina hacia la verdad

80.1. ¿Por qué te anuncio misterios de sabiduría y sentencias provenientes de un niño hebreo (= Salomón) que ha sido instruido? “El Señor me creó como comienzo de sus caminos en función de sus obras” (Pr 8,22); y “el Señor otorga sabiduría y de su boca proceden conocimiento e inteligencia” (Pr 2,6).

80.2. “¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño?” (Pr 6,9). “Si fueras diligente, te llegaría tu cosecha como una fuente” (Pr 6,11), que es el Verbo del Padre, la buena lámpara, el Señor que trae la luz, la fe y la salvación para todos.

80.3. “El Señor que hizo la tierra con su poder -como dice Jeremías-, cimentó el universo con su sabiduría” (Jr 10,12). En verdad, habiendo caído nosotros en los ídolos, la Sabiduría, que es su Verbo, nos encamina hacia la verdad.

80.4. Ésta es la primera resurrección (cf. Ap 20,5) de nuestra caída; por eso, el admirable Moisés, para alejarnos de toda idolatría, exclamó muy bien: “Escucha, Israel; el Señor es tu Dios, el Señor es uno (Dt 6,4); y adorarás al Señor tu Dios y a Él solo servirás” (Dt 10,20).

80.5. Pero ahora, hombres, comprendan conforme a aquel bienaventurado salmista David: “Practiquen las enseñanzas, no sea que el Señor se irrite y perezcan fuera del camino justo, cuando de pronto se encienda su cólera. ¡Bienaventurados todos los que confían en Él!” (Sal 2,12).

Dios es siempre el mismo, el que hizo el cielo y la tierra

81.1. Ahora el Señor, compadeciéndose, nos entrega el canto salvador, semejante a un paso de marcha: “Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo serán ultrajadores? ¿Por qué aman la vanidad y buscan el engaño?” (Sal 4,3). ¿Cuál es la vanidad y cuál el engaño?

81.2. El santo Apóstol del Señor, acusando a los griegos, te lo explicará: “Porque conociendo a Dios no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que fueron insensatos en sus razonamientos (Rm 1,21), y cambiaron la gloria de Dios en la representación de una imagen del hombre corruptible (Rm 1,23), y sirvieron a la criatura en lugar del Creador” (Rm 1,25).

81.3. Ciertamente Dios es el mismo, el que al principio hizo el cielo y la tierra (Gn 1,1); pero tú no piensas en Dios, sino que adoras el cielo, y ¿cómo no vas a ser impío?

81.4. Escucha de nuevo al profeta que dice: “El sol se eclipsará y el cielo se oscurecerá (Is 13,10; cf. Ez 32,7), brillará el Todopoderoso por siempre, y las potestades del cielo se conmoverán (Mt 24,29) y los cielos se descompondrán, extendidos y encogidos como una tienda (Sal 104 [103],2; cf. Jl 2,10) -así son las voces proféticas-, y la tierra huirá del rostro del Señor” (Sal 114 [113],7).